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Francisco Brines, poeta: «He cantado la vida por medio del instrumento debilísimo que es la palabra poética»

Francisco Brines, poeta: «He cantado la vida por medio del instrumento debilísimo que es la palabra poética»

Francisco Brines. Foto: Jesús Ciscar

En la gran casa o caserío (pero no caserón, que no le gusta el aumentativo a Francisco Brines, Paco para los amigos), situado en el lugar de Elca, cerca de Oliva, donde ha vuelto a vivir el poeta anciano, el abril avanzado inunda con su luz radiosa los naranjos con sus frutos de oro que se pierden delante hasta la línea azul del mar. Todo es trino y canto de pájaros. Un gorrión ha hecho su nido en la boca de una pequeña ánfora y mira sorprendido al intruso. El entorno huele a azahar, a jazmín, y el perfume se confunde con los colores del hibisco, el acanto, el mirto, los geranios y las glicinas, que corren en el jardín y trepan por las paredes del recinto interior del edificio.

Antes de sentarnos en la mesa del atrio, paseamos hasta la balsa de la entrada, ahora en penumbra. «Aquí me bañaba de niño», dice Paco, «el agua era entonces clarísima, ahora la veo turbia, oscura». No entiendo si el cambio del color que me señala lo asigna al paso del tiempo, a tantos años pasados, ya que yo el agua la veo límpida y hasta me parece oír el chapoteo de alguien que se zambulle con ímpetu juvenil. Paco se queda en silencio: toda su poesía se nutre del recuerdo de la infancia transcurrida en esta casa y vive de la contemplación de su naturaleza. Sobre Elca ha escrito, con su extraordinaria prosa, el poeta:

“Elca. Es un término del campo de Oliva, el pueblo donde nací. Se trata de una casa, blanca y grande, situada en un ámbito celeste de purísimo azul y rodeada de la perenne juventud de los naranjos. Domina desde una ladera, sin altivez, un ancho valle, abierto al mar, y mira la agrupada y densa sucesión de unas desnudas montañas que se hacen de plata antes de llegar al solemne Montgó. Este, como una vieja divinidad, alarga su cuerpo en perezosa e intemporal siesta, y ya dentro de los azules marinos recibe su definitivo bautizo: cabo de San Antonio. Reposa a sus pies, en su plenitud mediterránea (romana, árabe y cristiana), el puerto y ciudad de Denia. Durante muchos veranos sus nocturnas y lejanas luces aparecían, para el cuerpo solitario del adolescente, como una urgente e imposible llamada”. (Selección propia, Madrid, Cátedra 1984, p. 16).

—Por eso mi pregunta inicial: ¿qué importancia ha tenido Elca en tu poesía, en tu vida?

—Esta casa alojaba de alguna manera a un niño y, luego, a un adolescente en el mes de septiembre, que para mí es un mes en que ya los calores de verano se amortiguan. Había las primeras lluvias, soledad y un silencio que contrastaba con la playa, la presencia de amigos y su ajetreo. Aquí se establecía un lugar de lectura y, como consecuencia, de escritura; entonces, se creaba entre la lectura y la palabra poética un periodo de interiorización y de pensamiento, y todo ello originaba la posibilidad de escribir poemas. Por lo tanto, Elca siempre ha sido un lugar de reposo, pero de reposo activo, en el sentido de que era un reposo que me movía y me habilitaba al encuentro con la escritura. Era el encuentro con un milagro imprevisto, llamémosle de esa manera: partían de mí unas significaciones que yo previamente desconocía, pero que conocía a través de la escritura poética, y era un conocimiento que me había sido velado anteriormente y, por lo tanto, era como descubrir agua en un desierto. Para mí eso era asombroso.

"¿Qué tengo yo del niño que fui, del adolescente, del joven? Son muchas pérdidas y muchas ganancias"

—¿Cómo era la vuelta a esta casa, y ahora este regreso a Elca?

—Siempre era una vuelta al mundo de la infancia, al calor de la presencia de mis padres, que siempre fueron respetuosos con mis ideas y mi afición a la poesía, que nunca la obstaculizaron. Por eso me alegró mucho por ellos la concesión del Premio Adonais a mi primer libro, Las brasas, a los cuales se le dediqué con estas palabras sencillas: «A mis padres, vivir fue amar», ya que me quisieron. Su vida y conducta fueron una manifestación de amor, y mi agradecimiento sigue siendo doble, porque cuando uno recibe amor le enseñan a amar. Pero ya no era el niño y sobre todo no lo soy ahora: ha habido toda una vida larga, con la edad que tengo, en que el niño ha tenido varias secuencias del hombre y ha sido varias personas muy distintas entre sí. Porque, ¿qué tengo yo del niño que fui, del adolescente, del joven? Son muchas pérdidas y muchas ganancias, también nuevas, y lo que hay es una continuidad del hombre en el transcurso de toda la vida; mi mirada no es la misma que cuando yo era niño o cuando yo era joven, porque yo soy otro. El entorno es el mismo y por lo tanto hay aquí una consideración del hombre que soy, pero también de las personas distintas que he sido.

—Hablamos de los títulos de tus libros, empezando con tu primera entrega poética, Las brasas (1960).

—Sí, yo me he dado cuenta de que los títulos de mis libros son distintos, pero todos obedecen a una misma idea, que es la consideración que yo hago sobre la vida; es decir, las brasas es lo que arde sin llamas en proceso de extinción, lo que va a dejar de ser, pero con brillantez, y no solamente por cuanto concierne a la persona sino también al ambiente, al ambiente cálido. Creo que la vida la he vivido de esa manera, cálidamente, y tratando de ver la belleza o la intensidad expresiva que podía haber en ella.

—¿Y qué me dices tu libro más intenso, Palabras a la oscuridad (1966)?

—Son las palabras que, expresando al hombre que las escribe, van también dirigidas a la oscuridad, es decir a la anulación. Pero aún no he llegado a ello; es algo que va a morir, pero con experiencia de vida aún, y por lo tanto es otra metáfora, digamos que se parece a la imagen de las brasas. En efecto, su título anticipa, o mejor, define, toda mi poesía que, ya desde su comienzo, es decir a partir del libro juvenil Las brasas, presenta una gran coherencia y totalidad que, entrega tras entrega, forma un proceso unitario, pero no uniforme; una mirada luminosa y reflexiva que se amplía enormemente con el tiempo. Con Palabras a la oscuridad entra la indagación ontológica, la reflexión sin perder su concreción real o, quizás, acentuando su objetivación histórica. Pero las palabras significan también la reflexión, que es lo que necesitamos para expresarnos oralmente o por medio de la escritura. El autobiografismo, la experiencia de mi vida no es sólo canto o elegía, sino una forma de conocimiento de la vida.

"El autobiografismo, la experiencia de mi vida, no es sólo canto o elegía, sino una forma de conocimiento de la vida"

—Después de Aún no (1971) e Insistencias en Luzbel (1977), que continúan y acendran (el último con un nuevo cambio de técnica) la indagación anterior, llegamos al libro El otoño de las rosas (1986), un gran poema elegíaco que trasmite la emoción de tu vivencia existencial.

—Sí, con El otoño de las rosas pasa lo mismo: el otoño es la penúltima estación del año, la tercera antes de llegar al invierno; pero es un otoño con rosas, es decir, la vida es un don y es estimada como don. En todos los títulos ha ocurrido lo mismo, porque a continuación de Palabras a la oscuridad viene otro libro, y su titulo, Aún no, va en dirección a esa nada, a ese no, que no ha llegado todavía, pero tiene existencia.

Foto: Christina Linares

—Con La última costa (1995), el recorrido de tu poesía parece terminado. El título sucesivo, Ensayo de una despedida, recoge y vertebra las varias ediciones de tu obra completa.

—El Ensayo de una despedida es ensayo de toda mi poesía, es decir, todo proceso escrito por mí; una representación de la despedida de la vida, a lo que los títulos de mis libros, celebrando la vida, tienden a aceptar y consideran como idea concreta el acabamiento de la existencia. Nuestro destino se abre con un paréntesis y se cierra con un paréntesis contrario; la existencia es lo que hay dentro de esos paréntesis, que en mi caso, pues, ha sido ya una vida larga. He tenido la suerte de experimentar todas las estaciones del hombre, y en todas hay siempre una despedida de cosas muy valiosas que se pierden, y unas ganancias de cosas que no sabías que vendrían y que te reconfortan también. En fin, al hablar de la muerte, yo estoy celebrando la vida en todos sus momentos felices y sus frustraciones dolorosas. Con eso declaro que vivo con conciencia de la vida.

"Desde el principio hay unos rasgos que distinguen a un poeta de otro"

—En el grupo generacional de los años Cincuenta, ¿cómo te colocas?

—Bueno, yo creo que las generaciones tienen puntos en común cuando se inician, y son las que implican un cambio con respecto a las generaciones anteriores. ¿Por qué eso? Pues porque somos historia, y la historia la vivimos según las circunstancias que nos tocan, y siguiendo las modas existencialistas o escriturales que nos llegan. Desde el principio hay unos rasgos que distinguen a un poeta de otro, y creo que cuando las generaciones son buenas es porque algunos de esos lo son. Pero hay una diversificación: esos rasgos comunes, que al principio definen generacionalmente al grupo, desaparecen con el tiempo, y lo que queda es el rasgo individual de cada uno de los poetas.

—Tu amistad y frecuentación asidua con Vicente Aleixandre, Carlos Bousoño, Claudio Rodríguez y José Hierro: una larga experiencia que ha sido importante desde el punto de vista poético, además de humano.

—Sí, vivimos las circunstancias históricas a una edad determinada con algunos amigos coetáneos con los cuales compartimos ideales comunes, pero conviven con nosotros otros poetas anteriores y luego poetas posteriores, y entonces se establecen lazos de amistad o de admiración que superan el ámbito generacional y se abren también hacia la presencia de poetas más jóvenes; o sea que se aprenden y te importan todos los que piensas que tienen calidad.

—Paco, hablamos de tus primeras lecturas y el descubrimiento de la poesía. ¿Cuál es el poeta que más te ha influido en la adolescencia?

—Yo soy poeta quizás por la emoción que me dio la lectura de Juan Ramón Jiménez. Su Segunda antolojía poética fue para mí como una verdadera Biblia. Él y su obra lo fueron por dos razones: por su gran calidad poética y porque en Juan Ramón hay varios poetas de primera fila, ya que su obra no tiene un estilo unitario, sino que su evolución nos ha dado tres poetas importantísimos: el primero, un milagro, presenta la poesía del adolescente; luego llega el poeta de la inteligencia, el de la poesía pura y, por último, ya el autor en exilio, el inmenso poeta metafísico. Y en los tres estadios Juan Ramón es un grandísimo poeta. Entonces a mí me importó muchísimo su obra que me reveló la importancia y la belleza de la poesía. Sin duda fue el alimento de mi primera escritura.

"Cernuda ha dejado su gran influencia no sólo en mi generación, sino en todas las generaciones que han venido después, e incluso ahora"

—Cernuda es tu lectura preferida, un poeta que ha dejado en tu generación y las sucesivas una huella profunda.

—Sí, Cernuda ha dejado su gran influencia no sólo en mi generación, sino en todas las generaciones que han venido después, e incluso ahora. En el siglo XXI es el Juan Ramón metafísico, el que hoy está presente en la poesía de los jóvenes. Lo que yo aprendí en Cernuda es a situar el hombre dentro de la poesía. Creo que esa es una enseñanza muy valiosa: él lo hacía desde sus características y yo desde las mías.

—En tu poesía hay muchos poemas dedicados a Italia. Pienso en «Plaza en Venecia», «Sonrisa en Bellagio», «Amor en Agrigento», «Muros de Arezzo». Es poesía que parece anticipar a los Novísimos.

—No, no es exactamente poesía «novísima» la de los poemas italianos que citas, ya que no nacen de un motivo culturalista, sino que radica en una experiencia real, la misma que yo puedo tener aquí en España, o en Inglaterra cuando estuve de lector. Pero soy, y me siento, más afín a Italia que a Inglaterra por muchas obvias razones. Cuando estoy en Italia, advierto una total confianza que nace de una simpatía, o mejor una empatía instintiva, directa. Yo soy y me siento mediterráneo, lugar geográfico en donde he nacido y me he criado, e Italia es rotundamente mediterránea por todos los costados. Mi poemas son aparentemente culturalistas, pero el recuerdo de Italia, las visitas a sus ciudades y su pintura no son sólo goce estético, sino momento existencial. La cultura en mi poesía está presente en función de la vida.

"A mí me ha importado mucho la poesía de Leopardi; de los contemporáneos, también Ungaretti y, en particular, Quasimodo"

—Sobre literatura y poetas italianos, ¿recuerdas alguna lectura particular, algún autor que llamó tu atención?

—Sí, a mí me ha importado mucho la poesía de Leopardi; de los contemporáneos, también Ungaretti y, en particular, Quasimodo, un clásico moderno y muy mediterráneo. En ese sentido no sé si somos hermanos, pero, vamos, si no hermanos, somos primos hermanos, y a veces los primos hermanos se llevan mejor que los hermanos.

—En un momento de crisis de la cultura humanística, ¿qué papel cumple aún la poesía? ¿Necesitamos todavía a los poetas?

—Tengo en eso experiencias muy gratificantes. Por ejemplo, recuerdo a una chica que, al terminar mi lectura, se me acercó. Tenía mi obra completa, pero pidió que le dedicara sólo un poema. Yo le pregunté por qué y me dijo que había tenido un hermano que murió de cáncer con 32 años y que ese poema, que hablaba de la muerte y que terminaba exaltando la vida, él lo sabía de memoria y quiso que los amigos y ella misma lo aprendieran. Eso me conmovió, porque pensé cómo la poesía podía acompañarnos y consolarnos en un momento tan decisivo como es el de la premuerte. Entonces me di cuenta de que la poesía podría servir y representar a otros que la leen. Si consigo eso o no, ya no depende de mí, pero la tentativa la he hecho, y estas expresiones de lectores me estimulan enormemente, porque veo que lo que en mí consiguió la lectura de grandes poetas anteriores, de un modo —a lo mejor mucho más modesto—lo he logrado en algunos lectores, y por lo tanto queda justificado que mi quehacer poético haya sido el de actuar con palabras que parecen ficciones, pero que en realidad encarnan y son realidad en el lector.

"Donde muere la muerte es un poco finalizador y paradójico, porque si la muerte muere, lo que queda es la vida"

—Última pregunta, Paco. ¿Qué puedes anticipar sobre tu libro inédito a los colegas y lectores?

—Se va cerrando ese largo paréntesis de pausa y reflexión que antes, entre libro y libro, necesitaba una secuencia temporal de unos seis años. Ahora llevo bastante tiempo sin escribir, pero tengo un libro casi hecho, y faltan dos o tres poemas más para terminarlo. En general, procuro que no haya en la edición de mis libros poemas que yo pueda considerar mediocres. Es decir, trato de que sean poemas todos dignos y que ése sea el término medio, pero creo que en mi poesía he tenido la suerte —esto lo he considerado al hacer autoantologías— de que los poemas alcancen el nivel estético del conjunto. En este libro último ocurre lo mismo. Rompo muy pocas composiciones, porque quizás soy “avaro” de lo que escribo, porque no escribo mucho. En cuanto a su título, Donde muere la muerte, es un poco finalizador y paradójico, porque si la muerte muere, lo que queda es la vida, pero el recuerdo de lo vivido —¡ojalá me equivoque!— con el tiempo desaparece también, ya que todos vamos a ser borrados. La poesía tiene la suerte de continuar interesando a los demás. Pero dicen los astrónomos que el mundo se lo va a tragar el sol, y que el sol también va a morir. Esa visión cósmica y negativa yo la acepto en cuanto no he creado nada de vida verdadera, sino he cantado la vida por medio del instrumento debilísimo que es la palabra poética.

Pero, en fin, a ti, Gabriel, y a todos los hispanistas italianos amigos de la poesía, dejo este poema inédito que, al recordar la muerte de mi madre, da título a mi último libro a punto de nacer:

DONDE MUERE LA MUERTE

Donde muere la muerte,
porque en la vida tiene tan sólo su existencia.
En ese punto oscuro de la nada
que nace en el cerebro,
cuando se acaba el aire que acariciaba el labio,
ahora que la ceniza, como un cielo llagado,
penetra en las costillas con silencio y dolor,
y un pañuelo mojado por las lágrimas se agita
hacia lo negro.
Beso tu carne aún tibia.

Fuera del hospital, como si fuera yo, recogido
en tus brazos,
un niño de pañales mira caer la luz,
sonríe, grita, y ya le hechiza el mundo,
que habrá de abandonarle.
Madre, devuélveme mi beso.

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