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El futbolista concertista

El futbolista concertista

Foto de portada: Fútbol en Valladolid en 1906 entre escoceses e ingleses en San Isidro

El futbolista, cada vez que sale al terreno de juego vestido con su equipación profesional, corre un riesgo. Sale a dar un concierto sin partitura. Nada importaría, si no tuviera examinadores afectos y desafectos. No obstante, el futbolista tiene la obligación de inventarse el fútbol en cada jugada, utilizando preferentemente la parte más alejada a su cerebro, los pies, lo que hace del fútbol un deporte antinatural. Un verdadero lío, inventado por gente encrespada que lleva la contraria por sistema con tal de hacerse notar. Me refiero a los ingleses en general y en particular a los que a finales del siglo XIX trajeron el fútbol a España de la mano (de los pies, para hablar con propiedad) de los ingenieros de minas de Río Tinto que trabajaban en Huelva. Por fijar un año, digamos que en 1860 se asentó el fútbol en España y las primeras poblaciones en las que se vio jugar fueron, según datos históricos, en Huelva, Jerez y Vigo.

Por los años de la primera década del siglo XX debió de llegar el fútbol a Valladolid, ciudad en la que escribo.

"El futbolista concertista que sale al campo a ejecutar un concierto sin partitura nos recuerda a los magníficos músicos de jazz que empiezan a improvisar en un momento de su concierto"

En mi colección fotográfica conservo la reproducción de un negativo en cristal, procedente de una cámara de doble lente, que tiene fecha de 1906. Un aficionado, al fútbol y a la fotografía, quiso inmortalizar el encuentro disputado en la pradera de San Isidro entre los seminaristas de los colegios de Ingleses y Escoceses instalados en Valladolid, que fueron los primeros en practicar este deporte.

Pido disculpas al Colegio de Ingleses (en realidad colegio de San Albano, creado en estas tierras pincianas en 1590, en tiempos de Felipe II) y a Nuestra Señora de la Vulnerata, si les ha molestado que diga que los inventores del fútbol, sus recalcitrantes antepasados, quieren vivir hoy de espaldas a la realidad. Conducir por la izquierda obliga a construir los coches con el volante a la derecha; y ello los hace inútiles en todas partes menos en su tierra. Es una imposición de corto recorrido, de andar por casa. Semejante a la imposición de la lengua catalana que ya hablamos 496 millones de hispanohablantes (más o menos).

El futbolista concertista que sale al campo a ejecutar un concierto sin partitura, nos recuerda a los magníficos músicos de jazz que empiezan a improvisar en un momento de su concierto, pasándose el fraseo musical de unos a otros. Esa es una bella improvisación. Trate de imitarla el buen futbolista.

Cossío, Ortega torero y Ortega filósofo

Aunque bien mirado, no es posible por la presencia de contrincantes que salen a estropearles el pasodoble a los ortodoxos. Los heterodoxos —decía no recuerdo qué filósofo al referirse al equipo contrario en un partido de fútbol— son los que estropean la partitura del buen concertista-futbolista. Su gran maestre, el entrenador, les ha mostrado en la pizarra las ventajas de determinada estrategia, en la que las buenas jugadas brotan magníficas sin la oposición del contrario, el frustrador de ilusiones. No olvidemos que un partido de fútbol es el encuentro de dos opiniones. Es hacerse seguidor de la teoría “de qué se trata, que me opongo”. Es semejante al encuentro, ante la televisión, de dos políticos diferentes de criterio y de pensamiento.

"José Ortega y Gasset se cogió un enfado jupiterino cuando supo que se criticaba duramente una de sus conferencias porque a ella asistían torero"

La vida intelectual española parece dar pasos hacia atrás en lugar de darlos hacia adelante. José Ortega y Gasset se cogió un enfado jupiterino cuando supo que se criticaba duramente una de sus conferencias porque a ella asistían toreros, entre ellos Domingo Ortega, en cuya finca de Toledo había asistido el filósofo a un tentadero.

“La causa de todo esto, señores, es el triste aldeanismo en que ha recaído buena parte de la vida intelectual española. Con él ha reaparecido todo su conocido repertorio: la explosión de las en­vidias, la pueril eyección de insolencias y la vana agitación en las molleras de arcilla. (…) Por eso, señores, ayudémonos, a fin de que todos juntos, con los jóvenes sobre todo, logremos lo antes posible desalojar ese aldeanismo de la vida intelectual española, porque el aldeanismo, que es en la aldea gracia y perfección, es fuera de la aldea un número de circo”.

Las palabras de Ortega tienen eco en la vida intelectual española de nuestros días. Nos da esa sensación. No obstante, piénsenlo ustedes. A lo peor estamos equivocados, una vez más.

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