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El mejor de los orgasmos

El mejor de los orgasmos

«La gente se cree que esto no es más que miseria y desesperación y muerte y toda esa mierda que no hay que olvidar, pero lo que olvidan es el placer que supone», explica Mark Renton, el protagonista de la película Trainspotting, parafraseando las reflexiones del personaje en la novela homónima de Irvine Welsh. Efectivamente, la pregunta resulta inevitable: si conduce a una más que probable ruina, ¿por qué se aventuran en la heroína? Lo explica con total desparpajo: «Coge el mejor orgasmo que hayas tenido, multiplícalo por mil y ni siquiera andarás cerca».

La lectura ordinaria de Trainspotting como una crítica al mundo de la droga entra en conflicto con esas reflexiones. ¿La pasamos por alto y pelillos a la mar? No nos avengamos a tan plácida interpretación. La obra —novela y brillantísima adaptación cinematográfica—no resultaría tan fascinante de no lanzar ese mensaje contradictorio. Sí, hay calamidad y destrucción en todo esto, pero también hay placer. Tal vez la literatura no tenga otro objetivo que poner ante nuestros ojos la complejidad humana. Dicho de manera abrupta: Trainspotting contiene una crítica a la droga tanto como un alegato. En esta dicotomía radica su grandeza. No olvidemos que el célebre monólogo que abre la película, uno de los más memorables inicios del cine contemporáneo, indica ya que el protagonista ha tomado la muy libérrima decisión de permanecer en los márgenes de la sociedad. En otro momento se consigna de manera explícita que la adicción a la heroína no deriva de una pulsión incontrolable, sino que constituye una determinación en toda regla: «Spud, Sick Boy y yo tomamos la saludable, documentada y democrática decisión de volver a engancharnos a la heroína lo antes posible».

"Epicuro pensaba en la comida y el sexo, en los años 80 del pasado siglo habría pensado también en la heroína"

También en El pico, la más valiosa obra que dio el género del «cine quinqui», se lanza el mismo mensaje: «Te da la paz. Esa paz de la que tanto hablan, la encuentras de pronto», dice el protagonista. Téngase en cuenta que tanto el actor, el carismático José Luis Manzano, como el director, Eloy de la Iglesia, eran adictos consumados y conocían bien las miserias de semejante condición.

El asunto tiene su vertiente filosófica. La autora norteamericana Jennifer Michael Hecht defiende en The happiness myth: an expose que existen tres tipos de felicidad: la vinculada a placeres intensos; la radicada en días de más difusa bienaventuranza personal; y la que consiste en percibir nuestra vida toda como un proyecto significativo. Se trata de felicidades diferentes, valiosas y, he aquí el problema, incompatibles. Una existencia humana adolecerá de una carencia irremplazable si renuncia a alguna de ellas. Debemos decidir qué peso otorgaremos a cada uno de los elementos, pero cometeríamos un error menospreciando esos efímeros calambrazos de bienestar. Pero ya avisaba Epicuro, hace más de dos milenios, que esos placeres, sensuales y epidérmicos, tienen consecuencias nocivas y, por tanto, conviene mantenerlos a raya. Epicuro pensaba en la comida y el sexo, en los años 80 del pasado siglo habría pensado también en la heroína.

"Christiane se inyectaba un pico en el cuarto de baño de su casa antes de ir a clase. Se llevaba al instituto su jeringuilla y su cucharilla, y allí volvía a inyectarse"

Alemania reflejó también los estragos del opiáceo con maestría artística. Yo, Cristina F. se basa en el libro publicado en 1978 por unos periodistas de la revista Stern. Estos se habían propuesto relatar la historia de Babsi, muerta a manos de la heroína a los catorce años, pero se encontraron con Christiane Vera Felscherinow y fue su historia la que contaron. Christiane se inyectaba un pico en el cuarto de baño de su casa antes de ir a clase. Se llevaba al instituto su jeringuilla y su cucharilla, y allí volvía a inyectarse. Por la tarde, acudía a la Bahnhof Zoo, donde se prostituía para poder financiarse la adicción. En la estación se congregaban gran cantidad de prostitutas y chaperos, enganchados la mayoría de ellos. La práctica totalidad de amigos de Christiane murió a manos de la heroína. Su novio, Detlev, por quien se introdujo en la droga a pesar de su rechazo inicial, se recuperó plenamente y a día de hoy es padre de familia y trabaja como conductor de autobús. Ella es una sexagenaria que ha luchado contra la adicción durante toda su vida, una vida repleta de problemas, incluida la retirada de la custodia de su hijo por los servicios sociales alemanes. Epicuro, pues, tenía razón: a placeres intensos, intensas consecuencias.

No hay en el libro o la película sobre Christiane atisbo de esa apología de la heroína que hallamos en Trainspotting, pero sí que se percibe el elemento que Kundera identificaba como definitorio de la novela: el juicio moral queda suspendido. No hay defensa, pero no hay condena. Está la vida, los más sórdidos aspectos de la vida, en su desnuda inclemencia. Y uno no puede evitar pensar en lo mucho que nos pueden enseñar la literatura y el cine cuando no se empeñan en enseñar.

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