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Eternos compañeros de viaje

Eternos compañeros de viaje

Hay quien nunca viaja solo, aunque a veces nadie ocupe el asiento de al lado. Antes de salir de casa, mete un libro en la mochila, en un bolsillo fácilmente accesible, del que poder sacarlo con rapidez para sentir su cálida compañía cuando la necesite.

"Quienes viajamos con niños también nos encargamos de sus lecturas, de ayudarles a elegir el libro que mejor encaje en la maleta"

Es una de las primeras cosas que pongo en la maleta. Suele ser el libro en que estoy inmerso antes de mi partida, aunque, en función de su tamaño y sin ánimo de ofenderlo, pues las mejores ediciones no son las más manejables, a veces lo reemplazo por uno de bolsillo, capaz de adaptarse a cualquier situación que el viaje pueda deparar. A veces son varios, dependiendo de la duración del periplo, están relacionados con los lugares a visitar o simplemente responden a las ganas del momento. A veces elijo uno de segunda mano, de esos que encuentro en las librerías de viejo, que no se asustan si alguna página se arruga con el movimiento de la mochila al hombro. Y, con él siempre a mi lado, lleno esos instantes que podrían parecer vacíos: esperas, trayectos, descansos o convenidos momentos de lectura.

Pero no todos los lectores vacacionales tenemos los mismos hábitos. Conozco a quien le gusta llegar al aeropuerto de turno con las manos vacías y se deja llevar por la “librería” del lugar, antes o después de pasar por el aborrecible duty free. Incluso si no se puede llamar librería a esas tiendas con una previsible oferta: las socorridas guías de viaje, las efectivas revistas de todo tipo, los libros súper-ventas, las publicaciones “prácticas” que pretenden enseñarnos algo de forma intuitiva… Todo el armamento necesario con que acribillar a ese lector poco habitual que no tiene ninguna expectativa más allá de llenar unas cuantas horas de ocio. También nos permite echar un vistazo a las tendencias actuales y, quién sabe, encontrar una feliz sorpresa, una lectura imprevista que complete nuestras vacaciones. Y quien prefiera moverse por carretera, que con los extraños tiempos que corren parece la opción más seguida, encontrará en las gasolineras algunos de esos refugios de páginas impresas.

"La vida es una eterna lectura interrumpida por fugaces estados de vigilia"

Quienes viajamos con niños también nos encargamos de sus lecturas, de ayudarles a elegir el libro que mejor encaje en la maleta. Para nuestro último viaje elegimos un texto relacionado con nuestro destino: la Historia de Grecia en cómic, para que mi hijo comprendiera de forma amena lo que iba a ver. Mientras lo leemos en el avión, no puedo evitar detenerme en unas líneas e identificarme con ellas. Se trata de la explicación del movimiento de colonización que se dio entre los años 750 y 600 a.C., cuando muchos griegos dejaron su tierra para explorar territorios desconocidos: “con el aumento de la población, la tierra cultivable se volvió escasa. Otros se fueron impulsados por las ganas de aventura o por desacuerdos políticos”. Como sucede ahora, cuando no hay suficiente trabajo o tensiones de distinto tipo aportan la gota que colma el vaso. La razón por la que vivo en Francia, la historia de mi vida y la de tantas otras personas que se fueron en busca de oportunidades, ya fue escrita hace miles de años. Y así recordé, una vez más, que los hechos no cambian, sino que se repiten siempre. Quienes cambiamos somos quienes los protagonizamos: los ojos que observamos las mismas escenas, viajamos y leemos para intentar comprenderlas.

Dejo el cómic y abro otro libro, ése que metí primero en la mochila, para volver a esa página que me espera desde que la dejé por última vez, en el tranvía que nos llevó al aeropuerto. Como si reinterpretara la célebre frase de John Lennon («la vida es lo que nos sucede mientras estamos ocupados haciendo otros planes»), pienso que la vida es lo que nos sucede entre cada lectura, que no solo recordamos los viajes por lo que vivimos en ellos, sino también por lo que leímos en cada trayecto. Que la vida es una eterna lectura interrumpida por fugaces estados de vigilia. Que los lugares, las situaciones, las personas que nos rodean cambian, pero solo hay algo que perdura: siempre hay un libro que leer, durante o al final del día.

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