Érase una vez un hombre extremadamente gordo. Con tal motivo se propuso adelgazar, emprendió una dura campaña y en una semana perdió 213 gramos. Una nonada, dirán ustedes. Pues no: si antes pesaba 120,53 kilos, de pronto pesaba sólo 120,317. Pero es que no se detuvo ahí, perseveró y como la Virgen de la Perseverancia es la Santísima Madre del Señor de los Éxitos, al cabo de un mes había perdido nada menos que 852 gramos, se había quedado hecho un alfeñique y ya no le disgustaba verse en el espejo.
Afortunadamente, porque, si voluntarioso, este caballero, que se llama Eddie y es de Durham, sólo discurre mamarrachadas; para colmo, es muy capaz de llevarlas a efecto a lomos de su voluntad, que es férrea.
Como las vías del tren, igual.
Viene esto a cuento de la sobrevalorada virtud de la voluntad. La voluntad no vale un ardite sin una miaja de criterio: por menos de un pimiento, la voluntad conduce al desastre, como nos muestra la ridícula vida ejemplar que estamos desgranando. La voluntad es como el alcohol, el tabaco o las aspirinas: sólo un poquito. Pero muy poquito o metes la pata hasta el corvejón. Puede verse en los tristes casos de actualidad de Donald Trump, Benjamín Netanyahoo o Vladimiro Putín, voluntariosos caballeros que van a conseguir que acabemos a puñadas, como en el rosario de la aurora, sólo que con resultado final de desaparición, igual que el señor gordo de nuestra historia. Así que cada vez que me cruzo con una persona voluntariosa tiro para otro lado: la fuerza de voluntad y la firmeza me producen escalofríos.
Lo que hace falta es criterio: menos fuerza y menos firmeza, de voluntad o de lo que sea, y más criterio.
Que desgraciadamente no hay.
Y así nos va.


“Hay que invertir en criterio”. Esto es lo que decía cierto medio centro con el que coincidí un par años en una liga municipal de Hortaleza.
Cada vez que encajábamos un gol (que era muy a menudo) porque uno de nuestros muy voluntariosos compañeros cometía un error el pobre tipo miraba con resignación hacia la portería y repetía la frase de marras.
Muy cierto, “hay que invertir en criterio”.