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En el Transiberiano, de Sara Gutiérrez y Eva Orúe

En el Transiberiano, de Sara Gutiérrez y Eva Orúe

En 1994 una médica y una periodista españolas decidieron subirse al tren más famoso de todo el orbe ruso: el Transiberiano. Dos años antes la Unión Soviética se había derrumbado y las dos viajeras, Sara Gutiérrez y Eva Orúe, querían conocer la realidad rusa. Hoy publican un libro que narra su peripecia.

En Zenda reproducimos las primeras páginas de En el transiberiano, de Sara Gutiérrez y Eva Orúe (Reino de Cordelia).

***

Antes de que salga el tren

Esta es una historia entre miles posibles. La nuestra. Por eso, el texto circula por dos vías: una personal, nuestra experiencia en Rusia, nuestro viaje transiberiano; y otra, histórica, la línea transiberiana, lo que supuso, lo que cambió. En el primer caso, el ritmo lo marcan las etapas del recorrido que hicimos en tren en 1994, de Moscú a Vladivostok; en el segundo, los cinco bloques temáticos que hemos identificado. Somos conscientes de que los escritos donde menudean los nombres rusos suelen ser fuente de confusión, porque las normas de transliteración cambian, y no siempre se acatan. En aras de la simplicidad, por lo general hemos respetado las transliteraciones ya asentadas, aunque sean erróneas (Witte, y no Vite; Ekaterimburgo, y no Yekaterimburgo; soviétskaia, y no sovétskaia), hemos adaptado a nuestra pronunciación las que hemos encontrado en otros idiomas (Kulomzin, no Koulomzine; Mijaíl, no Mikhail), siempre y cuando no fuera el nombre con el que autores rusos firmaban sus trabajos y, con alguna excepción que creemos justificada, hemos seguido las reglas más recientes cuando hemos traído a nuestro alfabeto todas las demás.

Por otro lado, y con el mismo objetivo de facilitar la lectura, nos hemos permitido actualizar el castellano de los muchos fragmentos de periódicos y revistas de finales del XIX y principios del XX que reproducimos.

Otra fuente de discrepancias es el calendario: los rusos utilizaron el juliano, no el gregoriano, hasta febrero de 1918, lo cual explica que la Revolución de Octubre se celebre en noviembre. Para complicarlo aún más, el cambio de uno

Antes de que salga el tren a otro no es siempre igual: para las fechas anteriores a 1900, hay que sumar doce días; para las posteriores, trece. Hemos puesto la fecha juliana cuando lo hemos creído conveniente, pero hemos dado prioridad a la gregoriana.

Al final del libro, el lector encontrará una cronología con los principales hitos de la historia que aquí se cuenta, así como una bibliografía donde figuran todos los libros y los artículos consultados que no se referencian en el texto.

Los preparativos

—No tenemos ningún inconveniente en ir detenidas. Es más, nos encantará conocer su comisaría, e incluso sus calabozos. Pero luego no se lamente si le acusan de haber provocado un conflicto internacional.

Discusión zanjada.

Me miró con profundo desprecio, giró sobre sí mismo y se perdió entre la multitud agolpada a la entrada de la que seguía siendo la mejor tienda de deportes de Moscú.

—¡Qué tío, no me soltaba el brazo! ¿Qué me gritaba?

—Que no se puede vender en la calle. Que está prohibido.

—Y a mí qué me dice. Que se lo diga a todos estos.

—Estos a él le importan un comino. De ti creyó que podría sacar algo.

—La que quería sacar algo era yo, los calcetines de la mochila para probarme las botas. Gracias.

—¿Qué pasó?

—Hombre, ahora os acercáis vosotros. Nada, que Eva quería probarse las botas con unos calcetines que traía de casa, buscó un hueco para apoyarse en la pared, y un poli se le echó encima acusándola de estar vendiendo en la calle.

—¡Qué cara! No cabe un alfiler entre los puestos y la toma con ella. ¿Cuánto le disteis?

—Nada.

—¿Nada?

Nuestro encuentro en Moscú

—Absolutamente nada.

—No lo creo.

—Peor para ti.

—Por curiosidad, ¿qué le dijiste?

—Que estaba violentando a la corresponsal de un importante medio español, que yo soy cirujana en el Fiódorov y que uno de vosotros es el cónsul de España.

Aunque creo que lo que realmente le intimidó fue saber que no teníamos inconveniente en acompañarle a las dependencias policiales para aclarar el asunto.

—¡Que podía provocar un conflicto internacional, le dijo!

Cuando se nos pasó el ataque de risa, seguimos comprando.

Eva, el cónsul y un joven profesor universitario madrileño, habían quedado allí, a la puerta de Олимп (Olimpo), en el metro Улица 1905 года (Calle Año 1905), para eso, para comprar. Concretamente, para comprar esquís de fondo. Yo me había sumado a la cita la noche anterior, cuando, tras hacernos fotos en el comedor de su casa para no sé qué publicación diplomática, el cónsul me contó sus planes del día siguiente con gente que yo no conocía y me aseguró que la que fuera la principal tienda de deportes soviética aún conservaba reliquias tales como arcos de madera. Sin sospecharlo, había dicho la palabra mágica. Y comprar un arco de madera con su carcaj cargado de flechas para una arquera muy especial, a la que pretendía epatar con semejante regalo navideño, se convirtió en mi objetivo para aquel sábado 23 de octubre de 1993.

Efectivamente, había un arco y poco más. Tres bolas metálicas antiestrés que, no recuerdo por qué, adquirí y regalé a los tres varones de la pandilla (no hice distingos con el traductor de Eva; sí, fui consciente cuando me lo reprochó, con ella).

Y, cómo no, también compré esquís de fondo, de madera. Y las correspondientes botas, una especie de playeros reforzados. Pero esto, fuera, en el enorme rastro espontáneo e ilegal en el que decenas de ciudadanos trataban de sacarse un extra vendiendo los productos deportivos que tenían por casa. La tienda (tan emblemática que, en el momento de escribir estas líneas, el local sito en el 23 de Krásnaia Presnia, ya perteneciente a una marca privada, aún sigue vendiendo material deportivo) estaba vacía, pero conseguimos todo lo que creíamos necesitar. No descarto que parte de lo puesto a la venta en la calle procediera directamente del almacén, era frecuente que no hubiera nada a la vista en los comercios y que sus existencias se vendieran por la puerta de atrás; difícil saber si se trataba de mercancía nueva o usada y mucho más si el precio era justo. Así que nos hicimos con lo que nos pareció que estaba en buenas condiciones y pagamos lo que nos pidieron, en cualquier caso, montos irrisorios para nuestros bolsillos.

Por alargar el encuentro, propuse ir al café más cercano (a una media hora andando), al del Дом Kино (Dom Kinó, Casa del Cine). Eva puso alguna pega porque, al parecer, se le hacía tarde para trabajar, pero las promesas de un buen café con leche fría y de llevarla a casa en coche la convencieron. Y allá nos fuimos todos con los esquís al hombro.

Se trataba de uno de los pocos lugares que frecuentaba, uno de los pocos que había, y conocía a la camarera. Cuando Eva pidió su café con leche fría, insistí en que no era un decir, que quería el café con la leche fría, a ser posible de la nevera.

—¡Es la primera vez que me ponen leche fría en los cinco meses que llevo aquí! Spasibo.

—No hay de qué. Ni te escucharían decir fría, creerían que te estabas confundiendo. Más ahora que ya hace frío de verdad. ¡Disfrútalo! Esperadme un momento, que ahora mismo vuelvo.

Vestí mi largo abrigo de visón encima del traje pantalón de manga corta, y los taconazos no me impidieron correr sobre la nieve escaleras arriba a comprar entradas para el cine. Eché un vistazo rápido a la cartelera y elegí a Kurosawa. Al despedirnos, regalé una entrada a cada uno para la primera sesión vespertina del día siguiente.

Y media hora antes de que comenzara, allí estaba yo. Con mis botas y mi anorak, a tono con las Panama Jack y la camisa de cuadros de la rizosa que me tenía fascinada desde la víspera; el cónsul ya me había anunciado que no pensaba salir de casa con tamaña nevada. A punto estaba de entrar a tragarme sola Los siete samuráis cuando, sobre la campana, apareció la más esperada, que venía de cubrir un concierto de presentación de la musicalización de Tirant lo Blanch por la compositora catalana Leonora Milà i Romeu, se disculpó; detrás, su intérprete. Él, muy discreto, se sentó en las últimas filas; nosotras, en una de las primeras.

(…)

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Autoras: Sara Gutiérrez y Eva Orúe. Título: En el Transiberiano. Editorial: Reino de Cordelia. Venta: Todos tus libros.

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