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Ganadora y finalistas del concurso de relatos #migeneración

Ganadora y finalistas del concurso de relatos #migeneración

Casi 1.000 relatos se han registrado en nuestro último concurso, #migeneración, dotado con 2.000 euros en premios y patrocinado por Iberdrola. Desde el día 3 hasta el 23 de noviembre, hemos recibido historias sobre principios y comienzos, el adiós al verano y la llegada del otoño.

Lucía Machiarena Silveira, con Manual de uso para una generación sin manual, ha resultado ganadora —con un premio de 1.000 €—; y Nuria Rodríguez Fernández, con Generación de la transición, e Inés Pizarro Díaz, con El baño, han sido los dos finalistas—han obtenido 500 € cada uno—.

El jurado ha estado formado por los escritores Juan Gómez-Jurado, Espido Freire, Paula Izquierdo y Leandro Pérez. A continuación reproducimos el relato ganador y los dos finalistas.

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GANADOR

TítuloManual de uso para una generación sin manual

Autor: Lucía Machiarena Silveira

Artículo 1: Despierta.

No importa la hora. El cansancio es una segunda piel y aun así sigues.

Aprendiste pronto que el futuro no era una promesa, sino un archivo en constante actualización. Nada es seguro, pero avanzas igual: pestaña por pestaña.

 

Artículo 2: Mantén abiertas más pestañas que certezas.

Te acostumbraste a estudiar con ruido, trabajar con prisa y descansar en fragmentos. La vida se volvió multitarea antes que supieras nombrarla. Has llegado a sentir que el silencio es un lujo, y la desconexión, un peligro.

 

Artículo 3: Interpreta el amor como un sistema de signos.

Quién escribe primero.

Quién deja el mensaje en azul.

Quién responde con un emoji que no sabes descifrar.

El corazón late distinto cuando la pantalla se ilumina. A veces duele más no recibir notificaciones que escuchar un adiós en voz alta.

 

Artículo 4: Guarda amistades como si fueran archivos delicados.

Algunas se quedan en versiones antiguas y las sigues queriendo tal cual. Otras se actualizan tanto que ya no reconoces el formato. Todas ocupan espacio: en la memoria, en el cuerpo, en ese rincón donde guardas lo que no te atreves a eliminar.

 

Artículo 7: No llores con la cámara encendida.

Esa es una de las normas invisibles de la adultez digital.

Te secas las lágrimas antes de volver a sonreír, como si la vida fuera una reunión en la que siempre debes estar “disponible” —aunque nadie te llame—.

 

Artículo 11: Aprende a perder.

Oportunidades, certezas, fotografías sin copia de seguridad. La vida te enseña a aceptar fallos del sistema sin manual de reparación. A veces duele; otras veces libera espacio.

 

Artículo 12: Sigue fingiendo que sabes lo que haces.

Por extraño que parezca, funciona.

No hay un manual oficial, pero todos simulan tenerlo y tú imitaste ese gesto hasta que se volvió costumbre.

 

Artículo 15: Comprende que la conexión no siempre es presencia.

Puedes estar rodeada y sentirte ausente.

Puedes estar sola y sentir que alguien piensa en ti del otro lado del mundo.

Tu generación creció entre dos formas de estar: en carne y en señal. A veces ninguna basta.

 

Artículo 18: Guarda memes como quien guarda postales.

Las risas rápidas también son historia. También sostienen algo de ti.

 

Artículo Final: Cierra los ojos.

Este manual no te dará instrucciones. Nunca las tuvo.

Tu generación nació en un mundo acelerado, atravesó crisis, pantallas, cambios bruscos, y aun así aprendió a reajustarse en pleno movimiento.

Has escrito tu manera de vivir mientras vivías.

Has improvisado, caído, vuelto a intentar —y aún así, sigues—.

 

Y si sigues funcionando no es porque tengas un manual, sino porque tú —igual que todos los tuyos— aprendiste a escribir uno —mientras el sistema seguía en marcha—.

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FINALISTAS

TítuloGeneración de la transición

Autor: Nuria Rodríguez Fernández

Nací en 1975, cuando Madrid olía a calamares recién hechos en los bares del barrio y a chocolate caliente en las cocinas. Desde la ventana del salón, el cielo se veía entero, y los patios eran pequeños mundos donde la infancia se jugaba sin permiso ni reloj, con rodillas raspadas y bocadillos de nocilla que sabían mejor que cualquier postre moderno.

Ese año, la ciudad parecía contener la respiración y, al mismo tiempo, despertaba de un largo letargo. Las calles empezaban a sentirse más libres, abiertas a los colores, a la música, a la risa que ya no necesitaba autorización.

La movida madrileña nos pilló con los zapatos recién estrenados: hombreras imposibles, vaqueros nevados y el pelo cardado desafiando la gravedad. Madrid era un videoclip sin cámaras. En casa, o en los bares donde los mayores hablaban bajito, se colaba la voz rota de Sabina, contando historias de calles que aún no entendíamos pero que sentíamos nuestras.

En la radio del salón sonaba Eros Ramazzotti, ese italiano que parecía cantarle a las primeras dudas del corazón. Más tarde, Alejandro Sanz, con su melancolía de barrio, acompañaba nuestros amores torpes de adolescencia. Y en la tele, el mundo explotaba en colores: Michael Jackson, con Thriller, nos dejaba intentando hacer el moonwalk en el patio; Madonna, con su rebeldía luminosa, nos enseñaba que la libertad también se baila. Entre disco y disco, los cómics de Mortadelo y Filemón, Mafalda o El Capitán Trueno se intercambiaban en el recreo como si fueran tesoros, mientras los libros de Los Cinco o de Los Hollister se colaban en mochilas y conversaciones, pequeños universos que nos enseñaban a imaginar más allá del barrio.

Éramos una generación anfibia: un pie en la niñez sin pantallas, otro en un futuro que empezaba a encenderse con luces de neón. Aprendimos a esperar sin móvil, a amar con cartas dobladas cuatro veces, a sobrevivir a modas que hoy hacen sonreír, pero que entonces nos hacían sentir invencibles.Caminábamos por un Madrid ochentero que ardía incluso en invierno: Sol con su rumor eterno, el Rastro mezclando vinilos con olor a cuero, Malasaña brillando como un secreto a voces. Mirábamos la ciudad desde terrazas y esquinas con la certeza de que lo que venía era nuestro.

Hoy, cuando suenan Eros, Sanz, Sabina o un golpe de Thriller, vuelvo a aquella chica que soñaba con romper el mundo con unas medias de rejilla y un pintalabios prestado. Porque mi generación —la del 75— no solo creció: puso música, aromas, libros, cómics y corazón a una ciudad que empezaba a respirar más libre.

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TítuloEl baño

Autor: Inés Pizarro Díaz

El baño, sólo iluminado por la linterna del móvil, se amplía cuando me subo a la báscula. Se alarga y el suelo se separa de mis pies, dejándome al borde del vacío, con el pequeño aparato de metal como salvador. Pero el número que se estabiliza en el contador carga una guadaña con la que me hace perder el equilibrio y caer. Caer, caer y caer. Estoy sentada contra la pared y mi respiración es inconstante. Me abrazo las rodillas y apoyo la cabeza en ellas. En algún momento en estos últimos meses se me han acabado las lágrimas. Igual se han secado o se han perdido tan dentro de mí que no las puedo encontrar. Igual yo misma estoy perdida, acurrucada junto a mis lágrimas, esperando a que alguien pueda rescatarnos.

La luz del techo se enciende y, por unos segundos, dejo de ver. Quizás todo sería mejor así, sin ver mis defectos ni los atributos del resto. Quizás. Mi vida se resume en eso, en preguntarme cómo podría ser mejor, qué podría cambiar.

–¿Otra vez despierta tan pronto?

La figura de mi madre aparece en la puerta, con el pijama y una bata en la mano. Asiento y me levanto. Ella no me detiene y yo entro a mi habitación, dejando la puerta entreabierta. Abro el armario, lleno de ropa para un futuro, otro quizás. Cojo la sudadera de siempre, ancha y neutra, perfecta para que no te vean ni tú misma te puedas ver o reconocer. Perfecta para mí, aunque no sé si hay algo perfecto para mí. Cojo la mochila y salgo rápido de casa. Mi madre pregunta sobre mi desayuno y le miento. Es lo único que hago últimamente, mentir y no comer. Aunque ni siquiera consigo completar la última parte del todo; quizás hoy será el día.

En el instituto soy invisible. Simplemente un cuerpo desagradable que se mueve por los pasillos por obligación. No me miran. Mejor. Después de dos horas me voy, no entiendo por qué vengo, si lo único que hago es ser un bulto con un nombre en los papeles del instituto, pero no uno en la vida real. Me siento en un banco, lejos del instituto y de mi casa, y saco uno de los cigarrillos que le quité a mi padre el otro día. Con la primera calada, la ansiedad en mi pecho disminuye y el hambre se atenúa.

–Mamá, mamá, mira ese pájaro.

La niña cruza corriendo desde la zona del tobogán mientras grita eso. Su madre, sentada enfrente de mí, levanta la mirada y sonríe con ternura. El corazón me aprieta en el pecho y me pongo los cascos para no volver a escuchar a nadie. Ojalá pudiese quedarme así siempre.

Me termino el cigarrillo y saco otro. De algo tendré que morir, repito entre cada calada. Con algo de suerte será pronto, quizás hoy o mañana. Otro quizás que adorna mis días, destruyéndose cada mañana que me levanto. Termino y, como una autómata, vuelvo a casa por el camino largo.

Mi madre está sentada en el salón cuando vuelvo, leyendo una revista de las de cotilleos. Lleva días sin preguntarme cómo estoy, pero no puede perderse la boda del año. Levanta la mirada y arruga la nariz.

–¿Has estado fumando?

Me encojo de hombros. Cuando empiece a actuar como mi madre, tendrá una hija a cambio. Cierra la revista con fuerza, pensando que así causará un mayor impacto.

–Esta generación tuya, os creéis que…

He dejado de escuchar. Cuando termine de hablar me iré a mi habitación y no saldré esa noche, aprovechando que mi madre se ha enfadado. Repetiré la misma rutina todos los días, hasta que deje de funcionar en algún momento. Quizás será hoy.

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Antonio Jesús Rodríguez Guzmán
Antonio Jesús Rodríguez Guzmán
20 ddís hace

Magnífica selección de relatos. Ha sido un placer participar y seguir aprendiendo de otro/as que nos muestran caminos fiables por los que poder soñar.

Joseantonio
Joseantonio
19 ddís hace

Enhorabuena a las tres. En especial a Inés.

Ana María Prodanov Calvo
Ana María Prodanov Calvo
19 ddís hace

Felicitaciones a las personas seleccionadas. Los relatos me parecieron muy buenos. Un aplauso para el jurado.

SABRINA ANALIA CABRERA
SABRINA ANALIA CABRERA
19 ddís hace

Este concurso tuvo un “no se qué” muy místico. Hay en los relatos cosas que nos unen desde la identificación; vivencias.
Qué sé yo, no sé. Muy wowwww!!!!!
Muy copado!!
Muy re lindo!!
Necesitamos que no se pierdan detalles en el tiempo!

Francisco Javier Cortés Mejía
Francisco Javier Cortés Mejía
19 ddís hace

Felicidades a las tres mujeres… Mujeres, felicidades…

Jesús Francisco
Jesús Francisco
15 ddís hace

Me encanta el párrafo final del relato ganador. ¡Qué pasada!