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Elvira Sastre: «La literatura juvenil es el gran motor de la industria editorial»

Elvira Sastre: «La literatura juvenil es el gran motor de la industria editorial»

Cuando en 2019 Elvira Sastre (Segovia, 1992) ganó el premio Biblioteca Breve de Narrativa con Días sin ti, una pequeña conmoción sacudió los mentideros literarios. ¿Cómo era posible que aquel prestigioso galardón literario fuera a parar a manos de la conocida como «poeta de Instagram», una veinteañera que atesoraba multitud de entusiastas seguidores (hoy suma ya más de 600.000) con sus versos en la red social, seguidores que luego llenaban teatros y salas de concierto para escuchar sus recitales en vivo?

Ahora Sastre publica una segunda novela de madurez que cierra aquel malestar de cierta parte de una crítica presuntuosa y falta de curiosidad.  Las vulnerabilidades (Seix Barral, 2024) cuenta una buena historia, dosifica la tensión con destreza y habilidad y culmina con uno de esos finales que vuelan la cabeza del lector y le obligan a empezar de nuevo para saber cómo demonios lo ha hecho. Elvira se llama también la protagonista que un día recibe un mensaje de una joven llamada Sara, víctima de los nuevos abusos digitales. Pero, ¿es de verdad posible salvar a todo el mundo?

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—»Es imposible fabricar una nueva existencia a partir de la verdad. Lo que queda al sincerarse con los demás es la vida expuesta. Lo contrario de la verdad no es la mentira, es el misterio». ¿Exponen estas palabras al principio del libro, de alguna forma, su proyecto literario?

"Es realmente el poder de la verdad lo que se pone aquí en cuestión. Y sin la verdad, lo que queda es el misterio"

—Este libro está plagado de pequeñas señales. Ha habido siempre una intención de jugar de alguna forma, tal vez no como intención principal, pero sí es algo que pasaba por mi cabeza. Al final, como toda novela de misterio, o thriller, o como lo quieras llamar, vas dejando pistas, porque al final así creas el ambiente de que hay algo que va a pasar y no se sabe bien el qué. Y cada uno se hace la idea con base en sus experiencias. Eso me parece siempre muy divertido. Creo que es un libro que te lo lees dos veces y se convierte en un libro distinto. Podrías repasar una y otra vez lo mismo pero sabiendo cosas diferentes. Es realmente el poder de la verdad lo que se pone aquí en cuestión. Y sin la verdad, lo que queda es el misterio.

¿Podríamos describir Las vulnerabilidades como una autoficción imaginaria basada en hechos reales? ¿Cómo se adueñó esta historia de tu cabeza?

—Me parece una descripción acertada. Esta historia se adueño de mí, y el verbo es perfecto porque realmente fue eso, se me metió dentro. Al final es literatura, pero es verdad que como libro y como historia narrativa me persiguió desde el primer momento. Y me resistí mucho. Al principio me parecía un salto al vacío, a un vacío interior profundo. Debía estar preparada para entrar en algo así. Y al principio me resistí, no quería. Intenté hacerlo de otras maneras. Recuerdo que me fui a un sitio muy oscuro para escribirlo y mi psicóloga me dijo: «¿Por qué estás escribiendo algo tan oscuro en un sitio tan oscuro? ¡Busca la contraposición». «Joder, es verdad», pensé. Entonces me fui a un sitio más luminoso y, de repente, las cosas fluían mejor, porque yo me iba a casa fatal cuando estaba en ese estado. He intentado huir de esta historia, hasta que un día me dije que no pude más. Y me lancé: que sea lo que tenga que ser. En esta vida hay muchas que no tienen sentido y a mí me tranquiliza buscarlo. Escribirlo.

Elvira, una escritora con oscuridad y dolor en su pasado, y Sara, víctima de la difusión de un vídeo sexual y de una violación grupal, tejen una relación muy compleja. Elvira se convierte en su guía y protectora, pero por momentos sospechamos que su ayuda no es completamente desinteresada.

"Si muestras tendencia a ayudar a los demás por los motivos que sean hay que celebrarlo. El problema es si se te va de las manos y pierdes el control"

—Yo creo, y no me parece malo ni condenable, que ninguna ayuda es altruista al cien por cien. Todo siempre responde a una voluntad, y la voluntad es algo personal, algo que tienes dentro y necesitas satisfacer. Responde incluso a una ambición, que es una palabra que puede dar un poco de miedo, pero que no tiene por qué ser negativa: si muestras tendencia a ayudar a los demás por los motivos que sean, hay que celebrarlo. El problema es si se te va de las manos y pierdes el control. Es lo que ocurre en mi novela cuando la supuesta víctima está ya mejor y la supuesta cuidadora se encuentra fatal, sin embargo, porque ya no sabe cuál es su papel. Su propósito en la vida pasaba por ayudar a esa persona, porque ayuda a todas las mujeres, y de pronto dice: «Hostia, una parte mínima de mí quiere que ella siga mal».

—Los horrores vividos por Sara conducen constantemente a las redes, el escenario donde su maltratador la daña. Te lo pregunto a ti, que fuiste llamada «poeta de Instagram» y que llevas muchos años viendo evolucionar la selva digital: ¿cómo esas redes, que antaño iban a ofrecernos libertad y creatividad desconocidas, se han convertido en un nuevo cuarto oscuro para el daño y el escarnio, especialmente contra las mujeres?

—Ojalá tuviera la respuesta. No lo sé, no tengo ni idea. Y ojalá quien tenga las herramientas para saber cómo hemos llegado hasta aquí o qué limitaciones serían necesarias actuara. Porque es verdad que hay una parte muy carnívora y muy hambrienta en las redes. Y siento que está contaminando también a la cultura. Me da pavor por lo que pueda pasar. Como creadora, es muy difícil que eso no se te cuele, que no estés pendiente, porque vivimos un momento en el que por cualquier cosa que digas te pueden cancelar. Y entonces se acabó. Da mucha rabia que ese filtro esté presente en la cabeza de todo el mundo a la hora de hacer cualquier tipo de cosa, porque puede afectar al resultado artístico. Soy honesta, presente está. Lo que pasa es que yo me esfuerzo para que no sea así, porque me resulta mucho más interesante el otro lado, contraponerme al pensamiento mayoritario o políticamente correcto. Es lo que me interesa también como lectora. Da mucha pena pensar en que al final acabemos leyendo libros que no nos hagan pensar y que no alimenten el pensamiento crítico.

—¿Arreglaríamos algo si prohibiésemos, como pide ahora un movimiento incipiente, el móvil a los adolescentes, hasta los 16 o incluso los 18 años?

—No tengo hijos y no conozco bien la idiosincrasia de los colegios e institutos. Pero por lo que me llega de amigos maestros, en fin, no voy a decir que hay cosas más peligrosas que los teléfonos móviles, pero me preocupa mucho el auge de un discurso machista cada vez más acusado en los centros escolares. Yo soy hija de la educación pública, y más que en la prohibición creo en la educación y la formación. Sé que es un camino más lento pero también más provechoso. Ojo, la educación no solo es cosa de los maestros, interpela a toda la sociedad de forma colectiva.

Varias encuestas recientes en todo el mundo sobre las diferencias de género señalan un hecho muy inquietante: las mujeres son cada vez más de izquierdas y feministas y los hombres son cada vez más de derechas y sienten el feminismo como un ataque. ¿Qué hacemos para arreglar esto? Porque tenemos que seguir viviendo juntos…

"Sinceramente, creo que estamos en un momento de progreso, aunque no sea unánime. Siempre que avanzamos se activa una respuesta reaccionaria"

—Pero hay cosas obvias que no parece necesario subrayar. Maltratar o asesinar a una mujer es algo que no puede pasar. Entiendo de todas formas que no es fácil cambiar siglos de historia y comportamiento, ni que los hombres cedan sus privilegios en aras de la igualdad. Y nuestro ejercicio es titánico, subir siempre es muy difícil. Pero podemos apoyarnos en el ejemplo de mujeres que ya lo pelearon todo en el pasado. Debemos seguir su estela y ofrecer ejemplo a las próximas generaciones. Sinceramente, creo que estamos en un momento de progreso, aunque no sea unánime. Siempre que avanzamos se activa una respuesta reaccionaria.

—Cuando ganaste el premio Biblioteca Breve en 2019 con Días sin ti, algunos auguraron que la fusión de las nuevas modas de expresión en las redes y la edición tradicional de libros no iba a salir bien, que era como mezclar el agua y el aceite. ¿Con esta segunda novela has acallado para siempre aquellos reparos?

—Nunca ha sido mi intención acallar ningún reparo. Entiendo que la crítica literaria existe, y me parece bien, convivo con ella, pero mis ambiciones se encuentran en otro sitio. No en el reconocimiento absoluto, porque algo así es imposible y te puede hacer sufrir mucho querer gustar a todo el mundo. Yo estoy muy contenta con lo que consigo despertar en mucha gente con mi poesía y con mi narrativa, con mi literatura. Me hace feliz el contacto que tengo con lectores y lectoras, que son muy dispuestos. Para mí eso es suficiente. ¿Que algunos críticos pudieron pensar en su momento eso que comentas y ahora han cambiado de opinión? Bienvenidos. No cierro la puerta a nadie.

—¿Poeta o novelista? ¿Dónde te sientes más cómoda?

"Siento que necesito expresarme mucho y de formas diferentes"

—He aprendido, después de tocar varios palos, desde la poesía a la narrativa, pasando por ensayos o artículos, que cada género me sirve para contar cosas distintas. Eso me encanta porque siento que necesito expresarme mucho y de formas diferentes, y si algo no me funciona a través de la poesía y sí con la narrativa, salto de una a otra. Ahora lo abrazo todo, me escucho y según me pida el cuerpo escojo una cosa u otra.

—¿Eres de las que cuando te dicen que los jóvenes no leen tú respondes que sí leen e incluso más que los boomers, sólo que de forma diferente?

—La literatura juvenil es el gran motor de la industria editorial de este país, y no es nada fácil. Me da mucha rabia que se desprecie. Igual que me da rabia también que se desprecie al prototipo de lector. Hablo de las mujeres de en torno a cincuenta y sesenta años, que son las grandes consumidoras de cultura en España. Las ves acompañadas, o solas, en los cines, en los teatros, en las librerías… Están en todas partes y sostienen nuestra cultura junto al público joven.

—Llenas con tu poesía teatros y grandes salas de concierto por todas partes. Es algo inédito en un género tradicional de minorías. ¿Qué dirías que busca la gente que va a verte?

"La poesía siempre vivió a las calles, forma parte del pueblo porque es una forma preciosa de consumir cultura"

—No me he inventado nada. Nos podemos retrotraer a la época de los juglares y los trovadores. La poesía siempre vivió a las calles, forma parte del pueblo porque es una forma preciosa de consumir cultura. Es verdad que la poesía también ha vivido momentos más elitistas e indescifrables. Pero siempre vuelve. Mucha gente no lo sabía y, de pronto, descubre que le apasiona la poesía. Toda esta vertiente mía de los teatros, los recitales, las giras por España y América Latina son el resultado de creer que algo así merece la pena, pero también de rodearme de un estupendo equipo de gente. Y de muchísimo trabajo. Porque en España cuesta y no nos sentimos muy respaldados. Sí por el público, pero no desde otras instancias. Mucha más gente en este país haría lo que yo hago a poco que se le diera un impulso.

—¿Madrid te sigue matando? ¿Crees, como Sabina, que al lugar donde has sido feliz no debes tratar de volver?

—Madrid es mi vida, mi gran amor. Tiene todo lo bueno… y también lo malo, claro. En su día escribí que Madrid me mataba, que no es para todo el mundo, y sigo pensándolo. Pero a mí me encanta. Me mata y me resucita. Y los veranos vuelvo al barrio de Segovia donde nací, que es como un pueblo.

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