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En la Roma de Augusto las mujeres también conspiran

En la Roma de Augusto las mujeres también conspiran

Roma, siglo I de nuestra era: la nieta de César Augusto quiere saber por qué acusaron de adulterio y desterraron a su madre a un islote del mar Tirreno. Su investigación le hará descubrir que la “historia oficial” tiene poco de cierta.

En este making of Sandra Parente explica por qué escribió su novela histórica Las máscaras de Julia (Desperta Ferro).

***

Hace años que los personajes de mi novela, Las máscaras de Julia, están rondando mi vida. Ellas son Julia la Mayor y Julia la Menor, la hija y la nieta de Augusto, acusadas ambas de adulterio.

Como casi todo el mundo, primero me topé de frente con la historia de la hija del primer emperador de Roma, Julia la Mayor. Era adolescente, y después de leerla no me cuestioné nada. Julia era una adúltera, pensé por entonces, y calzándome las cáligas de un romano, posicionándome moralmente como ellos, lo que le había ocurrido era lo normal. Ni un pestañeo; nada. Como Roma entera en su época, me había tragado la propaganda de Augusto. Una propaganda que ha pervivido hasta nuestros días creando construcciones tan bien elaboradas como la de una Cleopatra femme fatale o un Marco Antonio borracho y disoluto que seguimos viendo en series y películas.

"Pensé que sería interesante ligar la historia de madre e hija, Julia y Julila, en una misma novela: historia, drama familiar, intriga política, conspiraciones, poder, Augusto, Livia"

Y los años pasaron, transcurrieron lentamente. Por entonces, estaba escribiendo mi primera novela: El Rey de Nemi. Ya me había licenciado en Historia desde hacía años y, si había aprendido una cosa en la facultad, es que las fuentes clásicas están escritas con sesgo y han de cuestionarse. Es más, la escritura de aquella primera novela se basaba en esa premisa misma, al abordar la figura de Calígula. Al querer profundizar en la vida de varios de sus familiares, me volví a encontrar con la historia de la adúltera Julia, pero ahora también ahondé en su hija, Julia la Menor, o tal como la llamo en la novela, Julila, a la que también habían acusado de lo mismo. Al excavar más, vi entonces que la historiografía llevaba al menos cuarenta años poniendo en tela de juicio aquellas versiones. Ambas acusaciones de adulterio parecían, en verdad, la condena ideal para disfrazar sendas probables conspiraciones en contra de Augusto, el primer emperador. Y por encima, el exilio del famoso poeta Ovidio parecía estar estrechamente ligado a estos hechos: «¡BUM!». Tal como dice siempre mi buen amigo el escritor Juan Luis Gomar cuando se topa con una buena historia, usando términos denostados en el mundo de Star Wars, pensé: «Esta historia tiene muchos “midiclorianos”»

Cuando presenté El Rey de Nemi y me planteé el clásico «¿y ahora qué escribo?», se inició una pugna en mi mente entre una historia de bajos fondos en la Roma de Nerón con la de las Julias, de las que estas salieron victoriosas. Pensé que sería interesante ligar la historia de madre e hija, Julia y Julila, en una misma novela: historia, drama familiar, intriga política, conspiraciones, poder, Augusto, Livia. ¿Qué más podía desear?

"Seguí leyendo y leyendo sobre el tema. Probablemente demasiado, como si fuera a escribir un trabajo de historia en lugar de una novela"

En este punto empecé a documentarme. No era un tema fácil, ni sobre el que haya una extensa bibliografía (y menos en castellano). Así me di cuenta rápidamente de que alrededor de ambas Julias hay muchas hipótesis y pocas certezas absolutas (si es que existe la certeza de algo en Historia), aunque muchas converjan hacia un mismo punto. Me parecía un terreno particularmente fértil en el que sembrar. Un espacio muy cómodo para la ficción histórica. Teniendo en cuenta esto, pensé en introducir esta variable a nivel narrativo en la novela. La novela sería una novela coral y conoceríamos los hechos a través de diferentes personas, documentos, narradores, y cada uno, como en la vida misma, tendría su propia perspectiva. Algunos dirían la verdad, otros su verdad, otros simplemente mentirían.

Aquel mismo año tuve la suerte de que El Rey de Nemi ganara dos premios Hislibris y acudí a los actos. Fue una velada fantástica, como todas las que suponen las reuniones entre hislibreños, con charlas, unas copas y muchas conversaciones. Cuando ya se hizo tarde, todos nos fuimos despidiendo. Caminamos por las calles de Madrid, desperdigándonos como miguitas de pan que se van cayendo de un bolsillo, hasta dar con nuestros respectivos alojamientos. Aquella noche, cuando llegó el momento del adiós, este nos encontró a Óscar González Camaño —un ilustre forero de Hislibris, historiador y gran conocedor de la historia de Roma— y a mí hablando de forma apasionada de Julias, Augusto, Livia, Tiberio, conspiraciones y adulterios en la antigua Roma, en plena Gran Vía madrileña a las 4 de la mañana, mientras un chico que distribuía flyers nos miraba con cara de: «¡Están locos estos romanos!»

"Llevaba, por entonces, casi veinte años dedicándome a la arqueología profesional. Y nadie se dedica tantos años a esta profesión si no es por pura pero también simple pasión"

Seguí leyendo y leyendo sobre el tema. Probablemente demasiado, como si fuera a escribir un trabajo de historia en lugar de una novela. Quizás debo confesar que, tras tanto anhelo investigador, también había un miedo absurdo a la hoja en blanco. Al acto de empezar a escribir.

Y esa hoja bien se podría haber quedado en blanco para siempre. Aunque en honor a la verdad, algunas de las páginas de Las máscaras de Julia son de esa época y tienen seis años ya.

En este punto se dio una extraña circunstancia en mi vida que no puede dejar de aparecer aquí, porque no se entenderían los tiempos de escritura de esta novela. Ocurrió una especie de suspensión en el espacio-tiempo de cualquier actividad que no fuera laboral. Como si hubiese dejado mi vida en suspenso y me hubiera vista atrapada en una vorágine laboral.

«¡Pero si eres arqueóloga!», me dirán algunos, pero este «cómo se hizo» es también parte de mi historia reciente, la historia de un burnout. Porque se piensa que cuando una profesión es vocacional, esas cosas no ocurren. Y no es ni peor ni mejor que la historia de nadie, solo es mi historia.

"¡Basta! Porque por muy vocacional que fuera esto, estás agotada. Ya no lo soportas y, desde luego, no está pagado tanto esfuerzo. Esa no era tu vocación"

Llevaba, por entonces, casi veinte años dedicándome a la arqueología profesional. Y nadie se dedica tantos años a esta profesión si no es por pura pero también simple pasión: esa adrenalina que genera ser el primero en ver algo desde hace siglos, esas ganas de comprender a la gente que vivía en el lugar que estás excavando o, simplemente, por el deleite del instante en que toda la estratigrafía de un yacimiento cobra sentido y consigues encajar las piezas del rompecabezas.

En aquel momento, había empezado a dirigir una serie de proyectos importantes. De esos proyectos en los que todo son «plazos, plazos, plazos», presión, horas, estrés y más horas. Lo de escribir novelas era muy bonito, pero yo no tenía tiempo ni para respirar, ni siquiera para ver a mi hijo. Podría hablar de las tensiones a las que está sometida la profesión y del cómo un trabajo que lo había sido todo para mí durante veinte años deja de serlo. De cómo vas saturándote, a los pocos, sin ver las señales, sin darte cuenta de que no tienes siquiera tiempo para acudir a revisiones médicas y te llevas un susto, de cómo fumas, fumas y fumas más. Y el vaso se va llenando, mientras sientes lo infravalorada que está tu profesión, y te cansas de leer opiniones o noticias que no son correctas sobre tu trabajo, hasta que te insulta gente por la calle cuando estás trabajando porque creen que destruyes el patrimonio, mientras otros se quejan de que no dejas de encontrar «piedras»; de los intereses de unos, otros, de mediar y volver a mediar, de más tensión, de pasarse horas mirando cómo una pala mueve tierra de una zanja de fecales cuando hay un temporal que se lleva tu casco de obra, de aguantar comentarios machistas, de más tensiones, de poner buena cara a todo el mundo cuando ya no puedes más, y de que te cueste respirar, hasta que un buen día dices: «Basta». ¡Basta! Porque por muy vocacional que fuera esto, estás agotada. Ya no lo soportas y, desde luego, no está pagado tanto esfuerzo. Esa no era tu vocación.

"En Julia la Menor, Julila, que es la verdadera protagonista de la novela, hay un proceso de reconstrucción. Y, aunque casi suene a tópico, puedo decir que ese proceso no fue solo suyo, también fue mío"

Y cuando dije «basta», cuando ya lo había incluso verbalizado, cuando ya estaba empezando a planificar el cambio, me llegó una llamada, como una especie de señal del destino confirmándome que lo que hacía era lo correcto:

─¿Y tus Julias? ¿Cómo lo llevas? ¿Has escrito esa novela?

Era Óscar González Camaño, que se había convertido en editor de la nueva línea de novela histórica de Desperta Ferro.

Le pedí tiempo, porque necesitaba volver a situarme en nuevos proyectos laborales. Pero le dije que sí, que habría Julias.

En Julia la Menor, Julila, que es la verdadera protagonista de la novela —pues ella es quien investiga la historia de su madre—, hay un proceso de reconstrucción. Y, aunque casi suene a tópico, puedo decir que ese proceso no fue solo suyo, también fue mío.

En ese proceso tuve que volver a acostumbrarme a redactar algo diferente a un informe, porque en esos años solo había escrito unos pocos relatos. Fue como volver a subir sobre una bicicleta después de muchos años, girar el manillar y enderezarlo. Al principio pedaleas con miedo. Vas muy despacio hasta que te sueltas de nuevo. Hasta que vuelves a sentir esa sensación de que mientras escribes no hay nada a tu alrededor. Solo tú y el sonido de las teclas del portátil y lo que estaba escondido en el fondo de tu mente, ahogado, vencido, toma cuerpo y vuelve a vivir.

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Autora: Sandra Parente. Título: Las máscaras de Julia. Editorial: Desperta Ferro. Venta: Todos tus libros.

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