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El tigre, los cazadores y la des-extinción

El tigre, los cazadores y la des-extinción

Vivo hace meses en la ciudad de Launceston, en la isla de Tasmania, Australia. Y desde que llegué estoy obsesionada con el animal que se ve por todos lados en la ciudad, aunque esté extinto. Es un fantasma de presencia constante, un recuerdo de la culpa y la estupidez de los primeros colonos. El thylacine, o tigre de Tasmania, es el logo de Launceston: la silueta de un animal con rayas en su lomo, que parecen trazos de sus costillas. Un perro esqueleto en cada esquina, en los tachos de basura, en las comunicaciones oficiales, en los carteles de bienvenida. El thylacine es el único mamífero del que sabemos exactamente cuándo se extinguió: el 7 de septiembre de 1936 murió, en el zoológico de Hobart, el último espécimen vivo. Nunca más se vio otro. Es el único animal extinto que tiene imágenes en movimiento: una breve filmación en ese mismo zoológico, en la que se lo ve caminando y, en un instante inolvidable, abrir la boca en 70 grados, casi una “L” perfecta. Ver las fauces es darse cuenta de que no había ningún otro animal como este anciano, el más grande los marsupiales carnívoros, que se parece a un lobo, tiene rayas de cebra y tamaño de perro pero no es ninguna de esas cosas, es un thylacine, un ser que vio la Edad de Hielo. Se dirá que se extinguieron muchos otros animales, pájaros y peces, y que hay muchos célebres, como el dodo y el mamut. Y es cierto. Pero el tigre es diferente por su iconografía, sus ojos tristes y la ferocidad con la que fue perseguido, malentendido, hasta insultado.

"El tigre convivió 40 mil años con aborígenes en Tasmania y se extinguió en apenas 127, a partir de la llegada de los europeos"

Y por la persistencia de la leyenda. En la espesura de Tasmania, en esa planicie central del fin del mundo, se dice que el tigre sigue con vida, oculto. Hay avistamientos frecuentes y cazadores que se internan en los bosques para encontrarlo. Lo cierto es que no hay prueba de su presencia en Tasmania, último refugio del tigre. El thylacine aparece en registros fósiles de hace 25 millones de años. Cuando en Australia, durante la segunda ola migratoria humana —hace 38 mil años— llegaron habitantes con sus dingos, el animal se recluyó en Tasmania, donde vivió durante 40 mil años junto con los aborígenes. Los primeros europeos se instalaron en la isla en 1803. Decidieron que el tigre —lo llamaban “hiena”— atacaba a las ovejas. Era paranoia: el thylacine era demasiado pequeño para matarlas. En realidad se las robaban entre ellos. El tigre sí mataba otros animales de granja, y por supuesto comía las ovejas muertas. El gobierno le puso precio a su cabeza: una libra por tigre. Se pagó por 2.184 ejemplares. El último botín se cobró en 1909. Sucedieron más cosas pero el resultado tiene estos fríos números: en 1930 Wilf Batty mató al último thylacine en libertad. El tigre convivió 40 mil años con aborígenes en Tasmania y se extinguió en apenas 127, a partir de la llegada de los europeos. Cuando en 1936 el gobierno de Australia prohibió cazarlo, era demasiado tarde. Ocho semanas después, el último thylacine moría de frío en su celda.

Desde entonces, como niños tratando de reparar el juguete favorito que se rompió en la frustración de un enojo, se lo busca sin pausa. Las expediciones más importantes se hicieron entre 1959 y 1961, con dirección de Eric Guiler. Llevaron pioneras cámaras automáticas. Nada. Guiler volvió para rastrillar la zona del oeste, en 1963 y 1964. Nada. Entre 1968 y 1972 se lanzaron grandes expediciones, con casi treinta cámaras automáticas en el terreno durante años. Nada. En 1982 el guardaparque y ornitólogo Hans Naarding dio aviso de un avistamiento, y su opinión se consideró tan seria que en 1983 se hizo la última búsqueda financiada por el gobierno. Nada. En los 90, Ted Turner ofreció 100 mil dólares por un thylacine. En 2005 el diario The Bulletin ofreció un millón. Nadie pudo ofrecer siquiera una foto borrosa para cobrar las recompensas.

"Es un espectro, es una historia de alucinados que cuentan sobre manadas a orillas de un lago que jamás nombrarán, para guardar el secreto"

Quedan exactamente 754 restos de tigre en el mundo, incluidos ejemplares embalsamados, pieles y huesos, además de recuerdos en cartas, artículos y diarios. A veces los mataban de hambre o de un golpe, porque no querían desperdiciar balas. El thylacine que se fue a Londres como regalo a un zoológico, en 1849, se dejaba acariciar. En 1933 un chico de 5 años recibió un cuerpo en la orilla. Los diarios lo llamaban estúpido y plaga, y afirmaban que le chupaba la sangre a las ovejas.

En internet y en podcasts, si uno entra a los rabbit holes, se pueden ver las fotos de los supuestos avistamientos, muchos de ellos en el continente, la mayoría en rutas. En 2021 hubo conmoción por supuestos tigres bebés, pero eran wallabies. La verdad es que, de persistir, su presencia se notaría, porque en la isla sería el predador rey. No está. Es un espectro, es una historia de alucinados que cuentan sobre manadas a orillas de un lago que jamás nombrarán, para guardar el secreto.

En 1999, la escritora Julia Leigh publicó una novela extraordinaria sobre el thylacine, El cazador (The Hunter), que debería ser un clásico contemporáneo. En Australia se consigue en edición de bolsillo, en español está tan desaparecida como el tigre. La novela es Cormac McCarthy antes de que McCarthy se hiciera famoso, puro músculo tenso, con la dosis adecuada de frialdad y desesperanza. Leigh escribe sobre una Tasmania que ya no existe, que era un territorio atrapado en su pasado de prisión del Imperio, en su oscuridad de Van Diemen’s Land. Hace 30 años, el gobierno tasmano recién había reconocido el despojo a los aborígenes, y ser gay apenas dejaba de ser ilegal. Había grupos ecologistas de acción directa en plena protesta, pocos vuelos para conectarse con el continente y el chiste era que todos los isleños eran primos. Hoy Tasmania tiene uno de los museos más cool del mundo, el MONA, que cada año hace el festival Dark Mofo. En 2014, el escritor tasmano Richard Flanagan ganó el premio Booker. Hay saunas secretas y retiros carísimos por toda la isla, gastronomía elegante, dos aeropuertos internacionales, es la tierra natal de la comediante Hannah Gadsby, de la actriz Essie Davis (The Babadook) y de Maria Donaldson, la actual reina de Dinamarca. Hasta tiene una película sobre el asesino serial local de rigor, en este caso Martin Bryant, cuya tortuosa vida dirigió Justin Kurtzel en Nitram, con un protagónico despampanante del extraordinario Caleb Landry Jones, que ganó el premio a Mejor Actor en Cannes en 2021.

"La Tasmania de El cazador es la que está a punto de convertirse en un destino turístico boutique, un espacio liminal que todavía carga con sus crímenes coloniales"

La Tasmania de El cazador es la que está a punto de convertirse en un destino turístico boutique, un espacio liminal que todavía carga con sus crímenes coloniales. El protagonista es un mercenario llamado M, que trabaja para una compañía de biotecnología cuyo interés es el material genético del tigre. Se sabe que queda uno solo. Una hembra. El cazador tiene su campamento en casa de una joven viuda que vive con sus dos hijos, en una casa justo al lado de la meseta. Ella está deprimida al punto de la catatonia: la casa es de los chicos, que no van a la escuela y deambulan asalvajados. Es una novela oscura e hipnótica, la evocación de la soledad es absoluta, la manera en que nos engaña para que creamos que ese soldado puede tener corazón es devastadora, y el final es un golpe maestro de desencanto y violencia. Es gótico del fin del mundo, un libro de ejecución tan notable que, quizá, haya secado a la propia Leigh, que publicó un solo libro desde entonces, Disquiet, en 2008.

Esperamos que la literatura sobre la naturaleza sea elegías y cantos a la belleza. Esperamos que los personajes se sumerjan en lo salvaje abrumados por la fragilidad de la creación. El cazador no es así. La mirada de M. es instrumental, esa meseta que debe abordar no lo abraza ni lo rechaza. Es un mundo con el que él no está ni podrá estar integrado. Leigh escribe: “Viajará con una pata de thylacene como talismán, su pata de conejo bastarda, un recuerdo no de las cosas como deberían ser, sino como realmente son”. El cazador nos recuerda por qué un bosque alguna vez fue sagrado y un animal fue temido. Por qué la naturaleza es hostil. Por qué eso no significa que debemos luchar contra ella, o domarla, o destruirla. Nos dice que la empatía es tonta: lo que importa es el respeto y la dignidad.

"Es cuestión de tiempo. Los investigadores aseguran que reintegrar al animal puede volver a estabilizar un ecosistema en peligro"

Un grupo de investigadores de la Universidad de Melbourne, sin embargo, no se resigna a que la historia violenta y devastadora sea un destino. El equipo del Thylacine Integrated Genetic Restoration Research Lab (Laboratorio Integrado para la Restauración Genética del Thylacine) se propone des-extinguir al tigre. No es ciencia ficción: van a traerlo de vuelta. Pask consiguió una buena muestra de ADN y trazó el genoma. La especie huésped será el dunnart: en una hembra se implantará el embrión. Dunnart y thylacine comparten el 99,9% del ADN: para editar ese porcentaje diferente hará falta una década. Es cuestión de tiempo. Los investigadores aseguran que reintegrar al animal puede volver a estabilizar un ecosistema en peligro.

Hay, también, objeciones éticas. Jugar a Dios, dicen. Pask tiene una respuesta. No es jugar a Dios, afirma. Es jugar a ser hombres. Fue tecnología lo que extinguió a los tigres: las armas, la agricultura y el imperialismo. La genética ofrece la posibilidad de arreglar algo que se hizo mal y preservar el futuro. No hay mucha discusión racional con el argumento, pero persiste la idea siniestra de la copia, el clon, el doppelgänger. Algo que es, pero no es.

Cuando el tigre revenido nos mire a los ojos, ¿será el tigre quien mire?

¿Se escribirán libros sobre la inteligencia perversa de este animal nuevo, que vuelve de los muertos para vengarse de sus asesinos?

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Alberto delgado
Alberto delgado
6 meses hace

Excelente artículo gracias!

Roberto Arizpe Larenas
6 meses hace

Tal vez se podría clonar.