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El olvido del cielo: Sobre la literatura mística española

El olvido del cielo: Sobre la literatura mística española

Mi mano, anquilosada de escribir sobre las teorías soteriológicas del misticismo, evocaba a Fray Luis de León, un místico frustrado que —según Dámaso Alonso— no alcanzó plenamente el último estado de unión con Dios. Fray Luis, el “poeta doloroso”, aspiraba al cielo, al abandono del mundo, al ascensus platonicus que habría de conducirlo hacia lo divino. Lo dejó escrito con claridad casi estoica:

“¡Qué descansada vida / la del que huye del mundanal ruido…”

Esa huida —más deseada que lograda— recorre sus odas, su búsqueda y sus dudas… más humanas que celestiales.

Y tras él, sobre San Juan de la Cruz, el místico absoluto, cuya poesía condensa la paradoja de entender sintiendo y sentir entendiendo. En sus versos, la paloma, la llama, la lámpara, el ciervo perseguido… no son solo imágenes: son la pasión del alma que corre tras el Amado en un acto de amor inextinguible.

Qué decir de la cadencia prodigiosa de San Juan, de su Noche oscura del alma, su Llama de amor viva, su Cántico espiritual. En ellos, la muerte no es final, sino tránsito; la nada, plenitud.

“¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!”

Ahí, donde arde la herida, no queda ya lugar para el discurso. Solo el fuego. San Juan no explica: quema.

Y luego, Santa Teresa. Sus versos —a veces toscos en la forma, pero encendidos en la fe— reflejan, mejor que cualquier tratado, la experiencia íntima del alma que, lejos de la retórica, se abraza a lo absoluto.

“Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.”

En esas líneas late una verdad que desborda la lógica: el deseo ardiente de fundirse con Dios, de dejar atrás este mundo imperfecto para habitar —al fin— en la plenitud. Su poesía, claramente, no busca agradar, sino trascender.

"Hoy, en tiempos de ruido y dispersión, la voz de los místicos sigue hablando al corazón humano. Nos recuerdan que hay caminos que no se conquistan con razones, sino con entrega"

La mística española del Siglo de Oro no fue una hazaña literaria, sino un incendio del alma. San Juan, Teresa, Fray Luis… no escribieron para explicar: escribieron porque sus palabras ardían en busca de algo que apenas podía decirse.

Hay versos donde la experiencia humana roza lo inefable; donde la poesía deja de ser un arte humano para convertirse en balbuceo ante lo sagrado. En ese sentido, pocos versos resultan tan estremecedores como aquel de San Juan de la Cruz, cuando escribe: “un no sé qué que quedan balbuciendo”. Al leerlo, parece hablar una voz más allá del hombre, una voz que trasciende y se revela en esa música secreta.

Y en ella, el alma reconoce algo que no sabe nombrar, pero que sabe eterno.

"No se impone con imágenes rutilantes ni con altares dorados, sino que arde en lo secreto, donde lo visible ya no basta y lo invisible empieza a hablar"

Hoy, en tiempos de ruido y dispersión, la voz de los místicos sigue hablando al corazón humano. Nos recuerdan que hay caminos que no se conquistan con razones, sino con entrega; que hay silencios que iluminan más que mil palabras. Y que la literatura, cuando roza lo absoluto, no embellece la vida: la incendia.

María Zambrano llamó a esto “razón poética”: una forma de conocimiento que no separa sentir y pensar, que atraviesa horizontes fríos con una luz carnal y ardiente: la chispa que permite que lo íntimo se haga palabra viva.

La mística, en su forma más pura, no es doctrina ni espectáculo: es transformación. No se impone con imágenes rutilantes ni con altares dorados, sino que arde en lo secreto, donde lo visible ya no basta y lo invisible empieza a hablar. No hay ruido, ni fervores masivos. La mística no viste mantos bordados ni busca vitrinas: se revela donde nada reluce.

Y esa llama, silenciosa pero constante, aún puede prender al otro lado del libro, en quien se atreve a dejarse quemar por ella.

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Héctor Lozano
Héctor Lozano
4 meses hace

Esto no explica, quema! Gracias!
Héctor Lozano