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Francisco Vicente Conesa: la virtud de las dudas

Francisco Vicente Conesa: la virtud de las dudas

La primera vez que lo vi fue a través de un cristal. Así será siempre: como más allá de lo que se puede tocar, una presencia constante difícil de alcanzar, el calor que deja un gato tras levantarse de tu regazo. Con ese misterio que siempre acompaña a la gente que no acabas de conocer, pero sientes cercana… Una amistad ocurrida en otro plano.

Hablaba —casi un adolescente escondido tras una melena indie, tras unas manos que dominaban la mesa por los nervios— con voz baja, apenas perceptible para la grabadora que registró la entrevista.

Estuvo recitando a los poetas como si de ello dependiera todo. Lector de casi todos los padres y madres de la lírica del siglo XX en España —Aleixandre, Hernández, Alberti…— comenzó a escribir una poesía clara, cotidiana, blanca, con la que decirse a sí mismo su biografía en un susurro.

Así lo descubrí. En un antro que era historia y ya no existe. Feliz por hablar con palabras que también usaba en sus poemas. Por decir ‘fuimos’, ‘nosotros’, ‘amiga’, ‘tú’, ‘manos’… Con una vocación estética innata, con un vivir desordenado que se convierte en verso y se ramifica hasta ser poema. Y luego libro: El mundo sin usted (Balduque, 2015).

Su primera publicación, sobre la mesa. Algunas páginas, tentativas de tristeza, que se habían convertido en su primer contacto con los lectores. Poemas de amor y desamor, una carta hacia el futuro, hacia el Francisco Vicente Conesa que será, y que se dice desde otro espacio «No encuentro tus palabras en la acera / ni mi orgullo de joven / ni los besos de despedida / escondiéndose como / el hielo de una noche en la mañana siguiente».

Biografía de papel que, transparente en este primer esbozo de una obra, se irá haciendo más compleja con el tiempo, acumulando capas, transitando caminos diversos en los que su existencia se cuela a borbotones.

Si yo pudiera
tan sólo contemplar los rascacielos
con asombro de hombre,
rozar el pavimento con las manos
aspirando la brisa
que avanza leve desde el río;
si yo sólo pudiera
desperdigar el paso lento de los tranvías,
las circunvoluciones de la urbe
y dejar de esperarte…

Si yo pudiera sólo
caminar sin preguntas,
explorar sin motivo
mis manos adentrándose en tu cuerpo
con densidad de bosque
y concentrarme en lo terreno
sin el por qué de todos tus caprichos;

si pudiera tan sólo
entender tus deseos,
comprender que la vida
se esconde más allá del pensamiento
allá donde me esperes
de espaldas y desnuda frente al mar
para adentrarnos juntos
en todas las respiraciones
de un febrero tranquilo…

Entonces, si pudiera
recostarme contigo bajo los edificios,
dejarme acariciar por las colinas,
hacerme viejo en los paseos
que no terminan en ninguna parte,
desnudarme en la playa
en las tardes de agosto,
sólo entonces quizá pudiera ser el hombre
al que tú quisieras enseñar a ver el mundo
con los ojos de un niño.

Una voz clara que se deforma ante un espejo

¿Cómo se construye una voz? ¿De qué manera el autor se desprende de la (no)copia y pasa a ser uno en sí mismo? ¿Atar la tradición con la ruptura? Hacerlo todo nuevo, construir lo sorprendente sobre las brasas de quienes antes ya caminaron por un mapa de palimpsesto, en el que las rutas coinciden, rompen, se diluyen, recrean…, otras anteriores. O viran hasta convertirse en un tornado con estructura de sueño.

Ese es el proyecto de un poeta joven que respeta su biblioteca por encima de todo, y que combina las imágenes que surgen de los libros con aquellas que le da lo cotidiano. Que une los versos de Kavafis o de Blanca Varela con las frases más ingeniosas de los guionistas de la ficción contemporánea, con la falsa verdad de la política, con la música y sus letras.

Después de ese primer libro, inicial promesa de verdad y belleza, el silencio. Seis años sin que la poesía de este autor cartagenero llegue a las librerías, pero no seis años de sequía. Francisco Vicente escribe, prueba, se conoce en otra silueta, camina hacia un destino que desconoce.

El escritor que es, que ha sido hasta ahora, muta, aunque la experiencia sigue siendo el pilar básico sobre el que se sostiene su poesía. Solo que esta es distinta: está tamizada por una biografía (algo) más extensa, por unas vivencias en las que la ciencia y la psicología, a las que ha dedicado trabajo y estudio, se convierten en un nuevo espejo desde el que trabajar el lenguaje.

El resultado es una frontera que abre territorios, un lenguaje enriquecido, caleidoscópico, común y abstracto, surrealista y concreto, certero y velado, del color de unas manos que recorren una cronología inexplicable.

Y ahora…

Tomas sus textos nuevos. Es poesía como música tribal y brasero de enaguas.

Pruebas unos versos que saben al metal de la sangre en la garganta, a helado de vainilla en agosto —es verano y el Mar Menor todavía no agoniza, al menos no del todo—. Lees con la curiosidad del niño que aprende cómo decir mamá. O hambre. O llora sin sentirlo. Y descubres, sobre todo descubres. Espacios en los que la forma de decir cambia, se transforma en lluvia, en laboratorio, en una belleza inusual que te seduce. Dice el escritor: «Sepan de mí que estuve vivo / en mis letras y mi cuerpo. / Sepan que dejé mi voz en las calles». Y aquí está:

Mira mi cuerpo: hay más de mí
en lo bebido que en mi carne
el cómputo de embriones cuaternarios clavando los ojos
en las paredes de este cubo brutal
la sintonía fílmica
pienso
en las actividades circadianas
en los círculos concéntricos

no existe ya la casa de mis padres

pienso en este instante como un paradigma
sí: la verdad está en la tendencia
en la mota dérmica succionada con dolor

la inmediatez es el útero
el único útero
el prisma verdadero
tras tantos años
la inmediatez es el útero
el único útero
del que yo no he brotado
la única tierra
el último estiércol
en el que no me he convertido todavía
la Granada triste
la que no has visto
triste Pascua
las narices tristes
que nunca olieron el sudor de tu fiebre

hay más de mí en esa gota de alivio
que en mi propio páncreas

quién sabe
lo que contienen las corneas
abriré mis cuencas hacia el eucalipto
hacia el juicio binario de los termorreceptores
juro que me abriré los ojos con las manos
si el final de esta pausa es un destello

me coseré los párpados
si la primera lucidez
(la de tu vientre)
fue también la última

La vida es probeta, ecuación, tecnología

En 2021, la Editorial Dieci6 legitima la innovación poética de Francisco Vicente Conesa. El poeta y vocalista de la banda Ayoho publica Neurobiología de la memoria, un libro que explora, antes de ofrecer respuestas, y donde el escritor se desnuda ante una verdad que no es solo suya, pero que él convierte en una piel en la que se siente cómodo: lo tradicional y la experimentación enlazados como en un idilio sensual entre dos desconocidos. Se aman con fiereza, se muerden y abrazan para, exhaustos, sentirse como extraños compartiendo un lecho que ni siquiera es suyo.

Así la poesía de este artefacto/libro que es «un texto lírico experimental, un organismo poético complejo en el que coexisten nombres de ciudades arcaicas, civilizaciones extintas, necrópolis, restos arqueológicos, espacios naturales junto a nombres de ciudades vivas, almacenes de datos, nomenclaturas técnicas y homenajes literarios y audiovisuales», tal y como escribe Pablo Velasco Baleriola en un brevísimo texto de presentación que ayuda a entender el experimento.

Porque sí, esta poesía tiene algo de experimento. Vicente Conesa otorga al poemario la estructura —Abstract, Introduction, Method, Results, General discussion— a la que se ajustan los trabajos académicos. Coge esa cerrazón de palabras huecas del lenguaje científico, de su bagaje en el ámbito de los estudios de psicología, y lo dota de viveza con el rumor filosófico de la poesía… Un contar abierto, interpretable, sutil pluma dibujando ecuaciones que vibran como el cuerpo mínimo de cualquier criatura.

tal vez precipité estas imágenes / como sal no disuelta en lejía. sus verdades conectan mediante vasos sanguíneos e intercambian / ideas estéticas y plasma y, sin embargo: aquí no hay nada. pero / incluso esta forma de ausencia es más ancha / que la idea que tengo de mi pecho. no sé cuánta presión es necesario aplicar sobre un dolor / para volverlo líquido incluso / he calculado la respuesta en unidades / de carga atencional pero su densidad es insostenible y mi cognición / ahora se parece a un bosque de abetos que no aportan / información, pero sí belleza.

Hace plásticas las bases, elimina límites, se enroca en una libertad que reta a las verdades absolutas, desgarra con brío el género que acaricia con la lengua. Todo esto es poesía para Francisco Vicente Conesa; todo esto un huracán de luz que enfoca al mundo contenido en la probeta que ha compuesto con sus manos.

A menudo, la imagen que describe no es la imagen que describe. En ese secreto, su poesía se llena de ángulos. Es una luz nueva. Es una melodía carente de pentagramas, que se construye desde antiguo y contra lo antiguo se rebela. Como un hombre rico que no tiene nada. Como «una despensa de agua en la que habitan los colores». Como un no ser ya nada más que palabra con rebabas donde lo que importa es el relieve abstracto de la vida.

respírame soy
un fluido inmaterial centrífugo over the room
una pecera me separa del univers0.txt
2ueg2ouglqu-egclj2ñedljvcñedvcjñl2dgcñevi2vñvv

vivo
con los ojos podridos de mirarte de esta forma

escondo tras la dermis una pena que ya es carne
una verdad detrás de los destellos parecida al sexo
que se inflama a razón de veinte veces el VO2 máximo previsto
en un organismo normativo
en la última vez
que hacemos de la presencia un oráculo
al que acercanos cuando nadie nos mira

te miro
atentamente como Perséfone
miraba atentamente a los dioses al marcharse

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