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El peor de los monstruos

El peor de los monstruos

Maniac es un libro ambicioso, con pretensiones de totalidad. No trata el conflicto de unos personajes, sino TEMAS INMENSOS como son la lucha eterna entre lo racional y lo irracional o la contraposición entre lo humano y lo poshumano. Las derivas emocionales de los personajes, aunque creíbles y bien formuladas, son simples pretextos para exponer el mensaje. Es un libro con mayúsculas desde el título. Por lo tanto merece una reseña exigente, a la altura de sus intenciones de obra magna. Vayamos, primero, con sus puntos débiles:

1.- Subraya demasiado la trascendencia del protagonista —John Von Neumann— y lo hace mediante información directa, no mediante escenas donde el lector infiera por sí mismo esa importancia. Por supuesto, Benjamín Labatut es un excelente escritor y no comete tal error de continuo: vemos la genialidad de Von Neumann, comprendemos, aunque con esfuerzo, cómo se adelantó a su tiempo y cómo diseñó los cimientos de nuestro mundo, para bien y para mal, pero el autor nos empuja demasiado hacia las conclusiones que pretende que alcancemos. No le ocurre así en el espléndido tramo final, dedicado a la derrota de los maestros de Go frente a la inteligencia artificial. Ahí cambia de registro, adopta un tono próximo a la crónica y consigue que los lectores sigamos con pasión la pelea entre el maestro de un juego cuyas reglas ignoramos y una máquina.

"Otros narradores próximos a la física, como el propio Agustín Fernández Mallo, mantienen una perspectiva más flexible, menos fervorosa"

2.- En la segunda parte las voces de los distintos narradores que dibujan a Von Neumann son demasiado parecidas. Además se deja arrastrar por la épica wagneriana del personaje. Cierto es que el propio Labatut es consciente, y así lo dicen sus personajes, de que la genialidad de Von Neumann solo abarca un ámbito de la inteligencia. No incluye los aspectos emocionales y muestra los rasgos psicopáticos del personaje, pero no puede evitar cierta admiración por su megalomanía, próxima a la que sentía Christopher Nolan por Oppenheimer. No puede afirmarse que Labatut haya sido influido por Nolan, ya que Un verdor tan terrible también se adentraba en las tinieblas de la física, pero el paralelismo es inevitable porque no solo coinciden en el tema y en la época, también en la épica. Otros narradores próximos a la física, como el propio Agustín Fernández Mallo, mantienen una perspectiva más flexible, menos fervorosa.

Los puntos fuertes, por supuesto, también existen y son muchos. El primero es el atrevimiento, la valentía de mirar con extrema lucidez al mayor dilema que enfrenta el ser humano desde los bisontes de Altamira (o tal vez antes): aceptar lo irracional, aquello que está fuera no solo de su dominio sino también de su comprensión o intentar su control (la hibris, ya definida por los griegos). La progresión de la inteligencia artificial y la consiguiente postergación de la humanidad hacen que ese dilema sea más urgente que nunca. Labatut divide su tesis en tres partes. En el breve prólogo —previo a la aparición de Von Neumann— muestra la irrupción de lo irracional, en la segunda parte narra cómo el protagonista y todos los suyos —muchos de los cuales se han convertido en celebridades gracias a la mística del proyecto Manhattan— domaron a la bestia creando un monstruo incluso mayor. En la tercera parte —y posiblemente mejor— demuestra cómo el triunfo absoluto de la inteligencia artificial —o la destrucción de lo antes considerado irracional— crea nuevas incertidumbres, mucho más difíciles de controlar. Como cualquier lector más o menos culto puede apreciar, las similitudes con Frankenstein son obvias.

"Otro aspecto muy reseñable de Maniac es la densidad de su lenguaje y la calidad indiscutible de la escritura, tan próxima a una concepción tradicional de lo literario, que devuelve al español una fuerza que muchas veces parece perdida"

Debe también destacarse que transmite tan complejo mensaje con claridad, fluidez, ritmo y una estrategia original, que combina lo conceptual y lo narrativo. Vemos las distintas caras del protagonista: un científico húngaro, inteligente y rápido, carente de ética o empatía, amante de la destrucción nuclear, caricaturizado por Peter Sellers en ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú. No puede afirmarse que sea malvado, tanto porque los distintos narradores se empeñan en defenderle como porque, gracias a la relativa sensatez de su entorno, no pudo llevar a cabo sus distintas incursiones en el horror. Quiso ser el peor de los demonios pero no pudo. Labatut valora mucho más la brillantez de Von Neumann, su fuerza premonitoria, que los aspectos humanos del personaje. Tal vez sea necesaria tal elección por dos motivos: en primer lugar porque encaja con su idea de la humanidad, profundamente oscura, que transmite en las primeras páginas, desgarrada de cualquier sentido, ajena a cualquier valor. Es una mirada que le conecta con el Bolaño de 2666, sobre todo con la parte de los crímenes, donde también se asoma a ese abismo que devuelve la mirada (“En la naturaleza existen cosas tales que exceden cualquier proporción, que no pueden compararse con otra, y que no obedecen a medida alguna, ya que se hallan fuera del orden que subsume a todos los fenómenos”). En segundo lugar porque permite la transición con la última parte de la novela, ya desligada del personaje de Von Neumann, y centrada plenamente en la pelea entre la inteligencia humana y la artificial. La fluidez del salto, de una elipsis que mantiene el sentido sin mayor esfuerzo, es otro mérito más que destacable.

Otro aspecto muy reseñable de Maniac es la densidad de su lenguaje y la calidad indiscutible de la escritura, tan próxima a una concepción tradicional de lo literario que devuelve al español una fuerza que muchas veces parece perdida y que poseía, por ejemplo, el primer Vargas Llosa. Labatut, además, es capaz de manejar registros muy distintos y escogerlos función de lo que desea narrar. Nos encontramos, resumiendo, ante una novela con pretensiones de totalidad logradas en un porcentaje considerable, pese a sus fallos parciales y a que su mirada obvie lo imprevisible y mágico —por muy cursi que esta palabra parezca— de la naturaleza humana. Incluso cuando muestra briznas de esperanza  —por ejemplo cuando Lee Sedol, el jugador de Go, hace enloquecer a la máquina— se ve obligado a que venza el nihilismo, lo totalizador.

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Autor: Benjamín Labatut. Título: Maniac. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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