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Mirar el mundo

El primer libro de Eloy Tizón, Velocidad de los jardines, causó una seria conmoción en una España adicta al realismo. Lo escrito no implica que el realismo fuera negativo, sino que la obra de Tizón, como también lo hizo la de otros autores como Jesús Ferrero, escapaba de cualquier cepo, cliché o corriente, incluso de cualquier ideología. Era radicalmente original, suponía una apertura a la libertad formal y a la fantasía pura, a la vez que un acto de valentía. Fue el debut de un autor abierto a cualquier desafío, que mostraba ecos de Nabokov o Cortázar, que aún se mantienen, tantos años después, poco frecuentes en nuestra literatura. Tizón ha publicado también novela, pero tal vez su género por excelencia sea el relato.

Durante estos 30 años Eloy Tizón ha crecido en su capacidad para romper cualquier convención narrativa. Ha alcanzado, por tanto, un dominio total de su herramienta de trabajo. Si se supone que la narrativa tiene unas reglas, cuyo cumplimiento es indispensable para que un texto “funcione”, en Plegaria para pirómanos Tizón se esfuerza en vulnerarlas todas, desde la focalización a la progresión de la trama, pasando por la mezcla de registros muy distintos en una sola página. Lo más sorprendente es que esa ruptura total del deber ser traiga por resultado unos relatos magníficos. ¿Cuál es la causa? Que Eloy Tizón controla lo subterráneo, lo que podríamos llamar el subconsciente del relato, los lazos ocultos que, bajo un aparente caos, crean cimientos, a veces mucho más sólidos que los de narraciones más convencionales.

"Su lírica es cercana, no asusta al lector pese a su calidad, más bien le reconforta, como también le ocurría a Cortázar, uno de sus maestros más evidentes"

Otra de las causas de su éxito es su poesía. En algunos párrafos el lector no sabe con claridad si se encuentra frente a un poeta o un narrador. Sus desplazamientos del lenguaje son de una enorme originalidad, combinada con concisión. No es fácil huir de lo obvio con tan pocas palabras. Sin embargo su capacidad narrativa, para saltar de lo grande a lo pequeño, de lo público a lo íntimo, del realismo a la fantasía, es enorme. No precisa transiciones: “Un tren. Acaba de pasar un tren, arrastrado por un largo y agónico silbido. Noto la onda vibratoria que sube por los testículos, hasta mis sienes, coquetea con la tapa de la tetera, con las hojas del té ya tibias, la carpeta con mis anotaciones, informes médicos, dibujos y mensajes enviados por mis hijos desde tan lejos, ahora en otro continente, con su caligrafía oronda de colorear monstruos y flores”. Posee, por tanto, una mirada no solo sobre lo íntimo, también sobre el mundo (aparece en el texto desde Detroit hasta China). Además su lírica es cercana, no asusta al lector pese a su calidad, más bien le reconforta, como también le ocurría a Cortázar, uno de sus maestros más evidentes. Esa cercanía al maestro argentino es evidente, por ejemplo, en fragmentos como el dedicado al adiestramiento de una pulga, tan bello y tan metafórico de los límites de la libertad.

"Estos últimos relatos tienen un registro casi teatral: podrían representarse sobre un escenario: se asemejan a monólogos, donde el narrador dibuja con claridad el espacio y a los personajes que le rodean"

Otra de las claves es su mirada, su extraña lógica, su mundo disperso, entre impresionista y expresionista, pero coherente, que de vez en cuando sale de su mundo lírico, casi abstracto, y muestra zarpazos de realidad. Así ocurre cuando, en el segundo relato, El fango que suspira, entra de lleno en lo que nunca se habla de la muerte y todos hemos vivido o viviremos: esos momentos posteriores al fallecimiento, en los que se deshace una casa y desaparecen los objetos que acompañan a diario la vida, cualquier vida. El lirismo, por tanto, no evita la complejidad emocional.

También demuestra, en los relatos finales, su dominio de la primera persona. Contrastan con los primeros, escritos por una tercera que casi es un personaje único, fracturado. Estos últimos relatos tienen un registro casi teatral: podrían representarse sobre un escenario: se asemejan a monólogos, donde el narrador dibuja con claridad el espacio y a los personajes que le rodean.

Podría afirmarse que Plegarias para pirómanos es un libro más público, menos íntimo que Técnicas de iluminación. Es muy adecuado para nuestros tiempos, tan desconcentrados, y muy útil también para los lectores jóvenes, que pueden encontrar brillantez y belleza en cualquier página, sin la necesidad obligatoria de una lectura continuada.

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Autor: Eloy Tizón. Título: Plegaria para pirómanos. Editorial: Páginas de Espuma. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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