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El día en que Gabo no pudo pagar la renta

El día en que Gabo no pudo pagar la renta

En el número 19 de la Calle de la Loma, al sur de la Ciudad de México, en la colonia San Ángel Inn, vivó Gabriel García Márquez con su familia mientras escribía Cien años de soledad. En aquella época, luego de renunciar a su trabajo como editor y redactor de frases para la publicidad, Gabo decidió dedicarse de tiempo completo a la escritura de esa novela que le robaba toda su atención y lo mantenía en un estado de agitación absoluta, hasta que llegó el día en que se vio imposibilitado para cubrir los pagos de la renta una vez consumidos sus exiguos ahorros. Así que cuando su casero, don Luis Coudurier, lo llamó para solicitarle el pago de los adeudos, la esposa de Gabo, Mercedes Barcha, le hizo saber que por el momento no contaban con el dinero para sufragar la renta, pues su marido el escritor estaba dedicado de tiempo completo a su obra literaria en ciernes; pero le prometió que una vez la concluyera, cumplirían con sus compromisos. “¿De qué tiempo estamos hablando?”, preguntó el propietario. “De nueve meses”, respondió Mercedes, quien le manifestó la disposición de Gabo para firmar cualquier documento que fuera necesario. “Con su palabra me basta”, contestó el señor Coudurier, cuya expresión de confianza significó para el escritor un respaldo moral de gran valía. Y así fue. Gabo concluyó Cien años de soledad; la novela fue un éxito rotundo; la familia García Barcha pudo hacer frente a sus deudas, y con el tiempo el mundo entero admiraría la grandeza de aquella novela escrita bajo tanta presión. Don Luis y Gabo se reencontraron en 2005, y en esa oportunidad el señor Coudurier se comprometió con el Premio Nobel a que la casa, por haber sido la cuna de Cien años de soledad, se destinaría a la literatura. Hoy, la palabra de don Luis, ya fallecido, se acaba de cumplir gracias a la generosidad de su heredera, su hija Laura Coudurier, quien ha decidido donar el inmueble de la Calle de la Loma a la Fundación para las Letras Mexicanas, la cual la convertirá en un nuevo espacio de impulso a la literatura que desarrollará un programa de actividades coordinado por el escritor Geney Beltrán, bajo la orientación tutelar de Juan Villoro. Lo escribió Shakespeare: el destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos.

ELENA GARRO, RECUERDOS DEL DEVENIR

"Don Luis y Gabo se reencontraron en 2005, y el señor Coudurier se comprometió a que la casa, por haber sido la cuna de Cien años de soledad, se destinaría a la literatura"

Las palabras de Elena Garro (1916-1998) siempre fueron polémicas, a veces resentidas, otras cortantes y afiladas, algunas incluso temerosas. Como recuerda la investigadora Patricia Rosas Lopátegui, quien acaba de publicar la obra Diálogos con Elena Garro: Entrevistas y otros textos (Gedisa), la autora de la célebre novela Recuerdos del porvenir a menudo mostraba ideas de una intelectualidad que no quería someterse a ninguna clase de poder. Un ejemplo que refleja esa personalidad punzante y crítica de Garro aflora en una entrevista de febrero de 1964, en la que asegura que “los intelectuales son escribanos de la Colonia dedicados a escribir laudos a los hombres de poder”, y declara que “el presidente no es más que un empleado del pueblo, no es dios”, y al ser un mero administrador, “si no satisface las necesidades, que se vaya”. Es más que curioso leer en su conjunto los derroteros del pensamiento de Elena Garro, quien pese a considerar que “México es un país extraordinario con un destino brillante, frustrado por una casta colonial de funcionarios”, ella vivió un largo exilio en París, ciudad donde, en una fecha ya hoy lejana de finales de los años 80, la entrevisté y pasé con ella más de cinco horas seguidas compartiendo comida, cena y el perfume que sus muchos gatos dejaban en las habitaciones. Junto a doña Elena estaba la hija que había tenido con Octavio Paz, quien por aquel entonces trabajaba en la Embajada de México en Francia. Ambas hablaban en voz muy baja del poeta mexicano, como si pudiera escucharlas y en cualquier momento llegase para reprenderlas por sus opiniones. Aparte de eso, también me llamó la atención el declarado antisionismo de doña Elena, quien reivindicaba algún viejo texto negacionista. Cosas de la edad, pensé entonces. Pero en estas conversaciones reunidas birla más la primera Garro, aquella que defendía a los indios mexicanos y decía que “el mundo entero protesta cuando linchan al negrito de Alabama, pero cuando robamos, humillamos, escupimos, violamos y asesinamos a los indios mexicanos nadie protesta”. En todo caso, vale la pena repasar los dos volúmenes que reúnen más de 300 entrevistas y textos de José Emilio Pacheco, René Avilés Fabila, María Luisa La China Mendoza, Elena Poniatowska, Braulio Peralta y la propia Rosas Lopátegui, entre muchos otros, en un trabajo casi detectivesco realizado por la compiladora, quien destaca que lo más interesante es ver cómo la voz de Elena Garro “nunca modificó su tono crítico e irreverente, atacando el statu quo, ya sea desde el punto de vista del gobierno o de las camarillas intelectuales adheridas al poder, aunque después de 1968 a veces parece más sutil, cansada y agotada después de tantos años de ostracismo, hambre, miseria y descrédito”.

LEONARDO DA JANDRA, NARRATIVA PARA PENSAR

"Las palabras de Elena Garro (1916-1998) siempre fueron polémicas, a veces resentidas, otras cortantes y afiladas, algunas incluso temerosas"

Leonardo da Jandra (Chiapas, 1951) es de esos rarísimos ejemplos de escritor filosófico alejado de modas, camarillas y reflectores, cuya obra ha ido cimentando a base de estudio, reflexión y experiencia. Es casi conmovedora la manera en que, con orgullo y tesón, ha permanecido fiel a sus principios, cuestionando el pensamiento único y la locura tecnológica de un sistema que nos aleja cada vez más de nuestras raíces humanas, esas donde la naturaleza convive con el espíritu y la razón para crear mundos menos humillantes y descorazonadores. Da Jandra vuelve ahora a la novela de “ficción filosófica” con una obra titulada El hombre soberbio (Malpaso), en la cual reflexiona sobre la naturaleza del poder y la necesidad de una ética sociocéntrica frente a las actitudes egocéntricas de quienes dirigen los destinos de los pueblos. El héroe de esta novela es un ser superdotado que en su adolescencia siempre está dispuesto a emplear sus capacidades en beneficio de los demás, provocando “un temor admirativo” por sus hazañas, pero que, con el tiempo, es humillado por esa misma población, debido a su soberbia y a su inmoral ejercicio del poder. Da Jandra ha dicho que «en la actualidad la soberbia es indisociable del poder”, algo que dejan ver aquellos jóvenes militantes que llegan a diputados o senadores y que ya no son dueños de su destino, volviéndose soberbios, lo que refleja que en la medida que escalas en el poder, te vuelves más esclavo de tu propia determinación. En esa escalada, reflexiona Da Jandra, “si el poder no tiene una fundamentación ética, deriva en formas extremas de autoritarismo”, aunque siempre se puede evitar con una buena educación humanista. Lo dicho: escribir y leer siempre es también pensar.

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