En este libro sobre hagiografías, discursos sobre la santidad y representaciones pictóricas de lo numinoso descubrimos las complejidades de las narrativas religiosas y su influencia en la sociedad, y podemos ver reflejados muchos de los dilemas y desafíos que enfrentamos en la actualidad.
En Zenda reproducimos el arranque del prólogo de El sexo de los ángeles y de los santos (Siglo XXI), de Antonio Rubial.
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Prólogo
Los turistas que visitan Sevilla durante la Semana Santa, que dan impresionados con el espectáculo de multitudes que se arremolinan alrededor de estatuas de Cristos sangrantes y Vírgenes llorosas a las cuales les cantan y hablan como si fueran seres reales. Muchas personas en Europa y América se identifican con esas imágenes religiosas de sufrimiento y las veneran, a pesar de ser herederos de dos siglos de secularización. Su presencia es muestra de lo arraigado que están los valores cristianos en la psique colectiva de los occidentales, aún en la de aquellos que no profesan dicha fe. A pesar de la constante referencia a sus celebraciones (Semana Santa, Navidad, San Isidro, la Cruz de Mayo), somos poco conscientes de lo profundo que han calado dichos valores en nuestro actuar cotidiano y sobre nuestras valoraciones alrededor del bien y del mal, del papel social de hombres y mujeres, de las concepciones que tenemos sobre el amor, el matrimonio, la familia, el poder o la violencia. Continuamente bombardeados por narraciones que deben mucho a esa concepción del mundo, hemos olvidado que el origen de ellas se encuentra en los relatos de vidas de santos y santas, relatos que llevan circulando entre nosotros casi dos mil años.
Desde los tiempos del imperio romano, el culto a los santos tuvo un papel fundamental en la conformación del cosmos cristiano, en el cual Cristo y la Virgen ocupaban la cúspide. De ahí que los primeros textos reunidos entre los siglos I y III trataran únicamente sobre la vida terrena de Jesús, sobre sus enseñanzas y sobre sus apóstoles, recopilaciones inmersas en un ambiente de intolerancia, de persecuciones y de martirios. Entre esos testimonios, los obispos helenísticos (la mayoría hablantes de la lengua griega) consideraron que sólo eran canónicos e inspirados por Dios cuatro de esos evangelios (san Mateo, san Mar cos, san Lucas y san Juan), las epístolas de san Pablo y los Hechos de los apóstoles. Tacharon por tanto de apócrifos, e incluso de heréticos, a todos los demás textos que, a diferencia de los canónicos en griego, estaban escritos en arameo, sirio, árabe y copto.
Pero a partir del siglo IV, cuando se impuso la tolerancia y había triunfado la versión trinitaria del cristianismo (aquella que creía que la naturaleza divina estaba conformada por tres personas), varios de esos textos proscritos fueron rescatados y traducidos al griego, pues contenían relatos que llenaban muchas lagunas dejadas por los evangelios canónicos, sobre todo alrededor de la infancia de Jesús y de su familia terrena. En esa misma centuria san Jerónimo estaba traduciendo del griego al latín la Biblia autorizada por la Iglesia; los apócrifos, en cambio, tardarían todavía varios siglos para pasar a Occidente en una versión comprensible en la lengua latina.
Conocer más detalles sobre la vida terrenal de Jesús se hacía necesario, pues a partir del dogma declarado en los concilios de Nicea (325) y Constantinopla (381), se definió que Cristo poseía una doble naturaleza, divina y humana, y que era el Hijo de Dios hecho hombre. De ahí que también comenzara a tener un papel cada vez más protagónico su madre, la virgen María, que a partir del concilio de Éfeso (431) se volvió la más importante figura del santoral. En esos mismos siglos, iv y v, con el apoyo que brindaron los emperadores romanos a los obispos trinitarios, comenzaron a difundirse las Pasiones que, junto con otros testimonios, describían las torturas y muerte sufridas por los mártires durante las persecuciones. Un poco antes se escribió la primera hagiografía: la Vida de Antonio, en torno a san Antonio el ermitaño, obra del obispo san Atanasio de Alejandría. En ella se retomaban géneros helenísticos como la biografía de filósofos y la aretalogía, que se especializaba en el relato de hechos prodigiosos realizados por héroes y dioses. Con base en esos dos géneros se comenzaron a definir las características generales de las dos vías de acceso a la santidad: el martirio y una vida ejemplar.
Junto con la redacción de esos textos, los cuerpos de los mártires, de los eremitas y de los altos dignatarios eclesiásticos fueron convertidos en reliquias y, con ello, en el centro de santuarios de peregrinación. En sus historias fueron integradas las mitologías antiguas, las hazañas de héroes y dioses y las descripciones de los daímōnes, personajes a me dio camino entre los dioses y los hombres que se hacían cargo de los sacrificios y los misterios, de los conjuros y la magia, de la adivinación y los oráculos. Además de fungir como intermediarios entre el cielo y la tierra, estos seres también otorgaban favores o derivaban aquellos que las divinidades mandaban.
Con los santos, sin embargo, se daba una ruptura respecto a los antiguos héroes. En Oriente, las muertes atroces y el sufrimiento de los mártires les había conseguido la vida eterna; los ermitaños habían renunciado a todo contacto humano y se privaban de todo placer. Salvo las atribuidas al arcángel san Miguel, las proezas de los nuevos pala dines estaban vinculadas con cierta pasividad, todo lo contrario a las hazañas de los invencibles héroes antiguos. En Occidente, en cambio, los santos más populares fueron los obispos y misioneros que, como los apóstoles, se dedicaron a expandir la fe, aunque sus hazañas no implicaban el uso de la fuerza.
Los nuevos paladines propuestos por los obispos, sin embargo, tu vieron que compartir el espacio simbólico con la veneración a la naturaleza y con una multiplicidad de dioses, héroes y otros seres. Para no tener que compartir el espacio sagrado, surgió la necesidad de desligar a los santos de los antiguos daímōnes; por eso este nombre se empezó a utilizar para denominar a los ángeles caídos. Las prácticas y cultos ani mistas y politeístas seguían aún vigentes entre los campesinos que, des de el neolítico, eran la apabullante mayoría de la población. Gracias al rico y variado santoral que la Iglesia comenzó a presentar ante ellos, y a sus atribuidos poderes mágicos y curativos, comenzaron también a di fundirse los valores morales cristianos alrededor del eros y del thánatos y sus concepciones sobre el papel social de nobles y plebeyos, de clérigos y laicos, de hombres y mujeres.
En adelante, los santos se convirtieron en el medio más idóneo que los obispos y misioneros encontraron para cristianizar a los pueblos paganos, primero en Eurasia y África y a partir del siglo XVI en el continente americano. Todo comenzó cuando los obispos trinitarios utilizaron las reliquias para generar una nueva forma de socialización basada en el esquema del patronazgo y lograron la subordinación de los nuevos conversos a las basílicas que resguardaban sus reliquias. Al igual que la aristocracia terrateniente que vinculaba a su clientelazgo a amplias capas de población, los santos se volvieron los patronos protectores contra los males del mundo. Surgía así una religión jerarquizada e institucionalizada que creía en un cielo imperial donde los santos formaban una corte de servidores intercesores ante una figura de poder que era Cristo.
Alrededor de los santos, los pueblos de Europa desarrollaron duran te la Edad Media un complejo sistema de símbolos, valores, creencias y prácticas. Para trasmitirlos, desde el siglo IX en el imperio bizantino y desde el XII en la Iglesia latina, se fueron sofisticando los métodos de difusión aunque los mensajes siguieran siendo los mismos. En Occidente, a los sermones se unieron los relieves narrativos en capiteles y pórticos y después las pinturas en muros y vitrales generando el primer sistema de trasmisión audiovisual. A ellos se añadieron en los siglos siguientes las fiestas, las procesiones, el teatro, los viacrucis, las reliquias y objetos portables sobre el cuerpo: medallas, estampas, rosarios, escapularios. Para educar en los nuevos métodos y enriquecer los relatos se multiplicaron los textos hagiográficos para el uso de los oradores, de los pintores y escultores, de los confesores y de todo aquel encargado de difundir los mensajes cristianos.
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Autor: Antonio Rubial. Título: El sexo de los ángeles y de los santos. Editorial: Siglo XXI. Venta: Todostuslibros


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