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Francisco Umbral y la cancelación

Francisco Umbral y la cancelación

El escritor y periodista madrileño Francisco Umbral (1938-2007) sería “cancelado” hoy por los guardianes de lo políticamente correcto, según los directores del documental Anatomía de un dandy (2020), Charlie Arnaiz y Alberto Ortega, en la mesa moderada por el filólogo y periodista David Felipe Arranz, y que ha cerrado el curso de verano “Francisco Umbral: Fragmentos de una vida”, celebrado en el Real Centro Universitario Escorial María Cristina de la Universidad Complutense de Madrid.

"Umbral solo vive plenamente el lustro de la vida de su hijo, entregándose después al vacío y al infierno en la Tierra"

David Felipe Arranz abrió el debate sobre la absoluta trascendencia de la muerte de Pincho, el hijo de Umbral, a los cinco años, víctima de la leucemia, algo que queda de manifiesto en la película gracias a las cintas de casete que los dos directores encuentran en un cajón de la casa de Majadahonda: “Esta tragedia íntima marca un antes y un después en el escritor, que solo vive plenamente el lustro de la vida de su hijo, entregándose después al vacío y al infierno en la Tierra”. Arranz hizo hincapié en la extraordinaria labor desempeñada por su viuda María España al frente de la Fundación Francisco Umbral, impulsora de las jornadas, y de la trascendencia emocional de la película, “que sé que va a arrancar muchas lágrimas entre el público, ya que explica el porqué de su carácter, de sus máscaras, de ese dolor inmenso que convirtió en belicosidad, vitriolo y cinismo, y en Mortal y rosa, esa obra maestra absoluta”.

Alberto Ortega ha comparado las negritas de Umbral con los trending topics de ahora, una aportación de un autor que desarrolló su obra en una España “en la que respiraba un aire de libertad, donde todo era nuevo y se estaban dando los primeros pasos del país que vivimos hoy en día, una libertad que es verdad que se ha perdido un poco”. Gracias a las figuras como Umbral, Ortega cree que podemos conocer cómo era esencial formarse por entonces un personaje “que por desgracia ahora sería cancelado, porque él decidió no morderse la lengua antes que cambiar sus principios”.

"Me preocupa mucho el ánimo revanchista y revisionista últimamente de tratar hechos de hace treinta o cuarenta años con los ojos de hoy en día"

Arnaiz comentó que una figura como Umbral tiene difícil encaje hoy en día porque la historia de España, el periodismo y los hábitos de consumo son diferentes: “Me preocupa mucho el ánimo revanchista y revisionista últimamente de tratar hechos de hace treinta o cuarenta años con los ojos de hoy en día, con el contexto actual”. Muchas apariciones de Umbral en televisión hoy en día serían censuradas para Arnaiz, “porque aquella era otra España, éramos completamente diferentes”. Para el director la película no es solo un fresco no solo de un escritor genial, un verdadero genio que ha tenido este país, sino la foto de una España que no existe, cuyos últimos vestigios van cayendo. “Hoy la gente va al Café Gijón con los teléfonos móviles a hacerse fotos porque es un reclamo turístico. Echo mucho de menos todo eso”.

Alberto Ortega, David Felipe Arranz y Charlie Arnaiz

El curso ha contado con la presencia María España y la periodista Carmen Rigalt, y las intervenciones de Darío Villanueva, que habló de la “prosa incancelable” del periodista, de Manuel Llorente, que incidió en que fue “un memorialista” de gran trascendencia para la prensa diaria, que marcó la agenda de los periódicos, de Ángel Antonio Herrera, su discípulo, que consideró la obra de Umbral como “la discoteca de la metáfora”, o de Ramoncín, que rememoró a Umbral como aquel escritor que llevó la cátedra a la calle, entre quinquis, yonquis y pasotas. Junto a J. Ignacio Díez y Bénédicte de Buron-Brun glosaron la vida y la obra de uno de los grandes escritores y cronistas de la España del último tercio del siglo XX.

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Victor Hurtado
1 año hace

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Víctor Hurtado Oviedo

Reverendo padre

En los libros de Francisco Umbral nunca aparece su padre; sí, un cuantioso universo de mujeres: una abuela, la tía Algadefina, las primas y la madre adorada, enfermiza y muerta: todas, rodeando al hijo único y hecho a la fiebre lírica, revueltas en un gineceo pobre de un piso republicano en la posguerra de Valladolid. ¿El padre? «Puedo encender una hoguera mucho antes que Camilo José, y ahora la enciendo por su fuerte paternidad literaria, espiritual, y por su muerte, que me deja huérfano del último y único padre que vale, el del oficio», confiesa Umbral en su libro Cela: un cadáver exquisito. Camilo José Cela murió el 16 de enero del 2002; tres meses después, Umbral publicó aquel libro: no una biografía, sino un nostálgico y pensativo, arbitrario y radiante ejercicio del estilo. Umbral gotea literatura incesante, palabra tras palabra, así como los segundos inventan a las horas.

El libro se dilata en anécdotas que trajinan edificando al personaje. Procede a flashazos; casi no hay fechas, sino una exhibición de estampas milagrosas ―para la literatura―. Cela… parece un libro escrito por sorpresa; es el impresionismo de la memoria al servicio de un amigo. La primera noticia que Umbral tuvo de su «padre» le llegó de lejos: «Leí el Pascual Duarte, y fue como una pedrada de luz en la frente. Comprendí que había que hacer la prosa así, con todo el idioma y con toda la violencia de esta lengua guerrera».

Llega más tarde el encuentro en Madrid entre el escritor aureolado y el provinciano sin padre ni padrinos. Cela lo «adopta», le abre su casa y su mesa en el café de artistas. El hijo va vampirizando al padre: aprendiendo el oficio (hasta superarlo) y copiándole desplantes porque había que hacerse un personaje para actuar en el gran teatro del mundo ―o, al menos, en el Gran Café de Gijón―.

Cela y Umbral intercambian juergas y lecturas, amores y odios literarios, pero no se hermanan en política. Cela fue un cabreado señorial, celebrado y burlado por el franquismo, y Umbral es un aerolito sin órbita de la izquierda española. Cela fue un «profesor de energía», Umbral es un dandi resfriado que cierra las ventanas. El Cela… de Umbral no se equilibra. Exhibe lo más original del gallego, pero olvida sus libros olvidables, y banaliza su cercanía a gente de la dictadura franquista por un supuesto apoliticismo de Cela. Tal parece, se puede ser apolítico de izquierda o de derecha.

Los padres tienen defectos, y (no es el caso) unos de los defectos de los padres pueden ser los hijos. Umbral admite la ineptitud celiana para el artículo: «No acabó de irle nunca la literatura de periódico»; luego, lo otro: la edad, el cansancio en los años 90: «Cela se había puesto a escribir oscuro, complicado, reiterativo». Umbral insiste filialmente en la «genialidad» de Cela y en su condición de adelantado-rompedor en la literatura española de mediados del siglo XX, pero desde el XXI no hay gloria a la vista.

Cela será un autor propio de antologías, no de obras completas. Si solo fuera por el personaje y sus inciviles anécdotas, uno no terminaría de leer este libro, fragmentario como los ya dedicados por Francisco Umbral a Mariano José de Larra, Ramón Gómez de la Serna, Federico García Lorca, César González Ruano y Ramón del Valle-Inclán. ¿Por qué entonces es tan fascinante este Cela…? Porque es una muestra de la «poética» de Francisco Umbral: meter, en la prosa, los milagros de la poesía.

Umbral ostenta el don del lenguaje figurado. Supongamos que un simple dijera: «El tiempo hace olvidar»; Umbral escribe: «La eficacia del tiempo, ese filo que pasa despacio, cortando nudos y cabezas»; y, así, todo el libro, con un lenguaje que suma lirismo a guarrismo, como si el doctor Jekyll dictase la prosa al señor Hyde: «Lola Gaos siempre hizo de bruja en el cine y en la vida. Era una mujer de alma ronca, con toda la belleza del odio en su cara de pintura expresionista».

Cada uno luce su mejor perfil, y Umbral sabe que el suyo es el perfil del estilo, no el de la trama. Su novela premiada (Leyenda del César visionario) se sostiene por la sucesión de anécdotas trágicas o divertidas, y por el instinto de decir las cosas de otra forma. Uno se leería la guía telefónica si la escribiera Francisco Umbral.

El lenguaje literario es una desviación del lenguaje normal. Cuanto más se desvía, más llama la atención sobre sí mismo; entonces, el lector se distrae del argumento para adorar la frase. En una novela, esta distracción suele ser fatal para la trama. Sin embargo, Umbral apuesta siempre por el estilo, no por el asunto. Salvo un grato equilibrio (Cervantes, García Márquez), la oposición estilo-argumento carece de arreglo en la novela: o se es fulgurante y distraído, o se es directo y simplón, como la supradicha guía telefónica (que pasa por novela experimental con miles de personajes).

Tampoco es novedad el problema del «exceso». Los estilistas son nietos alborotados de Gorgias, el primer griego que escribió, en prosa, con el centelleo de la poesía. El «exceso» de estilo ya alarmaba a Aristóteles; en su Poética (1460 b), señala que un lenguaje demasiado brillante oculta los caracteres y el pensamiento. Habría que añadir: un lenguaje demasiado brillante distrae de la acción, aunque ayuda en las descripciones. Los diálogos luminosos están bien, pero siempre serán admirablemente falsos: hacia la conmoción son William Shakespeare, hacia el ingenio son Oscar Wilde.

En fin, los últimos refugios del estilista quizá sean el relato breve, el diario íntimo y la columna de opinión. Umbral es un antipático que acierta en su especialidad, el autoelogio: «Mi otro yo cree que tiene la mejor prosa de España, pero la mejor prosa de España la tiene Francisco Umbral». Francisco Umbral nos deja out. Francisco Umbral es Mohamed Ali puesto en literatura.

Francisco Umbral: Cela: Un cadáver exquisito. Editorial Planeta, Madrid, 2002.