Con cuarenta y siete títulos publicados, el prolífico Michael Connelly prueba en Belladona que su escritura está lejos de jubilarse y depender del universo “Harry” Bosch – Renee Ballard, y Mickey Haller, El Abogado de Lincoln, sus personajes más conocidos. En esta ocasión, el exitoso autor lleva la acción a la Isla Catalina y nos presenta a un protagonista nuevo, el sargento detective Stilwell, cuyo aterrizaje en el lugar responde menos a una decisión profesional que a una maniobra política dentro de la policía de Los Ángeles.
Connelly opera aquí con las herramientas que mejor maneja: el procedimiento policial detallado, la ética herida de su protagonista y la brecha cada vez más visible entre justicia y las instituciones. Pero introduce una novedad significativa: el espacio. La isla, con su belleza aparente y su aislamiento elegido a propósito, actúa casi como un personaje más que permite crear la perspectiva al lector dispuesto a no perderse nada. Un territorio donde se percibe una tensión entre lo que muestra y esconde, una frontera difusa entre el refugio y la amenaza.
Lo interesante es que Stilwell es presentado como un investigador obligado a demostrarse vigente cuando todo a su alrededor parece relegarlo. Su motivación —una mezcla de responsabilidad profesional y necesidad íntima de reivindicación— dota al relato de un pulso emocional que recorre la novela sin estridencias.
La búsqueda de la mujer conocida como “Belladona”, la víctima, el rastreo de viejas complicidades y ese choque inevitable entre protocolo y convicción moral refuerzan una idea central en la obra de Connelly: el crimen no es una anomalía del sistema, sino uno de sus efectos colaterales más persistentes.
Desde el punto de vista literario, Belladona combina con naturalidad dos tradiciones: el thriller de precisión —indicios, entrevistas, giros medidos— y la novela de atmósfera, donde el lugar importa tanto como la trama, con diálogos realistas y personajes bien desarrollados. La narración avanza con un ritmo contenido, fiel al estilo del autor, lo que no representará una sorpresa, sin renunciar al entorno referido que parece supeditar a cada personaje.
Para los lectores habituales, la novela ofrecerá un ambiente reconocible: profesionales desgastados, límites borrosos entre ética y supervivencia, estructuras que se defienden a sí mismas antes que a la sociedad. Para quienes lleguen a Connelly por primera vez —lo cual sería sorprendente a estas alturas para quienes gustan del género— Belladona funciona como una puerta de entrada limpia: un caso autónomo, un protagonista fresco, un escenario distinto que evita la dependencia de un trasfondo previo, independiente de sus criaturas más conocidas. Teniendo en cuenta que el autor ha hecho series cuyos personajes secundarios aparecen en las historias de los principales podemos inferir que Stilwell no será la excepción y le veremos probablemente cruzar su GPS con el del dúo Bosch-Ballard en el futuro.
Por todo ello, decimos que Belladona reafirma las preocupaciones centrales del autor vinculadas con la justicia, la corrupción, la verdad y el desgaste moral, pero las articula desde un espacio menos transitado, con la sobriedad estilística que ya caracteriza a Connelly en su madurez.
Una isla luminosa que esconde las sombras, un detective que aún no ha dicho su última palabra y un crimen que desbarata la ilusión de tranquilidad: suficientes motivos para acompañar a Stilwell en este nuevo mapa de contradicciones humanas propuesto por el viejo maestro.
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Autor: Michael Connelly. Título: Belladona. Traducción: Javier Guerrero Gimeno. Editorial: AdN. Venta: Todos tus libros.


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