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¡Españoles, a Marruecos!

No es la más conocida esta guerra de África que analiza pormenorizadamente Julio Albi en este voluminoso estudio, magníficamente escrito, bien documentado y con aspiraciones a la vieja historia total, en una muy cuidada edición de Desperta Ferro Ediciones, con en torno a un centenar de imágenes en blanco y negro y a color y ocho páginas de mapas. Obviamente, domina el paisaje y el paisanaje militares, pero Albi, experimentado diplomático y autor de numerosos libros de historia como De Pavía a Rocroi. Los Tercios españoles o El Ejército carlista del Norte (1833-1839), atiende a la situación política general —con la que comienza el libro—, una coyuntura política en la que dominaba la escena la Unión Liberal creada por O’Donnell —una amalgama formada por moderados sensatos y progresistas «resellados»—; y a la talla personal de los personajes implicados, entre los que destaca el retrato del propio O’Donnell desde su viaje a Cádiz y Ceuta, para constatar la gravedad del momento tras el ataque de los moros, y el de Prim, el general temerario que, como será tan habitual en ésta y en las guerras futuras, actúa con valor de cara a la propaganda de la “guerra romántica”, pero deja el campo sembrado de cadáveres de las víctimas de lo que décadas después se llamará el “matapobres” de África.

Choque de la caballería española con la marroquí durante la Guerra de África, Museo Nacional del Romanticismo, Madrid.

Albi, experto historiador militar, describe de una manera pormenorizada las interioridades del Ejército de África, su composición en tres cuerpos de ejército, más uno de Reserva y dos divisiones, prestando gran interés a las nuevas técnicas militares, a las características de las diversas unidades que se incorporaron y, por supuesto, al esfuerzo por conseguir su uniformidad y mejoras en el armamento, viejo y de múltiples procedencias, que fue para O’Donnell una rémora a superar. El estudio de la dotación económica es parte fundamental de este cuidadoso análisis, tanto en relación a las partidas presupuestarias gubernamentales como a las donaciones particulares de los españoles, que fueron ganados por la propaganda para apoyar una “guerra popular” que, como indica el autor, tuvo un auténtico “termómetro” precisamente en la abundancia de donativos. Obviamente, no podía faltar la participación de la marina de guerra, tan escasa de medios desde Trafalgar, pero que supo superarse y estar en primera línea en las acciones de transporte de tropas y de desembarco, así como en el bombardeo de la costa marroquí. Destaca Albi la dificultad para organizar el traslado de las tropas, provenientes de los diversos rincones de la Península, y sin ninguna experiencia.

"Las recompensas a las acciones en batalla empiezan a ser numerosas, pero la muerte se torna omnipresente: a las acciones bélicas acompaña el cólera"

El trabajo se acompaña de datos biográficos de los generales cabezas de sus respectivos cuerpos de ejército o divisiones, entre los que, para mí, destaca uno por su trayectoria, el brigadier Rafael Echagüe, que inició su carrera militar como subteniente de uno de los cuerpos francos más conocidos durante la Primera Guerra Carlista, los Chapelgorris, unidades francas liberales «muy eficaces pero de dudosa reputación», según el autor. Alguno de ellos había participado en las guerras de América.

Al otro lado, el ejército marroquí, tal y como indica el autor, era un misterio. La experiencia en las guerras en el norte de África era hasta la fecha prácticamente una exclusiva del ejército francés, en su lucha por la conquista de Argelia, en 1830. El terreno se desconocía, era indómito y sin comunicaciones; la población llegaba a los ocho o nueve millones y el control del sultán y su gobierno era muy leve. No existía como tal un ejército a la europea, su número oscila entre los diversos autores que han estudiado el tema, al ser tropas en gran parte irregulares.

2. La batalla de Tetuán, óleo por Francesc Sans i Cabot (1828-1881), Museo del Ejército, Toledo. © Museo del Ejército

Tras presentar la situación, Albi entra en la descripción de las intervenciones militares, que comienzan el día 19 de noviembre, detallando todo lo que representaba el ataque marroquí y describiendo la defensa de sus posiciones por parte del ejército expedicionario. Las recompensas a las acciones en batalla empiezan a ser numerosas, pero la muerte se torna omnipresente: a las acciones bélicas acompaña el cólera, que empieza ofrecer su cara más negra a las fuerzas expedicionarias. Hay más bajas debidas a esta enfermedad y a la precaria situación hospitalaria que a los ataques de los moros. Un segundo ataque de los marroquíes resultó fallido, pero como destaca Albi, las recompensas a las unidades combatientes «llovieron». Así, en adelante, la propaganda fue preparando el terreno para las batallas “heroicas”, como Los Castillejos, Tetuán, Wad-Ras, etc., donde se conquistaban glorias y medallas, donde brillaban los jóvenes generales de ascensos rápidos. Albi transcribe las palabras de un testigo, el ya brigadier Romero Palomeque, de procedencia carlista y apodado «Milhombres»: «el general Prim comprometió la fuerza a su mando […] revelando deseos de llamar la atención aun a costa de múltiples pérdidas».

"Por último, el autor analiza la paz, difícil siempre, pues no fue —y no serán las futuras— más que un armisticio, y por supuesto, la factura, tanto humana como económica, que alcanzó cotas impresionantes"

Wad-Ras fue la tercera y última de las batallas de esta guerra. La describe como fue, una dura batalla donde los soldados españoles supieron dar la talla una vez más a costa de acciones heroicas. Al toque de carga, «calacuerda», los del conde de Reus le llamaban la «polka de Prim». Otra vez la actuación de este dejó mucho que desear, «su valor estuvo a la altura del Himalaya. Pero al pie del ara de ese valor quedaron sacrificadas muchas víctimas, en gran parte innecesarias». En definitiva, la guerra de África va impregnándose desde ahora de las características que la acompañarán hasta Annual, Monte Arruit, Alhucemas…, a lo largo de un rosario de acciones militares que perpetuaron unas relaciones de vecindad difíciles y tantas veces teñidas de sangre.

3. Cuadro que representa al general Prim y los Voluntarios Catalanes durante la batalla de Tetuán, óleo por Francesc Sans i Cabot (1828-1881), Salón Prim del Cuartel General del Ejército, Palacio de Buenavista, Madrid.

Por último, el autor analiza la paz, difícil siempre, pues no fue —y no serán las futuras— más que un armisticio, y por supuesto, la factura, tanto humana como económica, que alcanzó cotas impresionantes. Las consecuencias políticas, pues también como siempre. Orientando bien el tiro sobre las responsabilidades, Albi termina con la respuesta del propio O’Donnell al aluvión de críticas que cosechó: «Puesto que había hecho cuanto había podido, poco le importaba lo que de él dijeran».

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AutorJulio Albi de la Cuesta. Título: ¡Españoles, a Marruecos! La Guerra de África 1859-1860. Editorial: Desperta Ferro. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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