«Muchas obras de los antiguos se han convertido en fragmentos.
Muchas son las obras de los modernos que ya eran fragmentos desde el comienzo».
Friedrich Schlegel
Miguel Ángel, el genio del Renacimiento, decide soltar el escalpelo y dejar ya para siempre a sus Esclavos en eterna huida de aquel nido marmóreo del que parecen incapaces de desprenderse. Una prisión invisible y un estado de latencia desde el que siglos después continúan hablándonos y provocando que seamos capaces de ir más allá de la imagen, de ver incluso sus figuras completas. La tensión, la energía de sus esclavos atrapadas ya para siempre en el mármol de Carrara que él mismo esculpía durante todo el proceso.
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¿Cuándo se da por hecho que un verso es el último? ¿Cómo se siente que es la última pincelada? ¿En qué instante brota el último acorde? ¿Cuándo se suelta el escalpelo? ¿Se acaba un poema o se abandona? ¿Cuál será nuestra última palabra?
El manuscrito de El primer hombre salió disparado por la ventanilla del coche que se llevó por delante la vida de Albert Camus, un lunes 4 de enero de 1960. Dicen que fue rescatado del barro. Estaba incompleto. Era su última obra, una novela autobiográfica. 144 páginas velozmente manuscritas sin puntuación que tardaron 34 años en ver la luz.
El último tema que grabó Janis Joplin fue “Mercedes Benz”, a capela, la única grabación que quedó registrada cuatro días antes de morir. Es paradójico que un tema escrito junto a Bob Neuwirth y el poeta Michael McClure, que nació como una crítica hacia el consumismo nos haya llegado así de desnudo y crudo. Y que las últimas palabras grabadas de Joplin sean «that’s it» y una risa cínica y gamberra como cierre.
Las pinceladas sueltas de El caballo asustado por un rayo, de Delacroix, son más que suficientes para contener el miedo y captar toda la esencia del Romanticismo, en una acuarela que no requiere de otros elementos narrativos para hacernos sentir tan frágiles como aterrorizados ante la fuerza incontrolable de la naturaleza.
Los desnudos de cuarto de hora del grupo expresionista Die Brücke, bocetos que se dibujaban en ese lapso de tiempo, convocaban toda la energía en sus trazos nerviosos.
Son numerosas las sinfonías inacabadas. El arte de la fuga, de Johann Sebastian Bach, se interrumpe abruptamente durante el Contrapunctus XIV. La Sinfonía nº 10 de Gustav Mahler también está incompleta. Y también inacabado y envuelto de mitos y leyendas se halla el Réquiem de Mozart. La Sinfonía nº 8 en sí menor de Franz Schubert, de hecho, es conocida como «la sinfonía inacabada».
La Eneida, inacabada por la muerte de Virgilio. El último verso de Antonio Machado, un poema inacabado: «Esos días azules y este sol de la infancia». La Divina Comedia, de Dante Alighieri, es una obra inacababa. Al igual que Las 120 jornadas de Sodoma, del Marqués de Sade.
En el arte lo no acabado no ha de suponer un fracaso, no hay nada efímero en él. En ocasiones lo no acabado resalta la belleza de los fragmentos, tiene en sí un valor estético, ya sea por azar o por intencionalidad del artista. El arte está vivo y al igual que las personas puede dejar algo por decir, algo por hacer o intuir o tal vez aceptar que en la búsqueda y en la travesía pueden habitar la obra y la belleza en sí mismas, que el arte en definitiva puede carecer de metas, albergar un fade out inesperado o dibujar un abismo.
Podemos ser fragmentos accidentales. «Un fragmento ha de estar aislado del mundo y ser completo en sí mismo como un erizo», dijo el filósofo alemán Friedrich Schlegel.
Pero borgianos, podemos tratar de entender la visión de lo inabarcable, desde el Aleph que albergamos dentro. Algo así como nuestra imaginación liberada o la poética de lo jamás resuelto.
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La escena de los frescos que se evaporan en décimas de segundo en la película Roma, de Fellini, sobrecogía de un modo doloroso e inolvidable, un no querer pestañear para atrapar toda la belleza antes de que desapareciera. Frescos milenarios que se apagaban al entrar en contacto con el aire, imágenes que existían sin la necesidad de la mirada.
La vida no es un mármol de Carrara que uno decide a lo miguelángel tallar y dejar a medias para que hable sola, la vida no es un ópera incompiutta pero en ocasiones puede parecerlo. De hecho, hay vidas que parecen fragmentos enteros que siguen brillando y nos dejan suspendidos en todo lo que quedó por hacer.
El 14 de febrero del 47 nacía en Washington un músico y cantautor vanguardista que iba a vivir 28 años. Su voz abarcaba tres octavas y media. Lo agudo de la misma y sus eternos fraseos provocaban amor y odio entre su público. A pesar de que no conoció el éxito comercial, dejó temas épicos como «Once I was» o «Song to the Siren» y una voz inolvidable. Una voz que tenía que seguir brillando. Su nombre era Tim Buckley.
Un 17 de noviembre del 66, en Anaheim, Los Ángeles, nacía un músico dotado de un talento descomunal que iba a vivir 30 años. Su voz abarcaba cuatro octavas y media. Se convirtió en uno de los artistas más prometedores de su generación gracias a esa joya inesperada y única que fue su primer álbum, Grace. Su segundo álbum vería la luz póstumamente bajo el nombre de Sketches for My Sweetheart the Drunk, porque efectivamente eran sólo bocetos de los nuevos temas en los que estaba trabajando. Un álbum que quedaría por siempre inacabado la tarde en que su creador se adentró completamente vestido en el río Misisipi mientras sonaba de fondo y tarareaba el «Whole Lotta Love» de sus amados Led Zeppelin. La ola que provocó un barco comercial que pasaba en ese momento le engulló. Su nombre era Jeff Buckley.
Padre e hijo sólo se vieron una vez. Jeff debutó en un tributo a Tim e hizo que el auditorio enmudeciera de un modo sobrecogedor cantando a capela el tema de su padre «Once I Was». Fue su modo de homenajearle ya que ni siquiera asistió a su funeral.
Su álbum debut, el magistral Grace, con solo diez temas logró el aplauso y la admiración de Jimmy Page, Robert Plant, Bob Dylan, Thom Yorke, Neil Peart, Morrissey, Chris Cornell o Paul McCartney, entre otros. Incluso Lou Reed mostró interés en colaborar con él. «La magia escapaba a borbotones de aquellas canciones únicas».
Virtuoso, introspectivo, creador de atmósferas torturadas y bellas. Melodías que se desarbolaban y te llevaban lejos de un modo jazzístico, siempre libre y hondo. Jeff Buckley estaba dotado de una sensibilidad mística. Exhibía sus emociones de un modo salvajemente hipnótico.
El éxito trastocó su independencia, su libertad para tocar y explorar ante un público desconocido para el cual él también era desconocido. En diciembre del 96 emprendió una gira/huida llamada Solo Phantom Tour, algo así como la gira del fantasma solitario que le llevó a tocar en distintos garitos bajo distintos seudónimos tales como Father Demo, Jaime de Cevallos, Topless America, Smackcrobiotic, The Halspeeds, Crackrobats, A Puppet Show Named Julio y Martha and the Nicotines en un intento de regresar a esas noches en el Café Sin-é de Greenwich Village, donde dio sus primeros pasos, donde todo era emoción. Según él era su modo de reclamar esa calma, ese anonimato, el lujo de adoptar riesgos y equivocarse.
A lo largo de los años su voz no ha dejado de intentar describirse de mil modos hermosos:
«Es como una oleada de estrellas chocando al unísono en el firmamento, puro deleite». «Puente perfecto entre lo antiguo y lo nuevo, un genio entre dos aguas, un Giotto». «Pasa de los susurros a los gritos lacerantes, dejándose ir en el clímax de la canción y adentrándose en una especie de psicodelia tenebrosa».
También él se convirtió en inspiración para canciones de muchísimos músicos. Está en «Teardrop», de Massive Attack, «Memphis», de PJ Harvey, «Wave Goodbye», de Chris Cornell, o «A Coat of Butterflies», de Kevin Morvin… Son ejemplos de la huella que Buckley dejó en todos ellos.
Los detalles para fetichistas de Buckley son inagotables. Su voz está en «Beneath the Southern Cross», de Patti Smith, cantando or live or fly. Y fue a ella a la que, desde un rincón, mirándola intensamente y transmitiéndole toda su energía, fue capaz de sacar de un bloqueo emocional cuando se disponía a cantar «Pissing In a River» en el concierto de Lollapalooza, en 1995. Patti llevaba dieciséis años sin tocarla y allí estaba Buckley, a quién aun no conocía, rescatándola de un modo alquímico.
Grabó un estremecedor spoken word del poema de Edgar Allan Poe «Ulalume», aquel en el que el poeta paseaba solo junto a su alma y recordaba los días en los que su corazón era volcánico.
Participó con un tema junto a Inger Lorre en el tributo a Kerouac, Kicks Joy Darkness. Y grabó infinidad de versiones a las que dotó de una magia y belleza incuestionables.
Y como non finita también llegó una grabación íntima de un tema que compuso y cantó con Elizabeth Fraser, «All Flowers in Time Bend Towards the Sun».
Y para fetichismos de Tim Buckley, en una de sus épocas más avant-garde, leyendo a Lorca, grabó su quinto álbum de estudio dándole su nombre a un tema y al álbum en sí. Dicho vinilo aparecía en la famosa escena de la tienda de discos de La naranja mecánica, de Kubrick.
Pero si realmente Jeff Buckley fue capaz de convertir en una obra de arte un tema, fue con su icónica interpretación del «Hallelujah» de Leonard Cohen. Buckley durante más de seis minutos nos transporta a otra dimensión. Si buscamos, a lo Cortázar, como en su poema «Último round», esa línea que hace temblar a un hombre en una galería de museo podemos encontrarla en el minuto 5.44 en un «Hallelujah» tallado en la garganta de Buckley que pertenece a otro mundo.
En el arte existe un limbo donde se almacenan todas las canciones, todos los poemas, todas las obras que no llegaron a ser, duele asomarse a él. Lorca nos decía en su Meditación primera y última:
«El Tiempo
tiene color de noche.
De una noche quieta.
Sobre lunas enormes,
la Eternidad
está fija en las doce.
Y el Tiempo se ha dormido
para siempre en su torre.
Nos engañan todos los relojes.
El Tiempo tiene ya
horizontes».
Algunas de esas vidas non finitas se marcharon demasiado pronto y eso precisamente las convirtió en eternas.
Q: Who and what are you going to become, Jeff?
A: I don’t know, just something deeper.
«My New Year’s Eve Prayer», un poema de Jeff Buckley, que recitó en el Sin-é de Manhattan (NYC), inaugurando 1996:
«Tú, mi amor…
tienes permitido olvidar la Navidad que acabas de pasar estresada en casa de tus padres.
Tú, mi amor…
tienes permitido deshacerte del peso de todos los años anteriores,
como ropa cutre de discoteca
resérvala para una noche de baile colocada con tu amor.
Tú, mi amor…
tienes permitido dejarte ahogar cada noche en un sinfín de sueños simbólicos salvajes y crudos.
Tú, mi amor…
cuando sueñas puedes desbloquear tu juventud y tu magia más aterradora…
y soñar es para los osados…
Tú, mi amor…
tienes permitido hacerte con mi guitarra
y cantarme canciones romanticonas
si has perdido la capacidad de hablar.
Que no duren más de dos minutos…
Tú, mi amor…
tienes permitido pudrirte y morir y volver a vivir…
más viva e incandescente que antes.
Tú, mi amor,
tienes permitido reventar tu televisor,
ahogar sus pensamientos y corromper su mente.
¡mata! ¡mata! ¡mata! Mata al hijo de puta
antes de que la canción del dolor zombificado
y el pánico y el malestar
y su estrecha visión de derechas
y su abuso masivo de propaganda barata
se conviertan en el ruido blanco del mundo.
El que da, recibe.
Tú, mi amor…
tienes permitido perdonar y amar a tu televisor.
Tú, mi amor…
tienes permitido hablar en besos
a los que te rodean
y a los que están en el cielo.
Tú, mi amor…
tienes permitido enseñar a tus bebés a bailar con total libertad,
con ojos llenos de ilusión, audaces, sobrenaturales y gloriosos…
Tú, mi amor…
tienes permitido fracasar en cada esfuerzo…
Tú, mi amor…
tienes permitido estar empapada como la manta de los enamorados
en el verano de Nueva York
con la maravilla de tu propio don especial…
Tú, mi amor…
tienes permitido recibir halagos…
Tú, mi amor…
tienes permitido tener tiempo…
Tú, mi amor…
tienes permitido entender.
Tú, mi amor…
tienes permitido amar…
mujer, desobedece,
cuando los hombres insignificantes creen.
Tú, mi amor…
eres la Rebelión».
(Adaptación de Julia Roig Whittle)


Excelente artículo. Con un contenido que da para pensar y mucho. Felicitaciones. Abrazo desde Argentina.
Uno de los artículos más hermosos y mejor construidos que he leído en muchos años
Buenísimo, hermoso non finito