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Hacer la cama (para que otro se acueste)

Hacer la cama (para que otro se acueste)

De un profesor de la carrera digno de olvidar retuve una frase de Billy Wilder en la que intento no quedarme atrapado: «Escribir un guión es como hacerle la cama a alguien: luego ese alguien llega, se mete dentro y a ti lo único que te queda es volverte a casa». Intento no quedarme atrapado en la frase, digo, por su ramalazo de autosatisfacción, por la caricia que nos procura a los plumillas de retaguardia. Pero tampoco es cuestión de negar la mayor. El guionista tiene algo del C. C. Baxter que pone la bebida y el tocadiscos y se va a la calle a pasar frío.

En la radio, el guionista ha sido toda la vida un redactor. Honor a ellos, pero también honor a las palabras. Otra cosa son las excepciones, que sí merecen que desempolvemos un término más propio de los tiempos de Norman Corwin, el pionero. Juan Carlos Ortega, Gomaespuma, Carlos Alsina; si alargamos mucho la lista, se nos rompe. Pero también hay cada vez más guionistas proletarios en la radio, en programas más elaborados (no necesariamente mejores) y ahora también en el efervescente mundo del podcast, que ya ha llegado hasta las marquesinas, es decir, hasta las personas ajenas al transistor.

"Un guionista de radio es, normalmente, invisible y mudo. Invisible porque no se le nombra y mudo porque no suena (no habla). Ningún problema con eso"

Un guionista de radio es, normalmente, invisible y mudo. Invisible porque no se le nombra y mudo porque no suena (no habla). Ningún problema con eso. La radio se alimenta de una dramaturgia un poco rancia de sombras chinescas, de intrigas caseras herederas del espíritu de los hombres que hacían chocar cocos vacíos para que sonara un caballo galopando en el salón de tu casa. El misterio le sienta bien a la radio. Para todo lo demás está la tele, que enseña estupendamente las cosas.

El jueves pasado, terminada la actuación en el Festival Ja! de Bilbao, los culturetas se felicitaron detrás del escenario por cómo habían salido las cosas, y uno de ellos comentó espontáneamente que tendría que haber salido yo también al momento del aplauso del público. Me hizo pensar. No he encontrado una respuesta a la disyuntiva. Sí me acordé de una cosa que había contado Sergio del Molino. Después de la guerra se descubrió que Hitler, en 1941, había visto en su casa El gran dictador dos veces en dos días consecutivos. Es una imagen fascinante, sobre todo porque le acerca a nosotros: es lo que todos habríamos hecho. Verse, oírse a uno mismo, puede ser vanidad, pero ver nuestra parodia es una curiosidad irreprochable. Como guionista, aspiro a hacer camas tensas como la piel de un tambor. Pero también procuro evitar, no puedo negarlo, quedarme como un burro amarrado en la puerta del baile.

La Cultureta Gran Reserva: Chistes de Hitler, chistes de romanos (en el Festival Ja! de Bilbao)

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