Miraba el otro las prosas admirables de tres escritores famosos. Para escribir una novela, hace falta mucha prosa y, a veces, incluso después de tantos años leyendo y releyendo —amén de escribiendo y reescribiendo—, uno se pregunta desesperado: ¿de qué está hecha una novela?; ¿qué prosa es esa? Por ello, en eBiblio, me bajé sucesivamente Mimoun, de Rafael Chirbes, Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, y Dejemos hablar al viento, de Juan Carlos Onetti.
Porque empecé Mimoun, de Chirbes, que no había leído, y ya sólo su primer párrafo me pareció magistral, como suele decirse. Al propio Chirbes también debió de parecerle magistral, porque, siendo un párrafo de cinco o seis líneas, el capítulo 1 de Mimoun incluye exclusivamente ese párrafo. No se vio capaz de alargarlo sin perjuicio.
Luego la prosa del resto de su novela breve era parecida, nunca tan exacta y apretada y empática, pero siempre sobria y, digamos, modélica. A lo mejor tenía que escribir yo así.
Luego, otro día, me dio por desesperarme de nuevo y consultar de nuevo alguna novela hecha de algo, de otra prosa. Y abrí, en eBiblio, la de García Márquez. Si el párrafo de Chirbes lo leí tres veces seguidas, mis ojos se recrearon ahora en esta expresión del escritor colombiano, sobre unos tipos que acaban de matar a otro: “el trabajo bárbaro de la muerte”. Era otra prosa, sin duda, más hacia la fiesta, la música, el descubrimiento. Todas esas R, el adjetivo antepuesto (no sonaría igual “el bárbaro trabajo de la muerte”); la polisemia: bárbaro por brutal, bárbaro por gigantesco.
Si Chirbes era neutro y adulto, García Márquez era creativo y juvenil. ¿Cuál era, en fin, mejor? Porque me pareció que García Márquez era mejor o, por decirlo desde otra ladera, me pareció que me gustaría más haber escrito Crónica de una muerte anunciada que Mimoun. Había más brillo.
Inevitablemente, mientras volvía a preguntarme, una noche cualquiera, qué hacía yo escribiendo una novela que me derrotaba cuatro de cada cinco días, pues levantar una novela (una novela como-Dios-manda) es el trabajo de escritura más penoso que existe (por eso tantos escritores no escriben ya novelas); mientras, en fin, todo esto, volví al consuelo de hojear prosas preciosas, y le tocó a Onetti. Descargué de eBiblio Dejemos hablar al viento, que nunca había leído.
Me pareció enseguida que Onetti era todavía mejor que García Márquez y que Chirbes, lo cual resultaba paradójico, pues ya Chirbes era, recordemos, “magistral”. ¿Qué hay por encima de “magistral”? ¿Y por encima de García Márquez? ¿Hay algo por encima de Onetti?
“Colgué para matarle la voz y a partir de esa noche nuestra amistad mejoró, le tuve menos desprecio”. “Le acomodé las almohadas y las ropas al viejo y abrí a medias la ventana sobre la noche fresca y sin viento”. “La noche única”, se lee luego, dos veces.
Onetti no era juvenil, como García Márquez, tenía algo de la neutralidad, de la funcionalidad de Chirbes. Pero tenía también la música y la creación de Gabo, sólo que oculta, sutil, confundida con una suerte de clichés que no nos sabemos. “Matarle la voz”, leído después de las páginas que preceden al tropo (veinte o más, recuerdo) no suena a “el trabajo bárbaro de la muerte”; no suena a escritor escribiendo muy bien, parece que sale solo, natural, oído mil veces. “Sobre la noche fresca y sin viento” parece decir que la noche es fresca y hace viento, como es lógico, pero a nadie se le ocurre tan fácilmente añadir a un adjetivo una conjunción y una preposición y un nombre común. Es como escribir: “Era guapa y con tacones”.
Onetti escribe “noche única”, y enseguida pensé en la “noche unánime” de Borges. “Noche única” tenía menos montañas de vanidad, menos curvas de lucimiento que “noche unánime”. Parecía prosa sencilla, vestida de paisano. Era, sí, mejor.
Ahora, no contento con todo esto (todo esto significa: es tan difícil escribir de verdad), el gobierno me ha prohibido fumar en las terrazas de los bares. Las terrazas estas son un lugar donde acudo con frecuencia a escribir mis cosas. No tengo, y es gracioso y muy patriarcal, “habitación propia”. Nunca en mi casa he tenido lo que tantos autores llaman “su despacho”, simplemente un lugar sin cama con escritorio donde poder escribir y fumar. Por eso, por fumar y tener mesa, me voy al bar.
Este ir al bar, a su terraza, no conoce climas, y lo mismo me pueden ver por los bares del barrio en invierno, incluso lloviendo (un poco), que a pleno sol de gloria. Fumar es, entre otras muchas cosas malas, la forma en la que uno consigue olvidar la desesperación de escribir, porque está fumando mientras tanto, antes de volver a ella. Antes de volver a “la palabra justa”, “la creatividad”, “la inspiración” y demás cosas que ya no tienen importancia para nadie. Pero uno es de antigua crianza, y no puede escribir simples actas administrativas.
Así que el gobierno, prohibiéndome fumar solo en una terraza vacía en mitad de diciembre (por la salud de todos aquellos que nunca están junto a mí en la terraza), va a conseguir que no salga de casa para escribir, algo a su vez muy sano, sin duda. Una de mis mejores estrategias para seguir la senda de Onetti, García Márquez o Chirbes queda fatalmente desactivada, pues era muy peligrosa y antisocial: pedirme un café en un bar, abrir el ordenador en una mesa de la terraza y fumar.
Está prohibido, lo estará desde no sé cuándo, fumar en las terrazas y en las paradas del autobús. Acabaré escribiendo solo y sin viento.



Cómo me gusta leerle. Me prometí empezar a fumar cuando prohibieran fumar en las terrazas o la via pública…inocente de mí, pensé que tardarían más en sacar esta prohibición adelante. ¿Rubio o negro?
Alberto, tienes millones de sitios donde escribir sin perjudicar a nadie. Mucho ánimo, no te deprimas!
Hola David! También hay millones de sitios donde escribir fumando, y sin echarle el humo al que está al lado disfrutando de su bebida o comida. Cuando se prohibió en interiores también fue un drama digno de novela, en cambio ahora estamos todos los no fumadores aliviados y no ha muerto nadie por el camino. Y no, no me deprimiré por eso, desgraciadamente estoy acostumbrado al igual que tendrán que acostumbrarse los fumadores cuando esté prohibido. Te acostumbrarás, no te preocupes!!!
Anda, pues a mí me pasa justo al contrario estoy leyendo tan ricamente en una terraza y me llega a la nube de humo del fumador de al lado y me quita las ganas de estar ahí. Lo peor es que no fumar es sano y fumar es perjudicial así que si quiero respetar mi salud tengo que irme a otro sitio porque en esa terraza no podré leer.
Un saludo.
Levantar la prohibición de respirar en condiciones es lo mejor que se ha podido proponer, aunque muchos tarden en darse cuenta, si es que lo conseguimos. En cualquier ciudad mediana es difícil dar un solo paseo en que no cruces o sigas decenas de trazas de una minoría que, sin permiso, se mete dentro de ti. Si yo me aguanto las necesidades en un ascensor, ¿tan difícil para algunos es ver que no es bonito atufar al resto?
Pide un vaso de plástico para llevar y vete a un parque, allí escribirás igual o incluso mejor y el sistema respiratorio y el olor del resto de nosotros te lo agradeceremos.
Yo, como asmático que soy, y con graves problemas respiratorios, tengo vetado sentarme en una terraza, el poder pedirme un café en un bar, abrir el ordenador en una mesa de la terraza y respirar… y convivo con ello. Así que cuando leo aseveraciones similares a lo aquí expuesto, me arde la sangre que malamente me recorre por las venas.
Tono nota de tu nombre, para evitar leer nada de lo que tú escribas.
Un abrazo señor escritor.
A su palabra nunca le ha hecho, ni le hará falta, humo.
La pausa, sí. No más.
Muchos echaremos de menos el ritual, pero lo que ahora pasa es como poco necesario y como mucho de agradecer.
Nunca, nunca, nunca,espero empatía de un adicto.
Siempre, siempre, siempre, egoísmo y victimismo.
Te fastidias y a fumar a otra parte,pobrecito mío
El gobierno me prohíbe esnifar en las terrazas de los bares, cuantas grandes obras no nacerán por culpa de esto…en fin, ridículo.
Como persona que precisamente trabaja en el ámbito creativo me parece increíblemente rastrero y victimista usar la escritura como escudo para su adicción.
Todos aquellos que creamos tenemos horas bajas y proyectos que se atragantan. Usted además, tiene adicción a una droga. No hay correlación ninguna entre estas dos cosas.
Miles de personas crean sin fumar. Miles de personas fuman y no crean. Intenta usted embellecer un problema que tiene.
Por qué no aprovecha usted mejor la oportunidad para dejar esa adicción que solo le hace daño. Porque le prometo que la inspiración no viene de la nicotina.
Si los millones de fumadores (y fumadoras) tomaran conciencia de lo molesto (y perjudicial) que es para un no fumador (y no fumadora) tragarse el humo de su cigarro, no sería necesario imponer leyes restrictivas. Y todavía dicen que es mejor educar que prohibir… Educación es precisamente lo que le falta a quien vierte el humo de su cigarro sobre otra persona sin ningún tipo de pudor, y todo por una permisividad social ante este mal, tal y como manifiesta el autor. Porque… ¿acaso vería con buenos ojos que en una terraza de un bar (o ascensor, como dicen por aquí) me aliviase de gases el intestino? Pues tenga en cuenta que mi pedo, aunque molesto, contendría menos elementos nocivos que el humo de su tabaco. Y puede que ni siquiera oliese tan mal.
Hasta las NARICES del victivismo fumador.
¡Bueno, sr. Olmos, no se victimice usted por esta fruslería! No es necesario buscar subterfugios ante la falta de creatividad o buscar sustancias que emotiven y estimulen. Eso es artificial.
A Dante no le hizo falta fumar, ni a Ovidio, ni a Homero, Petrarca, Gonzalo de Berceo, a Per Abbat, al Marqués de Santillana o a Platón. En todo caso alguna copita de vino.
No he fumado nunca y he pasado más de cuarenta años trabajando en atmósferas irrespirables, sufriendo la falta de oxígeno. En locales públicos y hasta en hospitales se fumaba. Era una vergüenza. El país entero era una gran nube de humo.
Además, en general, el fumador es el ser más guarro de la Creación. Las colillas se tiran al suelo, se pisotean, nunca van a parar a ese objeto que es el más inútil que se haya inventado: el cenicero. Miles de colillas alfombran las aceras de nuestras ciudades, los parques, los andenes de tren, etc. Pero, además, el campo, la naturaleza no se libra de colillas. Los fumadores, insignes guarros, como digo, llenan de colillas las playas, los montes, los ríos. El mundo entero es una gran colilla.
De las pocas cosas que agradezco al Psoe, eso sí con cierta timidez, es el de haber legislado contra el tabaco. Un punto a su favor, aunque me cueste decirlo. El PP, con el pasmado fumapuros a la cabeza, siempre ha estado a favor del humo. ¡Descerebrados!
Mire al suelo cuando esté dando un paseo, sr. Olmos, y sentirá usted vergüenza de ser fumador.
Saludos.
Por fin voy a poder escribir (mal que bien) en las marquesinas del bus y en las terrazas de los diciembres.
Viviendo en Buenos Aires un día Onetti, fumador empedernido, se quedó sin cigarrillos. Salió a comprar y luego de recorrer varios lugares fracasó en su intento. A la vuelta a su vivienda se sentó frente a la máquina de escribir y de un tirón escribió “El pozo”. Quién dice, Alberto, quizás hasta te inspiras y todo.