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César Pérez Gellida: «Los lectores no son estúpidos, demandan lo que realmente quieren leer»

César Pérez Gellida: «Los lectores no son estúpidos, demandan lo que realmente quieren leer»

Para conseguir el éxito hay que tener ambición y también paciencia. César Pérez Gellida sabía que para escribir Bajo tierra seca tenía que pasar un tiempo. Después de convertirse en uno de los referentes del género negro de nuestro país, el autor de Memento Mori decidió que había llegado el momento, y la recompensa fue el premio gordo: se llevó el premio Nadal de este año. Llamémoslo thriller rural, rural noir o country noir, la etiqueta es lo de menos; este western extremeño, retorcido y violento, con más duelos entre pistoleros que una película de Sam Peckinpah, es pura diversión, un artefacto adictivo que deja al lector con las pupilas enrojecidas, entregado a la tarea de pasar una página más, otra más, una paginita más…

Hablamos en Zenda con César Pérez Gellida sobre mujeres de bandera que manipulan a hombres que se dejan hacer, de veteranos de la guerra de Filipinas enganchados al opio, acerca de las denominaciones del género negro y del sentimiento que mueve el mundo: la venganza.

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Bajo tierra seca es una historia de manipulación.  

"Antonia Monterroso descubre que tiene un atractivo físico que es un arma de destrucción masiva para los hombres"

—No sé si es una historia de manipulación. Desde luego que el personaje de Antonia Monterroso tiene como mayor virtud ser una gran manipuladora. Ella descubre que tiene un atractivo físico que es un arma de destrucción masiva para los hombres. Antonia tiene dotes para la manipulación y las utiliza para conseguir su propósito: salir de la miseria en la que se encuentra e ir subiendo peldaños en esa escala social tan complicada que era la España de principios del siglo XX.

—La historia de Bajo tierra saca nace de un relato fascinante, de un personaje de carne y hueso increíble.

—Sí. Se trata de Brynhild Paulsdatter Storset, una mujer noruega, que llegó a principios de siglo a una zona muy rural en Estados Unidos, como era la zona norte de Indiana. Allí lo que se encontró no tenía nada que ver con ese sueño americano que le habían vendido en su país. Trabajó como jornalera del campo y tuvo muchas dificultades para satisfacer sus necesidades básicas. Al igual que Antonia Monterroso, Brynhild era muy atractiva, con unos rasgos nórdicos muy marcados, alta y voluminosa, con muchas curvas. Esta mujer comenzó a buscar maridos con una situación económica y social mejor que la suya. Todos esos maridos tuvieron diversos accidentes y acabaron muertos. Brynhild —que cambió su nombre por el de Belle Gunnes; tomó el apellido de su primer marido— se convirtió en una de las mayores asesinas en serie de la historia. Se le probaron cuarenta y nueve asesinatos. Pero se cree que pudieron ser más de sesenta, entre obreros que trabajaban en su hacienda, maridos, pretendientes, hijos… Se sabe que mató a tres de sus cinco hijos. Conocía esta historia desde hace bastante tiempo, pero me la quería traer a España. Quería hacer la mía. Pero para crear ese personaje yo tenía que estar muy preparado. Tenía que manejar muy bien el oficio de escritor para poder hacer ese viaje al pasado. Debía emular las mismas condiciones con las que se encontró Belle, pero en España. Por eso me fui a esa Extremadura deprimida de principios del siglo XX. Lo que más me preocupaba es que ese recorrido histórico no interrumpiese la trama. Quería que el lector tuviera una inmersión en la época, que fuera capaz de viajar en el tiempo esos cien años atrás, pero no quería que esto se convirtiera en una novela histórica, sino que fuera un thriller. Que el suspense fuese lo fundamental. Y para lograrlo tenía que dosificar muy bien esas pinceladas históricas, esos apuntes del contexto político, económico y social, para que el lector enganchara bien con la época.

—Hay también un toque a Salvaje Oeste. ¿Ha buscado conscientemente ese aroma a western en la narración?

—Me lo están diciendo muchos lectores y también los periodistas. No fue algo buscado. Pero sí que es cierto que el western tira mucho de un elemento que es la venganza. Aquí la venganza está muy presente, sobre todo en la figura de Francisco Espinosa, que sospecha que su hermano ha sido asesinado. Además, hay un desenlace con tanto disparo como en el tiroteo del OK Corral. No fue algo buscado, pero no reniego de ello, y si lo han detectado tantos lectores es porque ese género está presente.

—El arranque del siglo XX es una época ideal para un escritor de thrillers. ¿Le ha costado el cambio de época histórica, el cambio de registro?

"Es muy difícil deshacerse de los personajes que te han acompañado durante tanto tiempo"

—Sí. Sobre todo cuesta el cambio de chip. Es muy difícil deshacerse de los personajes que te han acompañado durante tanto tiempo. Todas las novelas que yo he escrito están de alguna forma relacionadas, los personajes son recurrentes y la época es contemporánea —excepto ese viaje que hizo Carapocha a los 80—. En el momento en el que tú tienes la historia —la has dibujado tu cabeza, sabes cuál va a ser el entorno, la atmósfera—, si ya tienes unos personajes recurrentes el resto es oficio y muchas horas delante del teclado.

—De refilón aparece el crimen de Malladas, del que escribió Luis Roso. La crónica negra de la España del siglo XX da para muchas novelas. ¿Se avecina un boom con el thriller rural? ¿Del noir rural?

—No tengo ni la más remota idea. (Risas) Ese epíteto no lo he puesto yo. Tenemos la necesidad de etiquetarlo todo para facilitar las cosas al lector y también la venta. Me parece bien que lo hayan calificado y etiquetado como un thriller rural, rural noir, etc. No sé si estamos ante un boom o simplemente se han juntado equis novelas con una temática y ambientación parecida. Esa España rural de principios del siglo XX favorecía que se diesen los ingredientes para la tragedia: la miseria, defender la propiedad con uñas y dientes, las rencillas heredadas generación tras generación… Pero en las ciudades también había crónica negra, también había robos y crímenes.

—Hay cierto costumbrismo en Bajo tierra seca. ¿La denuncia de las desigualdades sociales y el clasismo era un objetivo, o solo es una parte necesaria del decorado de la ficción?

—Normalmente no busco en mis novelas lanzar un mensaje más allá de lo que sucede en cada una de esas obras. Cada lector es muy dueño de interpretar lo que considere oportuno. No pretendo hacer una denuncia social, simplemente intento reflejar cuál era la situación política, social y económica en esa época para que el lector pueda hacer esa inmersión. Para que de esa forma conecte con ese momento, con los personajes y entienda que un entorno tan hostil es probable que las personas se comporten con violencia.

—Aunque cambie de registro, de género, la acción no decae. Ha hecho de la canción de Patricia Manterola su máxima: «Que el ritmo no pare». Parece una obligación meter al lector de sus thrillers en un Dragon Khan en bucle.

"La sucesión de acontecimientos es lo que hace que el lector se enganche a las páginas y quiera seguir capítulo tras capítulo hasta el final"

—Sí, sí. (Risas) Para mí el ritmo es una obsesión. Mis novelas lo necesitan. La sucesión de acontecimientos es lo que hace que el lector se enganche a las páginas y quiera seguir capítulo tras capítulo hasta el final. Esto para mí es uno de los objetivos primigenios cuando yo me pongo a planificar una novela. Igual que el hecho de incomodar al lector tiene que estar ahí presente —por eso hay escenas que quizás estén un poco subidas de tono—, también hay que engañarlo con esos giros de argumento para establecer un juego que les haga visualizar un camino por el que creen que tienen que avanzar, aunque la historia vaya por otro lado.

—En una novela ambientada a principios del siglo XX no estamos acostumbrados a que las drogas tengan esa presencia. Parece que solo nos drogamos desde los 80.

—Lo que cuento de la guerra es real. En la guerra de Filipinas quedaron veinte mil soldados españoles abandonados por el gobierno. Quedaron allí después de firmar el armisticio. Estos hombres sufrieron penalidades atroces. Los hicieron caminar muchísimos kilómetros en unas condiciones terribles, sin comida. Luego los internaron en distintos campos de concentración, donde los carceleros les suministraban el opio, normalmente a cambio de favores sexuales. De todos esos soldados solo sobrevivieron unos ocho mil, y cuando llegaron a España dos años después muchos estaban enganchados al opio, como es el caso de Martín Gallardo en la novela. El opio entraba por España a través de los puertos, principalmente del Mediterráneo, Barcelona y Valencia. Su consumo no era algo habitual, pero estaba extendido por las zonas bajas de las ciudades portuarias.

—No se ha escrito mucho de los veteranos de esas guerras.

—Es que el Desastre del 98 se escondió de forma premeditada, porque supuso la pérdida de las últimas colonias de ultramar, el fin del imperio español. Esa derrota fue muy mal aceptada por los políticos y las clases pudientes de nuestro país. Se ha escrito muy poco para la importancia que tuvieron las guerras de Cuba y Filipinas y todas sus consecuencias.

Bajo tierra seca tiene hechuras cinematográficas. ¿Se la imagina convertido en película o en serie?

"Decidí cambiar y comenzar a escribir la novela desde el principio y me dejé llevar, como siempre he hecho"

—Me la imagino en imagen más como serie que como película. Creo que el argumento en una película quedaría un poco constreñido, aunque no descarto nada. De hecho, la idea de esta historia la comencé a escribir en formato de guion. El problema es que al hacerlo así necesitas escaletar y tenerlo todo muy previsto y atado. Cuando empecé el tercer capítulo me di cuenta de que estaba cambiando mucho mi forma de escribir y de estructurar. En narrativa yo no tengo cortapisas; siempre escribo hacia adelante, sin mirar atrás, sin saber qué es lo que va a suceder. En ese momento decidí cambiar y comenzar a escribir la novela desde el principio y me dejé llevar, como siempre he hecho.

—De ese guion original han quedado esos diálogos tan contundentes.

—Es que es mi forma de escribir. Siempre trato de aligerar mucho los diálogos, que para mí son una parte fundamental de mis novelas. Por eso busco que sean ágiles y muy naturales. Eso lo he heredado no por escribir guion, sino por la forma de procesar la relación entre los personajes.

—¿Ha quedado contento con la adaptación a serie de Memento Mori?

—Mucho, mucho, mucho. He estado muy implicado en todo el proceso de escritura, desde las primeras versiones del guion que hicimos en su día para Movistar, y que luego modificamos casi por completo cuando empezamos a trabajar con Prime. Me siento muy partícipe del resultado y muy satisfecho. Lo esencial de Memento Mori está presente en la adaptación. Hemos hecho cambios: hay cosas que no están en las novelas y están en la serie, pero eso es lo que implica una adaptación audiovisual. Por eso se llama adaptación y no se llama réplica.

—He leído a Jo Nesbø que en los países nórdicos desde los años 70 «la novela negra fue tomada en serio como un género literario aceptado». ¿Y en España?

—Sí. Pero cuatro décadas más tarde. (Risas) Yo te diría que hasta el éxito de Dolores Redondo con su trilogía del Baztán, cuando rompe todos los techos posibles de lectores, en España la industria editorial no consideraba el género negro como un género con mayúsculas. A partir de ese fenómeno han surgido muchos escritores españoles de gran calidad que han llegado a miles de lectores. Si te fijas en los puntos de venta, la novela negra ocupa el mayor espacio porque es el género más demandado. Los lectores no son estúpidos, piden lo que realmente quieren leer. Los motivos los desconozco, pero estos son los hechos.

—Terminamos. ¿Tiene miedo al bloqueo después de recibir un premio tan importante como el Nadal?

"No se trata de ver qué pasa cuando se publique la novela. Tienes que ponerte a escribir porque tienes muchos lectores que están demandando tus novelas"

—No. Para nada. Te cuento: el día seis recibí el Nadal, y el siete nos quedamos en Barcelona, pero el día ocho estábamos ya en Valladolid y yo por la tarde estaba escribiendo, así que bloqueo ninguno. Al contrario. A mí el Nadal me ha aportado un gran reconocimiento al ser el premio más antiguo de este país; ahora estoy en un listado junto a escritores y escritoras que forman parte de la historia literaria de España. Esto es un gran acicate. No se trata de ver qué pasa cuando se publique la novela. Tienes que ponerte a escribir porque tienes muchos lectores que están demandando tus novelas. Esto es lo importante. Ahora me pillas en un hotel escribiendo hasta que me coja el tren a Sevilla. Tengo que aprovechar todas las horas disponibles para seguir avanzando en el siguiente libro. Esta es la vida del escritor. Yo nunca he hecho ningún parón después de escribir una novela. Trato de escribir todos los días, aunque sea muy poco, no siempre lo consigo, aunque sean tres párrafos, cinco párrafos, seiscientas palabras… Es una necesidad.

—Como una gimnasia.

—Sí, exacto. Ejercitar el músculo del cerebro, eso es.

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