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Eusebius, JRJ, Foxá y la vuelta del altillo

Eusebius, JRJ, Foxá y la vuelta del altillo

Dicen que todo pasa y todo queda. Pero que lo nuestro es pasar. Pasar caminos y haciendo la mar: la mar de novias. Veo que es el aniversario de la muerte de Machado y empiezo a acordarme de que fue mi poeta favorito. Acaso por el paisaje de Castilla, que me redescubrió en un momento clave. O porque sin saberlo fue, también, esa tercera España de Chaves Nogales. Sé que por temperamento soy más de su hermano Manuel: «Tengo el alma de nardo (…).» Aunque leer a Machado está bien para la cama y no para el Metro; su bonhomía revela a un solitario que quiere vivir en sociedad y se conforma con esa gloria tibia de una fuentecilla en Soria, un balcón republicano en Segovia y un amor tardío. O varios.

"No caben términos medios en la escritura. O la dicha o el hundimiento"

Pienso ahora que la literatura debe ser la felicicidad. O la tristeza. Que no caben términos medios en la escritura. O la dicha o el hundimiento. Lo cierto de la cosa es que corro por la Casa de Campo, y en los pinares y en los búnkeres me da por pensar en la metafísica literaria. Después voy a la redacción de lo mío y se me baja la cosa a lo actual. Digamos que ahora que trabajo de periodista sesudo pienso menos en gilipolleces trascendentes, leo más, hablo con ministrables y el existir es como más amable. Leo la crónica de un crimen en tercera persona huertana, El dolor de los demás, de Miguel Á. Hernández.

El día se levanta azul —diría algo así Juan Ramón— y España está en lo que está. Alberto Lardiés y Dani Ramírez sacan libro. Ambos han habitado o habitan a medio metro de mi ordenador. Son navarros, uno de la Ribera y otro de Pamplona. Yo también soy navarro: a ratos. Lo de Lardiés es una crónica sentimental, documentada, irónica y con intriga del mamoneo que este país ha vivido durante cuarenta años. Como que muerto Franco, España fue una mezcla entre Las Vegas y Sodoma para unas pocas familias: las familias del Régimen. La democracia borbónica.

"La España de la Constitución se manifiesta. Hace frío y me toca otra vez ser reportero. Los viejos orinan donde pueden, y uno ve que la españolidad y el constitucionalismo son amables y diversos"

Lardiés, que anda en las lindes de la Ciudad Blanca entre Castilla y Vascongadas, sabe que aquí y ahora la Historia de España no la escriben los escritores, sino los mangantes. Ay.

Pero hay otro navarro que me subyuga y que ya ha sido suficientemente consignado en este dietario: Daniel Ramírez. El chaval come bocadillos, es guapo, tiene un cuerpo de espingarda y quisiera ser taxista madrileño en la posguerra. Se ha dedicado a buscar las huellas de su tío abuelo como unos meses antes lo hizo con Baroja. Su pariente, Eusebius, es/era un cofrade de esa cofradía de la bohemia en provincias. Era crítico musical en la Pamplona de principios de siglo —ya son ganas—, y hablando de un desacorde estaba ya hablando de España, del mundo. Eusebius es el renacimiento en una ciudad carlistona, y hay un discurso suyo sobre los peligros del orden que la España golpista no entendió. Dani Ramírez está imbuido por la prosa de Ruano, que quizá es la más nuestra. Ni él ni yo hemos sido llamados a transcribir telegramas.

Voy a la Plaza de Colón con un antidepresivo sublingual. La España de la Constitución se manifiesta. Hace frío y me toca otra vez ser reportero. Los viejos orinan donde pueden, y uno ve que la españolidad y el constitucionalismo son amables y diversos. Mandada la crónica, comida una pizza, veo a un legendario corresponsal ojeando libros al peso. Se ha derechizado, pero le mangó un gorro a Ceaucescu: nobleza obliga.

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"Razonar el mundo deviene en jaqueca"

Santiago Molina Ruiz lleva las obras completas de Aristóteles como quien lleva un gato por las calles cachondas de Argüelles. Se le ve por Madrid con sus barbas neblinosas —aunque nació en el Sur— y unas gafas que desmienten su edad. Lo veo en un mexicano de Donoso Cortés donde, al llegar, nos ponen los Tigres del Norte. Se llama El Trasgu y es particular: un mexicano asturiano. Canto por José Alfredo y una rubia se une.

Allí le regalo libros de pensamiento, le impido que me hable de metafísica y le pido que hablemos de JRJ. Porque uno, hundido, pide poesía y belleza: razonar el mundo deviene en jaqueca.

Corro por la Casa de Campo. Crema en la cara. No hay nadie entre los pinares: los conejos, las liebres, hasta las gaviotas inopinadas y carroñeras pasan por mis senderos. Me siento bien y pienso en brasas.

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He tenido abandonados estos dietarios, este altillo; he ahondado en viajes y libros. He borrado cuartillas, he soñado argumentos para esa novela que ya cada vez me persigue más en sueños. Me despierto atenazado, y ya cuando me pongo con algo de lectura insomne suele ser el propio Juan Ramón o los dietarios que pillo. Porque en los dietarios está la vida: lo mismo en Pla que en Sabino Méndez, al que ya se ha citado en esta entrega. De ellos me apasiona, sí, el ramalazo paisajístico, la mención a un atardecer. Jamás las disquisiciones filosóficas, que en un dietarista ralentizan lo escrito y dejan el pensamiento en cartón. Sabemos que el yo es suficiente categoría literaria —y periodística— para contar lo que pasa y cómo pasa.

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"En el vagón de tercera (sic) he venido leyendo la estancia de Foxá en el cerco de Leningrado y en Finlandia"

En Valladolid me reciben Jorge Francés, Magnífico Margarito y Guillermo Garabito. Tres columnistas que primero fueron columnistas y después se desempeñaron por diferentes ocupaciones: el cine, el marketing, la poesía visual o los informativos. Comemos capón en el antiguo Puchero y damos un paseo al primer sol de febrero. Se estaría bien si no tuviera un tren de vuelta. Las ciudades en las que uno vive y se vive a salto de mata dejan en el paseante una sensación infartada de estar de paso; de gente que dice adiós en la estación y vuelve a sus cuidados. Mientras, uno se ve obligado a coleccionar latitudes. La estación de Pucela tiene un reloj sin segundero, y es garita grande y de paso. Entre pinares corre el tren, pasa por la Nava de Gil de Biedma. El sol de Castilla le pone a febrero un algo de verano que no desmiente ni Rajoy en el Supremo. Castilla da buenos vinos y mejores ratos. Si España fue hija de Castilla es hora de que le devolvamos la mirada a quien nos parió, aunque sea sólo un rato.

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Acaso porque mi primera casa es y fue El Norte de Castilla, de Delibes, Jiménez Lozano. En ese periódico volví a velar mis primeras armas periodísticas, y con Carlos Aganzo aprendí que la palabra impresa nace condenada a la literatura o no será.

De vuelta en el edificio Condemor, el botón del ascensor me da un calambrazo. En el vagón de tercera (sic) he venido leyendo la estancia de Foxá en el cerco de Leningrado y en Finlandia. Lo prologa y edita mi compa Villalobos, al que conozco desde la cuna. Foxá era un cínico y un vividor. Ahí queda la anécdota: cuentan que el yerno de Mussolini le dijo a Foxá que lo iba a matar la bebida; raudo el español le contestó al cornísimo yernísimo que a él lo iba a matar Marcial Lalanda (matador de la época). Sigo con lo mío. Me guasapeo con mi agente y la primavera se adelanta.

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