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Espía a una mujer que se mata

“Un hombre que se ahoga espía a una mujer que se mata”. Una frase de Urs Graf partida por la mitad. Veronese afila el cuchillo para descubrir los títulos de sus versiones de Chéjov. De Un hombre que se ahoga a Tres hermanas, de Espía a una mujer que se mata a Tío Vania.

Veronese versiona, de nuevo, al clásico del teatro tras Los hijos se han dormido (adaptación de La Gaviota) Un hombre que se ahoga (adaptación de Tres Hermanas) y repite, de su último trabajo escénico Mujeres soñaron caballos, la escenografía para este nuevo lavado de cara del Tío Vania.

Conocen de sobra el argumento, pero en esta adaptación de Veronese (según reza en el programa de mano), no habrá vestimentas teatrales, ni ritmos bucólicos en fríos salones, ni trastos que denoten el tiempo campestre. La acción se desarrollará en la ya vieja y golpeada escenografía de Mujeres soñaron caballos. Una mesa, dos sillas y una botella. Quitando elementos hasta llegar a la expresión mínima, adecuada para los actores. Espía a una mujer que se mata, versión de Tío Vania, acaba sedimentando algunas cuestiones de orden universal: el alcohol, el amor por la naturaleza, los animales toscos y la búsqueda de la verdad a través del arte. Dios, Stanislavski y Genet, desvencijados.

"Actores que disfrutan con autenticidad esos minutos de vida frente a la cuarta pared, desde la tierra y la verdad, que trabajan las aristas de cada personaje hasta sacarlo desde sus entrañas, haciendo infinito el espacio finito"

Personajes, esta vez, concentrados en un espacio minúsculo – una bomba de relojería- en el que se pisan, con el cuerpo, los gestos y la voz: Vania, el doctor, Elena, Sonia, … En un espacio mínimo que parece cortado al bies : tres sillas, una mesa, cognac y té. Y la botella siempre dispuesta (¡es Chéjov!) – para disfrazar sus miserias de sentido del humor- y una ventana que se abre y espía.

Y en esos escasos metros cuadrados, llenos de humanidad, el amor por el teatro que vemos en el doctor y en Vania, la constante búsqueda de la verdad, el sometimiento de clase, la pasión desbordada de la juventud de Sonia, la asunción de las malas decisiones (Elena), el desconsuelo por la vida no vivida (Vania).

Y en ese espacio finito actores cómplices dando vida al texto, que juegan al tiempo con la tragedia y el humor de Chéjov, que se dejan querer – hasta en los momentos más dramáticos- por los textos de Genet (momentos meta-teatrales con escenas dramatizadas de Las criadas), actores que disfrutan con autenticidad esos minutos de vida frente a la cuarta pared, desde la tierra y la verdad, que trabajan las aristas de cada personaje hasta sacarlo desde sus entrañas, haciendo infinito el espacio finito.

"Los actores de esta versión han traído a este pequeño espacio (...)esas vidas desbocadas de hace un siglo, esa suma de infortunios sobre la que se articula el sabroso texto de Chéjov."

Es una fortuna ir al teatro y encontrarse con un grupo de actores que, como en las clásicas compañías teatrales, trabajan como un soberbio engranaje de máquinas poéticas.

De Tío Vania se han puesto en pie muchas versiones. Desde la primera en 1900 dirigida por Stanislavski – en la que además interpretó el papel del doctor Astrov -a una de las últimas en Nave 73 dirigida por José Bornás (Madrid, 2015) a ritmo de Los Beatles. Destacamos también Vania en la calle 42, película de 1994, con la que algún espectador encontró semejanzas con esta versión de Veronese.

“Ya descansaremos” reza una de las frases del monólogo final de Sonia, frases motivacionales que dirige a su tío Vania tras su última derrota. Ambos han sido siempre trabajadores incansables en la hacienda del profesor. Es su voz en ese momento la de todos: personajes que dan voz a vidas miserables, vidas poseídas por la desdicha de no haber llegado a ser quienes soñaron.

Los actores de esta versión (trabajos impecables todos ellos: comedido Pedro G. De las Heras como Serebriakov; apasionado Jorge Bosch como el doctor Astrov; embrujador y en estado de gracia y madurez interpretativa Ginés García Millán como Vania; electrizante Malena Gutiérrez como Teleguin; altiva, voluble y llena de contradicciones Natalia Verbeke como Elena; apabullante Marina Salas en el papel de la indómita e inocente Sonia; soberbia Susi Sánchez como María) han traído a este pequeño espacio, la sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán, esas vidas desbocadas de hace un siglo, esa suma de infortunios sobre la que se articula el sabroso texto de Chéjov.

Subyace en él el amor por el teatro, por las palabras y me sirvo, en esta humilde crónica para pedirles que vuelvan a Chéjov (el teatro también se lee). Sobre esta espléndida versión teatral del Centro Dramático Nacional, Espía a una mujer que se mata, se lo digo siempre: no me la perdería.

Imágenes y cartel: Centro Dramático Nacional ()

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