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Estamos todos muertos

El primer libro de José Ovejero que tuve ocasión de leer no fue una de sus conocidas y bien consideradas novelas, sino una obra de carácter ensayístico con la que se le acababa de conceder el prestigioso premio Anagrama: La ética de la crueldad, aparecida en 2012. Me había perdido, si llevo bien las cuentas, Las vidas ajenas y La comedia salvaje, de 2005 y 2010, respectivamente.

Lo curioso es que ahora, pasados unos lustros, la lectura —deliciosa lectura, todo hay que decirlo, porque descubrí a un excelente prosista con las ideas muy claras— de La ética de la crueldad fue para mí providencial. Porque entre esas páginas ya se esconden muchas de las ideas que Ovejero ha ido desgranando en el conjunto de su producción narrativa. Así de claro se percibe cuando, en su ensayo de 2012, asegura que asistimos a una desolación que somos incapaces de asir, ni siquiera de definir, y de ahí que nos sintamos incapaces de enfrentarnos a ella para describir sus causas. O aquel otro pensamiento en el que, con convencimiento y firmeza, reivindica la profundidad del texto, frente a la literatura entretenida por la que se decanta la mayoría de sus contemporáneos. Ovejero confiesa con firmeza y convicción que a él le gustan “algunos libros que a ratos me aburren y a ratos me inquietan y sobre todo que a ratos me exigen trabajo”.

"Vibración pertenece a esa rara estirpe de novelas, como el Pedro Páramo de Rulfo y muy pocas más, artesanales, de difícil factura, pero de una singular belleza"

Ese es el camino por el que deriva la mayor parte de sus relatos, y ese es el sendero elegido a la hora de construir Vibración (Galaxia Gutenberg), posiblemente su novela más ambiciosa, más repleta de zonas oscuras, de agujeros negros, de misteriosos silencios. Un retrato perfecto en el que se muestra, con pelos y señales, la inquietud de esas personas que se sienten atrapados por el terruño; o de aquellos otros que finalmente consiguen, con mucho esfuerzo, desafiando a las fuerzas telúricas, alejarse del mismo, dejando atrás no sólo una buena cantidad de recuerdos, sino también su propia sombra, que deja de acompañarlos para siempre, como una piel que se desprende.

Vibración pertenece a esa rara estirpe de novelas, como el Pedro Páramo de Rulfo y muy pocas más, artesanales, de difícil factura, pero de una singular belleza, en donde el autor se ve obligado a andar con mucho tiento para no caer en la tentación de lo grotesco y de lo inverosímil. Un relato completo en el que, más que los personajes, lo que verdaderamente manda es el ambiente, de enorme espesor, que puede cortarse con un cuchillo, que sube, poco a poco, hasta la garganta, como una ciega niebla venenosa. Y mandan los ruidos extraños, la atracción del abismo, esos rincones de la casa, o de otros lugares cercanos, por donde aún se mueven los espectros de los antiguos habitantes. Al principio nadie se atreve a marcharse para siempre porque no es fácil quitarse de la cabeza los días largos, las tardes interminables, las mujeres vestidas de negro, los hombres ásperos, las familias que no se hablan, por mucho que se trate de un “puto secarral”.

"José Ovejero no se lo pone fácil al lector, que tiene que andar con cautela. Conviene estar muy atentos para ir atando cabos a lo largo de estas páginas"

Es un pueblo sin término medio, en el que o diluvia o el sol “reventaba hasta los lagartos”. Un pueblo sin historia del que la gente no se va, sino que se escapa, y procura no volver, como si sobre él pesara una maldición. Y frente a él, la vieja central nuclear —nada más desolador que un lugar abandonado, en donde sus tripas quedan expuestas, con su antigua maquinaria, infernal y destructora, criando óxido—, y, sobre todo, el pantano, que da la sensación de estar todos sumergidos. Un tano lleno de algas que se enredan en los pies y te impiden salir a la superficie, como les sucede a los que allí se ahogan, cuyos cuerpos jamás salen a la superficie. Un pantano que atrae, de manera maligna, a todos los habitantes del pueblo; que tira de ellos, como si quisiera absorberlos.

José Ovejero no se lo pone fácil al lector, que tiene que andar con cautela. Conviene estar muy atentos para ir atando cabos a lo largo de estas páginas, en donde van apareciendo personajes de hondo calado, como ese joven, que razona como un cuarentón, con vocación de fantasma, con una enfermedad que ha ido transmitiéndose de generación en generación, convencido de que quien vive en soledad vive más tiempo. O esos otros como Lau, que supo huir a tiempo, para la que el pueblo ya es un recuerdo difuso, que se marchó a la ciudad para ser nadie, para, por fin, poder ser ella misma. O Emilio, que es uno de esos que se van del pueblo, pero que nunca salen del pueblo, “porque mira a su alrededor y se dice: no me he movido”. O Ágata, que en realidad se escapa del fondo del pantano. O Vito, para el que el pueblo es una charca y la ciudad un río, un río que le permite nadar de un lado a otro, a contracorriente. O Carmen, quien no sin cierto humor, aprecia mejor que nadie el cambio radical que se ha producido en su vida al dejar atrás su lugar de nacimiento: un día estás echando hierba a los conejos y otro estás en la inauguración de una exposición de pintura abstracta.

José Ovejero, con una poderosa prosa acorde con el ambiente que describe, resuelve flamantemente el misterioso título que nos propone para su libro. La segunda parte de la obra comienza así: “En el principio fue la vibración. Da igual que aún creas que fue provocada por el Verbo o por el Big Bang: la vibración comienza al mismo tiempo que el universo”. Y sin vibración no hubiera habido voz, ni lenguaje sonoro. Hay, pues, una sucesión de ondas que nos unen con el pasado y con el futuro, “un sonido que nos conecta”.

"José Ovejero demuestra, una vez más, que es un tipo imaginativo que nunca rehúye de la realidad; que es, además, un extraordinario contador de historias"

También se habla aquí, con la misma finura con que ya lo hizo Chirbes en las monumentales páginas de En la orilla, de esos mastodónticos proyectos —parques temáticos, ciudades de ocio— que nunca se llevaron a cabo, que quedaron sólo sobre un papel, así como del fracaso del ladrillo, remitiéndonos a esa España, de no hace tantos años, del frenazo económico, del estallido de la burbuja inmobiliaria que convirtió a estos pueblos, ubicados en medio de la nada, en auténticas hileras de ruinas, en soberbios alcázares de la miseria.

José Ovejero demuestra, una vez más, que es un tipo imaginativo que nunca rehúye de la realidad; que es, además, un extraordinario contador de historias. Pero no un contador cualquiera que se conforma con entretener al lector y ayudarle a pasar el rato. Él va mucho más allá: ahonda en el misterio de lo cotidiano, crea y recrea la atmósfera propicia, indaga en la propia condición humana y hurga en nuestras heridas más profundas, en lo más turbio y oscuro que hemos heredado del pasado. Y lo hace con una brillantez extraordinaria, sabiendo sostener un ritmo y un tono que, nunca se le va de la mano y que mantiene de principio a fin en su discurso, sabiendo unir cada una de las partes de que se compone el libro, en apariencia dispersas, como si flotaran en el aire a la espera de un buen entomólogo con su cazamariposas.

“Estamos todos muertos”, confiesa Germán, uno de los muchos personajes que se dan cita en Vibración: “Y tuvo la sensación de que era verdad”.

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Autor: José Ovejero. Título: Vibración. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todostuslibros.

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