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‘El Padrino’: La mejor saga de la Historia

‘El Padrino’: La mejor saga de la Historia

Pues sí, el título es un poco clickbait, pero no por eso deja de tener visos de realidad. A ver cuántas otras sagas pueden decir que TODAS sus partes fueron nominadas al Oscar a la mejor película, ganando además dos de tres. Como ya dijimos al hablar de Cadena perpetua, esta y El Padrino son las dos películas que tras décadas de recoger millones de votos populares en la web IMDB aparecen casi siempre en los dos primeros puestos de los mejores films de la historia, así que puede que ninguna sea la película número uno de mucha gente, pero son las que más alto quedan en la estima media de los votantes. En 2019 se cumplen 50 años de la publicación de la novela, de forma que vamos a presentarle aquí nuestros respetos, así como a la adaptación y continuación de Francis Ford Coppola, una trilogía ganadora de un total de nueve Oscars. Su historia de mafiosos italianos, luego italoamericanos y luego americanos cubre tres generaciones desde 1901 hasta los 90 (aunque solo diez años en el libro, de 1945 a 1955), y abarca tantos temas grandes y mayúsculos que ese posiblemente sea el motivo de su éxito: familia, traición, lealtad, pobreza mísera, riqueza excesiva, violencia, venganza, abuso inhumano, emigración, fuerza de voluntad, inspiración en la vida real y un marcado parelelismo entre cómo se hace una gran dinastía y cómo se hace una gran nación: a base de tripas, sangre y ley del más fuerte. No por nada la cita de Balzac que abre la obra dice: «Tras cada gran fortuna hay un delito»

[aviso de destripes que no podrás rechazar en todo el texto]

El autor de la novela, Mario Puzo, era un italoamericano nacido en la Cocina del Infierno neoyorquina que a punto de plantarse en los 50 años de edad no había conseguido llegar a mucho en el tema de la publicación: tras chapotear un tiempo en el mundo periodístico y editorial, se encontraba con cinco críos, un oficio de chupatintas para el gobierno y un par de buenas críticas para libros anteriores que no habían traído consigo ningún tipo de éxito económico. Harto de esto, decidió tomarse en serio la observación de su editor de que su libro anterior (The Fortunate Pilgrim, traducido al español como La Mamma) habría tenido más éxito si hubiera tenido más mafia, y usó los rumores, historias y reportajes sobre el tema que llevaba oyendo toda la vida en Nueva York para marcarse un best seller popular con todas las letras y con mucho de todo. Curiosamente, ese mismo editor con el buen ojo para la idea le rechazó el proyecto, y brujuleando por ahí, Puzo acabó en la Putnam. En los siguientes cinco años ganaría dos Oscars al mejor guion y se pasaría 67 semanas en la lista de los diez más vendidos del New York Times. Según el autor, el propósito inicial era hacer una obra más bien irónica sobre la mafia, al modo del Quijote en las novelas de caballería o de Jonathan Swift, de quien era admirador, en las novelas de viajes, pero la gente se tomó su prosa seca y meramente funcional como una crónica ficcionalizada de lo que realmente pasaba en ese mundo. Tampoco le acabaron de gustar los monólogos autojustificativos de varios de los personajes en la película en torno a por qué hacen esto o lo otro, pero el éxito se lo llevó todo por delante y Puzo colaboró en el guion de la tercera parte.

Una curiosidad es el paralelismo entre la estructura familiar de los Corleone con los Karamazov de Dostoyevski, autor que Puzo cita a menudo en sus obras: ambas familias tienen un padre poderoso, un hijo mayor impulsivo, otro manso, y otro reflexivo e inteligente, además de un hijastro adoptado que trabaja empleado para la familia. El patriarca original, Vito Andolini, natural del poblacho siciliano de Corleone, llega a América en 1901 huyendo de un delito de sangre, y allí, moviéndose con paciencia, buen juicio y violencia decisiva cuando es necesario, va usando las malas artes de la extorsión, el chantaje y los juegos de azar para hacerse rico e ir multiplicando sus actividades, principalmente entre la comunidad italoamericana de Nueva York. Aunque la trilogía fue luego re-montada en orden cronológico para una edición llamada The Godfather Saga (o El Padrino Épico en España), originalmente la primera película comienza en 1945, con la Segunda Guerra Mundial recién terminada, y con la famosísima escena del modesto sepulturero Amerigo Bonasera pidiéndole un favor a Vito, a quien ya todos conocen como Don Corleone, en el día de la boda de la hija del Padrino: ayudarle a vengarse del mozo («no italiano», especifica) que apalizó a su hija en una cita cuando la chica «mantuvo su honor» y se resistió a que se propasasen con ella.

Es una escena que resume desde el principio muchos hilos temáticos de la saga: la importancia de las tradiciones (el Padrino no puede negarse a un favor pedido en día tan señalado), la hermandad de los inmigrantes procedentes del mismo país en otra nación (lo cual no significa siempre que se ayuden entre ellos, al revés, es de donde salen los primeros explotados), el deseo de venganza cruel, física y bíblica cuando la justicia legal no alcanza, y el mecanismo clientelar de preponderancias sociales. Hasta entonces, Bonasera se había mantenido lejos del mafioso del barrio, pero ahora, a cambio del favor, quedará al servicio del Don para lo que él quiera cuando él quiera. Aparte, ¿qué mayor símbolo de dónde estamos y de cómo es el nuevo país que abrir la historia por boca de un hombre llamado Amerigo? En este momento de su vida, con cuatro hijos adultos, una gran mansión y todos los bienes materiales que pueda desear, Vito es un hombre temido, odiado, respetado, adorado o envidiado, dependiendo de quién seas, pero nunca ignorado. Igualmente famosa es la composición del personaje que hizo Marlon Brando desde esa primera escena, enfocándolo como un bulldog de mandíbula poderosa, compuesto a base simplemente de meterse unos algodones junto a las muelas inferiores.

El día de la boda es también el de la vuelta al redil de Michael (Al Pacino), el hijo varón más joven, que también se ha intentado mantener al margen de los negocios mafiosos de la familia, se ha alistado en el ejército y hasta se ha echado una novia rubia y protestante de New Hampshire, Kay (Diane Keaton), a la que empieza a contarle cosas sobre la costumbre de su padre de hacer ofertas que no se pueden rechazar o de que sobre los acuerdos escritos queden estampados o bien una firma o bien los sesos de la otra parte contratante. «Así es mi familia, Kay, no yo». Y de eso van a tratar en realidad las nueve horas siguientes: saber si Michael es así o no.

Tom Hagen (Robert Duvall) es el siguiente personaje que adquiere protagonismo. De origen germano-irlandés, es un huérfano recogido por la familia cuando era niño, y que ahora sirve al Padrino como abogado, consigliere y chico de los recados, entre ellos intentar cumplir otro de los encargos de ese día de la boda: el famoso cantante Johnny Fontane (modelado sobre el ejemplo de Frank Sinatra, al que no le gustó un pelo que lo retrataran tan cerca de sus amigos mafiosos) quiere hacerse con el papel en una película que relance su declinante carrera, y para Hollywood se va Hagen. Después de una conversación, una cena y una negativa, el asunto queda resuelto con una cabeza de caballo en la cama del productor.

Después de la boda, vuelta a los negocios. La novedad revolucionaria del momento es la heroína. Hasta ahora los Corleone están metidos principalmente en controlar el juego, los sindicatos del trabajo y a algunos políticos y jueces, pero las drogas son el futuro, sobre todo por el dinero que producen. El consejo de Tom es que aunque sea un tema que no guste, quien lo domine se hará demasiado poderoso en el futuro próximo como para poderse mantener impune y fuera de su alcance. O sea, una doctrina muy típica de los años de la Guerra Fría, cuando se publicó la novela y se rodaron las dos primeras películas: ataca antes de que te ataquen. El pasarse a la droga o no es uno de los puntos centrales de muchas historias sobre la mafia, como también se ve por ejemplo en Uno de los nuestros, y el Padrino lo rechaza: demasiados riesgos y demasiada atención policial sobre él y los suyos. Y ahí es cuando se empieza a estropear todo. Los Corleone se podrían haber hecho millonarios prestando su influencia política a Virgil Sollozzo y los Tattaglia, pero tras su negativa es el turno de otros de hacer morir a los que a hierro matan: el gorila principal de la familia Corleone, Luca Brasi, es asfixiado al intentar husmear y el propio Padrino se libra por los pelos de morir cosido a balazos en un puesto de naranjas. Fuera de juego durante meses con cinco tiros en el cuerpo, y con una guerra prácticamente declarada, es hora de ver de qué pasta está hecha la siguiente generación.

Nos faltaban dos hermanos por presentar: el mayor, Santino, Sonny para los amigos (James Caan), es un sangre caliente colérico y demasiado impulsivo que no sirve para pensar, y el segundo, Fredo (John Cazale), es un blandengue borrachín y esmirriado, majetón a ratos, pero desde luego no hecho para este mundo. Michael, con su cabeza bien amueblada y su entrenamiento militar, es desde luego el más adecuado (Tom ni cuenta, por no ser italiano, a pesar de su experiencia y buen juicio), pero hasta ahora ha estado fuera del cotarro. Al principio, Michael hace todo lo que haría un buen hijo: se entera por los periódicos del intento de asesinato a su padre, acude al lado de la familia, que se ha atrincherado en pisos francos, pasa por el hospital a verlo, le salva la vida al percatarse de que allí no hay nadie de guardia justo antes de que vinieran a rematarlo y acaba con la mandíbula rota por el puñetazo del policía corrupto McCluskey, que está al servicio de los Tattaglia. De vuelta a la fortaleza familiar, Tom convence a Sonny de que no vaya a la guerra abierta, ya que si la poli está del lado contrario, tienen todas las de perder. Y es aquí donde Michael, sentado tranquilamente en un sillón, cual si fuera su padre, deja el anonimato y toma partido: hay que matar a Sollozzo. Por mucho que quieran parlamentar, los enemigos no pararán hasta cargarse del todo al Padrino. Así que lo haré yo en persona. Al Pacino, de aquella jovenzuelo y sin mucha idea de lo que era el mundo del cine, especialmente a gran escala, estaba prácticamente despedido de la película porque los productores lo veían un tanto blando e inexpresivo en lo que se había rodado hasta entonces. Cuando llegó la escena en la que mata a Sollozzo y McCluskey tras esos momentos de suspense subrayados por el ruido de los trenes cercanos, todas las dudas se disiparon. Durante la conversación, Sollozzo quiere hablar en italiano, mientras McCluskey, al margen, se encarga de su chuleta de ternera. Pero a las pocas frases, Michael encuentra que no tiene el vocabulario suficiente para continuar la conversación: está ya demasiado americanizado, es inmigrante de segunda generación.

Curiosamente, eso se va a arreglar en parte a continuación. El precio que pagar por matar a un rival y a un policía es tener que fugarse del país esa misma noche, sin decir nada ni a la madre ni a la novia. Michael, así, se convertirá en el único de los hijos varones de Vito en visitar como adulto Italia, donde pasará un año de incógnito. La verdad es que como plan tampoco está particularmente bien pensado, ya que el lugar más probable donde encontrar Corleones, aparte de en Nueva York, es… en Corleone. En la patria siciliana de su familia, «Michele» sale de caza con su gorra y su vestimenta rústica, se enamora «como fulminado por un rayo» y se casa con una bella campesina local, Apollonia Vitelli (Simonetta Stefanelli) pero ha de salir huyendo de vuelta a América tras un coche bomba que de chiripa mata a su esposa en lugar de a él.

Mientras, al otro lado del charco la violencia se ha extendido, no solo entre las famiglie del crimen organizado, sino en el mismo hogar. Carlo Rizzi, el marido de Connie, la pareja de la boda con la que comenzamos, empieza a pegar a su mujer, la embaraza y le pone los cuernos mientras, porque eso es lo que uno tiene que hacer en esos tiempos, y ella chilla pero lo disculpa, porque eso es lo que una tiene que hacer en esos tiempos. Sonny defiende a su hermana apalizando a su cuñado, provocándole tal rencor que Carlo vende a Sonny al enemigo, facilitando que lo baleen a conciencia en un peaje. Amerigo Bonasera tendrá ahora ocasión de devolver el favor al Padrino (esto no se ve en la película, pero en la novela la venganza tras la petición en la boda consistió en partirle las piernas al agresor de la hija). Tras dos horas de historia, ya llevamos un Corleone herido grave, otro exiliado huido de la justicia y otro muerto. Eso sin incluir a la pobre Apollonia.

Tras la muerte de Sonny, con Michael fuera del país, Fredo traspasado a Las Vegas para que no la fastidie demasiado y al menos gane dinero para el clan, y su propia debilidad, el Padrino convoca un cónclave con las cinco familias de Nueva York en busca de un arreglo pacífico, repitiéndoles que las drogas serán su perdición: el alcohol, el juego y las mujeres es algo que la iglesia prohíbe a la gente, y la mafia simplemente llena ese vacío, incluso a veces con ayuda de la propia policía, pero los narcóticos son diferentes. Otro de los presentes parece haber llegado a una especie de acuerdo ético consigo mismo: es demasiado dinero como para rechazarlo, pero nada de vender a menores o cerca de los colegios. El Padrino se aviene a eso y a compartir a sus jueces y políticos corruptos, a cambio de que cesen las venganzas (Philip Tattaglia también había perdido a su hijo Bruno por orden de Sonny) y de que se permita a Michael volver sano y salvo a los Estados Unidos.

Corte brusco a un año y pico más tarde. Michael se presenta en la escuela donde trabaja Kay y le dice que lleva ya un tiempo trabajando para su padre, pero le promete que en cinco años todos los negocios de la familia serán legítimos. ¿De verdad conseguirá Michael que los Corleone se conviertan en los Kennedy italianos? Kay acepta, se casan, tienen un crío y Michael se coloca al frente de la familia, con el Padrino de rey emérito. Por de pronto, Michael decide ampliar los negocios a los casinos de Nevada. Cuando llega a Las Vegas, Michael ve que Fredo se ha convertido allí en un vividor de ropa colorista y gafas de sol que permite que lo llamen Freddie y también que su socio y dueño legal del hotel, Moe Greene, le zurre la badana en público de vez en cuando por distraer demasiado a las camareras de dos en dos. Michael, con su severo traje oscuro con chaleco y su amenazadora frase heredada de hacer ofertas que no se puedan rechazar, parece venido de otro mundo, si no de otro siglo, y además también ha decidido enviar permanentemente a Tom a Las Vegas, porque aunque lo aprecia mucho, no lo considera «un consigliere para tiempos de guerra».

Para eso conservará a su padre, que ahora pasa horas sentado y bebiendo vino, y con él empieza a tener largas y jugosas conversaciones. En ellas sale a relucir cómo ha llegado la familia hasta aquí: porque el joven Vito se negó a que lo trataran como a una marioneta recién emigrada, y cuando fue viendo cómo iban saliendo sus hijos, esperaba que Michael fuera quien en el futuro manejara los hilos (de ahí el famoso logo de la película), llegando a senador o gobernador. «Pero no ha habido tiempo», es su lamento final. También le predice que quien le proponga reunirse en lugar seguro con Barzini, el ahora más poderoso de los mafiosos de Nueva York, ese será el traidor. En la escena siguiente, Vito Andolini, Don Corleone, Il Padrino, muere de un infarto mientras juega en su huerto con su nieto, en 1955, a los 63 años de edad. En el entierro, Salvatore Tessio, uno de los lugartenientes de los Corleone, a quien hace poco se permitió tener «familia» propia, propone a Michael… reunirse con Barzini en lugar seguro.

A los pocos días es el bautizo del segundo hijo de Connie, llamado Michael en honor a su tío. Mientras ocurre la ceremonia, los latinajos del cura se entrecruzan con las implacables venganzas de los Corleone: Moe Greene recibe un tiro en el ojo durante un masaje, y son asesinados los cinco capos de las familias neoyorquinas. Poco después también caerán Tessio y el cuñado Carlo, el mismísimo padre del bebé que Michael acaba de apadrinar, que hasta ahora había logrado ocultar su papel en la muerte de Sonny. Tessio se lo toma con entereza estoica, como parte de las reglas del juego («eran solo negocios»), pero Carlo rompe a llorar. Además, por un momento aparece un destello del jefe clemente y magnánimo que Michael podría ser, al prometer a Carlo que no lo va a matar («¿cómo voy a dejar viuda a mi hermana?»), sino solo a desterrarlo. Pero no. Carlo muere asfixiado con un cordel, como Luca Brasi, y Michael, tras mentir sobre esto a Kay y recibir a la nueva generación de capos que lo llaman Don Corleone, completa así su transición a padrino mafioso con todas las letras.

Así acaba la primera película. La segunda, tras un breve plano del besamanos a Michael, nos lleva a la Sicilia rural de 1901. El abuelo de Michael, y padre de Vito, acaba de ser asesinado por insultar a Don Ciccio, un mafioso local. Al hermano mayor de Vito, Paolo, que se echó al monte jurando venganza, también lo matan durante el funeral de su padre. La esposa y madre se presenta con Vito en casa del mafioso pidiendo clemencia, pero Don Ciccio parece inclinarse más por matarlos a ellos también y así no dejar cabos sueltos. La madre saca un cuchillo, pero la asesinan mientras Vito huye. A todo esto, Vito tiene nueve años de edad. Con precio puesto a su cabeza, Vito embarca para América, entrando en el país, como otros millones parias de la Tierra, bajo la estatua de la Libertad. El funcionario angloparlante resume su tarjeta de entrada, «Vito Andolini, from Corleone» como «Vito Corleone», con lo cual el chico empieza nueva vida con nuevo nombre.

La película va a ir de atrás para adelante todo el tiempo, entre el Vito joven y el Michael padrino. Empezamos con otra ceremonia, esta vez en 1958: la primera comunión de Anthony, hijo de Michael y Kay, en el lago Tahoe. Intentando honrar el viejo sueño de su padre, Michael anda de placas, cheques y políticos por los actos públicos de Nevada, donde ya controla tres hoteles y busca hacerse con un cuarto. Este nivel de éxito empieza a ser demasiado para los protestantes anglosajones del estado, y cuando el senador Geary (GD Spradlin) intenta extorsionar a Michael para permitirle su expansión, Michael se niega.

Connie, obviamente dolida con Michael por la muerte de Carlo, se ha convertido en una mujer de mundo internacional que va pasando de galán en galán gastando dinero en cruceros, sin ver a sus hijos mucho y habiéndose casado ya un par de veces más. De hecho, todos los Corleone (al igual que Coppola en la vida real) andan con parejas no italianas: Michael sigue con Kay, y Fredo se ha casado con una rubia de bote con mucho escote y poco aguante para la bebida que lo abochorna en público. La mezcla con otras sangres se lleva a los negocios también, y esto será causa de roces y conflictos: uno de los subalternos de Michael en Brooklyn, el muy anticuado y garrulo Frankie Pentangeli (Michael Gazzo), no puede entender que Michael haga negocios con judíos. Y ya que hablamos de negocios, a Kay no se le ha olvidado la promesa de ser legítimos en cinco años: «Y eso fue hace siete». Esa misma noche alguien intenta matar a tiros a Michael.

Flashback a 1917. Vito, con 26 años, lleva dieciséis en Nueva York, y ya tiene esposa e hijo (Sonny). A pesar de tanto tiempo en América, su vida transcurre aún por completo en italiano, con esposa, amigos y hasta espectáculos de teatro en este idioma. Robert De Niro, que interpreta al Vito joven y que, como Al Pacino, nunca chapurreó más que unas palabras de italiano a pesar de sus ancestrías, se vio obligado aquí a irse aprendiendo sus frases una a una a medida que las iba necesitando. Aquí hay que decir que la subtitulación de la versión original del italiano al inglés deja mucho que desear, comiéndose líneas enteras de diálogo y siendo a veces más un resumen que una traducción. Este tiempo son los años en los que el potentado local, Don Fanucci, se pasea en traje blanco por el barrio recaudando chantajes en persona. Cuando decide doblar la cuantía, Vito pierde su trabajo en el colmado de Genco Abbandando, ya el dueño que no puede permitirse pagarle. Un día su vecino de la ventana de enfrente, Peter Clemenza, le pide a toda prisa que le esconda un fardo sospechoso, y queda impresionado cuando Vito accede, no se chiva y además ni mira dentro a ver qué es.

El estrecho mundo de Vito contrasta cada vez más con el expandido de Michael cuarenta años después, que tras Nevada ahora aparece en Miami para visitar al mencionado socio judío, Hyman Roth, un señor mayor, amigo desde los tiempos de su padre. Michael está convencido de que fue Roth quien intentó matarle en Nevada, no Pentangeli, a pesar de lo cual también se encuentra con él en Cuba, donde junto con varios magnates estadounidenses se reparten el pastel de la isla (literalmente incluso: celebran sus acuerdos con una tarta decorada con el mapa de Cuba encima). Todos se las prometen muy felices, y hay varias vueltas y revueltas en los negocios entre varios personajes, que conducen a algo importante: Fredo ha mentido a Michael diciéndole que no conocía de antes a Roth ni a su segundo, Johnny Ola (Dominic Chianese, que décadas más tarde sería el tío Junior en Los Soprano), lo cual significa que estaban conchabados, aunque Fredo no necesariamente para matar a Michael. Ola es asesinado y está a punto de producirse un baño de sangre entre Roth, Michael y Fredo en plena Nochevieja del 58, cuando interviene un deus ex machina histórico: la revolución comunista de Fidel Castro. Los tres escapan de Cuba por separado, y al llegar de vuelta a casa Michael se encuentra con que Kay ha tenido un aborto.

1920. Vito tiene ya tres hijos (han llegado Fredo y Michael), y junto a Peter y Tessio se ha convertido en ladrón habitual, con tanto éxito que Fanucci intenta extorsionarlos, pidiéndoles 200 dólares. Vito les dice que le den cada uno 50 y que él le hará una oferta que no rechazará. Entrega 100 a Fanucci, que los acepta y además dice a Vito que ni siquiera le recuerda. Vito lo sigue por el barrio durante un día de fiesta callejera y al llegar a su casa lo mata a tiros. Poco después, un bigotudo Vito (lo del bigote, según De Niro, se decidió a cara o cruz) está recibiendo en casa a gente que le pide favores al margen de la ley, con la misma pose pensativa de Marlon Brando al principio de la primera película, mientras establece un negocio legítimo de importación de aceite de oliva.

Cuatro décadas más tarde, Michael torea con éxito una investigación del Congreso sobre su familia, iniciada tras los testimonios de Pentangeli y su sobrino, que ahora son testigos protegidos con la ayuda de Roth. Michael se libra del todo cuando el día que a Frankie Pentangeli le toca declarar, Michael se presenta en la declaración acompañado del hermano de Frankie, traído como rehén desde Sicilia. A pesar de que está claro que Fredo no está metido en nada de esto, sino que, dolido con Michael, solo se acercó a Roth para hacer negocios, Michael lo repudia. Además, Kay dice a Michael que su aborto fue provocado y que se va a largar con los críos. Michael se cabrea y es él quien se queda con los hijos (chico y chica), expulsándola también. Cuanto más éxito tiene en los negocios, peor le va a la familia. Según Coppola, Michael aquí refleja la tragedia en que se había convertido América en los 70, cuando se rodó la película: un lugar paranoico, desconfiado, arrogante y convencido de tener razón siempre.

1923. Vito vuelve a Sicilia, recibido como un potentado con banda de música en la estación de tren. Come, bebe, disfruta, enseña a los hijos el lugar de origen… y se venga de Don Ciccio. En persona y a navaja, que sabe más rico. Tras la muerte de Carmela, la matriarca, último vínculo original con Italia, Michael también prepara sus venganzas, todas ellas por agente interpuesto mientras él se sienta a solas entre las sombras de su sillón: Rocco Lampone mata a Hyman Roth, Tom Hagen convence a Frankie Pentangeli para que se suicide dignamente, cual emperador romano, en la bañera, y Al Neri se lleva a Fredo a una expedición de pesca de la que no volverá.

1941. En una escena que une las dos tramas de la película, los hermanos Corleone se reúnen para una fiesta sorpresa de cumpleaños a su padre (Brando no sale, por problemas de agenda, y esto quizá hasta le haga aparecer más mítico en el recuerdo). Mientras esperan, Michael anuncia que tras lo de Pearl Harbor se ha alistado y se va a la guerra. Quizá fue allí donde aprendió que es mejor no meterse, pero que si te metes hay que meterse hasta el fondo hasta aniquilar al enemigo, cosa que aplicó después a su vuelta.

Dieciséis años pasaron hasta que se hizo la tercera película, mucho menos apreciada por crítica y público, pero que a mí me parece muy estimable. Sí, es cierto que quizá hay menos glamour, pero es que así son los 80 comparados con los 40-50: por alguna razón estos se perciben como más elegantes, más señoriales, más Edad de Oro, mientras que los 80 es la época de las hombreras, la laca y los Commodore 64. También lo fue para parte de la Mafia, ya convertida en un negocio de tercera generación con ramificaciones empresariales y políticas, más asépticas y menos sentimentales. Pero la película se beneficia mucho precisamente de haber sido rodada tanto tiempo más tarde, en lugar de justo a continuación: la edad natural se nota en los actores sin necesidad de haberlos avejentado con maquillaje. Coppola nunca decía que sí la iba a hacer, pero tampoco que no, y sus socios de producción le dieron el margen necesario para que el fruto madurara hasta que él estuviera listo. Además, Coppola consideraba que la saga son dos películas y que la tercera era un epílogo, que quería titular La muerte de Michael Corleone.

1979. Michael se acerca a los 60 años de edad y está carcomido por la culpa, que va a ser el gran tema de toda la película: está donando dinero a beneficencia, buscando audiencias papales y escribiendo sentidas cartas a sus hijos, a los que llama su tesoro, más valioso que todo el dinero y el poder en la Tierra. Michael lleva años con sus negocios en Nueva York, mientras que los hijos los ha estado criando principalmente Kay, de la que está divorciado. Empezamos, como ya es costumbre, con una ceremonia religiosa, la de Michael recibiendo un reconocimiento episcopal por su labor caritativa. En la recepción subsiguiente, con Johnny Fontane al micro de nuevo, ya peinando canas, Michael y Kay se ven de nuevo por primera vez en ocho años. Kay, sin embargo, no ha venido por Michael, sino para anunciar que Anthony, el hijo de ambos, quiere abandonar su carrera de derecho, tras la que Michael esperaba que trabajara para la familia, para dedicarse a ser cantante de ópera. Tanto Kay como Tony saben ya que Michael ordenó matar a Fredo. Por su parte, Mary, la hija, ha sido nombrada presidenta de la Fundación Michael Corleone y disfruta presentando funciones y luciendo su larga melena.

Mary está interpretada por Sofia Coppola, la hija de Francis, que en esta película llevó el otro gran tema, el de la familia, al extremo, teniendo en el equipo de rodaje también a su padre, Carmine, en la banda sonora y a su hermana, Talia Shire, en el papel de Connie, la hermana de Michael, además de a su madre, tío y nieta en cameos durante las escenas de reuniones familiares. Sofia fue muy criticada, y con razón, porque su actuación es bastante mala, pero una forma de hacerla funcionar en la mente del espectador es que a veces las grandes familias no producen herederos dignos de todo: Mary, de esta forma, es bonita, dulce y agradable, pero no especialmente expresiva ni cautivadora. Quién sabe lo que hubiera hecho en su lugar Winona Ryder, la actriz en principio elegida, pero bueno, al menos luego le tocó ser Mina Harker en Drácula de Bram Stoker un par de años después. Dice Joe Mantegna (de quien hablaremos más tarde) que cuando Coppola le dijo que el bebé bautizado en la primera película era ahora Sofia, esa moza de dieciocho años, escena rodada casi dos décadas antes en la misma iglesia donde estaban conversando, se le pusieron los pelos de punta. Ese es el tono que quería crear Coppola, y con un poco de esfuerzo por parte del espectador, el paso del tiempo y su efecto en una familia, hace su parte también en esta película.

También en la recepción conocemos a Vincent Mancini, el hijo ilegítimo de Sonny, morenazo, con chupa de cuero y con el mismo temperamento que su padre. Vinnie está interpretado por Andy García, en una especie de inversión de papeles con El precio del poder (Scarface). En ella Al Pacino era un italiano haciendo de cubano (Tony Montana), y ahora García es un cubano haciendo de italiano. Coincide en el despacho de Michael con Joey Zasa (Mantegna), otro mafioso neoyorquino que es quien ahora lleva el territorio que solía ser de los Corleone en Nueva York, una vez que Michael se ha pasado a lo legítimo. Los dos se llevan casi a matar, y Vinnie quiere trabajar con Michael en vez de con Joey, pero Michael ya no necesita «tipos duros, sino abogados», como BJ Harrison (George Hamilton), el hombre que ahora es su mano derecha en lugar del fallecido consigliere Tom Hagen. Joey menciona la bastardía de Vinnie una vez, pero a la segunda este le arranca un trozo de oreja de un mordisco. A pesar de todo, Michael acaba aceptando a Vinnie, porque un soldado de calle nunca viene mal, y hasta lo mete en la nueva foto de la familia.

La iglesia católica, y por tanto la fe, empieza a convertirse en otro hilo importante de la cuerda. El hijo de Hagen, Andrew, es sacerdote «con fe verdadera». Michael, a petición del arzobispo que le puso la medalla, suelta 600 millones de dólares para hacerse con una parte importante de un conglomerado inmobiliario internacional y así evitarle un desfalco a la iglesia. Don Altobello (Eli Wallach), un viejo amigo de la familia, al enterarse de ese gran negocio avisa a Michael de que las demás familias de Nueva York querrán participar también, por el viejo principio de que hay que dejar mojar el pico a todos los pájaros de la charca. Se reúnen todos, Michael les reparte dinero de la venta de sus casinos según lo que hubieran invertido en ellos, y Zasa se queda sin nada. Este se va de la reunión de malos modos («si no me dais, yo tomaré»), y al poco aparece un helicóptero que ametralla la sala entera, cepillándose a la mayoría de los capos. Michael y Vinnie se salvan y los demás hacen acuerdos con Zasa. Michael se da cuenta de que el causante de todo esto es el anciano Altobello, que había salido de la sala detrás de Zasa, y le da un ataque de diabetes, justo antes de una de las frases más famosas de la saga: «Justo cuando pensaba que estaba fuera, me arrastran hacia adentro otra vez». Al igual que pasó con Vito, ahora que Michael está hospitalizado ha de hacerse cargo de la familia la segunda línea: Connie y Al Neri dan permiso a Vinnie para matar a Zasa (durante una fiesta callejera en la parte italiana de Nueva York, como hizo su abuelo Vito con Don Fanucci seis décadas atrás), ganándose todos la bronca de Michael cuando se recupera. Vinnie además recibe dos tazas de colleja, por atreverse a tontear con Mary, a pesar de que los dos son primos carnales.

Llega la hora en que todos los caminos conducen, si no a Roma, al menos a Italia. Andrew Hagen ha sido destinado al Vaticano, Anthony Corleone va a debutar como tenor en Palermo y Michael tiene que vigilar el tema de la compra de Immobiliare, justo cuando el papa Pablo VI está agonizante. Es al llegar a Europa cuando Michael se entera de que el negocio es una estafa de altos vuelos, llevada sobre todo por un arzobispo irlandés-americano (Gilday), un político italiano (Lucchesi) y un financiero suizo (Keinszig). Buscando consejo, Michael va a hablar con el cardenal Lamberto. Durante la conversación, a Michael le da otro bajón de azúcar y Lamberto sugiere a Michael si se quiere confesar. Tras treinta años sin hacerlo, Michael ya no cree en estas cosas, pero… qué demonios. Y esta es quizá la escena donde todos los hilos de la historia se juntan: fe, iglesia, Italia, familia, destino, paso del tiempo, pecado, venganza, mirada hacia el pasado, retorno al hogar… Michael confiesa haberse portado mal con su esposa y haber mandado matar a su hermano. Es un momento catártico, merecido, que ha esperado décadas para llegar, y seguramente no tenga nada que ver con la religión, sino con un hombre de vida agitada confesándose consigo mismo, más que con Dios. Sea cual sea la definición de pecado que una religión use, una persona sabe lo que está bien y lo que está mal. Es una escena que suele pasar desapercibida, o al menos es menos mencionada entre las importantes de la saga, pero yo la veo como un momento culminante, quizá más que la tercera y más contundente venganza de sello Corleone que se produce más tarde.

Pocos días después, Pablo VI muere y Lamberto es elegido papa con el nombre de Juan Pablo I. Se supone que la película empieza en 1979, pero el famoso «año de los tres papas» fue 1978, así que quizá sea deseo de ficcionalizar las cosas. Michael, tras su confesión, parece un hombre que se ha quitado un peso de encima y que ya ve claro lo que desea para el resto de su vida: recuperar a su familia. La ocasión la pintan calva, ya que Kay también está en Italia, por primera vez en su vida, y Michael le hace el tour personalizado de Sicilia que tendría que haber ocurrido hace treinta años, con la casa paterna en Corleone, las bodas en las iglesias y las obras de marionetas para niños con reyes que apuñalan princesas. Michael reconoce que Kay tenía razón con lo de Anthony, y le pide perdón. Se excusa cameladoramente, sí (yo solo quería proteger a mi padre del peligro, y luego a ti, y luego a mis hijos, etc) pero convincentemente. Y está a punto de funcionar, pero justo cuando parece que Michael estaba fuera, otra vez lo arrastran dentro: llega la noticia de que Tommasino, uno de sus colaboradores desde el tiempo en que su padre se vengó de Don Ciccio, ha sido asesinado ahora por sicarios de Don Altobello. Kay piensa que «esto nunca acaba», y el momento se desinfla definitivamente. En el funeral de Tommasino, Michael se ve apesadumbrado no solo por haber causado indirectamente otra muerte, sino porque esta vez casi estaba cerca de su sueño.

De perdidos al río. Michael nombra a Vinnie «Vincent Corleone», y sus hombres le rinden pleitesía. Su personaje fue concebido como una mezcla de los tres hermanos originales, y ahora llega así a la cumbre. Se acerca el famoso clímax. La crítica siempre había dicho de Coppola que su cine tenía una «operatic quality» que aquí se toma literalmente: Coppola dice que un recuerdo suyo de la niñez fue ir a ver la ópera Cavalleria rusticana, representada con participación de su padre, y quedar marcado por la escena en que un personaje le muerde la oreja a otro. Esta es precisamente la obra que ahora protagoniza Anthony, y durante ella se produce una cuádruple venganza corleonesca en la que caen Keinszig ahorcado de un puente, Altobello envenenado por Connie con una caja de cannoli y Lucchesi con sus propias gafas clavadas en el cuello. En Roma, el arzobispo Gilday envenena al nuevo papa y a su vez es asesinado por Al Neri. Por contra, además del papa caen tres hombres de Michael… y la inocente Mary, con una bala en el pecho en plenas escaleras de la ópera. El grito sordo de Michael pone fin al drama. Una década después, en 1997, probablemente ya ciego por la diabetes, Michael muere sentado al sol en su huerto. El hombre que, según Al Pacino, desdeñaba a los gangsters intentaba siempre no quedar atrapado en esa vida… pero lo metieron dentro.

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