Vino mi hija con el formulario de la Carrera Solidaria del colegio. Este año, según me explicó, la recaudación se destinaría a construir un colegio en Valencia. “Ah”, comenté. Luego me detalló las dos maneras que había de aportar dinero. En una, se hacía una donación total; en otra, se fijaba una cantidad que se multiplicaría por las vueltas que diera tu hijo alrededor del patio del colegio. El formulario tenía dos docenas de casillas, de modo que la niña podía recaudar dinero también de su madre, de sus abuelos, de sus tíos, de cualquier mayor que conociera. Podía, yo qué sé, recaudar ella sola 1000 euros si se lo montaba bien. Yo le dije: “Pongo un euro”. “¿Por vuelta?”. “No, un euro en total”.
Tardé entre dos y cinco segundos en tomar esta decisión cicatera. La primera cifra que me vino a la cabeza fue 15 euros. Entonces pensé que 15 euros era bastante dinero, y que había en esos 15 euros una inocencia insoportable. A lo mejor si hubiera que pagar 15 euros por correr (por correr para nada), los hubiera puesto. Pero 15 euros “para construir un colegio en Valencia” fue superior a mí. Ese dinero no va a llegar a Valencia, me dije; a un albañil.
“Ese dinero no va a llegar a Valencia”, le dije a mi hija. Esto fue terrible, sin duda, no me regañen. Contarle a una menor que la vida es atroz, ladrona, falsa, desoladora. No pude evitarlo. Poco a poco, soy el peor padre del mundo.
Le pregunté a mí hija, por preguntar y por preguntarme, cómo iba a enviar a Valencia el colegio todo el dinero de la Carrera Solidaria. “Con el banco”, dijo ella. Sí, refrendé, con el banco; pero ¿a dónde lo envían? ¿A Valencia en general? ¿A un valenciano muy majo en concreto? ¿A la cuenta corriente del colegio destruido?
Luego le pedí que me recordara el motivo por el que corrieron el año pasado, pues también el año pasado hubo carrera petitoria. “Por unos de Senegal”, me dijo. “O sea, que el dinero era para unos de Senegal”, repetí. “Sí, para unos de Senegal”.
Me encantó ese indefinido: “unos”. Me hizo gracia pensar cómo el colegio le manda el dinero a “unos”, y quiénes serían esos “unos”, y si habrían hecho algo interesante con el dinero de un colegio de Madrid en Senegal, “unos”.
Desde que se produjo la riada en Valencia, la solidaridad económica no ha cesado. Recuerdo un cartelito en el supermercado Día de mi barrio donde se pedía dinero para la dana. No veo la tele, pero asumo que decenas de programas en la tele pidieron dinero para la dana. Si el colegio de mis hijos destina dinero a los afectados por la dana, otros cien, doscientos, mil colegios en España deben de haber hecho lo mismo. Supongo también que numerosas empresas, grandes y pequeñas, han pedido, recaudado y enviado dinero para la dana.
Sumando solidaridades, ahora mismo Valencia debería nadar en dinero; deberían ser todos ricos. Debería sobrar pasta para los afectados.
La realidad es que, según leí en prensa, sólo el 9% de los damnificados por la riada que solicitó una ayuda para la vivienda ha recibido el ingreso del gobierno.
En enero de este año, recibí 10.000 euros en un premio de columnismo. Me ingresaron 8500; cuando haga la declaración el año que viene, me quitarán otros 1500 como poco. Al regularizar mi cuota de autónomos, me han exigido otros 1500, el mes pasado. En la declaración de la Renta que presentaré en junio, me pedirán entre 3000 y 4000 euros. En conclusión, mi premio de 10.000 euros ha acabado íntegramente en las arcas públicas.
Pero tengo yo que poner 15 euros del dinero que me queda para reconstruir Valencia, un colegio.
Parece que, transcurrido más de medio año desde que el agua arrasó Paiporta y otras localidades, está todo aquello manga por hombro. Si el dinero público no está para ayudar en casos urgentes y terribles como estos, ¿para qué está el dinero público? Tres días después de la catástrofe —según relata con verosimilitud inexpugnable el escritor Santiago Posteguillo, testigo presencial—, nadie había aparecido por Paiporta. Ni policía, ni sanitarios, ni bomberos. Nadie.
Me siento como un imbécil si pongo 15 euros para Paiporta, sinceramente.
Porque, si el Estado es ineficiente y ladrón, ¿cómo serán los ciudadanos? Tanto con el covid como ahora con la dana, como con cualquier situación donde el dinero debe fluir sin mucho control y de forma emocional (donaciones privadas; casos mediáticos de desgracias familiares), numerosas personas se han hecho ricas gracias a su falta de escrúpulos y a su picardía. No es sólo que uno tenga que pagar ese impuesto solidario de 15 euros cuando el Estado despilfarra millones cada día; es que esos 15 euros ni siquiera van a llegar a Valencia.
Luego pensé si la Carrera Solidaria del colegio de mis hijos no podía ser, como pasa en las películas americanas con las iglesias, para realizar alguna mejora en el propio colegio. No me he molestado en mirarlo, pero estoy seguro de que es ilegal que los padres de un colegio público pongan dinero para que el colegio público lo pinten, levanten aquí una pared, cambien las sillas y mesas centenarias o reformen las áreas de recreo. Tiene que ser ilegal porque, si el dinero recaudado fuera para llevar a cabo una obra que los padres verían con sus propios ojos que se ha llevado a cabo, no se podría robar ni un euro. Y eso es intolerable. Hace falta la mayor cantidad posible de intermediarios (“unos de Senegal”) para que el dinero solidario pueda mermarse y esquilmarse a placer, hasta acabar en un 5% como mucho.
Pasada la carrera, y después de considerar todo esto que hoy asiento aquí, llegué a pensar que 1 euro había sido demasiada aportación. Tenía que haber puesto 1 céntimo.


Excelente reflexión. No sé en qué momento se volvieron México…. los leo y no veo diferencia.
No me creo nada. No se cotiza dos veces por el mismo concepto. Y si pagas 3000€ teniendo dos hijos es que ganas un pastón. Clamando por la motosierra, como todos los privilegiados. Si quieres disfrutar de un país sin impuestos, prueba Somalia. Te va a encantar.