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Ignacio Peyró: «No me interesa la literatura de la queja»

Ignacio Peyró: «No me interesa la literatura de la queja»

Periodista y escritor, autor entre otros libros del magnífico Pompa y circunstancia: Diccionario sentimental de la cultura inglesa (Fórcola, 2014), traductor y prologuista de obras de Evelyn Waugh, Louis Auchincloss, J. K. Huysmans, Rudyard Kipling, Valle-Inclán o Augusto Assía, ha dirigido y coordinado la edición de Lo Mejor de Ambos Mundos (Renacimiento, 2013).

Con Ya sentarás cabeza: Cuando fuimos periodistas (Libros del Asteroide, 2020) inauguró su ciclo diarístico que tiene su continuación en una reciente publicación, también en Fórcola: Un aire inglés: Ensayos hispano-británicos, un libro inclasificable, a medio camino entre el diario y el ensayo, miscelánea de semblanzas de autores, lecturas varias, arquitecturas y recuerdos plasmados en unos textos que traslucen uno de los principales rasgos de este escritor: la ética del gusto y de la belleza del vivir. En julio de 2017 fue nombrado director del Instituto Cervantes de Londres.

La cita es en el Hotel Palace de Madrid, en un rincón tranquilo de su agradable bar inglés. Elemental.

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—Primera pregunta obligada: ¿ha sentado ya la cabeza Ignacio Peyró?

—Bueno, yo creo que la he sentado, pero si no, me la habrían sentado. Al final, la vida te pone en tu sitio quieras o no, y esa es la gran lección, no siempre dulce, del madurar.

—Pero en su caso la vida ha sido generosa con usted, al menos en la faceta profesional.

"Todas y cada una de las actividades que he desempeñado me han aportado felicidad"

—Sí, he tenido mucha suerte en mi trabajo, eso es curioso. Todas y cada una de las actividades que he desempeñado me han aportado felicidad; primero ejerciendo de periodista cultural y político con ese amor por el periodismo que tenemos, creo, y que nos une a usted y a mí, y luego como asesor político, una actividad que me dio muchas satisfacciones; tanto es así que, al terminar aquella etapa incluso llegué a pensar que no encontraría ningún trabajo que pudiera igualarse con aquello.

—Hasta el Instituto Cervantes…

—Hasta el Instituto Cervantes. Resulta que es un trabajo muy completo, porque tira de todo: de la cultura, de lo institucional y de la gestión, que son cosas que me entusiasman. Además, trabajar en el Instituto Cervantes de Londres me permite hacer cosas por mi cultura y mi país, que también es muy hermoso. 

—¿Son compatibles el ora et labora con el edamus et bibamus?

—Pues mire, yo llevo mucho tiempo haciéndome esa misma pregunta (risas). Pero ahí está el propio San Benito, un hombre sabio, que decía que “había que poner al cuidado de la bodega al monje más prudente”. Y añadía: “A cada monje hay que darle una medida invariable de vino al día… salvo si necesita más, en cuyo caso, sin lugar a dudas, es de obligado cumplimiento aumentar la dosis». A mí me parece que esto, sostenido allá en el siglo V, es un planteamiento de una extraordinaria finura. Yo pienso seguir tomando nota de ello.

—Su último libro, Un aire inglés: Ensayos hispano-británicos, recoge artículos y textos breves de tema británico, publicados en distintos medios, entre 2008 y 2021. ¿Puede considerarse esta obra como un acompañamiento para la lectura de su monumental Pompa y circunstancia?

—Sí, de alguna manera sí. Me gustaría pensar en alguna figura musical para definirlo. Podría ser un estrambote o unas nuevas mezclas o acordes. El resultado de Un aire inglés es, tal vez, un Pompa y circunstancia pero con otra velocidad. Es verdad que a mí me gusta escribir ligero y risueño y muy literario, pero en este caso y este libro hay también bastantes ideas; cosas de política; temas, digamos, bastante estirados.

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Tomamos algo. Ignacio Peyró bebe agua con gas y unas rodajas de limón. “La noche pasada se prolongó la presentación de mi libro en el mítico Commodore de Serrano, y ahora pago las consecuencias”, me dice, sonriendo. Yo pido un Oporto. “Muy inglés”, comenta Peyró mirando la hora. Las manillas señalan las doce en punto. “Aquí está especialmente bueno”, apunto, tratando de estar a la altura del título del libro sobre el que charlamos. “Yo creo que es por la copa donde lo sirven, con un delicado tallo de cristal estriado, como una miniatura de narval”. La metáfora se pierde diluida en la luz multicolor de la cúpula. Vuelvo a la entrevista, y a pesar de acordar con Ignacio el tuteo, no puedo evitar el usted.

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—¿Considera usted que, en general, la cultura española, salvo excepciones, ha sido más francófila que anglófila?

"Hoy hay también elementos que acentúan lo inglés: la fuerza de la literatura, la música, las series, el propio teatro, son influencias arrolladoras y muy benéficas"

—Sí, nuestra forma mental en los últimos siglos ha estado más definida por las formas francesas que por las inglesas, sobre todo en lo que tiene que ver con instituciones y política, aunque con una enormísima excepción, que es el tema de la monarquía, pues tanto en 1875 como en 1975 ésta se fija muchísimo en el modelo inglés para tomarlo como referencia. Eso es una cosa verdaderamente llamativa.

—Esa idea se desarrolla en el prólogo del libro.

—Efectivamente. Pero al hilo de la interesante pregunta querría añadir que hoy hay también elementos que acentúan lo inglés: la fuerza de la literatura, la música, las series, el propio teatro, son influencias arrolladoras y muy benéficas. Hay allí una creatividad muy expansiva, y eso nos ha llegado, claro.

—Y tanto que nos ha llegado, y nos sigue llegando: Siruela ha publicado las Crónicas de los Cazalet, de Elisabeth Jane Howard; en Reino de Cordelia ha aparecido La saga de los Forsyte, de John Galsworthy; Downton Abbey se ha convertido desde su aparición, en una serie de culto… ¿Hay un revival en España del gusto por lo British? 

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“Te traen Jerez”, dice Ignacio, preocupado. “Oporto no hay. ¿Está bien?”, pregunta, educada la camarera. Ahora soy yo la que mira el reloj; el tiempo pasa volando, el fotógrafo está por llegar y me queda más de la mitad de la entrevista. “Sí, Jerez está bien”. Yo bebo un sorbo y dirijo al vacío una sonrisa aprobadora de aquel líquido sustituto helado y perfecto, antes de retomar de nuevo el hilo del argumento

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—…Revival de lo British.

—Oh, sí. Uhm. Yo creo que en el revival de lo British hay una cierta nostalgia de belleza y formalidad, y luego hay una cosa que es maravillosa, y es que los británicos han sido muy genios a la hora de poner a trabajar su pasado con gran rigor y enorme éxito, de tal manera que han transformado ese pasado y esa memoria en una industria cultural fabulosa, desde la Corona a Churchill, la Gran Guerra, etc. Ojalá aquí pudiéramos imitarlo con gestas y personajes nuestros.

—Con esa calidad, además, que es tal vez nuestra gran carencia.

—Sí, es muy importante lo de la calidad que se mantiene, porque en Inglaterra siempre habrá un público solvente que levantará su voz “matizadora” exigiendo precisión y orden. Por ejemplo, si hay un mueble que está mal en The Crown será inevitable, no lo dude, la aparición de una o varias cartas al periódico diciendo: “Ojo. Este mueble es de 1958, y no de 1953”.

—¿Y no cree que eso es, precisamente, porque los ingleses han cultivado desde hace mucho tiempo, como una herencia única, la admiración hacia su propio pasado?

"Los ingleses romantizan su pasado porque en él legitiman su personalidad"

—Mucho. Es un país que es y sigue siendo responsable de muchos avances y no pocas utopías. Otra cosa es que hayan salido todas bien o no. Pero es que, como usted señala, se trata de un país tradicionalmente enamorado de su pasado, y eso se nota mucho. No olvidemos que, en el momento en el que Gran Bretaña está siendo el taller de Occidente, convirtiéndose en el país industrial por excelencia y el emporio comercial más poderoso del mundo, se levantan durante toda esa centuria del Diecinueve un coro de voces que, frente a la imparable oleada futurista, claman por la vuelta al pasado: el Movimiento de Oxford, William Morris, Ruskin, la influencia de Dickens y ese retorno a la Merry England como en tiempos medievales… Así, en mitad de la velocidad de ser, en términos conradianos, «la avanzadilla de Occidente», los ingleses romantizan su pasado porque en él legitiman su personalidad.

—Usted es el director del Instituto Cervantes de Londres, desde 2017. Desde la atalaya intelectualmente privilegiada que es ese cargo, ¿cómo ve la cultura española?

"El próximo 2022 será España el país invitado en el Festival de Música Barroca de Londres. Y esto es muy interesante"

—Bueno, veo la cultura en español como una fuerza enorme y que va a más. Sobre todo, en la música y las artes, más que en literatura, lo cual tal vez se explique porque existe un mundo literario inglés tan productivo que en la mayor parte de los casos no consideran que deban traducir literatura extranjera para incorporarla a su cauce. Es difícil triunfar con literatura contemporánea en Inglaterra por esta razón. Frente a eso, creo que se ve que hay un interés creciente en el mundo académico y amateur por el arte clásico español. La cantidad de exposiciones que se han celebrado en los últimos años dice mucho a favor de esta tendencia. Fíjese, en la fachada de la National Gallery ha llegado a haber dos carteles de pintores españoles simultáneamente: Sorolla y Bartolomé Bermejo. Esto es algo impresionante, que tiene una espléndida repercusión positiva. Lo mismo ocurre con los departamentos universitarios que estudian Historia o Literatura y Lengua españolas: van a más, en una inercia que causa verdadero interés. En cuanto al campo musical, cada vez se oyen más músicas hispánicas en un país donde por tradición siempre ha predominado el repertorio centroeuropeo. De hecho, el próximo 2022 será España el país invitado en el Festival de Música Barroca de Londres. Y esto es muy interesante.

—¿Echa usted de menos el Madrid que aparece en sus diarios, ese Madrid en el que todavía se podía ir a Embassy o a Balmoral?

—Hombre, yo creo que uno, al echar de menos cosas en su ciudad, no hace sino echar de menos su propio pasado. Yo celebro siempre mi presente, pero obviamente, me gustaban mucho algunos de esos lugares que tenía Madrid y cuya desaparición ha supuesto una verdadera pérdida para la ciudad, y con esto no quiero decir que globalmente Madrid no tenga ahora mejores restaurantes o lo que sea, pero sí digo que algunos de aquellos lugares no deberían haber conocido el triste destino del cierre. Y no me refiero solo a restaurantes o bares, estoy pensando en todas las librerías que hemos perdido en los últimos treinta años y en la sensación de amenaza que uno tiene con otras que tratan de sobrevivir. Es muy llamativo. Por ejemplo, cuando paso por Hiperión ahora (yo que me desteté ahí), y veo en lo que se ha convertido, me resulta muy difícil pensar que en eso hemos mejorado. Por suerte, al menos tengo el consuelo de poder contarlo. Precisamente en Ya sentarás la cabeza narro las andanzas de un periodista muy joven en un Madrid muy viejo, y de alguna manera estoy dejando constancia, al menos para mí mismo, de aquellos amores y aquellas nostalgias.

—Si se leen sus obras publicadas hasta ahora, puede percibirse en ellas una especie de work in progress basado en la construcción de un sentido estético y de una mirada moral sobre el mundo y la vida. ¿Cuáles son sus referentes y sus mayores influencias para ello?

—En la cosa literaria pasa que nunca sabes si te influye lo que quieres que te influya, porque si no, habría veinte mil discípulos de Cervantes o de Shakespeare, y no los hay, lamentablemente. A mí me han gustado mucho siempre, por ejemplo, los aforistas franceses, la poesía de nuestro Siglo de Oro y la prosa española de la Edad de plata; Pla, Azorín o Baroja han significado mucho para mí; otra cosa es que no se refleje en lo que escribo. También me ha gustado mucho leer a Leopardi o Montaigne, escrituras que han hecho una vida. Bueno, podría citarte a muchos más: Zweig o la mirada antigua de los hermanos Villalonga, magníficos escritores mallorquines…

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Ignacio Peyró se detiene. “¡¿Eres zurda?!”, dice, de pronto, bebiendo un trago de su agua con gas y limón. “He tardado en darme cuenta”. Entonces, de forma natural, el entrevistado se adueña, divertido, del papel del entrevistador y hablamos durante unos minutos de mis habilidades diestras y siniestras, y al hilo de aquello recuerdo, orgullosa, un momento de mi entrevista con Javier Marías aquel día inolvidable en el que él me dijo: “Nosotros los zurdos siempre llevábamos los dedos llenos de tinta, era incomodísimo, ¿recuerdas?”. Aquel “nosotros” cambió mi vida, le digo a Ignacio.

Al cabo, retomamos la entrevista y la literatura.

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—Quisiera añadir, por concluir la idea anterior, que uno puede construir ese work in progress vital sin escribir una sola palabra, porque lo verdaderamente importante para conformar un pensamiento es leer. Que uno escriba o no, da igual; al final lo que escribimos son “unos libritos” en mitad del océano inmenso de la literatura inmortal, pero yo pienso como Anthony Powell, que es mucho más fácil saber lo que está mal que lo que está bien de la propia obra. Nadie puede enseñar a hacer buena literatura, aunque uno puede ver, reflejándose en los grandes escritores, lo que nunca se debe hacer al sentarte a escribir.

—¿Usted es feliz escribiendo?

"Durante el proceso de la escritura volvemos continuamente la mirada a los clásicos en la esperanza de que algo se nos pegue"

—Desde luego yo no soy de los que sufren, me lo paso genial. Me gustaría, tal vez, tener más tiempo, pero eso es otro asunto. De todos modos, como le decía antes, las grandes obras enseñan muy poco, aunque deleitan mucho. Siempre confía uno en que haya cierta ósmosis, y por eso durante el proceso de la escritura volvemos continuamente la mirada a los clásicos en la esperanza de que algo se nos pegue.

—En el prólogo a sus diarios Ya sentarás cabeza escribe que uno de sus principales objetivos al escribir es el de “no dar coartada filosófica a la amargura”. Parece algo completamente a contracorriente ahora, en estos tiempos marcados por la cultura de la queja y del agravio.

—Es verdad, nunca me ha interesado rebozarme en lo malo ni en lo negativo. No me interesa la literatura de la queja, que entiendo que puede tener cierta grandeza, pero yo tengo la convicción de que manejando con inteligencia el humor y la ligereza se logra transmitir mucho más que desde el desgarro y la herida. Es que el desgarro y la herida ya están incorporados en tu vida y tu mirada. Llevarlo a la literatura me parece redundante.

—En esta actualidad, globalizada e hipertecnificada, ¿cree usted, como Burke, que el mundo de los caballeros se ha ido para siempre?

—En muy buena parte sí, desde luego. Y no es posible recuperarlo, aunque sí puede compensarse manteniendo ciertas lealtades que uno haya tenido, con las que haya sido educado. Con esto no quiero decir que vayamos a un escenario horrible, simplemente el mundo cambia y llega un momento en la vida (puede ser antes o después) en que tú vas con retraso con respecto al mundo. Y no pasa nada; eso le ha ocurrido desde siempre al ser humano. Tal vez un poco de todo eso haya también en mis textos.

—Sus textos se engloban en un género que parece que está volviendo a ponerse en marcha en nuestro país, que es el dietarismo o los diarios, con figuras tan señeras ahora como Trapiello o Llop, a quienes usted cita en su nota inicial. ¿A qué cree que es debido este renacer?

"Considero un camino muy seductor ese que lleva de los diarios a la vida"

—Creo que palía una carencia que había históricamente en nuestra literatura. Y en estos momentos este género conecta quizás con la nostalgia de una comunicación más real, honda y verdadera en un mundo donde, desde hace ya demasiado, vivimos en lo inmediato, en la piel, sin ahondar mucho más. El espectáculo de una voz singular es lo que a mí me interesa, pues considero un camino muy seductor ese que lleva de los diarios a la vida.

—Terminamos, pues, con otra pregunta obligada. ¿Cree usted, con Pla, que “la mejor literatura es la que se hace de uno mismo”?

—No, no me lo termino de creer. La literatura, para que sea perfecta, necesita el arraigo de mundos y atmósferas. Es que la literatura vaporosa… imagine doscientas páginas hablando del deseo. Oiga, hábleme del deseo por su prima, encárnelo en algo para que no se le vaya de las manos ni a usted ni al lector. Creo que esa afirmación no era otra cosa que una de las típicas exageraciones planianas.

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Ignacio Peyró se marcha deprisa: tiene otro compromiso y no debe llegar tarde. Yo me quedo un rato más en el saloncito inglés del Palace ordenando las notas mientras termino el Jerez. Afuera, en el hall, brilla un enorme abeto de Navidad rodeado de gente que charla con las bocas cubiertas por la mascarilla sanitaria tratando de protegerse de la nueva ola vírica. Abro al azar Un aire inglés:

La vigencia de la Navidad tiene algo de anclaje contra el tiempo […] Como diría d’Ors, celebramos que hay anunciación, y no solo apocalipsis”.

Brindo en soledad por ello.

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Ricarrob
Ricarrob
2 años hace

Muy buen artículo y muy buenos comentarios. El libro promete ser muy interesante. Respecto a la literatura de la queja, totalmente de acuerdo. Se ha montado todo un negocio para gentes que no saben escribir otra cosa, quizás que no saben escribir, para denunciar los millones de micro-injurias de las micro-minorías injuriadas. Relatos previsibles desde la primera frase, que alimentan lo hispano-super-políticamente-correcto y buenista.