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El corazón del jabalí

El hombre que insiste en conservar sus huellas sueña que alguien lo devuelva a la vida con linterna de literatura. Lo tenía claro Baltasar Porcel, que dejó de lo vivido letra grande, letra chica, todo lo contado acerca de la cultura de una época donde sucedió la revolución de lo moderno. Estaba convencido de que la impronta que consideraba que le negaban en vida, a pesar del laurel olímpico de su trayectoria, un día saldría a la luz cuando alguien reabriese su caso. Y después de leer sobre su juventud en este libro, y de conocer su madurez por sus novelas y columnas de La Vanguardia, estoy casi seguro de que él eligió a Sergio Vila-Sanjuán para que fuese su futuro detective de la memoria. El brillante sabueso del periodismo cultural que reconstruyese la aventura del Ulises de Andratx. El puerto de cuya isla escapó raptando de amor a una mujer casada para convertirse en el destino de un escritor. La empresa del relato arcaico del Mediterráneo de la que también nos cuenta este libro los pretéritos del periodismo, de la literatura, de la política, de Cataluña y de la España sacudiéndose la migraña de postguerra. Todos los puentes por los que cruzó Baltasar Porcel con flequillo rebelde y detrás de unas opacas gafas negras, para mirar más allá de frente su tiempo y el de los conflictos que cambiaron el mundo entre 1960 y la media naranja amarga de 1970.

La obligación de todo hombre es hacer lo que sabe que puede hacer bien. Lo afirmó de puño y viaje Mircea Eliade en su Diario de libreta, y rescata la cita Vila-Sanjuán en el dintel de entrada a su expediente Porcel, igual que una brújula para su excelente labor indagatoria en la superficie de las pistas, y minuciosa en el envés inédito de los archivos. Textos desconocidos, dossieres clasificados, tranches de vie en medio de no se sabe, escritos privados para entenderse mejor pasado el tiempo, aquello que los otros y los suyos le contaron… Lo mismo que el propio Porcel, junto al que lo vemos paseando por los muelles en calma. Sanjuán entrevistándolo a pie, sin dejar de andar la conversación entre el ritmo de lo confidencial y sus apreciaciones a renglón seguido. Uno pregunta, anota y subraya. El otro, con la conciencia de sonrisa franca, relata con la memoria en los bolsillos, responde, piensa, propone el reposo de un instante para que la palabra se escriba, no se la lleve el aire.

"No regaló afectos sin puntada de hilo y con desparpajo de talento, sin consigna alguna en su disfrute de batirse en polémicas"

Hay fotografías que son como párrafos visuales que cuentan en medio de lo narrado. Las ha elegido con tino, a modo de oasis entre la lectura y de testigos que susurran a la mirada curiosa o que interroga, el escritor Nadal e investigador cultural que nos va descifrando las mocedades de un Baltasar Porcel. También para él la frase de Eliade es una perfecta declaración de principios a lo largo de una vida con pasaporte para el éxito. Nunca le faltó estrella al niño que parió su madre una madrugada en guerra, y lector precoz de los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín. Casi la metáfora simbólica del joven que muy pronto le sacó partido al padrinazgo de sus mayores. El del señor de Bearn, Llorenç Villalonga, el primero en tutelarle la vocación de su talento colocándolo de recados en los Papeles de Son Armadans de Camilo José Cela, el gran Tristan Tzara español, y de nocturno corrector de pruebas en el Diario de Baleares. No hay mejor oficio para examinarle al lenguaje los excesos de pereza y los de ambición. Con ese bagaje y el escándalo de su fuga con Concha Alós desembarcó en Barcelona el autor revelación de Solnegre y de la Lluna i el Cala Llamp premiados con galardón de entrada a la sociedad editorial de los años sesenta de Barcelona. Fue ella madrina de sus traducciones del mallorquín al castellano, la otra tía Julia del escribidor. Supo tejer el posterior novelista de Los Argonautas una útil red de relaciones y de puertos en los que abarloarse de abrigo y de encargos con los que ir progresando.

No regaló afectos sin puntada de hilo, y con desparpajo de talento, sin consigna alguna en su disfrute de batirse en polémicas, el joven Porcel entró en 1961 en Planeta, donde el patriarca Lara lo adoptaría como enfant terrible. A su vera y a lo suyo, que era la cultura por insignia, aprovechó cuando la literatura hizo boom con García Márquez para descubrirnos en una colección de proa los cuentos de Juan Rulfo; Viaje al fin de la noche de Céline; la prosa de la conciencia de El ruido y la furia con temperatura Faulkner.

"Se le nota a Sergio Vila-Sanjuán que le gusta su personaje de ficción en vida, y le confecciona con elegancia y entrega de biógrafo los pasos de sus épicas"

Se le nota a Sergio Vila-Sanjuán que le gusta su personaje de ficción en vida y le confecciona con elegancia y entrega de biógrafo —que se refleja en su espejo— los pasos de sus épicas. Es un detective que en su búsqueda se descubre en el otro, y al otro en la trama que reconstruye como un poema narrativo en prensa. Es lo que nos obsequian los buenos periodistas culturales que cuentan y administran destellos, sombras, notas firmes, hallazgos, el espíritu y la atmósfera de sus personajes de carne y literatura, un estilo de identidad del que fue docto el propio Baltasar Porcel en el arte de seducción de la entrevista. Víctor Catalá, Pau Casals, Joan Miró, Mercè Rodoreda, el maestro Pla, siempre Pla, con el que salió a escampar la boira, entre sus retratos en las revistas Destino y Serra d’Or, auténticas lecciones de construcción del entrevistado a través de sus márgenes. Ninguno se resistió a su intelecto, a su manera de conversar los temas acerca de los que descubrir una exclusiva, la controversia de una noticia, la belleza de una emoción. “No sé qué quiere que le cuente este fantasma parisino con batín del exilio”, le dijo Bergamín. Siempre coleccionó confesiones en corto. De Aleixandre, de Delibes, de Robbe-Grillet…

"Tiene espacio el libro para las huellas de su enamoramiento a la francesa del ángel hippie que fue su viuda"

Ese sello lo marcó igualmente en su faceta de intelectual de opinión en Los trabajos y los días, su sección en la prensa de Godó, y en su aguda mirada geopolítica en las colinas del Golán, fascinado con la eficiencia israelí frente a la verbosidad árabe, o en la revolución cultural de China de la que regresó militante a su manera. Tiene espacio el libro para las huellas de su enamoramiento a la francesa del ángel hippie que fue su viuda, de su desnudo escénico en Hair y acerca de todos sus matices, trazados al óleo en prosa por Vila-Sanjuán, de quien fue león mandarín de la efervescencia cultural de la capital ayer cosmopolita, en la que fue el amigo personal de Jordi Pujol, el hombre de Juan Carlos I en Barcelona. El escritor periodista sospechoso de independiente, para la izquierda y para la derecha, en aquella década en vanguardia de tantos sueños, y cuyas todas sus revoluciones fueron traicionadas a cambio del oro del Banco de España del que Manuel Ortiz le enseñó a Porcel su panal acorazado.

Dice la tradición china que el valor, la fuerza, el ascenso en la vida, son simbolizados por el jabalí. Pongamos que de su destino nos regala Vila-Sanjuán su joven corazón Porcel.

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Autor: Sergio Vila-Sanjuán. TítuloEl joven PorcelEditorial: Destino. VentaTodostuslibros y Amazon

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