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Esta extraña y azarosa historia, de Claire Messud

Esta extraña y azarosa historia, de Claire Messud

Esta novela cubre la vida de tres generaciones de una familia franco-argelina, los Cassar. Comenzando en Larbaâ, Argelia, en 1940 y terminando en Connecticut en 2010, a través de Salónica, Buenos Aires, Sídney y la Costa Azul, la historia nos será contada alternativamente desde el punto de vista de cinco de los personajes.

En Zenda reproducimos las primeras páginas de Esta extraña y azarosa historia (Galaxia Gutenberg), de Claire Messud.

***

Junio de 1940

Larbaâ, Argelia

Cuando François se puso a escribirle una carta a su padre, que estaba lejos, decidió hacerlo con mayúsculas en lugar de en letra cursiva; por si acaso papá no se había enterado de la noticia (al fin y al cabo estaba en Grecia y no en Francia), se la contaría él. Escribió con mucho cuidado y en mayúsculas: «LOS ALEMANES HAN CRUZADO LAS PUERTAS DE PARÍS, ESTA ES LA NOTICA CON LA QUE MAMAN ME HA DESPERTADO ESTA MAÑANA ».

François sabía que París era el corazón de su gloriosa nación, aunque, por supuesto, nunca había estado allí. Aún no tenía ni nueve años y había regresado recientemente con su madre, su tía Tata Jeanne y su hermana pequeña, Denise, a quien llamaban Poupette, de Salónica, donde su padre era agregado naval en el consulado francés, para alojarse con el clan familiar en Argelia, el lugar al que sus padres llamaban «hogar». El niño había visto fotos de París (los Campos Elí seos, la Torre Eiffel, Notre Dame) y, cuando maman habló de las «puertas» de la ciudad, se imaginó el Arco de Triunfo. Pero entonces se le ocurrió que en ese caso sería un arco de la derrota; o, mejor dicho, un arco del triunfo de Hitler, lo cual era muy malo, malísimo. No dibujaría el Arco de Triunfo en la carta para papá, porque eso los pondría tristes a todos, incluido papá. Y maman había dicho que todos debían mostrarse siempre contentos ante papá, tenían que ser la famille du sourire, porque él estaría preocupadísimo por ellos, tan lejos, sobre todo cuando, a causa de la guerra, no podían ponerse en contacto con él por teléfono o telegrama. Necesitaba saber que les iba muy bien, que le mandaban todo su cariño y besos y fotografías. Maman le había pedido a Tata Paulette, la mujer del hermano de papá, que les tomara una foto, de ella misma con Poupette y François, para enviársela a papá. En una versión todos aparecían serios y en otra sonreían y ponían caro tas, pero en ambas imágenes las orejas de soplillo de François sobresalían como asas de jarra y eso lo avergonzaba.

¿No debería escribir sobre los alemanes? No era una noticia alegre, propia de la famille du sourire; pero era verdad, ¿no?, y ¿acaso no era eso lo más importante? Nunca mientas, le habían inculcado siempre. Pero ¿y si la famille du sourire no fuera feliz en realidad? ¿Y si mamá estaba enferma y siempre cansada y no parecían tener un lugar donde vivir en ninguna parte y no tenían dinero ni a veces comida suficiente? ¿Debían acaso fingir ante papá que se estaba muy bien en Larbaâ y que lo pasaban en grande?

Antes de que se vieran obligados a irse, habían pasado casi un año viviendo en familia en Salónica; pero Francia estaba en peligro por el rápido avance de los alemanes a través de Europa, y cuando el padre los metió en el tren en Salónica, la Italia de Mussolini estaba a punto de entrar en la guerra en el bando nazi. Su tren tuvo que cruzar Italia (deprisa, deprisa, antes de que se convirtieran oficialmente en el enemigo) y luego viaja ron a través de Francia hasta Marsella, donde abordaron el barco de vuelta a Argel.

«¡A casa!» Sus padres siempre habían hablado de lo mucho que amaban Argel, de hasta qué punto formaba parte de ellos, de cómo a él y Denise les encantaría también la ciudad más hermosa de la tierra, con sus relucientes edificios blancos elevándose en una media luna alrededor del resplandeciente Mediterráneo. Pero cuando llegaron allí, François apenas había reparado en qué aspecto tenía, solo en que hacía mucho calor. Ninguno de sus parientes quiso acogerlos, de modo que habían acabado a kilómetros de distancia, en la pequeña y polvorienta ciudad de Larbaâ, alojados en casa de Tata Baudry, que era tía de su padre o tía de su madre o quizá tía de su difunta abuela, pero sobre todo muy vieja. Por lo menos era amable.

En el dorso del papel, François dibujó para su padre la trinchera que habían cavado el día anterior en el jardín. No podía dibujar el barro, ni cómo había llovido durante la noche y llenado de agua el fondo de la zanja, así que la dibujó lisa y la coloreó mucho con lápiz marrón. Cuando la cavaron (maman y él, en realidad, porque Tata Baudry era demasiado mayor y Tata Jeanne estaba demasiado enferma y Poupette resultaba inútil, tan pequeña; y sobre todo él, por supuesto, porque a maman no tardó en darle uno de sus dolores de cabeza y tuvo que entrar a tumbarse), les había parecido enorme, lo bastante grande como para que todos pudieran esconderse en ella si venían los aviones. Pero a la mañana siguiente, después de la lluvia, parecía haberse encogido, y François comprobó que solo tenía una mínima parte del tamaño que les haría falta. Quizá sería demasiado pequeña incluso para Poupette y él. Se sintió abatido y enfadado; pero entonces maman le dijo que seguía siendo algo maravilloso, una buena contribución al es fuerzo de guerra, y que por favor se sentara a la mesa y le escribiera a papá para contárselo, porque papá, que estaba lejos de allí, en Salónica y defendiendo Francia, querría saberlo todo.

Maman hizo que Poupette se sentara con él y le dijo que escribiera algo también, una ridiculez porque apenas sabía escribir su propio nombre (además, ponía la mitad de las letras al revés) y, cómo no, acabaría haciendo un dibujo de los gatos, que ni siquiera eran de Tata Baudry; pertenecían a la señora de arriba, la de los enormes brazos blancos y gelatinosos que los regañaba a gritos por la ventana casi cada vez que jugaban en el jardín. Un gato era blanco y negro; el otro era pardo, con tonos difíciles de dibujar, y Poupette pintó a esa gata, Nanette, en color naranja. Eso estaba mal. François se limitó a señalárselo, y la niña se echó a llorar, con los ojos grandes como platos y las pestañas húmedas y pegajosas detrás de las gafas.

[…]

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Autora: Claire Messud. Título: Esta extraña y azarosa historia. Traducción: Patricia Antón de Vez. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todos tus libros.

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