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Francisco de Ribera, de F. Javier Sánchez Sánchez

Francisco de Ribera, de F. Javier Sánchez Sánchez

Este ensayo naval analiza la estrategia marítima española del primer tercio del siglo XVII y la impronta dejada por uno de los marinos más intrépidos de la época: el almirante Francisco de Ribera.

En Zenda publicamos la Introducción de Francisco de Ribera: El almirante invicto (Renacimiento), de F. Javier Sánchez Sánchez.

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INTRODUCCIÓN

Los avatares de la vida llevaron a Francisco de Ribera a sentar plaza de soldado en la flota de galeones del general Luis Fajardo y este imprevisto incidente favoreció la entrada en la que sería su academia naval; en la cual se aprendía a combatir, combatiendo. De una manera fortuita, el joven toledano iniciaba así un camino alejado de los anhelos de un hidalgo castellano de tierra adentro y en un medio que hasta entonces desconocía por completo. Pero la inclinación de Ribera a esgrimir el acero, poco después le condujo a la incipiente marina del duque de Osuna en Italia, en donde llegó a ser el marino de mayor reputación del Mediterráneo y el símbolo más notorio del poder naval del duque.

La llegada del duque de Osuna a los virreinatos de Sicilia y posteriormente al de Nápoles, revolucionó las escuadras navales de ambos reinos y, de paso, el equilibrio de poderes en el Mediterráneo. Osuna fortaleció las armadas de galeras virreinales y las acompañó con la creación de una formidable escuadra privada, tanto de galeras como en su mayor parte de galeones, que por su equipamiento y tripulación no tuvo parangón en estas aguas. Además, bajo su estricta supervisión, las transformó en unas temidas y respetadas fuerzas navales, al mismo tiempo que se convertía en el más exitoso armador corsario del Mediterráneo. Y una parte importante de este logro es sin duda atribuible a su famosa escuadra privada de galeones, que siempre mantuvo bajo la atenta responsabilidad de Francisco de Ribera. El marino toledano navegó bajo la tutela del virrey con un valor desmedido, simultaneando el estandarte real con el pabellón negro del duque de Osuna, y sorprendiendo a propios y extraños por sus valerosas e increíbles hazañas. De tal manera que, pese a estar en minoría, no dudó en enfrentarse y derrotar a turcos y venecianos, las armadas más numerosas y reputadas por aquel tiempo en el Mediterráneo.

Más tarde, Ribera fue reclamado por el rey para la defensa del Atlántico, en donde terminó ejerciendo de general interino de la Armada del Mar Océano en Cádiz y Lisboa. Pero, con la llegada al trono de Felipe IV y su valido el conde-duque de Olivares, la política exterior española experimentó un giro radical que ayudó en gran medida al traslado del almirante Ribera a un escenario muy diferente al Mediterráneo: el mar del Norte. El Gobierno fue consciente de la inferioridad naval española en el norte de Europa y encargó a Ribera la dirección de la guerra corsaria en uno de los mares más peligrosos del mundo para la navegación. Si bien, hasta ese momento, la Corona había sido reticente a la utilización del corso como método de lucha, al considerarlo un recurso deshonroso y propio de las naciones más débiles.

La nueva administración optó por la puesta en práctica del corso sin ningún complejo y en breve plazo. Al principio la lucha iba solo dirigida contra unos sediciosos súbditos de Felipe IV, pero muy poderosos en el mar: las Provincias Unidas de los Países Bajos. El objetivo no era otro que acometer contra el centro neurálgico del poder económico de los rebeldes en el mar del Norte, buscando así estrangular su próspero tráfico marítimo y arruinar su industria pesquera, con la intención de acabar con la sublevación y reintegrar a las provincias rebeldes a la autoridad de la Corona. A tal efecto, además de la promoción del corso entre los particulares, el Gobierno no dudó en dedicar una escuadra de la Armada Real a estos quehaceres: la Armada de Flandes. Una armada con base en el puerto de Dunkerque y especializada en la guerra corsaria, que terminó por ser la estrategia que más dañó y temieron los rebeldes neerlandeses. De este modo, al frente de la flota de guerra española más norteña y combativa, Ribera completará su segundo gran proyecto naval, revitalizando y dirigiendo a los navíos más devastadores del rey de España.

Hoy en día, la memoria del almirante Francisco de Ribera, como la de tantos otros destacados marinos españoles, ha sido relegada y postergada al olvido con el devenir del tiempo. Aun cuando, en su día, gozó de una gran notoriedad y popularidad entre buena parte de la población. Una fama que condujo a la realización de una obra teatral en su honor El asombro de Turquía y valiente toledano, en ella Luis Vélez de Guevara lo distingue de esta manera:

Ese que hiciste, capitán famoso,
ese que el mundo por edades nombre,
de cuyo aliento Marte está envidioso,
de cuyo nombre tiembla cualquier hombre,
a quien se debe el triunfo victorioso,
a quien se le atribuye por renombre
ser vencedor de aquesta acción primera,
ya sabes que es el capitán Ribera.

Francisco de Ribera fue un intrépido marino y un excelente táctico naval, capaz de romper con sus valerosas gestas la rigidez estamental de la sociedad de su época. En el fondo, Ribera simboliza a esa clase especial de hombres capaces de sorprendernos por su coraje y sus extraordinarias proezas, que su paisano y camarada Diego Duque de Estrada sintetiza en el peculiar modus vivendi de los valerosos soldados españoles de entonces: «Quien como yo busca su fortuna ha de ir con pecho valeroso hasta el infierno a hallarla». Sea como fuere, esta es la agitada semblanza de un resuelto espadachín del Siglo de Oro, reconvertido en un intrépido capitán corsario, ascendido por méritos propios a almirante real, distinguido por su competencia como general de la Armada y ennoblecido por el rey al nombrarlo caballero de la Orden de Santiago.

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Autor: F. Javier Sánchez Sánchez. Título: Francisco de Ribera: El almirante invicto. Editorial: Renacimiento. Venta: Todos tus libros.

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