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Grecia para todos, de Carlos García Gual

Grecia para todos, de Carlos García Gual

A partir de la comparación de la Grecia actual y la Grecia antigua, Carlos García Gual recorre la Grecia que aún pervive entre nosotros, en nuestra lengua y hasta en nuestra forma de ver el mundo. Ordenadas en cuatro bloques temáticos (Trazos para una primera imagen, Apuntes sobre la historia de Grecia, Mitos y tradición literaria y Tradición y pervivencia), entre las páginas de Grecia para todos (Espasa) podemos encontrar temas tan cautivadores como: el olivo, el mar, los héroes, el teatro, la mitología o el arte.

Carlos García Gual es catedrático emérito de Filología Griega en la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado más de cuarenta libros (entre ellos, Epicuro y Diccionario de mitos), y traducido una veintena de obras clásicas. Crítico literario en medios como El País, Revista de Occidente y Claves de Razón Práctica, en dos ocasiones fue Premio Nacional de Traducción. Desde febrero de 2019 es miembro de la RAE.

Zenda publica el prólogo del autor, titulado «La Grecia actual y la antigua Grecia”.

PRÓLOGO

LA GRECIA ACTUAL Y LA ANTIGUA GRECIA

Estas páginas quieren ser una invitación a un viaje imaginario y sentimental, es decir, no se trata de ofrecer una breve guía turística de la actual República Helénica, que, como España, es un país miembro de la Unión Europea, y desde luego una nación que ofrece numerosos encantos para su visita, sino de esa Grecia esencial en la Historia de Occidente, un país un tanto al margen de los tiempos, pero muy bien dibujado en la memoria. La Grecia antigua, que, sorprendentemente, aún puede resultar próxima y familiar en muchos aspectos, esa Grecia que persiste muy viva en variadas imágenes del arte y la cultura, que pervive latente en muchísimos términos de nuestra lengua y que ha orientado con audaz impulso nuestros modos de pensar y estar en el mundo.

La afirmación de P. B. Shelley de que «todos somos griegos» acaso pueda parecernos hoy una frase exagerada de un poeta romántico e ilustrado, entusiasta y fascinado ante el redescubrimiento en su tiempo del mundo helénico. Pero, si nos paramos a pensar en ello, podemos ver que aún tenemos mucho de los antiguos griegos en nuestra manera de pensar y enfocar el mundo, un enraizamiento cultural evidente. Todavía percibimos ese aire familiar de lo griego de un modo consciente, y otras veces sin advertirlo. Un ejemplo superficial, pero muy significativo, se ve atestiguado en el uso de tantas y tantas palabras de origen griego, unas heredadas y en ocasiones pasadas antes al latín, y otras muchísimas más modernas, compuestas sobre términos griegos (como, por ejemplo, nostalgia, utopía, teléfono, cinematógrafo, cardiopatía, etc.). Y, en el terreno de las artes plásticas, visitando los fondos antiguos de los grandes museos de arte de muchas ciudades de Europa.

El acercamiento requiere, desde luego, empezar por recordar la imagen de Grecia en la geografía mediterránea, su marco esencial y perdurable, de antaño y de ahora. Lo que los griegos llamaban la Hélade, la península más oriental de las tres del Mediterráneo, sigue siendo la Grecia de ayer y de hoy, un país de costas muy recortadas y de interior muy abrupto, pero que cuenta con numerosas islas en el Egeo y el Jónico (o Adriático). Casi el 80 % es zona montañosa y ningún lugar de Grecia dista más de 90 kilómetros de la costa. La extensión de la península es de unos 130 000 kilómetros cuadrados, y, contando las islas, Grecia tiene unos 145 000.

Es cierto que ya en un primer vistazo al mapa es fácil advertir ciertos cambios entre el antiguo territorio poblado por griegos y el actual, cambios muy significativos que reflejan los conflictos de una agitada historia de siglos que ha dejado sus marcas en el mapa de la Grecia de hoy. Los griegos que, hace unos tres mil años, colonizaron las costas de Asia Menor fueron expulsados en el primer tercio del siglo XX de esa zona que hoy pertenece a Turquía. Pero otros se han mantenido en casi todas las islas del mar que rodea Grecia, desde la larga Creta, al sur, hasta Lesbos, en el Egeo, y Corfú, en el mar Jónico, superando los avatares de la Historia. Ya no hay población griega en la zona costera de Asia Menor, donde en la época arcaica florecieron ciudades de gran renombre en la historia de la civilización y la cultura, como Mileto, Éfeso o Esmirna, entre otras. Y quedan pocos griegos en la ciudad de Bizancio o Constantinopla, al borde de dos mares y dos continentes, espléndida capital del Imperio romano de oriente y después del bizantino más de mil años, ahora ya con el nombre turco de Estambul, esa populosa metrópolis que fue luego cuatro siglos más la capital del Imperio turco y hoy sigue siendo una muy hermosa ciudad turca que se extiende a ambos lados del Bósforo.

La situación geográfica de Grecia, colocada en los bordes orientales del sur de Europa, frente a los límites occidentales de Asia Menor, y la ya mencionada configuración montañosa y la angulosa extensión de sus costas han marcado definitivamente el destino histórico de los griegos. Grecia está orientada al mar que la rodea, ese mar Egeo, con sus islas pobladas por griegos desde muy antiguo, surcado por barcos griegos desde tiempos homéricos, ese mar abierto que fue camino inmenso para la colonización griega del Mediterráneo.

Y, de otro lado, el predominio de las zonas montañosas en el interior peninsular siempre propició la fragmentación de la Hélade en numerosas comunidades políticas, circunstancia que caracteriza la historia de la época arcaica y clásica. También esa condición áspera y pedregosa de las tierras, con solo un 20 % del suelo cultivable, favoreció la marcha de sus habitantes en busca de campos más fértiles. De ahí que Grecia fuera desde siempre un país de emigrantes y aventureros marinos. Es decir, los griegos estaban unidos por la cultura, la religión y la lengua común (con algunas variantes dialectales), pero, sin embargo, la Grecia antigua no logró una unidad política hasta la época posclásica, en la que las antiguas ciudades, las poleis, orgullosas de su autonomía, la perdieron al ser vencidas y sometidas primero por los ejércitos macedonios y, definitivamente, por los romanos.

Tal vez sea oportuno, al comenzar este recorrido por el mundo griego, recordar esa importante fragmentación de la Grecia antigua, citando unas líneas del historiador M. I. Finley, en su libro El mundo de Odiseo:

En cierto sentido los antiguos griegos fueron siempre un pueblo dividido. Llegaron al mundo mediterráneo en pequeños grupos, e incluso cuando se asentaron y finalmente llegaron a sus dominios, permanecieron desunidos en su organización política. En tiempos de Heródoto, y durante muchos años antes, había colonias griegas no solo en el área de la Hélade moderna, sino así mismo a lo largo de las costas del Mar Negro, en lo que ahora es Turquía, en la Italia meridional y Sicilia oriental, en las costas del Norte de África y en el litoral de la Francia meridional. Dentro de esta elipse, de unos dos mil cuatrocientos kilómetros de extremo a extremo, había cientos y cientos de comunidades, con frecuencia diferentes en su estructura política y tenaces siempre en destacar sus soberanías respectivas. Nunca en el antiguo mundo fue aquello una nación, un único territorio nacional unido bajo un gobierno soberano llamado Grecia.

Ciertamente así fue, pero a la vez hay que subrayar que los griegos tuvieron una cultura y una religión y una lengua común, una comunidad sustancial de mitos y ritos que caracteriza a la civilización helénica, desde la época micénica al helenismo tardío, y que resalta por encima de esa fragmentación y división política y geográfica.

Y es esa evidente unidad cultural y espiritual lo que nos permite tratar a los griegos como un conjunto armónico, más allá de las variantes locales y dialectales.

Es curioso advertir que los términos Grecia y griegos proceden ambos del latín. Los griegos no se llamaban a sí mismos griegos, sino helenos (héllenes), y denominaban a su país la Hélade (Hellás). Los graikoí (o, en latín, graeci) eran una tribu helénica del noroeste de Grecia. Es decir, fueron los primeros pobladores de la península con que se toparon los latinos. Luego, a partir de la época en que Grecia quedó integrada en el Imperio romano de oriente, los súbditos imperiales se llamaron a sí mismos romanos (es decir, romaioí) y la Grecia medieval adoptó el nombre de Romiosyne (Romanidad), que oponía su imagen no solo a la de los bárbaros, sino también a la de los antiguos helenos paganos. La Romiosíni era la Grecia cristiana, con su capital en Constantinopla, y se distinguía con ese título de Romanidad del clásico y antiguo Helenismo (Hellenismós). Los romaioí (pronúnciese romií) se distanciaban de los héllenes, gente pagana de tiempos antiguos, de prestigio atestiguado por famosas ruinas. Hoy día, con el auge del turismo y la estimación renovada del mundo clásico y los notables progresos de la arqueología en todo el ámbito griego, de nuevo se han impuesto los términos de Hellás y Hellenismós. Es decir: Hélade y Helenismo.

En estas breves líneas preliminares, quisiera advertir sobre el propósito de esta obra, que pretende sugerir un acercamiento a la antigua Grecia no demasiado académico, sino a modo de ensayo didáctico de lectura fácil, que combine los numerosos y precisos datos históricos con ciertas notas personales. Por eso, como el lector verá, el libro comienza con unos ligeros apuntes sobre rasgos o trazos característicos de esa Grecia antigua, un tanto intemporal, tan lejana y tan próxima en muchos aspectos. Luego, en un segundo tramo, realizo un recorrido rápido por la historia de Grecia (desde el mundo homérico a la época helenística, con su claro centro en la Atenas clásica), mientras que en el tercero y en el cuarto destaco los más notables logros culturales de ese mundo helénico y la influencia y pervivencia de los mismos en la tradición europea. Se observará que algunos temas o personajes aparecen tanto en la parte III como en la IV, pero esas repeticiones se justifican bien, creo, por el contexto diferenciado, según predomine el enfoque histórico o literario. (Ese es el caso, por ejemplo, al tratar del teatro o de Platón y Aristóteles).

He pretendido evitar la erudición y he limitado las citas de otros autores, aunque he incluido algunas que me parecían muy acertadas y de fina precisión. Y, de paso, me permitían recomendar y sugerir la ampliación del texto o pasaje en cuestión acudiendo a los libros citados en la escueta nota bibliográfica final.

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Autor: Carlos García Gual. Título: Grecia para todos. Editorial: Espasa. Venta: Amazon y Fnac 

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