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Ecoanimal, de Marta Tafalla

Ecoanimal, de Marta Tafalla

Plaza y Valdés Editorial publica Ecoanimal: Una estética plurisensorial, ecologista y animalista, un ensayo de Marta Tafalla que busca aproximarse a la naturaleza a través de la estética. El libro se presenta así: «La catástrofe ecológica es el problema más grave que ha tenido que afrontar nunca la humanidad. Además de estudiarlo desde las ciencias naturales, la ética y la política, necesitamos también examinarlo desde la estética, porque nuestra relación con la naturaleza y los otros animales está mediada por la belleza o el misterio que admiramos en bosques, desiertos y océanos. Sin embargo, nuestra civilización nos ha educado en una estética superficial que concibe la naturaleza como un simple decorado que adorna las historias humanas y los otros animales como meros ornamentos exhibidos en jaulas o acuarios, y así nos encierra en la burbuja antropocéntrica y nos desvincula de la realidad.

Necesitamos una estética de la naturaleza basada en el conocimiento científico, en la percepción plurisensorial, en la capacidad para apreciar lo diferente de nosotros y en la actitud crítica. Y la necesitamos con urgencia: quien no sabe admirar la belleza de una familia de lobos salvajes en libertad, quien nunca se ha parado a contemplar las aves, los reptiles, los insectos o las “malas hierbas” con los que comparte su barrio, quien ni siquiera sabe lo que es un chorlitejo patinegro o un pinsapo, ¿los echará de menos si los extinguimos? Apreciar la belleza natural nos revelará la gravedad del ecocidio, del exterminio global que estamos cometiendo, y nos mostrará también los fabulosos viajes de descubrimiento y placer que podríamos disfrutar en una naturaleza recuperada como hogar. Necesitamos una estética ecologista y animalista, que nos reconcilie con la Tierra y los animales que la habitan».

Zenda publica su introducción.

Introducción

Este libro es la fusión de dos proyectos. Por un lado, elabora un mapa de los principales temas y problemas de la estética de la naturaleza, una disciplina filosófica que ha tenido una historia marginal y minoritaria, pero que actualmente se revela como una potente arma de reflexión ante la catástrofe ecológica que estamos provocando. Por otro lado, es una reivindicación de la plurisensorialidad con la que superar el viejo paradigma de una estética primordialmente visual y auditiva; y ahora que las ciencias sensoriales nos aseguran que poseemos más de diez sentidos, es una exploración de cómo tal diversidad sensorial articula nuestra percepción y apreciación estética.

Ambos proyectos tienen más en común de lo que podría parecer de entrada, pues en ambos denunciamos olvidos seculares: la estética tradicional ha marginado el tema de la belleza natural de la misma manera en que ha marginado la plurisensorialidad, y lo ha hecho por razones similares, porque ambas la arrastraban hacia la materia, hacia el cuerpo, hacia el animal que somos. Por ello, estudiar los dos olvidos a la vez permite comprenderlos mejor.

Mi reivindicación de la plurisensorialidad se origina desde la ausencia de uno de esos sentidos injustamente considerados menores y expulsados de la estética por nuestra tradición filosófica. A mí me falta ese sentido que Kant consideraba el más prescindible, el que la gente suele juzgar menos necesario. Pregunte a sus amigos qué sentido preferirían perder y casi todo el mundo le responderá que el olfato. Mucha gente cree que no tiene gran utilidad, que quizás fue necesario en el pasado, cuando éramos cazadores-recolectores en la naturaleza salvaje, pero que dejó de serlo una vez construimos ciudades, desarrollamos tecnología y supuestamente dejamos atrás la naturaleza. Lo consideran una especie de reliquia del pasado. Un sentido superado. Casi una molestia. Cuando explico que nací sin sentido del olfato, siempre hay alguna gente que me felicita, como si me hubiera liberado de un defecto. Me dicen que soy «una mujer del futuro».

Comencé a estudiar los sentidos para comprender qué me pierdo al no poder oler, qué placeres me son inaccesibles y en qué medida el mundo que habito es distinto del mundo que habitan las personas con olfato. Pero también para entender por qué tanta gente que tiene la suerte de poder oler está convencida de que su olfato apenas le aporta nada valioso. Una figura clave son aquellas personas que han vivido en ambos mundos, personas que han nacido con olfato, pero lo han perdido durante la vida adulta a causa de un accidente o de alguna enfermedad. Ellos nos ayudan a calibrar el peso de su ausencia; la mayoría experimentan una pérdida terrible, y más terrible aún por inesperada, porque no imaginaban que dejar de oler cambiaría su vida en tantos aspectos y les robaría experiencias y placeres muy queridos que ni siquiera sabían que se podían perder.

En este libro, parto de mi experiencia personal como anósmica congénita para emprender una reflexión filosófica sobre nuestros sentidos y defender una estética plurisensorial. Defender que la experiencia estética de un jardín no solo consiste en mirarlo, sino también en hundir los dedos en la tierra para admirar su textura, en escuchar el sonido que emite cada una de las plantas cuando se agitan al viento, en apreciar el frescor que proyecta sobre nuestra piel la sombra de los árboles. Así, por ejemplo, estudiaremos cómo el arquitecto Daniel Libeskind utilizó el sentido del equilibrio para encarnar un significado político en el Jardín E. T. A. Hoffmann del Exilio y la Emigración, que creó para el Museo Judío de Berlín. Caminar por un jardín inclinado, junto con la imposibilidad de tocar los árboles escondidos dentro de columnas de hormigón también inclinadas, nos genera una profunda incomodidad corporal, y es así como el jardín logra transmitir un mensaje inquietante sobre el significado del exilio. Pero, con esto, Libeskind no está inventando nada nuevo, porque en la jardinería japonesa la exploración del sentido del equilibrio es centenaria. En efecto, hay experiencias estéticas basadas en el sentido del equilibrio, algo que no solo sucede en los jardines, sino también en actividades como la escalada o el surf, donde el equilibrio es fundamental para lograr una relación armoniosa entre nuestro cuerpo y la naturaleza, o también en los espectáculos de trapecistas y contorsionistas en el circo.

Analizaremos todos estos temas a lo largo de nueve capítulos. El primero funciona como una introducción a la estética, pensada sobre todo para aquellos lectores que no estén familiarizados con esta materia. El segundo expone cómo la estética moderna se centraba exclusivamente en la vista y el oído, mientras que el tercero explora cómo la estética contemporánea se está abriendo al resto de sentidos, una apertura que coincide con el auge de las ciencias sensoriales. Finalmente, el cuarto reivindica la importancia de los sentidos considerados menores mediante un ejemplo: en él intento mostrar cómo la falta de olfato impide disfrutar de ciertas experiencias estéticas. Así, estos primeros cuatro capítulos configuran la base teórica del libro, ofreciendo ideas, conceptos y argumentos con los que articular una estética plurisensorial.

A partir de aquí, estas ideas nos permiten explorar en los siguientes cinco capítulos diferentes ámbitos de la estética de la naturaleza y reflexionar sobre nuestra apreciación de entornos naturales, animales, land art, jardines y comida. Sin embargo, cuando hoy pretendemos apreciar la belleza natural, tropezamos al instante con el calentamiento global, el exterminio de especies, la explotación de los animales, la destrucción de ecosistemas y la contaminación, que configuran el problema más grave que ha tenido que afrontar la humanidad en toda su existencia y que no solo nos afecta a nosotros, sino a todos los seres con los que compartimos la Tierra. Son muchos los científicos que trabajan en busca de soluciones, y también desde las humanidades se contribuye a ello. La filosofía aporta, sobre todo, ética y política, pero necesitamos desarrollar asimismo una estética. Nuestra relación con la naturaleza y los animales pasa inevitablemente por la apreciación estética, y reflexionar sobre ello, construir una estética de la naturaleza profunda y crítica, nos ayudará a comprender por qué estamos poniendo en riesgo la biosfera y a buscar caminos de reconciliación y convivencia. El propósito de este libro es contribuir a ello. Con ese fin, he apostado por el concepto estética ecoanimal, que tomo prestado de mi editor, Marcos de Miguel, quien lo propuso cuando comenzamos a hablar sobre estas cuestiones. Con él pretendo englobar cinco ideas complementarias:

En primer lugar, el término ecoanimal me permite señalar una deficiencia en la estética de la naturaleza tradicional, que se ha centrado en la apreciación de los entornos y ha prestado menos atención a los animales que los habitan. Es cierto que la estética de la naturaleza es una disciplina filosófica minoritaria y marginal que ha tenido una historia difícil, como tendremos ocasión de explicar más adelante, pero también lo es que los animales están lamentablemente ausentes en buena parte de sus teorías y discusiones. Apenas hay un puñado de textos que reflexionen sobre la apreciación estética de los animales. Mi propuesta de una estética ecoanimal quiere poner el acento en que los entornos están habitados por animales y eso resulta fundamental para comprenderlos y apreciarlos. No quiero con ello restar importancia a las plantas o a los elementos geológicos que conforman los ecosistemas, pero sí resaltar que los animales resultan centrales por la sencilla razón de que son sujetos, de que experimentan subjetivamente lo que les sucede, y es desde esa subjetividad desde la que perciben los ecosistemas que habitan y también a nosotros. Apreciar animales añade algo que no hallamos al apreciar una montaña o un río: que los animales nos devuelven la mirada o que se esconden de nosotros antes de que los veamos. Los humanos no somos los únicos que percibimos la naturaleza, no somos los únicos sujetos que la habitamos. Acostumbramos a pensar en la biodiversidad como una pluralidad de formas de vida, pero necesitamos insistir en que incluye también una enorme diversidad de subjetividades. Por ello, apreciar estéticamente la naturaleza no solo incluye contemplar objetos, sino también sujetos. Esa mirada devuelta puede regalarnos experiencias estéticas extraordinarias y a la vez alertarnos del daño que tan a menudo causamos a los animales y al entorno.

En segundo lugar, al estudiar la apreciación estética de los animales, el concepto ecoanimal me permite reivindicar la importancia de entender a los animales como habitantes de sus ecosistemas, como miembros de redes de relaciones. Extraer a un animal de su entorno para exhibir su belleza enjaulada en zoos, acuarios, terrarios o aviarios es algo tan cruel como absurdo. Para que los animales puedan exhibir con plenitud las cualidades sensoriales que despiertan nuestros juicios estéticos de belleza, deben vivir en su hábitat, realizar su conducta natural, desplegar la forma de vivir propia de su especie en relación con el resto de habitantes de sus ecosistemas. Si pretendemos atraparlos para garantizarnos que podremos contemplarlos siempre que lo deseemos, al robarles su libertad perderemos también su belleza.

En tercer lugar, con el concepto ecoanimal quiero reivindicar una estética que aspira a ser a la vez ecologista y animalista. La perspectiva ecologista presta atención a los sujetos colectivos, tales como especies, ecosistemas o la biosfera, mientras que la perspectiva animalista pone el foco en los sujetos individuales, en cada animal concreto. Creo que ambas perspectivas son complementarias y se necesitan mutuamente para lograr una apreciación estética profunda. Cada animal posee la forma de vivir propia de su especie, y necesitamos entenderlo como miembro de una especie y de los ecosistemas que habita, pero, a la vez, cada animal es un sujeto con su propia personalidad y su historia individual. Insisto en ello: un animal no es solo un organismo, es también una historia que para el propio animal se traduce en recuerdos y expectativas, y cada historia es única. También la ética necesita esas dos perspectivas. Soy plenamente consciente de las diferencias entre la concepción ecologista y la animalista, porque vivo en ese territorio de encuentros y desencuentros que a menudo experimento como un conflicto interior. Pero también creo necesario el diálogo y el consenso, porque está en juego cómo proteger este planeta y la vida que lo habita en una situación de catástrofe. No tengo las respuestas a muchas de las divergencias entre ecologistas y animalistas, y soy consciente de cuánto puedo equivocarme y de cuánto podemos equivocarnos todos en problemas que son muy complejos, pero sí creo que necesitamos trabajar juntos.

En cuarto lugar, creo que la perspectiva ecoanimal es necesaria para comprender lo que significa la catástrofe ecológica. Nuestra civilización se resiste a tomar conciencia del ecocidio que estamos cometiendo, pero, cuando lo hace, se centra en el calentamiento global y en sus consecuencias para la humanidad. Mucha menos atención recibe el exterminio global de especies de fauna y flora, y aún menos las consecuencias que tiene para las vidas de los animales entendidos como sujetos individuales. La catástrofe ecológica no significa simplemente que la temperatura de la Tierra puede aumentar entre 3 y 5 grados a lo largo de este siglo o que el planeta se está inundando de basuras y contaminación, significa también vidas terribles para millones de animales de muchísimas especies.

Y finalmente, en quinto lugar, el concepto ecoanimal se aplica también a nosotros mismos. La estética tradicional se ha basado en el dualismo metafísico, que ensalza el espíritu a costa de despreciar el cuerpo, y es por ello que se ha centrado en la vista y el oído y ha olvidado el resto de los sentidos que poseemos. Mi propuesta reivindica que apreciar la naturaleza de una manera profunda requiere de todo nuestro cuerpo y de cada uno de nuestros sentidos; exige que tomemos conciencia de nuestra propia animalidad, que debe entenderse también como pertenencia a la naturaleza. Nuestra civilización se ha encerrado en una burbuja antropocéntrica que niega el vínculo con el resto de seres vivos, pero eso solo ha servido para fomentar la ignorancia y el egoísmo que amenazan con destruir la biosfera. Necesitamos salir de la burbuja y reconocernos como animales ecodepedendientes.

Ojalá que el desarrollo de la estética ecoanimal contribuya a la protección del tesoro que es este planeta y la vida que lo habita.

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Autora: Marta Tafalla. TítuloEcoanimal. Una estética plurisensorial, ecologista y animalistaEditorial: Plaza y Valdés. Venta: Plaza y Valdés.

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