“Nos reconfortamos reviviendo recuerdos de protección. […] Los recuerdos del mundo exterior no tendrán nunca la misma tonalidad que los recuerdos de la casa. […] No somos nunca verdaderos historiadores, somos siempre un poco poetas y nuestra emoción tal vez sólo traduzca la poesía perdida”. —Gastón Bachelard
Hay varias novelas en Parece diciembre, de Fabricio Tocco. El primer capítulo es, palabra por palabra, la novela que le publican a Piero en España. Es la voz de su padre en el momento en que le comunica a Piero la decisión de mudarse a Europa en el pleno de la crisis argentina de 2001. El último, que apague la luz; parecía ser la consigna del caos político-económico que vivía la nación sudamericana a principios de siglo. “Es la voz del orden”, según nos cuenta el propio autor. Los capítulos restantes son una superposición de voces que cuestionan la veracidad de la novela (y por ende, ese orden, un poco maquillado por la ficción, de la voz paterna), los recuerdos de Piero, el quedarse versus irse, el volver o la fantasía perenne de un regreso a un lugar que ya nunca podrá volver a ser.
La definición de la Real Academia sobre el desarraigo es la siguiente: “ausencia o privación de vínculos con un lugar o un grupo de personas”. Más claro que el agua. A Piero lo obligan a irse de la Argentina, lo privan de esos vínculos, de esas canciones, de esos lugares. No hace mucho, dejar un lugar era prácticamente despedirse de él. Eran viajes extenuantes, no había televisión por cable y mucho menos Internet. Algo llegaba, pero siempre el día después. El desarraigo era una enfermedad mortal. La modernidad que transitamos ha amainado esas distancias. Quizás la acepción futura del término deje de ser tal y en lugar de ser una herida profunda se transforme en algo ligero, en un rasguño. Quizás entendamos el desarraigo como algo fácil de aquietar, como una suerte de jet lag vital, continuo pero remediable.
Tocco siempre preservó los vínculos con la Argentina, particularmente a nivel literario y cultural. Parece diciembre es una novela argentina, aunque tenga pasaporte australiano. Por años compartimos bytes en un blog literario argentino que se llamaba Hablando del asunto. Por otro lado, sus lazos brasileños viven en continua renovación, sobre todo en su producción discográfica (Este pibe canta, escribe, y posiblemente baile y cocine). Sus tres discos combinan el portugués y el español; la saudade y el tango.
Un referente oportuno de las óperas primas es el uso de la autobiografía como fuente de contenido. La literatura está hecha de esa constante mezcla entre lo familiar y lo ignoto, de referencias muy cercanas a la propia vida, pero protegidas por un cierto desapego, cierto embelesamiento de los hechos, de lo que recordamos, o creemos recordar.
Sin embargo, la presencia autobiográfica es una energía propulsora en los primeros ejercicios narrativos o fílmicos de muchos autores. Bastaría con citar Los 400 golpes, de François Truffaut, Trópico de Cáncer, de Henry Miller, o esa bruma continua entre el yo y el relato inventado de toda la obra de Enrique Vila-Matas.
Según Jorge Barón Biza: “La (auto)biografía es el instrumento por el cual podemos insertar en la historia nuestras vivencias, de manera tal que —tanto la historia como nuestras propias vivencias— tengan un significado más rico. Es casi uno de los pocos medios que existen para que eso ocurra. Cuando hablamos de vivencias, nos referimos a los recuerdos en los que predomina más la sensación y la emoción que la simple memoria automática”.
Ese ejercicio de contarse a sí mismo en el relato novelado revela una búsqueda interna que el autor desconoce, o cree desconocer, al principio del viaje. Tocco en su novela se embarca en un viaje de exploración en busca de material que lo ayude a ordenar su propio caos. Lo que pretende en cada voz elegida, en cada página de su novela, es más un catálogo de preguntas que llaman a una reflexión en lugar de respuestas cortas y fáciles de digerir. Es la inquietud que se antepone ante cualquier certeza.
Parece diciembre avala la teoría de Colum McCann. En su libro Cartas a un(a) joven escritor(a) / Letters to a Young Writer enfrenta ese lugar común de la escritura y abre la cuarta apostilla diciendo: “Don’t write what you know, write towards what you want to know”. Que parafraseando de manera muy libre, nos invita a no quedarnos en lo estrictamente familiar, sino a sondear con curiosidad aquello que como escritores deseamos conocer.
En la novela leemos que “de última ¿dónde empieza y dónde termina la personalidad de alguien? Si somos todo un rejunte de las personas que tenemos más cerca”. El yo es la suma de nuestras ideas y experiencias, la suma de todos nuestros encuentros y desencuentros. Como escribe Tocco, lo que nos rodea nos define. Un par de preguntas lógicas serían: ¿a quién pertenece el dictamen de lo que uno es o deja de ser? ¿A quién corresponde esa síntesis?
El expatriado se enfrenta, antes que nada, al quiebre de su propia identidad. El que emigra absorbe culturas: se va apropiando de ellas; las va integrando apaciblemente, de a poco. Al principio por necesidad, luego por hábito, y cuando quiere darse cuenta, ya forma parte de ese organismo. “El tiempo y el espacio se confunden cuando uno se va de su país…” (p.51). Se traspapelan las costumbres y hay que aprender a reírse en distintos idiomas.
“Toda la lucidez es la consecuencia de una pérdida” (p.128). El verso aparece en la novela luego de una deliberación sobre las letras de algunos temas del rock argentino y su influencia tanguera. Buscando supe que esa frase la había dicho Emil Cioran, el filósofo rumano, que simpatizó con la ultraderecha y luego se arrepintió, terminando sus días en el barrio latino de París. Pero eso resulta una referencia aislada. La lucidez y la pérdida son capacidad y sentido humanos. Mientras leía la novela de Fabricio Tocco volvía a ver Lugares comunes (2002), el filme de Aristarain con Federico Luppi, donde un escritor y su pareja que transitan la misma crisis político-económica de la Argentina de 2001 optan por irse al campo y dejar la ciudad. El personaje, en alguno de sus papeles sueltos, escribe Lux-Lucidez-Lucifer, y explica la naturaleza del ángel rebelde, cuyo exceso de lux lo llevó a transmigrar, a voltear página.
Tocco hilvana su concepto de identidad:
“La identidad es una forma de anclarse al mundo. Un mundo que está en movimiento, confuso, complicado de entender y muy dinámico; entonces la identidad nos ayuda a sujetarnos a unas coordenadas precisas y no dejarnos llevar por la corriente. Al mismo tiempo, la identidad es algo expansivo o acumulativo. No es excluyente, aunque a veces se entienda como tal. Sobre todo, cuando se afianza la creencia de los nacionalismos, o los expansionismos territoriales. No comparto esas visiones, ni tampoco las políticas de identidad que apuntan hacia otro lado, a querer reafirmar que uno es su origen. Todos tenemos una identidad, pero no somos esa identidad. Nos sirve para navegar el mundo”.
Aurora, la mujer de servicio en casa de la familia Maimmone, es la voz que concluye la novela. Ella representa, desde mi lectura, la voz de la razón y la ecuanimidad. Tal mesura emana de la vivencia y el desarraigo. Por eso, creo yo, cierra la novela. Es la voz que comparte las ideas de un Fabricio/Piero ya aclimatado a estar siempre en otro lugar. El corazón, sin embargo, no conoce distancias.
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Autor: Fabricio Tocco. Título: Parece diciembre. Editorial: Equidistancias. Venta: Web de la editorial.


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