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Los inocentes, de María Oruña

Los inocentes, de María Oruña

María Oruña ha conseguido más de un millón de lectores con su serie “Los libros del Puerto Escondido”, iniciada en 2015. Ahora regresa a las librerías con una nueva entrega en la que la protagonista, la teniente Valentina Redondo, ha de investigar el origen de un atentado masivo en el balneario cántabro de Puente Viesgo mientras ultima los preparativos de su propia boda.

En Zenda ofrecemos las primeras páginas de Los inocentes (Destino), de María Oruña. 

***

I

La mayor parte de las malas acciones de los
hombres vienen a su encuentro enmascaradas
bajo la apariencia de la necesidad; luego, cometida
la mala acción en un momento de euforia,
de temor o de delirio, nos damos cuenta de
que podría haberse evitado pasando de largo.

Alexandre Dumas,
El conde de Montecristo, 1844

Lo único inmutable en este mundo es el cambio, el constante movimiento. Hasta el más tranquilo e idílico de los paisajes palpita en incansable tránsito. Ahora mismo, en este instante, un mirlo acuático sale de su nido hecho de musgo y alza el vuelo. Desde el aire atraviesa sauces, plataneros, castaños y abetos del valle de Puente Viesgo. La naturaleza decora el ambiente de forma poderosa, y el vigor de árboles centenarios despliega una cadena de vida y color que embriaga el ambiente, amable y acogedor. Todavía hace frío, pero el invierno está a punto de despedirse. El mirlo, ajeno a la belleza en la que habita, se desliza con suaves piruetas por el aire. Su pequeña y rechoncha figura negra dibuja una ruta que sigue el curso del río Pas, de poco calado y aguas cristalinas. El paisaje, frondoso y ya casi primaveral, se despliega bajo su cuerpecillo como un mapa que, al abrirlo, es un sueño.

El mirlo se prepara para descender, sumergirse y cazar. Cuando tome a su presa —tal vez un pequeño insecto—, apenas ningún habitante del bosque apreciará el cambio que supone esa inevitable ejecución, necesaria para la supervivencia; sin embargo, y con las otras muertes invisibles que ya hayan sucedido para entonces en la espesura, todo el ecosistema será distinto.

Pero no perdamos de vista al mirlo. El diminuto pajarillo, que no está hecho para cavilaciones sobre la existencia, comienza a aproximarse al agua. En su descenso, tampoco él aprecia el terrible cambio que está sucediendo en las entrañas del gran edificio con el que comparte el río. Si quisiera, podría desviar su camino y dirigirse hacia el Gran Hotel Balneario de Puente Viesgo para sobrevolar los lucernarios del enorme Templo del Agua, que se esconde como un tesoro en el luminoso sótano de las instalaciones.

Mil metros cuadrados y una enorme piscina a treinta y dos grados centígrados con cascadas, cuellos de cisne, burbujeantes camas de agua y varios jacuzzis. Sin duda, la elegancia de las instalaciones y el apacible paisaje que se aprecia desde sus ventanales hacen del Templo del Agua un agradable y lujoso paraíso. Sin embargo, una dramática turbación parece crecer en su interior. Un crimen, brutal y despiadado, acaba de ejecutarse. Su efecto se desparrama por la instalación como si se tratase de una incontenible cascada llena de veneno. El impío delito va a ser descubierto muy pronto. ¿Quién podría imaginar una forma tan terrible de despreciar la vida?

Acerquémonos. Si nos asomamos ahora mismo al interior del complejo termal, podremos comprobar cómo el joven Pau Saiz, mareado, intenta levantarse de la tumbona. Solo unos minutos antes se había reclinado allí mismo con gesto despreocupado. Ahora, su cabello rubio se adhiere pegajoso a los laterales del rostro por culpa de un sudor frío y enfermizo, y él se pregunta por qué alguien ha apagado las luces. Sin embargo, el Templo del Agua es un lugar blanco y azul, donde las piscinas y los chorros de luz lo llenan todo; la claridad ilumina el espacio desde los grandes ventanales y desde los enormes tragaluces del techo, pero Pau siente que ha anochecido de repente, pues hasta el aire se vuelve a cada segundo más oscuro. El joven, de apenas treinta años, tiene un cuerpo atlético y fibroso, resultado de un ejercicio regular y una vida saludable. Sin embargo, percibe con estupor que sus fuerzas lo han abandonado de repente. Le duelen los ojos, nota la garganta terriblemente reseca y es incapaz de soportar el hedor: es una pestilencia extraña, que aúna el fuerte olor de lo que parece un desinfectante y de algo más, entre dulce y acre, que resulta indescriptible.

Entretanto, y como suele ser habitual en los balnearios, el hilo musical suena suave y tranquilo, cálido. La voz de Noa canta Beautiful That Way y parece querer llevar a los usuarios de la piscina hacia el relax definitivo, hacia una especie de paréntesis vital en el que la calma lo inunde todo. Sin embargo, Pau solo ve a su alrededor muertos o a personas que, con suerte, solo han perdido el conocimiento. Algunas flotan ya boca abajo en la piscina, y otras se retuercen en el suelo, tosiendo, vomitando y a punto de desmayarse. Él conoce a todos y cada uno de esos seres humanos que agonizan: habían cerrado el complejo termal para ellos durante dos horas. Una reunión social de trabajo importante, de apenas veinte personas contando a sus acompañantes, celebrada en el balneario. Tras la cena de negocios, un sueño reparador y un copioso desayuno. Unos masajes, algunos tratamientos en la galería de baños bien temprano y el broche de oro en el Templo del Agua. Solo quedaba una reunión para comer y despedirse hasta muchos meses más tarde. ¿Cómo iba nadie a imaginar que aquel baño sería el último?

Por fin, logrando reunir unas fuerzas que se diluyen por no sabe dónde, el joven logra levantarse de la tumbona. Entre la penumbra que es capaz de vislumbrar, comprueba que su tío Iñaki está cerca y se aproxima unos pasos. Transcurren unos segundos hasta que se da cuenta de que su tío ya no respira; en su rostro ha quedado dibujada una terrible mueca de pánico que ahora mira, inexpresiva, hacia el techo de las instalaciones. A su lado, una persona que no es capaz de reconocer echa espumarajos por la boca, y Pau, ya ajeno a cualquier reacción emocional que no sea el espanto y su propio miedo, se sorprende de que un ser humano pueda generar tantísima espuma. Al poco, se da cuenta de que quien agoniza de forma tan horrible es el señor Borrás; a su lado, reconoce a Álvaro Costas, un empresario de Valencia calvo y con sobrepeso que ahora parece dormido, encogido en posición fetal en el suelo.

El joven, trastabillando y tropezando consigo mismo, consigue caminar unos pasos hacia donde recuerda que se encuentra la recepción del Templo del Agua. Aunque no siente frío, su cuerpo comienza a temblar. Le parece distinguir en el suelo, más allá y en la penumbra, a Elisa Wang, la joven directora de comunicaciones de una empresa de Málaga que conoció la noche antes. Le ha parecido que Elisa al principio estaba sentada, para tumbarse después en un movimiento un poco extraño. Ahora, sorprendentemente, recuerda de pronto cómo la jornada anterior le había impresionado su belleza exótica e híbrida, entre europea y oriental, y su natural elegancia al moverse y al hablar. Su piel le había parecido de porcelana. Ahora la joven está definitivamente tumbada boca arriba, con su largo cabello negro dibujando ondas sobre el suelo. Todos llevaban un gorro para la piscina, pero a ella se le ha debido de caer cuando se ha desplomado. Pau se agacha con torpeza y comprueba que, en efecto, la mujer ha perdido el conocimiento. Intenta reanimarla y la zarandea débilmente sin ningún resultado. Por un instante ella abre sus delicados ojos rasgados, pero al momento parece sucumbir ante el peso de un sueño tóxico y profundo; también él, aterrado, se da cuenta de que su mente se desliza hacia un abismo donde no hay nada, solo silencio y oscuridad. Comprende que, si quiere sobrevivir y lograr salvar a alguien, debe continuar con su idea inicial y salir de aquel espacio lo antes posible. Necesita aire, luz. Dirige su mirada hacia la salida y ve cómo, por fin, al otro lado de unas exuberantes plantas y una cristalera que lo separa de la recepción, una empleada del balneario ya camina hacia ellos y se detiene, atónita, al descubrir la horrible masacre. El hecho de contemplar un oasis de agua tan bello cubierto de personas agonizantes y retorcidas por el suelo debía suponer un impacto para cualquiera. Y no solo resultaba aterrador el dramático lienzo que se había dibujado en solo unos minutos; la incerteza de qué habría podido suceder producía una sensación mucho más inquietante. Ante un accidente o incluso un crimen, un testigo tal vez pudiese reaccionar de forma más o menos acertada; sin embargo, ante un enemigo invisible que asfixiaba a sus víctimas, ¿qué hacer?, ¿qué decisiones tomar, si ni siquiera la propia integridad estaba a salvo?

Pau cree advertir cómo la mujer gesticula con gravedad, grita y avisa a alguien, para después bajar corriendo las escaleras y dirigirse hacia donde él se encuentra. Al instante comprende la intención de la empleada de aproximarse lo más rápidamente posible, tiene un último instante de lucidez y, mientras ella corre con un gesto de horror en el rostro, logra alzar una mano en señal de que se detenga. Acierta a decir un «No» desesperado y señala, con mano trémula, primero, hacia el montón de lo que él ya cree que son cadáveres o, al menos, personas que han perdido el conocimiento. Después, nervioso, dirige su gesto hacia una pequeña y bonita bolsa que está cerca del cuerpo de su tío Iñaki. Del sencillo recipiente todavía mana un delgadísimo hilo de fluido espeso y extraño, que a pesar de su densidad parece cera líquida transparente. Quiere explicarle que todo comenzó con ese pequeño recipiente, que recuerda que sacaron de una cajita azul, pero no se siente capaz.

La empleada comprende igualmente el mensaje de Pau, tal vez por su señal o por el extraño olor de la sala, y se lleva un pañuelo al rostro para evitar respirar directamente el aire, que ya adivina ponzoñoso. Intenta coger a Pau por la cintura para que se apoye sobre ella y así pueda caminar hacia la salida, pero el muchacho parece ahogarse.

El joven busca serenidad y dominio de sí mismo en su interior e intenta respirar profundamente, pero le resulta imposible. Se siente materialmente incapaz de llenar sus pulmones. El aire, de repente, es como si hubiese desaparecido. Pau nota como si de pronto se le vaciase la cabeza, convertida en un recipiente inútil, y se desploma ya sin conocimiento sobre el elegante enlosado.

Entretanto, en el hilo musical, Noa termina la canción y recuerda con su suave color de voz que debemos sonreír sin ninguna razón y amar siempre con la entrega limpia e inocente de los niños. Afuera, el pizpireto mirlo ya ha atrapado un diminuto pececillo y se lo ha tragado en un único gesto. Sale del río y alza el vuelo para continuar disfrutando de la música del agua y de su florido y verde paraíso. Cuando a lo lejos comienzan a escucharse las sirenas de emergencia, el pájaro ya se encuentra recogido en su nido y el mundo aparenta seguir siendo un lugar tranquilo y quieto.

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Autora: María Oruña. Título: Los inocentes. Editorial: Destino. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

María Oruña © Silvia Parada

María Oruña © Silvia Parada

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