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Fernando Díaz Villanueva: «La Segunda República era una república sin republicanos»

Fernando Díaz Villanueva: «La Segunda República era una república sin republicanos»

Fernando Díaz Villanueva nos ayuda a echar la vista atrás para comprobar cómo hemos llegado hasta aquí. Lo hace con dos pódcast, uno de historia —La ContraHistoria— y el otro de actualidad —La ContraCrónica—; entre ambos suma más de medio millón de suscriptores entre las plataformas iVoox y YouTube. Ahora esas gestas, batallas, momentos de gloria, y de miseria también, además de escucharse se pueden leer con la publicación de La ContraHistoria de España (La Esfera de los Libros). Díaz Villanueva —que se define a sí mismo como «hijodalgo pero no Señor. Residente en Corte. Ancho de frente, negro de ventura, largo de piernas, limpio de manos y de bolsillo»— es divulgador histórico y periodista, y con una prosa ágil y un estilo didáctico hace que devoremos sin darnos cuenta los 28 episodios que componen su obra y que nos quedemos con ganas de más, de mucho más.

A continuación conversamos con él sobre sus programas radiofónicos, de su última obra y, por supuesto, de la historia de España.

—Su libro narra la (contra) historia de España en solo 28 episodios. ¿Son suficientes para contar tanta miseria, batalla, traición, gesta y hazaña?

—Sí, creo que son más que suficientes. Podrían haber sido 25 ó 30. Sigo un orden cronológico deteniéndome en los principales episodios. Así es más sencillo de entender para el lector que seguir el orden tradicional de los reinados. Muchos de esos episodios, como el descubrimiento y conquista de América, las guerras de Italia o las carlistadas, duraron décadas y ocuparon a muchos monarcas.

—Usted tiene dos programas de historia en Internet. ¿Un pódcast debe posicionarse ideológicamente para tener una audiencia fiel?

"Para otros la historia es un campo de batalla, para mí es un modo de responder a preguntas que me hago continuamente"

—Tengo uno de historia, La ContraHistoria, el otro es de actualidad, La ContraCrónica. La ContraCrónica es el origen de todo. Es un programa de análisis diario en el que trato de forma sosegada y bien documentada temas políticos y económicos de interés general para un público de habla hispana. El de historia nació unos meses después. Es semanal, de carácter divulgativo y carece por completo de posicionamiento ideológico. Escojo un tema de cualquier época, me lo preparo y lo cuento en aproximadamente una hora con música clásica de fondo. En algunos participa un colaborador llamado Alberto Garín, todo un erudito con el que hago los programas a dos voces. Los temas son muy variados. Lo mismo puedo hablar de los peregrinos del Mayflower, del imperio aqueménida, de los mexicas o de la historia del café. Creo que esa es la razón por la que gusta La ContraHistoria. La audiencia de La ContraHistoria busca disfrutar aprendiendo algo que no sabía o ampliar sus conocimientos sobre algún tema. Huyo de los juicios de valor y me ciño a los hechos. Para otros la historia es un campo de batalla, para mí es un modo de responder a preguntas que me hago continuamente. Trato de que la respuesta sea lo más completa posible y llego a ella a través de la lectura, la observación y el debate. No aprendo historia para confirmar mis creencias sobre el pasado, sino para formarlas. Por descontado, estoy siempre dispuesto a cambiar de opinión si me ponen hechos documentados encima de la mesa.

—Amadeo de Saboya, quien solo reinó tres años en nuestro país, de 1870 a 1873, cuando renunció al trono pronunció la famosa frase: «Los enemigos de España son los españoles». ¿Está usted de acuerdo con esa sentencia?

—Esa frase la podría haber pronunciado un rey de Francia, de Inglaterra o de cualquier otro país. Es habitual que en España nos recreemos con ella porque tendemos a pensar que nuestra historia es excepcional, que aquí siempre hemos sido unos cainitas contumaces gobernados por necios mientras en el resto del mundo abundaban los reyes sabios y vivían en la armonía. No, no es así. Nuestra historia no tiene nada de especial, es muy parecida a la de nuestros vecinos en casi todo. En cuanto a lo del daño que los españoles se han ido autoinfligiendo a lo largo del tiempo, al igual que en nuestra vida privada los problemas más graves nos los provocamos nosotros mismos, en la vida de las comunidades humanas casi todas las grandes tragedias son autoinducidas. Esto es aplicable a cualquier realidad política. Los antiguos romanos sufrieron más por las guerras civiles que por los ataques externos, alemanes y británicos se crearon ellos solos un conflicto religioso que duró siglo y medio, los franceses alumbraron su propia revolución y todos los desórdenes que vinieron después, los rusos parieron la revolución de octubre y la dictadura soviética, alemanes y austriacos provocaron dos guerras mundiales de las que salieron muy perjudicados… Siempre es mayor el daño que se hace uno mismo que el que le puedan hacer desde fuera.

"España es de los pocos países de Europa que conservan las mismas fronteras que hace quinientos años"

España es de los pocos países de Europa que conservan las mismas fronteras que hace quinientos años. Con la excepción de Gibraltar, Olivenza y parte de la Cerdaña, la extensión del reino que Carlos I recibió de su abuelo en 1516 es idéntica a la del reino que Felipe VI heredó de su padre en 2014. Por lo demás, nuestro país no participó en ninguna de las dos guerras mundiales, no se desangró en guerras coloniales, como sí hicieron franceses y portugueses, y desde 1808 no guerrea con ningún vecino. Es cierto que el siglo XIX en España fue inestable, pero no más que en Italia, Alemania o Francia. En el siglo XX padecimos una guerra civil, pero también hubo conflictos similares en otras partes de Europa, conflictos que, en algunos casos, vinieron acompañados de invasiones extranjeras. El franquismo sí fue algo excepcional por su duración, pero cuando Franco se hizo con el poder en 1939 en toda Europa florecían las dictaduras. Aquí y en Portugal esos regímenes surgidos durante la crisis de entreguerras duraron algo más, pero nadie habla del excepcionalismo portugués o de que los enemigos de Portugal sean los propios portugueses.

Primer desembarco de Cristóbal Colón en América, cuadro de Dióscoro Puebla

—Muchos estados de la Europa actual no tienen más de cien años. Sus fronteras cambiaron durante las dos grandes guerras, y también después de ellas, con la creación y desintegración del bloque soviético. ¿Por qué se cuestiona el concepto de nación en un país como España que fue creado hace más tiempo? ¿Se avergüenza España de España y de su historia?

"Existe una sensación de fracaso histórico que las élites azuzan continuamente por intereses políticos"

—No creo que la mayor parte de españoles se avergüencen ni de España ni de su historia ni, mucho menos, de ellos mismos. La palabra «España» se emplea de forma natural en la calle y en las conversaciones informales. Cuando salimos al extranjero no tenemos problema alguno en decir que somos españoles. Al contrario, muchos lo llevan a gala, porque desde fuera se nos percibe como gente alegre, risueña y desprejuiciada. Está bien que así sea, porque hay pocas cosas tan estériles como despreciarse a uno mismo. Lo que sí hay es cierto complejo histórico que se arrastra desde hace más de un siglo y que compartimos con los hispanos de América. Existe una sensación de fracaso histórico que las élites azuzan continuamente por intereses políticos. Muchos se presentan como la solución a ese fracaso secular, nos vienen a decir que basta con colocarles en el poder y ellos ya se encargarán de reinventarse el país, purgar nuestra historia y, ya de paso, resolver todos nuestros problemas. Evidentemente no buscan resolver nada: buscan estar en el poder y permanecer en él todo el tiempo posible. Para ello retorcerán los hechos históricos con la idea de que encajen en su relato político. Lo que sí tenemos en España desde hace cosa de medio siglo es una crisis del Estado-nación, un concepto decimonónico que identifica el Estado con la nación. Ese concepto parte de la idea de que si sólo hay un Estado, únicamente puede haber una nación y todos los ciudadanos de ese Estado deben asumirla. El problema es que es complicado hacer coincidir algo de límites bien definidos como el Estado con algo tan difuso como la nación. Una nación no es más que un “conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común”. La definición no es mía, sino de la Real Academia. La nación española existe, pero conviviendo pacíficamente con otras muchas. Yo, por ejemplo, aparte de español soy madrileño, castellano, europeo, hispano y occidental, conjuntos de personas con quienes comparto idioma, tradición o ambas cosas. Sólo sobre una de esas naciones se ha levantado un Estado, anulando todas las demás. A pesar de que dentro de mí habitan muchas identidades nacionales sin roces entre ellas incluyéndose las unas a las otras, sólo tengo un pasaporte, el que me presta el reino de España. Digo que me presta porque no soy propietario del mismo. La nación es incluyente, el Estado es excluyente. No se puede ser ciudadano español y alemán a un tiempo, pero soy tan castellano como español o europeo. Eso viene de abajo, es ascendente, el Estado viene de arriba, es descendente. El Estado-nación en España se hizo inspirándose en el modelo francés, que es muy homogeneizador, pero aquí por fortuna no terminó de cuajar. En los años setenta se trató de corregir el rumbo mediante una descentralización muy ambiciosa, y sucedió entonces que ese nacionalismo identitario que identifica Estado con nación rebrotó en ciertas regiones que, desde entonces, perseveran en la construcción de Estaditos-nación más pequeños en los que se trata de eliminar todas las naciones que no se correspondan con la del Estadito en cuestión. No pondré nombres, porque son de sobra conocidos.

—El recorrido que hace por la historia de España en su libro arranca en la Edad Media. ¿Por qué es tan importante esa parte de nuestro pasado para usted?

—Todas las épocas son igualmente importantes, pero fue a finales de la Edad Media cuando se conforma el reino que, con el correr de los siglos, dará lugar a la España actual. Una de las razones por las que aprendemos historia es para saber de dónde venimos. Los idiomas que hablamos, nuestros usos y costumbres, los apellidos que tenemos o la religión mayoritaria no son cosas que hayan aparecido de golpe, son fruto del discurrir histórico. Nuestra cultura, que es algo así como el sistema operativo que hace funcionar nuestro cerebro y determina nuestra conducta, proviene de la Edad Media.

La rendición de Granada, cuadro de Francisco Pradilla y Ortiz

—Bellido Dolfos, un noble leonés, acabó con la vida del rey Sancho el Fuerte durante el sitio de Zamora, clavándole su propia espada en la espalda, aprovechando que el monarca estaba «haciendo sus necesidades». El lugar por el que huyó y entró de nuevo a la ciudad se llamó el «portillo de la traición». A petición de UPL (Unión del Pueblo Leonés) en 2010 pasó a ser el «portillo de la lealtad». ¿Es justo o peligroso que nuestros políticos reinterpreten la historia?

"Cualquier cosa vale, incluso las leyendas para que el político justifique su propio poder utilizándolas como gancho para sus votantes"

—Es lo que han hecho los gobernantes siempre: tratar de apoderarse del pasado para acrecentar su poder en el presente. En el ejemplo que me pone, la Unión del Pueblo Leonés, un partido político de nuestros días, se identifica con Bellido Dolfos, un tipo que vivió hace mil años y lo ponen a trabajar para ellos como una suerte de leonesista avant la lettre. Lo curioso aquí es que no estamos siquiera seguros de que el cerco de Zamora se produjese. Pero cualquier cosa vale, incluso las leyendas, para que el político justifique su propio poder utilizándolas como gancho para sus votantes y, lo que es más importante aún, como hecho diferencial con el que aglutinar a la comunidad y atizar al vecino.

—Los movimientos nacionalistas españoles, ¿están siendo fieles a la historia cuando exponen sus reivindicaciones, o la están transformando para sus intereses?

—La están transformando conforme a sus intereses, naturalmente. De lo contrario no estarían haciendo política, serían asociaciones dedicadas al estudio de tal o cual época de la historia y estarían abiertas al debate y a cambiar de opinión si los hechos les obligan a ello. Un nacionalista es imposible que cambie de opinión, porque lo suyo es de índole religiosa.

—Un político impulsó la retirada de un busto de Abderramán III —hijo de una cristiana y nieto de una noble vascona—. Su argumentación para hacerlo fue «que no gustaba cómo trataba ese hombre a mujeres y niños». ¿Por qué contextualizamos en el presente los hechos de hace siglos?

"No debemos juzgar a nuestros antepasados con los principios morales que rigen en nuestra época"

—El, llamémoslo, “presentismo” es uno de los grandes males de nuestro tiempo. Muchos se han puesto la toga y las puñetas y ahora son magistrados en el tribunal de la historia. En León los políticos locales han hecho de Bellido Dolfos un adalid del leonesismo contemporáneo, y en el pueblo de Zaragoza donde retiraron el busto de Adberramán III un concejal ha convertido a los califas cordobeses en ayatolás. Se lee en clave actual y se procede en el acto a ensalzar o a condenar conforme a nuestra manera de ver el mundo. No debemos juzgar a nuestros antepasados con los principios morales que rigen en nuestra época, carece por completo de sentido. Si sometemos a juicio a nuestros antepasados todos, por una razón u otra, terminarían en la picota. Lo mismo sucederá con nosotros si nuestros descendientes deciden procesarnos con la moral que impere dentro de cien o trescientos años.

—Desde que Tariq entró en el 711 en la península hasta el 1492 que Boabdil se rindió ante los Reyes Católicos pasaron casi 800 años. ¿Ha habido en nuestra sociedad un olvido y una ocultación de la cultura musulmana? ¿Por qué centramos esos ocho siglos solo en los reinos cristianos?

"Nosotros descendemos de los reinos cristianos medievales, y no hay nada de malo en ello"

—La España actual proviene de los reinos cristianos, no de Al-Ándalus. Esa es la razón. El Reino de España es descendiente directo de aquellos reinos medievales, tanto que en el escudo figuran sus armas. Pero lo más importante es que el grueso de nuestra cultura es heredero de los antiguos castellanos, aragoneses y navarros, no de la del califato de Córdoba y las taifas que le sucedieron. La presencia musulmana dejó muchas palabras en las lenguas peninsulares, pero lo que hablamos son derivados del latín, no del árabe. Esta entrevista la estamos realizando en una lengua romance que surgió hace unos mil años en el norte de Castilla, no en árabe andalusí. La religión predominante es la de los hispanorromanos y los hispanogodos, no la de los andalusíes. Usted se llama Miguel Santamarina, yo Fernando Díaz Villanueva: tanto nuestros nombres como nuestros apellidos son de origen castellano. No nos llamamos Mohamed o Ahmed. El islam en la península ibérica nos legó obras notables —algunas todavía en uso—, cierta impronta en la gastronomía o la música y edificios soberbios como la mezquita de Córdoba o la Alhambra. Eso creo que está sobradamente reconocido tanto en los libros de texto como en la conciencia popular. Ningún español se avergonzará de la Torre del Oro o de la Alcazaba de Badajoz, más bien al contrario. Nuestra relación con el pasado islámico de parte de la España actual es parecida a la que los turcos del presente tienen con el imperio bizantino. Reconocen sus méritos, pero celebran anualmente el día de la toma de Constantinopla. No se consideran herederos del Bizancio de los Paleólogos, sino de los otomanos de Mehmed II. No es ningún capricho, no están haciendo de menos al pasado bizantino, es que culturalmente descienden de los otomanos. Nada podemos echarles en cara. Bien, pues nosotros descendemos de los reinos cristianos medievales, y no hay nada de malo en ello. La historia discurrió del modo en el que lo hizo, y tanto nuestra sociedad como nosotros mismos somos su resultado. Otra cosa distinta es que a cierta intelligentsia académica no le guste nuestra cultura porque la consideran el origen de todos los males y, sobre ese convencimiento cargado de culpas, creen que deben subsanar ese error inventándose un pasado a la medida de sus ensoñaciones.

—¿Se está convirtiendo la divulgación histórica en un vehículo para acomodar ideologías?

—Eso ha sucedido siempre. Los que ven en la historia un campo de batalla emplearán tanto el trabajo académico como la divulgación para apuntalar su agenda y cargarla de razones. La ventaja de la divulgación es que llega a más gente que una tesis universitaria o un artículo en una revista especializada dirigida a historiadores. También los hay que para difundir su mensaje utilizan la ficción histórica en forma de novelas, cómics, películas o series de televisión. Esto último es muy efectivo para llegar a una audiencia muy amplia y moldear a placer la percepción del pasado. Tampoco es nada nuevo: desde que Walter Scott empezase a publicar sus populares novelas históricas han pasado ya más de doscientos años. Para muchos la Edad Media es Ivanhoe y el cardenal Richelieu un desalmado como el que Dumas retrató en Los tres mosqueteros.

—Usted realiza una importante difusión de los contenidos de sus programas en las diferentes redes sociales. ¿Es Twitter un buen lugar para hablar de la historia de España?

"Evito siempre los insultos y las peleas, algo relativamente común en Twitter"

—Cualquier lugar es bueno para hablar de cualquier cosa siempre que haya gente al otro lado. Yo en Twitter hablo de historia, de actualidad nacional e internacional, de cine, de música, cuento algún chiste y, de tanto en tanto, intercambio impresiones con otros usuarios. Mi cuenta la siguen más de 120.000 personas, así que me valgo de esa red con frecuencia. Lo que evito siempre son los insultos y las peleas, algo relativamente común en Twitter. Si fuera por la calle y alguien a quien no conozco de nada me insultase al cruzarse conmigo pensaría que es un loco y me cambiaría de acera. En Twitter hago exactamente lo mismo. Ni siquiera le bloqueo, le ignoro sin más.

—Como estudiante de Historia que fue, ¿qué piensa de los últimos cambios en el programa educativo? ¿Cómo será una educación en la que las lenguas clásicas y la filosofía desaparecen de las aulas?

—Todo el sistema universitario habría que cambiarlo de arriba a abajo y acercarlo al sistema británico en el que el alumno se construye su propia carrera. No hay dos graduados que hayan estudiado exactamente lo mismo. Cuando llegas a la universidad quieres aprender historia, pero eso no significa que desees pasar por un dédalo de asignaturas que no te interesan lo más mínimo, pero de las que te examinan obligatoriamente después de estudiar toneladas de apuntes que copias en clase como un amanuense medieval y memorizas como un monje tibetano. A mí, por ejemplo, me gustaba la historia económica y la contemporánea, pero tuve que esperar cuatro años hasta ponerme con la segunda, y la primera ni constaba en el plan de estudios. El plan no contemplaba que estudiásemos la historia de Estados Unidos durante el siglo XIX o la historia de la banca, dos temas en los que yo estaba muy interesado. Podía hacerlo, pero por mi cuenta, y ese esfuerzo no contaría para nada. Para graduarse había que memorizar lo que alguien había decidido que memorizases, cosas como geomorfología, demografía o prehistoria, que lo único que hacían era quitarte el tiempo, la energía y las ganas. En nuestro sistema educativo, algo que compartimos con franceses, alemanes o italianos, todo está centrado en lecciones magistrales, apuntes y planes estandarizados diseñados por comités que producen graduados en serie. No sé para otras disciplinas, pero para la historia no sirve, a no ser, claro, que la intención sea la de formar profesores de instituto. En ese caso tendríamos al Estado formando a sus propios empleados. Creo que la cosa va de eso. Si queremos dejar de formar profesores de instituto que reproduzcan a pequeña escala lo que han visto en la universidad y empezar a formar historiadores, habría que ir pensando en cambiar el planteamiento con el que se enseña historia en la universidad.

Muerte de Carlos V, cuadro de Degroux

—¿Cuánto hay de mentira en la Leyenda Negra española? ¿Y cuánto de verdad?

"Los luteranos y posteriormente los calvinistas realizaron una campaña de propaganda antiimperial muy habilidosa"

—Durante los siglos XVI y XVII los Habsburgo españoles llegaron a ser muy poderosos. Eso ocasionó que en otros pueblos de Europa dominados por ellos, como los italianos o los holandeses, surgiese un sentimiento de ofensa que se tradujo en propaganda antiespañola. Cuando, en esa misma época, estallaron las guerras de religión en Alemania, el Papa echó mano del emperador Carlos, que era también rey de España. Los luteranos y posteriormente los calvinistas realizaron una campaña de propaganda antiimperial muy habilidosa valiéndose de la imprenta. Ingleses y franceses, que competían con los españoles en Europa y en ultramar, no tardaron en apuntarse a la campaña. Era el recurso del débil que, al tratarse de algo tan prolongado en el tiempo, terminó calando muy hondo en todo el continente. Lo que sucedió a partir del siglo XVIII después de la paz de Utrecht, cuando los reyes de España traspasaron sus posesiones europeas a los austriacos, fue algo mucho más llamativo. En ese momento fueron las propias élites españolas, primero los monarcas y los aristócratas y después los políticos liberales, las que hicieron propia y continuaron con esa campaña de los siglos anteriores, esta vez en clave reformista o regeneracionista. Eso se ha mantenido hasta el momento presente. Ese pesimismo no ha generado más que frustración y ha abonado el excepcionalismo español, una falacia muy común, que parte de la idea de que la historia de nuestro país es excepcional y que está marcado por la tragedia. Como señalaba más arriba, a poco que hagamos historia comparada con nuestros vecinos lo primero que apreciamos es que las fases históricas que van atravesando son muy parecidas a las nuestras, en el caso de Portugal casi idénticas. Nadie habla, sin embargo, del fracaso portugués o del problema de Portugal, pero es muy habitual oír hablar del fracaso español o del problema de España.

—Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Pedro de Valdivia, Cristóbal Colón… ¿Héroes o villanos?

—Tan sólo hombres de su tiempo a quienes la historia les puso al frente de una empresa que ha trascendido. Casi nadie se acuerda de Vadino y Ugolino Vivaldi, dos hermanos genoveses que en 1291 se internaron en el Atlántico para llegar a la India, pero se perdieron en el océano y nunca más se supo de ellos. De haber llegado a su destino hoy serían conocidos, alabados y cuestionados, pero no lo consiguieron. Dos siglos después Cristóbal Colón, que también era genovés, sí llegó a donde se proponía, dando comienzo a un proceso histórico que le cambió la cara al mundo. Respecto a si eran héroes o villanos no entiendo muy bien la obsesión maniquea de estos tiempos por clasificar a nuestros antepasados entre buenos y malos, como si fuesen personajes de ficción. Fueron simples seres humanos como nosotros. Unos mejores y otros peores. Hicieron heroicidades y también villanías, como cualquiera de nosotros, pero en su caso ambas han pasado a la historia por el papel que terminaron jugando en ella. La labor del historiador es saber quiénes fueron y por qué actuaron de aquel modo, no someterles a un proceso moral extemporáneo.

—Churchill y Cristóbal Colón por los suelos en las grandes capitales. Indalecio Prieto y Largo Caballero fuera de los callejeros de Madrid. ¿Tiene sentido derribar estatuas? ¿Y cambiar el nombre de las calles?

"Churchill e Indalecio Prieto merecen su calle o su estatua porque desempeñaron un papel importante en la historia de sus respectivos países"

—No, no lo tiene. Para evitarnos problemas podríamos no poner estatuas y nombrar las calles con números y letras, como hacen en algunos países de América, pero aquí es tradicional honrar a los antepasados ilustres con una calle o una plaza. Las estatuas embellecen las ciudades y son un reconocimiento hacia alguien que lo merece. La cuestión es quién merece ser homenajeado. En principio nadie se negaría, por ejemplo, a dedicar un monumento a Séneca o a Velázquez, pero, para los criterios morales que imperan en la actualidad, ambos fueron racistas, machistas y, al menos en el caso de Séneca, esclavista, como todos los romanos del siglo I. ¿Habría que retirar la estatua de Velázquez del Museo del Prado? Alguno dirá que sí, porque no podemos tener en la calle a un machista que comulgaba con la monarquía absoluta. Pero es que Velázquez no está donde está por lo que pensase a título personal, sino por ser un genio de la pintura. Con personajes históricos más recientes, como Churchill e Indalecio Prieto, ambos merecen su calle o su estatua porque desempeñaron un papel importante en la historia de sus respectivos países. No fueron genocidas y, aunque en vida tuvieron tanto opositores como partidarios, lo que hicieron determinó el devenir histórico, algo parecido a Abderramán III, a quien dejamos más atrás con su busto metido en un almacén municipal. La visión moralizante sobre el pasado es una tara para el conocimiento de la historia, pero corre en auxilio de la agenda de muchos políticos que se valen de activistas como los que, de un tiempo a esta parte, se dedican a derribar estatuas.

—¿Qué acontecimiento histórico de los que menciona en su libro le fascina más? ¿Y cuál de los personajes que aparecen en sus páginas?

—El acontecimiento histórico que más me ha fascinado siempre es la vuelta al mundo de Juan Sebastián Elcano. Fue una gesta admirable que además se llevó a cabo de forma un tanto espontánea. Su idea no era circunnavegar el globo, sino llegar a las islas de las especias, pero una vez en Filipinas la expedición se metió en problemas y Elcano tuvo que regresar navegando a solas desde las Molucas hasta Sevilla cruzando dos océanos sin apenas detenerse. Antes de eso habían tenido que atravesar el Pacífico, que cubre medio planeta y que estaba sin cartografiar. Que lo consiguiesen fue casi un milagro. El personaje que me parece más atractivo es Hernán Cortés, por razones parecidas. Se embarcó en una empresa imposible en el otro lado del mundo y consiguió culminarla con éxito en muy poco tiempo. Para ello se valió de la guerra, pero también de la diplomacia. Entendió a la primera la situación y fue improvisando y adaptándose a las circunstancias cambiantes. Lo de Cortés y sus hombres fue algo digno de los grandes conquistadores de la antigüedad. Es curioso que sometamos a un juicio moral a Hernán Cortés pero no lo hagamos con Julio César, Alejandro Magno o Ramsés II.

—El siglo XX no ocupa demasiado espacio en su libro. ¿Cuál es el motivo?

"En los años centrales del siglo es cuando todo enloqueció dando lugar a la guerra civil y a la dictadura que le siguió"

—Me quedo en la Transición, a la que despacho en un par de párrafos, y eso ya deja el siglo en sólo 75 años. Para pasar más adelante aún falta perspectiva histórica. Aunque pueda parecer lo contrario, el siglo XX en España fue en su mayor parte tranquilo, mucho más que en otras partes de Europa. Durante el primer y el último cuarto de siglo tuvimos una monarquía constitucional similar a la de otros países europeos. En los años centrales del siglo es cuando todo enloqueció, dando lugar a la guerra civil y a la dictadura que le siguió, que son nuestro trauma contemporáneo, una herida que el tiempo había ido cerrando y que la política ha reabierto últimamente de manera un tanto irresponsable. Están aplicando el “presentismo” del que hablaba antes a hechos acaecidos hace más de ochenta años. A la guerra civil le dedico un capítulo muy generoso y continuo luego por el franquismo tratando de explicar cómo surgió aquel régimen, como se organizó internamente y por qué fue tan longevo. Las preguntas, en definitiva, que creo que hay que hacerse.

—Durante la II República, en solo 6 años, hubo estados de guerra, de alarma y tres golpes de estado. Se sucedieron 26 gobiernos y se habla de más de 2.000 muertos por la violencia en las calles. ¿Por qué fue tan importante ese periodo para los partidos políticos actuales? ¿Hay una idealización en nuestros días de este periodo de nuestra historia?

—La Segunda República era una república sin republicanos. Casi nadie creía en el sistema, que llegó de manera bastante inesperada el 14 de abril de 1931. No hubo un referéndum sobre la forma de Estado, ni siquiera se sometió a consulta popular la Constitución como sí se hizo en 1978. La derecha seguía siendo en su mayor parte monárquica y la izquierda era en gran medida revolucionaria. En aquel entonces la revolución rusa estaba muy cercana en el tiempo y muchos creían que el de los bolcheviques era un experimento exitoso y digno de replicarse en otras latitudes. Los republicanos puros eran muy pocos, tal y como se pudo comprobar cuando estalló la guerra en 1936. Sumémosle a eso que la década de los treinta fue muy agitada en toda Europa, fue una época de crisis económica en la que prosperaron los fascismos y las dictaduras militares. Aquel desorden general condujo a una guerra mundial de dimensiones impensables sólo unos años antes. Como esa república no convencía a casi nadie todos conspiraron contra ella, tanto desde la derecha como desde la izquierda. Unos la veían como un mal en sí mismo, como la antesala de la revolución y los otros como una detestable república burguesa a la que había que liquidar cuanto antes. Por eso se sucedieron los pronunciamientos, las huelgas generales y las conjuras. Eso es lo que se extrae de la abundante documentación de la que disponemos. En la Transición eran plenamente conscientes de ello porque muchos habían vivido aquella época y procuraron no cometer los mismos errores. El asunto quedó ahí y muchos años después se invocó el recuerdo de la república, pero no tal cual fue, sino de una república adaptada al programa político de ciertos partidos políticos actuales. Esa maniobra implicaba traerse la Segunda República al presente despojándola de todos sus elementos problemáticos, que fueron unos cuantos. No hay en ello ningún amor al conocimiento histórico, es tan solo una operación política muy lamentable, porque trata de recrear el enfrentamiento de entonces entre los españoles de nuestro tiempo.

—Avanzamos hasta la actualidad. ¿La crisis energética del siglo XXI provocará guerras por las materias primas como el coltán y recursos naturales como el agua?

—No lo sé. No soy adivino. Puedo acceder a documentación del pasado, pero no a la del futuro. No tenemos ni idea de lo que va a pasar, y quien asegure saberlo miente como un bellaco.

—En Austria un 20% de la población apoya a un partido político que niega la vacunación, en Países Bajos han tenido protestas con incidentes por las restricciones, también se suceden manifestaciones en Alemania y en Estados Unidos. ¿Estamos a las puertas de una revuelta social?

"Creo que no terminamos de entender que vivimos en el periodo más tranquilo y próspero de toda la historia de la humanidad"

—Lo desconozco, pero para que las revueltas sociales triunfen y se afiancen tiene que haber mucha población joven sin nada que perder. Ese no es el caso de Europa. El nuestro es un continente de propietarios con una edad media de unos 50 años y millones de jubilados que necesitan un clima político y económico estable para que puedan seguir cobrando sus pensiones. En el caso de que haya una revuelta sería algo mucho más pacífico que las revueltas del pasado. Creo que no terminamos de entender que vivimos en el periodo más tranquilo y próspero de toda la historia de la humanidad. Nunca habíamos sido tantos viviendo tanto tiempo y con tanta calidad de vida. La narrativa pesimista sólo beneficia a quienes fabrican los problemas, los alimentan y venden luego la solución.

—Para terminar, ¿qué frase —no vale la de Amadeo de Saboya— define mejor a España?

—A mí me gusta “Plus Ultra” (Más Allá), el lema oficial del país. Lo adoptó Carlos I hace quinientos años por recomendación de un cortesano. Retrata bien a nuestros ancestros, gente muy pobre a quienes les tocó el país más abrupto y peor regado de Europa, pero que se las apañaron para llegar más allá llevando su idioma y su manera de ver el mundo hasta los confines de la Tierra.

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Bixen
Bixen
2 años hace

¡Es impresionante la cantidad de contradicciones a las que puede llegar uno, cuando trata (supuestamente) de contar la Historia en modo imparcial y coherente, con los ojos de hoy!: ¿Será queriendo?

ricarrob
ricarrob
2 años hace

Interesante forma de ver la historia. Historia no memoria. Historia sin histeria. Parece un libro de los necesarios. Aunque los autores no suelen responder a estos comentarios, le pregunto a usted: ¿Conseguirán los revisionistas ideológicos interesados alterar definitivamente la historia o se impondrá al final la historiografía académica más tarde o más temprano? ¿Son solamente relatos, intentos contingentes de influir sobre las opiniones de la gente, en un momento determinado que acabarán pasando? ¿Y qué opina usted de las historias oficiales de ciertas autonomías construidas sobre los intereses de las ideologías nacionalistas? ¿Pervivirán en el inconsciente colectivo de sus habitantes? Estoy de acuerdo con lo que usted ha dicho sobre la II República. Es muy curioso que ciertos grupos actuales de jóvenes, además de idealizar hasta la mitificación esta época, hablen de repetir la desastrosa experiencia y no hablen de mirar al futuro y, por ejemplo, no hablen de una III R. sin los tremendos errores del pasado. Tampoco hablan de la desastrosa I R., del cantonalismo y de que ya llevamos dos experiencias fallidas a nuestras espaldas.

Javier
Javier
2 años hace

«España es el país más fuerte del mundo, lleva años intentando destruirse y no lo consigue». Creo que fue Bismarck quien lo dijo.

Olga Luján
Olga Luján
2 años hace

Muy buen articulo! Preguntas clave perfectamente formuladas para respuestas muy interesantes. Un placer su lectura.

Pepehillo
Pepehillo
2 años hace

Qué manía tienen los entrevistadores de simplificar la historia preguntando por los héroes y los villanos. Me recuerda a mis hijos preguntando al principio de la película quién es el malo. Calla, pon atención a la película y luego igual puedes aprender algo.