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El eco sin fin de la guerra

El eco sin fin de la guerra

Hay escritores que nacen para explorar un solo registro, mientras otros pueden dominar territorios literarios muy diversos. Rafael Maldonado pertenece, sin duda alguna, a esta segunda estirpe. Si en sus diarios nos ofrecía una especie de realismo chejoviano, hecho de pequeños gestos cotidianos y revelaciones íntimas, en Bárbara Gunz despliega un homenaje continuo y consciente a los grandes maestros de la narrativa española contemporánea, sobre todo a Juan Benet y Javier Marías. Tampoco pueden obviarse otras referencias, como el realismo del XIX, sobre todo Stendhal, y el cine negro estadounidense. Pero este homenaje a los maestros no es imitación servil, sino diálogo fecundo con una tradición que el autor hace suya sin renunciar a su propia voz y, sobre todo, a su experiencia vivida. Me refiero a la verdad que ha ganado a pulso en el ejercicio cotidiano de una profesión. Que Maldonado ejerza como farmacéutico en un pueblo desde hace años, como cuenta en sus diarios, no es un dato anecdótico, sino clave fundamental para entender la autenticidad de cada página de este libro. Quien ha conocido de primera mano los ritmos pausados de la vida provinciana y ha sido depositario de los secretos más íntimos de una comunidad —porque el farmacéutico de pueblo es confidente universal—, posee un material narrativo de valor incalculable. En las páginas de Bárbara Gunz se percibe esa sabiduría particular que solo otorga el conocimiento directo de cómo funciona realmente la vida en los pueblos españoles: sus jerarquías no escritas, sus silencios cómplices, sus venganzas diferidas…

Benet y Marías están, por supuesto, pero Maldonado va más allá de los referentes más obvios. Está también Conrad, naturalmente, con esa capacidad para convertir el paisaje en estado de ánimo y la geografía en metáfora moral. Aparece además el eco poderoso de aquellas grandes novelas que abordaron nuestra guerra civil. Por ejemplo las de Arturo Barea, con su mirada descarnada sobre los años terribles, o Días de llamas de Juan Iturralde, con su capacidad para mostrar cómo la Historia, con mayúscula, se filtra en las vidas particulares hasta transformarlas para siempre. También aparecen Chaves Nogales o Juan Eduardo Zúñiga. Todos ellos, como ahora Maldonado, indagaron en lo que supuso la guerra en Madrid: laboratorio de horrores, teatro de supervivencia y escenario donde se ensayó el prólogo sangriento de la Segunda Guerra Mundial.

Pero Bárbara Gunz no es solo una novela sobre la guerra civil española. También lo es sobre algo más complejo e igual de doloroso: sus consecuencias. Maldonado entiende que las guerras no terminan con los armisticios y sus ondas expansivas se prolongan durante generaciones enteras. En este sentido, su trabajo se hermana con el de autores que abordaron la posguerra, como Camilo José Cela o Luis Martín-Santos.

"Es un ejercicio de estilo en el sentido más noble del término: homenajea a una alta cultura demasiado vituperada en nuestros días, donde aún siguen hallándose lecciones importantísimas sobre el alma humana"

Bárbara Gunz es también un ejercicio de estilo en el sentido más noble del término: homenajea a una alta cultura demasiado vituperada en nuestros días, donde aún siguen hallándose lecciones importantísimas sobre el alma humana. Las descripciones espaciales de Maldonado —ese Majer que se alza como territorio mítico en homenaje a la Región de Benet— no son mera exhibición de maestría técnica, sino indagación en los sentimientos más universales del ser humano. Aquí está el amor, naturalmente, pero no el amor complaciente de los folletines, sino una pasión obsesiva y destructiva que marca para siempre a quienes la experimentan. También aparece la venganza, no como motor dramático superficial, sino como exploración de los mecanismos más oscuros del alma humana. Por supuesto está la culpa, que se transmite de generación en generación como una herencia maldita.

Todo ello queda envuelto en un halo de misterio que nunca se resuelve por completo. Maldonado entiende que las mejores historias son aquellas que dejan preguntas abiertas, que permiten al lector completar con su propia experiencia los vacíos deliberados del relato. La figura de Bárbara Gunz se alza así como una de esas mujeres fatales que trascienden su condición de personaje para convertirse en arquetipo, en símbolo de algo más vasto y complejo que ellas mismas.

"Maldonado sabe que el pasado no es territorio clausurado, sino presente persistente que se niega a ser enterrado. Sus personajes viven simultáneamente en varios tiempos"

Por otro lado, la estructura temporal de la novela, con sus saltos constantes entre el presente de 1958. el pasado de la guerra y casi nuestros tiempos, no responde a un capricho formalista, sino a una intuición profunda sobre la naturaleza de la memoria traumática. Maldonado sabe que el pasado no es territorio clausurado, sino presente persistente que se niega a ser enterrado. Sus personajes viven simultáneamente en varios tiempos y esa simultaneidad es clave en su tragedia particular.

Porque de eso se trata, en última instancia: de cómo los grandes eventos históricos dejan su huella indeleble en los seres humanos que los sufren, de cómo el eco de las tragedias colectivas se prolonga durante décadas en las biografías particulares.

En tiempos como los nuestros, cuando la memoria histórica se ha convertido en campo de batalla ideológico, libros como este nos recuerdan que la literatura cumple una función que trasciende la política inmediata: preservar la complejidad humana frente a las simplificaciones del presente, mantener viva esa capacidad de compasión que nos permite entender que en toda tragedia colectiva anidan infinitas tragedias particulares, cada una de ellas merecedora de memoria y comprensión.

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Autor: Rafael Maldonado. Título: Bárbara Gunz. Editorial: Confluencias. Venta: Todos tus libros

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