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Frases extraídas de Obra francesa: Escritos del primer exilio, de José Marchena

Frases extraídas de Obra francesa: Escritos del primer exilio, de José Marchena

“Mientras preparábamos la Obra francesa de José Marchena, rebuscando en los materiales encontrados e investigados hace tres décadas por Juan Francisco Fuentes para su tesis doctoral por su esposa y traductora Pilar Garí, fui espigando frases sueltas del ilustrado y revolucionario sevillano sin ningún objetivo concreto mientras leía y revisaba los textos traducidos. Al volver a leer esas frases me he dado cuenta de que forman una especie de compendio de su pensamiento a lo largo de su primer exilio (1792-1808). Sirvan como aperitivo de la publicación en estas fechas, en la colección «Los ilustrados» de Laetoli, conmemorando los 200 años de su muerte, de la Obra francesa de José Marchena”. —Serafín Senosiain (editor de Laetoli).

Vengo de la tierra de la servidumbre, de la tierra del despotismo religioso y civil. (Página 9)

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Soy, señores, la víctima del despotismo inquisitorial, han querido encarcelarme a causa de que me atrevía a amar a la libertad en la vivienda de los carceleros, defendía la tolerancia en el país de las inquisiciones. Señores, hermanos, la tierra que me ha concedido un asilo me será más cara que aquella que me ha dado una existencia desgraciada y esclava.  (9-10)

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Sus elogios, señor, me compensan con creces de todas las persecuciones sufridas por amor a las ciencias y a la libertad en el país de la ignorancia y la esclavitud. Baste con decirle que soy español. Abandoné mi país hace cinco meses porque la Inquisición había emitido una orden de detención contra mí. Por fortuna, me avisaron a tiempo y vine a Francia en busca de asilo. Tengo veintitrés años y, desde los dieciséis hasta el momento en que salí de España, he estado siempre expuesto a la persecución de la infame clerigalla inquisitorial. (10)

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Su patria [España], oprimida desde hace siglos por el más violento despotismo. (12)

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El país más esclavo de la Tierra [España]. (12)

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Abandonar el país del despotismo religioso y civil. La Inquisición iba a encarcelarme y busqué asilo en la Francia libre.  (12)

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Estamos de acuerdo en que la religión papista o católica ha echado raíces mucho más profundas en el suelo español que en el francés, y que no se debe pretender ir de frente contra los prejuicios religiosos. Ahora bien, la religión católica es la religión de los pueblos esclavos: embrutece al hombre, doblega las conciencias bajo un yugo férreo, consagra la tiranía de los déspotas y considera un mérito que el pueblo se humille hasta arrastrar sus cadenas. ¡Ay del pueblo que rompe el yugo de los reyes para caer en el de los curas! (14)

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Como los hombres que piensan no se comunican con el pueblo, como el temor a la Inquisición fuerza a los hombres ilustrados a simular que creen las fábulas más absurdas, todos los que no son auténticos filósofos tienen los más burdos prejuicios. En España, un hombre que se precie no ejerce el oficio de escritor, porque sólo se pueden imprimir pamplinas o libros ascéticos, de tal modo que no es posible ilustrarse a menos que se conozcan lenguas extranjeras. En ese país, sólo hay dos clases de hombres: unos totalmente ilustrados y otros totalmente supersticiosos. (14)

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No serán las procesiones cívicas ni las fiestas en honor a la razón o al Ser Supremo las que republicanizarán a la nación francesa, sino un buen sistema de educación que sustituya los prejuicios religiosos por las ideas morales, la jerga escolástica por el análisis del pensamiento y los sueños sobre las causas originales por las teorías ilustradas sobre los fenómenos de la naturaleza. (44)

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Ese absurdo cúmulo de indignantes supersticiones y de cuentos pueriles que se ha dado en llamar religión cristiana y que, en su origen, no fue más que un montón de supersticiones judaicas, de misterios egipcios y de dogmas platónicos mezclados y amalgamados, con los cuales se hizo un cuerpo de doctrina. (58)

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Ningún frenesí ha sido más contrario al género humano. Las hogueras de la Inquisición, las masacres de América, las guerras de las cruzadas, las densas tinieblas que cubrieron Europa durante catorce siglos: todo es consecuencia del cristianismo. (58)

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Las ideas religiosas retrasan el progreso del espíritu humano y fundamentan la moral en pilares de barro, porque la verdadera moral es el resultado de las relaciones esenciales que las necesidades y las facultades de los hombres establecen entre su espíritu y los objetos exteriores. (58-59)

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Entre los soldados de Condé y los de Robespierre hay muchos más puntos en común de los que creemos. Los dos partidos sienten el mismo odio contra los moderados, los constitucionales, los federalistas y los filósofos. (70)

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Los pensadores son los verdaderos legisladores de los pueblos, los órganos de su razón, los reformadores y supervisores de sus gobiernos, los preceptores y consoladores de las naciones, y los ‘perfectores’ (admítaseme esta nueva palabra) de la especie humana. (101-102)

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La constitución de los Estados Unidos de América es la más hermosa obra de la filosofía. Ella sola ha levantado este soberbio edificio. La revolución de los norteamericanos es la época más grande y gloriosa de la humanidad. (104)

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Un ciudadano es necesariamente cosmopolita. (106)

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Como la escritura, que cuando sustituyó a los signos jeroglíficos ya no se borró de la memoria de los hombres, y como la imprenta, que nunca se ha perdido, la representación nacional, una vez descubierta, tiene que acabar sustituyendo a la larga al sistema hereditario en todas partes. (124)

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¿Quién preparó la Revolución? La filosofía. ¿Quién consolidará la República? La filosofía. (127)

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Un filántropo sólo puede desear la destrucción absoluta del papado.  Roma, esa tierra clásica de héroes, es hoy la morada de viles castrati. Sus campos fértiles están convertidos en un nido de insectos venenosos y de enfermedades pestilentes, las despreciables supersticiones sustituyen a aquellas instituciones políticas y guerreras que subyugaron al mundo y despertaron la admiración de los siglos, todo pide la destrucción del más funesto y ridículo de los gobiernos.  (130)

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¡Qué cierto es que, a la larga, las luces se imponen incluso a las inquisiciones! (167)

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No hay mentira de la que no se apoderen con avidez; no hay verdad que halle cabida en su seno. Salvo por un reducido número de periódicos que luchan con dificultad contra corriente, el conjunto de estas publicaciones es, desde hace dos años, la colección más completa de todos los errores que el espíritu humano delirante puede cometer, de todas las maldades que ha podido hallar la perversidad de los hombres. Unos miserables panfletistas han sorprendido al propio odio con sus mentirosas calumnias. (171)

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 «Culpables de los delitos más execrables», «criminales dignos del mayor suplicio», «odiosos para el género humano», con estos epítetos calificaba Tácito a los primeros seguidores de una religión que, durante mil ochocientos años, ha infligido tales heridas a la humanidad que difícilmente sanarán en cien siglos. (174)

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Sé que la más republicana de todas las instituciones es la filosofía. Un filósofo no puede amar a los reyes: esta es una máxima que no admite excepciones. (176)

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Se os ha dicho que había un Dios y se os ha mentido. (204)

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No, no es a la idea de Dios a la que debo este odio profundo y vigoroso contra todos los opresores que tiranizan el mundo, contra todos los impostores que lo engañan, contra los déspotas que lo devastan y los sacerdotes que lo envilecen. No debo a débiles talentos los pocos éxitos obtenidos por el pequeño número de mis escritos, sino a este amor constante por lo verdadero y lo bello, a este inviolable respeto por la justicia esencial que aparece en todas mis obras. (205)

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Se ha hablado a menudo de la intolerancia de la religión católica. Mil plumas elocuentes han condenado las masacres de los albigenses y los hugonotes, las guerras de religión y esa abominable Inquisición que la filosofía del siglo XVIII no ha podido extirpar en la región más supersticiosa y desgraciada de Europa. (206)

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Pero este gusto [homosexual] no es privativo de los conventos, se lo encuentra en todos los pueblos y bajo todos los climas. Su origen se pierde en la noche de los tiempos, es común a las naciones más educadas y a las hordas salvajes. Profundos filósofos han hecho su apología, los poetas han cantado los objetos de este tipo de amor en composiciones tiernas y apasionadas, y estas composiciones han hecho las delicias de la posteridad. (237)

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Somos hombres y nos interesamos por la humanidad entera más que por una parte del género humano, cualquiera que sea, habite donde habite y bajo cualquier clima que viva. (258)

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Este tipo de ordenanzas, muy comunes en España, dan a este reino [de Navarra] un aire de enorme convento en el que cada habitante, cual monje, está obligado a obedecer las reglas más severas. (321)

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El pueblo español es valiente hasta la temeridad, feroz y estúpido. (330)

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José Marchena (1768-1821), fue un político liberal y afrancesado, escritor, erudito y traductor. Pasó la mayor parte de su vida exiliado en Francia, para escapar de la Inquisición y donde tuvo una participación muy activa en la vida política e intelectual de la República colaborando con personajes tan destacados como Brisst y Sieyès y siendo encarcelado en varias ocasiones y durante breve tiempo deportado a Suiza. Volvió a España en 1808 con el nuevo rey José I Bonaparte ocupando diversos cargos en su administración, y tuvo que abandonarla de nuevo tras la derrota del ejército francés en la Guerra de la Independencia. Después de un segundo exilio en Francia volvió a España tras el pronunciamiento del general Riego, con la idea de participar en la vida política española, pero la muerte lo sorprendió a los pocos meses de su regreso. Su actividad intelectual abarcó los campos de la economía política (era un firme partidario del liberalismo de Adam Smith), la filosofía (gran admirador de Voltaire y de Rousseau), la literatura y la política. Fue uno de los traductores más influyentes del primer cuarto del siglo XIX, a quien se deben la primera traducción castellana del Contrato social y de otros libros de Rousseau, además de versiones de obras de Moliere, Montesquieu, Voltaire, Volney y Lucrecio, algunas de las cuales han conocido repetidas ediciones durante los siglos XIX y XX.

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Autor: José Marchena. Título: Obra francesa. Editorial: Laetoli. 

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