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Homenaje a Barcelona, de Colm Tóibín

Homenaje a Barcelona, de Colm Tóibín

Se reedita este ensayo literario y personal en el que el autor irlandés retrató, en 1990 y desde una mirada íntima, la Barcelona de los 1970 y 1980. En aquel entonces, la ciudad seguía marcada por la memoria de la dictadura y el proceso de transición democrática.

En Zenda publicamos el prólogo a la nueva edición de Homenaje a Barcelona (Now Books), de Colm Tóibín.

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Prólogo

La ciudad ha cambiado; la ciudad sigue siendo la misma. Algunos aspectos del pasado reciente no son más que plumas en el viento; apenas quedará rastro de ellos en la memoria. Por ejemplo, cuando escribía Homenaje a Barcelona aún se podía ver al dueño del Bar del Pi, en la plaza del Pi, de pie junto a la puerta de su local. Con su porte moreno, el bigote gacho y la mirada sardónica, tenía un aire de artista o de figura icónica. En los sobrecitos de azúcar que acompaña ban el café de su negocio aparecía impreso un dibujo muy logrado de su rostro.

Algunas de las tiendas en las calles aledañas siguen intactas; otras han cambiado, como ocurre en cualquier gran ciudad. Aunque la mayor transformación ha sido obra de los cruceros y del turismo de masas. Abundan las tiendas de baratijas y recuerdos, las heladerías y los locales de comida rápida. La Documenta, la magnífica librería que antes se encontraba en la calle del Cardenal Casañas, se ha trasladado a la parte alta de la ciudad. Sus escaparates eran verdaderas obras de arte. Algunos de los establecimientos de siempre todavía se conservan como si fueran monumentos: la cuchillería Roca en la plaza del Pi, varias tiendas pequeñas en la calle de Petritxol y, por supuesto, la galería de arte que está en esta misma calle, la Sala Parés.

Escribí Homenaje a Barcelona entre 1988 y 1989, pero el libro se remonta a la época en que viví en la ciudad por primera vez, entre 1975 y 1978. Así pues, ahora redacto esta introducción con dos sentimientos de nostalgia en pugna. El primero es el de una ciudad que emergía de las penurias de la dictadura y la represión. Fui testigo de cómo las libertades que asociamos con la vida cosmopolita empezaban a desperezarse, a abrir los ojos y resurgir con fuerza tras un largo y forzado letargo. Aquella experiencia me marcó: no volví a ver nada parecido hasta que estuve en Europa del Este en 1990.

La segunda nostalgia que me invade tiene que ver con la ciudad en la que investigué y escribí este libro, la Barcelona que se deleitaba en conmemorar la Exposición Universal de 1888 mientras se preparaba para su propia gran exposición: los Juegos Olímpicos de 1992.

Sin embargo, en las últimas décadas, Barcelona se ha convertido en una ciudad cuyos ciudadanos parece que disfruten deplorando el cambio. Como a mucha otra gente, me encantaban los viejos xiringuitos, esos restaurantes de pescado destartalados que daban a la playa de La Barceloneta, si es que se puede llamar «playa» a lo que había entonces: una arena mugrienta bañada por agua de mar inmunda. Y cuando es tos locales fueron derribados para dar paso a la flamante playa artificial y a restaurantes modernos y anodinos, eché de menos aquellos tugurios añosos. No veía ningún valor en lo que se estaba obrando, en la ciudad del diseño.

Pero aquel sentimiento, a su vez, fue reemplazado por un creciente aprecio por lo novedoso. Empecé a disfrutar de aquel mismo lugar cuya creación había lamentado. Y aún hoy me gustan las playas remozadas. Los restaurantes modernos son buenos. Me atrevería a decir que me gusta nadar en este nuevo mar.

Barcelona no deja de ser una ciudad de maravillas. Cuando acabé de escribir este libro, una gran transformación tuvo lugar en la zona situada detrás del Gran Teatre del Liceu, una parte de lo que en su día se conoció como el barrio Chino que, cuando aterricé en la ciudad, era un área destartalada, sombría, resentida y peligrosa.

El milagro fue la llegada de un gran número de paquistaníes, en su mayoría hombres, que hicieron de estas calles su hogar y lugar de trabajo. Primero abrieron tiendas de alimentación que atendían hasta al tas horas de la noche, un servicio muy necesario para la ciudad, y luego locales donde se vendían teléfonos móviles a precios asequibles, también muy demandados. Más tarde abrieron barberías y carnicerías. Las barberías, en ocasiones, parecían más bien centros sociales para los barberos y sus amigos. Sentarse allí a cortarse el pelo era una manera de ver cómo tomaba forma ese valiente y nuevo mundo de la vida inmigrante, aunque fuera a través del reflejo en un espejo.

Estaba naciendo una nueva ciudad. La afluencia de estos nuevos catalanes coincidió con la creación de espacios cívicos renovados, como La Rambla del Raval, uno de los paisajes urbanos de ensueño que Barcelona empezó a concebir tras los Juegos Olímpicos.

Homenaje a Barcelona es una instantánea de la ciudad en un momento determinado. Me permitió investigar aspectos de su historia que siempre me habían interesado o intrigado. ¿Cómo se vivió la Guerra Civil en Barcelona? ¿Qué fue de los anarquistas? ¿Dónde vivió Picasso y hasta qué punto se involucró en la vida catalana? ¿Quién fue Joan Miró? ¿Cómo se creó la ciudad medieval? ¿Cuál fue la causa del florecimiento extraordinario de la arquitectura catalana a finales del siglo XIX? ¿Cómo se levantó el Eixample? ¿Por qué Antoni Gaudí fue un caso aparte?

En 1988, pasaba la mayoría de los días entre semana estudiando en la biblioteca de la Fundación Miró o en la Biblioteca Nacional de Catalunya, en el antiguo Hospital de la Santa Creu. Entrevisté a todo aquel dispuesto a hablar conmigo. Muchos de ellos ya forman parte de la historia. A otros muchos les llegó su San Martín, como suele decirse.

Pero más que cualquier otra cosa, lo que hice mientras trabajaba en este libro fue recorrer las calles. Salía hasta tarde, iba a conciertos y manifestaciones, leía los periódicos, intentaba hacerme una idea de lo que ocurría no solo en la ciudad sino también en el extenso traspaís catalán.

En las últimas décadas, Barcelona ha hecho lo mejor que sabe hacer: ha aprendido a asimilar las influencias y afluencias del exterior. Cuando las oleadas se volvían excesivas, como ocurrió con el turismo, la ciudad se las arregló para confinar a los turistas en ciertas calles del centro. Así, si querías rehuir su presencia, bastaba con mantenerte alejado de la Rambla, el barrio Gòtic y La Barceloneta.

Y lo mismo pasaba con la Sagrada Família: si no querías ver el templo expiatorio, alzándose inexorablemente, debías evitar las calles de al rededor, ahora abarrotadas no solo de visitantes sino también de tiendas y restaurantes que enriquecen la experiencia del turista, pero que en nada benefician al resto. A medida que las torres y los campanarios se elevan, se vuelven cada vez más invisibles para muchos barceloneses y, al mismo tiempo, más deslumbrantes o exóticos para turistas y forasteros.

La ciudad se ha convertido en un mosaico de enclaves discretos que se sostienen entre sí. Ahora es posible vivir en Barcelona hablando solo en catalán, solo en castellano, mayormente en inglés o en urdu. Es posible verla como una gran metrópoli catalana o como un espacio cosmopolita ejemplar. O, de hecho, como ambas cosas. O como una ciudad repleta de espacios recién creados, o como una urbe aún marcada por dos épocas heroicas: el siglo XIV y finales del XIX. Todavía hoy, cualquier paseo por sus calles permite evocar imágenes de las figuras magistrales que surgieron de aquí y cambiaron el mundo.

En sus memorias, Vivir con alegría, el violonchelista Pau Casals, una de estas figuras ilustres, relató cómo en 1890, cuando tenía trece años, descubrió las partituras de las seis Suites para violonchelo solo de Bach en una tienda de música de la calle Ample, el mismo día en que su padre le compró su primer violonchelo de tamaño normal. «Me puse a hojear un legajo de partituras. De repente, me topé con un manojo de páginas arrugadas, amarillentas por el paso del tiempo. Eran suites sin acompañamiento de Johann Sebastian Bach… ¡para violonchelo solo! Las miré con asombro: Suites para violonchelo solo. ¿Qué magia y misterio, pensé, se esconderán tras estas palabras? Nunca había oído hablar de su existencia; nadie, ni siquiera mis profesores, las había mencionado jamás. Olvidé el motivo por el que habíamos entrado en la tienda. Solo pude quedarme allí, contemplando las páginas y acariciándolas. Esa escena nunca se ha desvanecido. Aún hoy, cuando veo la portada de esas partituras, regreso a aquella tienda vieja y polvorienta con su leve olor a mar. Me apresuré a volver a casa, agarrando las suites como si fueran las joyas de la corona… Las estudié y trabajé en ellas todos los días de los siguientes doce años».

Conocimientos como este, fruto de la investigación que llevé a cabo para Homenaje a Barcelona, enriquecen la experiencia de estar en la ciudad, le otorgan una suerte de densidad y profundidad. En un primer momento puedes maravillarte ante una nueva heladería o considerar la idea de que el problema peatonal en el centro tiene que ver con el problema de tráfico de la ciudad, y al momento siguiente, pasar junto al Gran Teatre del Liceu, donde converge gran parte de la historia de la ciudad.

Un sábado de junio de 2004, fui al Liceu a escuchar a Bob Dylan en el segundo de los dos conciertos que dio. Hagas lo que hagas en el Liceu es imposible olvidar la bomba. En 1893, durante una representación de Guillermo Tell de Rossini, un anarquista lanzó dos artefactos (dos bombas Orsini, que parecen granadas grandes con púas) sobre el patio de butacas, la zona más cara del teatro. La explosión mató a veinte personas e hirió a muchas más. Como una de las bombas no llegó a estallar, fue fotografiada y expuesta al público, lo que sembró aún más el terror entre la gente.

Lo asombroso del concierto de Dylan fue lo evidente que resultaba el paso del tiempo para todos, incluido el propio Dylan. La mayoría del público eran personas que, en su juventud, habían sentido en sus propias carnes la euforia de la Barcelona de los años posteriores a la muer te de Franco: los años de las manifestaciones, de los muros cubiertos de pintadas y carteles, de aquella época en que todo joven tenía discos de Lluís Llach, Maria del Mar Bonet y Bob Dylan.

Ahora éramos mayores. No había vuelta de hoja.

Cuando las luces se atenuaron y la música comenzó, al principio no me di cuenta de que Dylan ya estaba en el escenario. El piano en el que se apoyaba miraba hacia adentro; los focos se quedaron a medio prender. Cuando quedó claro que aquel era el propio Dylan, una especie de silencio se apoderó del teatro; no un grito ahogado, sino una sensación de asombro: era él. Sin embargo, hacia el final, Dylan se movió a la de recha del escenario y dejó de ocultarse tras el piano. Fue un placer verlo.

Eché un vistazo alrededor del teatro y luego alcé la mirada hacia los palcos superiores, desde donde aquel hombre arrojó la bomba en 1893. Pero solo lo pensé un segundo. Aún era temprano; apenas estaba anocheciendo. Afuera, en la calle, Barcelona se preparaba para otra de sus intensas y bulliciosas noches de sábado.

Colm Tóibín, marzo de 2025

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Autor: Colm Tóibín. Título: Homenaje a Barcelona. Traducción: Maria Colomer. Editorial: Now Books. Venta: Todos tus libros

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