El otoño abría camino en la ciudad cuando tomé en mis manos Comerás flores (Libros del Asteroide), la prometedora novela debut de Lucía Solla Sobral. Ya desde la primera página sentí el murmullo de algo cercano: una voz que habla desde el vértigo de querer amar, desde el abandono de un duelo, desde el miedo disfrazado de ternura.
Al principio, Jaime encanta. Nadie había prestado tanta atención a Marina: se siente única. Su encanto seductor se extiende a su entorno: la familia de Jaime lo celebra sin reservas. Es como si Marina hubiera sido admitida en un mundo en el que no creía que podía entrar. Pero lo que empieza con flores —atenciones, elogios, regalitos— no tarda en teñirse de espinas. El relato gana tensión cuando los pequeños gestos se vuelven exigencias, las ausencias se justifican como medidas de cuidado y los silencios pesan más que las palabras.
Solla no describe un maltratador caricaturesco, ni una víctima idealizada: pintas grises. Jaime tiene momentos de afecto, promesas de rescate; Marina, momentos de convicción y esperanza. Pero también hay celos sutiles, imposiciones invisibles, comparaciones, silencios largos. Y en ese terreno ambiguo radica el poder de la novela. Porque lo peligroso no siempre golpea: muchas veces susurra. Y ella lo sabe.
Uno de los giros más potentes es la figura de Jimena, la hija de Jaime, casi de la misma edad que Marina. Al principio, Marina la ve como competencia; con los días descubre que Jimena también convive con silencios violentos. Esa simetría inesperada construye un vínculo complejo: enemigas al principio, cómplices después. Es una escena en espejo: la joven novedad y la hija consolidada enfrentan el mismo hombre desde su vulnerabilidad. Esa convergencia me pareció un hallazgo literario: fraternidad no buscada entre mujeres heridas que no sabían que podían reconocerse.
La prosa de Lucía Solla Sobral mezcla la delicadeza y la contundencia. Hay pasajes tan poéticos que parecen un susurro, pero algunos golpes duelen como abismos. El lenguaje fluye con naturalidad —sin barroquismos innecesarios— y al mismo tiempo crea imágenes poderosas: el aroma de las flores, la fragilidad de una mirada, el vértigo que cala en la piel. No se trata de embellecer el dolor, sino de nombrarlo sin miedo.
Me impactó mucho cómo el duelo paterno está latente, pero no se manifiesta como tema principal sino como telón. Marina no solo llora por su padre: lo que llora muchas veces es el padre que no podrá recuperar, el lugar de hija que se desdibuja, el vacío que busca rellenar con amor. Y ese relleno, cuando no es correspondido, tiende a borrar identidad.
Otro contrapunto importante en el libro es Diana, la amiga fiel. Ella representa lo que Marina fue, lo que puede volver a ser. Cuando Marina está cerca de disolverse entre expectativas y silencios, Diana aparece como resistencia: conversación franca, memoria compartida, risas que reviven lo vivido. Sin Diana, la novela sería un monólogo turbulento. Con Diana, es también canto solidario.
Quizás lo más valioso de Comerás flores (Libros del Asteroide) es su capacidad de hacer visible lo invisible: el maltrato que no deja moretones, la sumisión suave, la manipulación en detalles sutiles. Lo que más cuesta nombrar lo nombra con precisión. Te deja pensando en esos momentos propios donde tu voz se calló sin que te dieras cuenta.
Leí el libro en pocas noches. Me sorprendió que, al cerrarlo, quedaran ecos: fragmentos que vuelven, frases que regresan, silencios que retumban. No es una novela de efectos espectaculares; su fuerza radica en lo íntimo, lo pequeño que crece.
Si tuviera que decir algo más, Comerás flores (Libros del Asteroide) es una invitación a caminar acompañada por las propias grietas, a mirar las flores con ojos lúcidos para reconocer también las espinas. Y esa lección, en el mundo de hoy, es radical.
En su aparente sencillez, la novela despliega una mirada hondamente contemporánea sobre el amor y el poder. No busca sentencias, sino preguntas: ¿cómo se construye la entrega sin perderse?, ¿cuándo un gesto de cuidado se vuelve control? Solla nos deja ante ese espejo incómodo, donde cada lector puede reconocerse en algún destello. Hay algo de rito en esa lectura: el reconocimiento duele, pero también limpia. La autora no ofrece salidas, solo una luz tenue para no perderse del todo. Y ahí reside su verdad más profunda: la de quien narra sin juzgar, solo para alumbrar. Leer Comerás flores es aceptar que incluso en la ternura puede habitar la herida. Lo que sorprende, además, es cómo la autora logra sostener esa tensión sin recurrir a la espectacularidad ni a la denuncia explícita. Su escritura tiene algo de cinematográfico y a la vez íntimo: los espacios se vuelven atmósferas, los gestos cotidianos adquieren densidad simbólica. Las flores —tan presentes en el título y en la trama— no son mero adorno: representan lo bello que puede doler, lo que crece incluso sobre la herida. A lo largo de la novela, el aroma, los pétalos, la textura vegetal se transforman en lenguaje corporal; las flores son una extensión del cuerpo de Marina, una forma de decir lo que aún no se atreve a pronunciar. Así, lo natural y lo emocional se entrelazan hasta volverse indistintos. Esa capacidad de traducir lo íntimo en imágenes sensoriales recuerda a autoras como Natalia Ginzburg o Annie Ernaux, pero la voz de Solla tiene su propio pulso, más contemporáneo, más próximo a la incertidumbre millennial: esa generación que se debate entre la necesidad de independencia y el deseo de ser mirada con ternura. Marina encarna esa contradicción con una autenticidad que conmueve. No hay heroísmo, hay supervivencia. Y esa supervivencia se construye palabra a palabra, como si escribir —o narrarse— fuera el único modo posible de volver a existir. En este sentido, Comerás flores también es una novela sobre el lenguaje: sobre cómo nombramos lo que nos pasa y, en ese acto, cómo nos reconstruimos. Lucía Solla escribe desde una sensibilidad que no teme al silencio. Cada pausa, cada espacio en blanco, tiene el peso de lo que no se puede decir. Esa economía emocional —que nunca se confunde con frialdad— convierte su prosa en un territorio donde la vulnerabilidad se vuelve lucidez. Y en tiempos saturados de discursos y diagnósticos, esa lucidez es casi una forma de resistencia. Otro de los grandes aciertos de la novela es su mirada sobre la amistad femenina. Diana no es solo una secundaria: representa la memoria de lo que Marina fue antes del naufragio emocional. Su presencia devuelve ritmo, aire, y también ironía. Hay diálogos entre ellas que alivian la tensión y, a la vez, revelan con sutileza la distancia que crece entre ambas. Porque cuando una amiga empieza a desaparecer tras una relación absorbente, el duelo también se comparte, aunque en silencio. Solla no olvida ese costado comunitario del dolor: su escritura no solo observa a una mujer que sufre, sino a un entorno que aprende a mirar. Y eso convierte la novela en algo más amplio: un espejo generacional donde la violencia emocional se reviste de gestos cotidianos. La autora evita los juicios fáciles y se adentra en la complejidad: las contradicciones de Marina no la vuelven débil, la hacen humana. Ese equilibrio entre la empatía y la crítica es quizás lo más difícil de lograr en una primera novela. En lugar de alzar la voz, Solla la afina. Y lo hace con una madurez narrativa poco frecuente. Hay fragmentos en los que la escritura se acerca a la poesía, pero sin abandonar la claridad narrativa. Por ejemplo, cuando describe una mirada, una habitación o una respiración contenida, el lenguaje se detiene justo antes del exceso. Y ese control —esa contención— es lo que otorga belleza a lo doloroso. Leer Comerás flores es asistir a una educación sentimental en clave contemporánea, una exploración del deseo y la dependencia emocional desde el punto de vista de quien aún no sabe si debe huir o quedarse. La autora parece decirnos que crecer también implica aprender a poner nombre a las heridas, y que el amor, cuando no permite respirar, no es amor sino reflejo. Hacia el final, cuando Marina empieza a reconocerse, no hay redención ni consuelo: hay comprensión. Y esa comprensión —tan escasa en la narrativa actual— es la que nos acompaña mucho después de cerrar el libro. Porque si algo logra Comerás flores, es hacerte pensar en tus propias flores, en tus propias espinas. Y ese efecto, íntimo y silencioso, es el signo más claro de una literatura que perdura.
—————————————
Autora: Lucía Solla Sobral. Título: Comerás flores. Editorial: Libros del Asteroide. Venta: Todos tus libros.


Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: