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Juan Abreu: «Si desaparecen las pequeñas cosas, significa que las grandes cosas son el enemigo»

Juan Abreu: «Si desaparecen las pequeñas cosas, significa que las grandes cosas son el enemigo»

Pluma libérrima y mordaz, Juan Abreu (La Habana, 1952) acaba de publicar Debajo de la mesa (Ladera Norte), sus memorias de infancia y juventud «definitivas», reeditadas y aumentadas. Es un libro lleno de belleza y de verdad, cuyo mensaje trasciende Cuba, esa isla de donde el autor logró huir en 1980, en el mismo éxodo del Mariel que expulsó a su amigo Reinaldo Arenas.

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—Desde el título, que se refiere al lugar donde lo encontraba su madre con un libro en las manos, con cara de orgullo, queda claro que el eje, el motor, la salvación de su vida es la lectura. Queda menos claro, sin embargo, cuándo surge la vocación de escritor. ¿Recuerda algún momento en que dijo «quiero dedicarme a escribir»?

—Nunca he dicho «quiero dedicarme a escribir»; ni siquiera lo he pensado. Aún hoy, después de haber escrito tanto, demasiado, no me veo como un escritor profesional. Me gustaría llegar a ser de palabras, eso sí. Pero es algo que, como la mayoría de las cosas, carece de sentido. Y además es imposible. Creo que mi dedicación a la «escribidera», que decía mi padre, es algo más del orden del comer, dormir o follar. No me considero un intelectual. Nunca olvido que los intelectuales suelen ser los mejores aliados de las peores causas.

—¿Tenía en mente algún escritor particular a la hora de escribir estas memorias? Recuerdan a Léxico familiar, de Natalia Ginzburg, o Verde agua, de Marisa Madieri, menos centradas en la acción que en las sensaciones, los sentidos. ¿Cómo fue el proceso de escritura?

"Tenía en mente Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas, un libro, también, hecho de fragmentos. Como la vida, después de pasar por nuestro cerebro"

—Tenía en mente Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas, un libro, también, hecho de fragmentos. Como la vida, después de pasar por nuestro cerebro. La existencia de este libro se debe a la insistencia de mi mujer. Cuando le contaba anécdotas de mi infancia y, en general, de mi vida en la isla, ella me urgía a ponerlas por escrito. Y un buen día, sobre todo para complacerla, escribí el primer capítulo, en el que mi madre sale a la calle y desafía a una vecina. Ese momento fue como una puerta. Me dio el tono y el ritmo que necesitaba para acceder al pasado.

—El libro está centrado en Cuba, como es natural, dado que fue donde nació y donde transcurrieron los años que relata, pero el mensaje de este libro es universal. ¿Cómo lo resumiría?

—No me propuse que encerrase mensaje alguno, francamente. Escribo de oído, sea eso lo que sea. Planifico muy poco. En el caso de Debajo de la mesa, algún apunte, un recuerdo que me parecía significativo, cosas así. Pero muy poco. Me siento a escribir y sale o no sale, y a eso se reduce todo. Ahora bien, es cierto que una vez terminado, el libro me ha dejado una estimulante sensación de sentido: el de salvar personas amadas de la extinción total y del infinito agujero en el que nos precipita el tiempo, que todo lo borra.

La familia Abreu Felippe y otros vecinos ante su humilde casa (“bajareque” la llama Juan Abreu) en el reparto Poey, en las afueras de La Habana (hacia 1956).

—En cuanto a Cuba es, además, un libro importante, que ilustra qué supuso la Revolución de 1959 no solo en su mayor dimensión (fusilamientos, encarcelamientos, torturas, delaciones, trabajos forzados…), sino también a pequeña escala. «Si tuviera que identificar a la llamada Revolución Cubana con algo, la identificaría con la desaparición de las cosas. No de las grandes cosas (que también), sino de las cosas pequeñas: una botella desechable, un pedazo de turrón, la suavidad del papel higiénico, una cuchara, un vaso de vidrio, el olor a jabón, el frescor que deja en la boca la pasta de dientes». Eso en una familia que ya era pobre pero que, escribe, nunca tan pobre como después de que los «liberaran». ¿Es más fácil ahora que antes explicar qué fue el castrismo, o perdura el mito de la Revolución?

"Las pequeñas cosas son el baremo del sentido o la falta de sentido de las llamadas grandes cosas"

—En mi juventud creí en la importancia de las «grandes cosas». Pero a medida que fui viviendo, y sobre todo leyendo, comprendí que en las llamadas «grandes cosas» suele medrar lo peor de la especie. Las pequeñas cosas son el baremo del sentido o la falta de sentido de las llamadas «grandes cosas». Si desaparecen las pequeñas cosas, significa que las «grandes cosas» son el enemigo. El castrismo es una enfermedad mental. Su mito requiere loqueros, más que refutaciones intelectuales o históricas. Algún día, tal vez, vuelva a existir una Cuba con aquellos olores, sabores, colores y sensaciones que echo de menos en el libro, pero en verdad serán otros. Es imposible recuperar. Los cubanos tuvieron su oportunidad, y la desperdiciaron de la peor manera posible: dándose una dictadura de izquierdas, que son las peores, porque envilecen más, matan más, y siempre tienden a eternizarse.

—Una de las cuestiones que ha forjado ese mito es el de la educación, y en estas memorias, con ese canto a sus maestros, se desmiente. ¿Cómo era la educación antes y después de la Revolución?

—En Cuba, a partir de que nos «liberaran» no hubo educación, sólo adoctrinamiento. Alcancé a tener maestros de la Cuba republicana, maestros en el gran sentido de la palabra, y de ellos conservo hermosos recuerdos. Pero pronto estos maestros desaparecieron, escaparon al extranjero huyendo de la creciente vulgaridad revolucionaria y de las imposiciones políticas, o fueron expulsados del sistema educativo acusados de gusanos o desafectos. La única educación que yo he tenido (al margen de la que he buscado y encontrado en los libros) fue la de esos años de educación pre castrista. Después ya todo fue miseria pedagógica, adoctrinamiento, fanatismo y bajeza moral.

Foto de fin de curso en la escuela. El autor, sentado en la última fila, hacia el centro, delante de una de las profesoras.

—Sus padres —sobre todo su madre—, sus hermanos, José y Nicolás, Reinaldo Arenas, son sus figuras tutelares. ¿Qué enseñanzas le dejaron?

—A mis padres, sobre todo, las de la existencia de unas líneas que no se pueden traspasar sin envilecerse. Y esto, en un país que se envilecía a marchas forzadas debido a la ideologización de todos los aspectos de la vida, fue algo crucial. A mis hermanos y a Arenas el amor por los libros, la fe en el poder de las palabras. La convicción, durante años decisivos, de que la literatura podía salvarnos.

—¿Cuál fue el momento más doloroso de su infancia (que, pese a todas las carencias, se ve que fue feliz)? ¿Qué hace que una infancia sea feliz? ¿Está de acuerdo con esa frase de Saint-Exupéry en Piloto de guerra: “La patria es la infancia”?

"Los libros me han ayudado a vivir sin envilecerme demasiado"

—No recuerdo ningún momento especialmente doloroso. La infancia ha sido el único período de mi vida en que la realidad tenía siempre al fondo una zona de seguridad absoluta. Zona que, al finalizar la infancia, desapareció para siempre. Además, allí me metí «debajo de la mesa» y tuve acceso al reino sagrado de los libros. A partir de ese momento, los libros me han ayudado a vivir sin envilecerme demasiado. Y en cuanto a la poética frase de Saint-Exupéry, no creo en las patrias, ni siquiera en la de la infancia. La patria es la máscara favorita del oscurantismo tribal, el mayor adversario del impulso civilizatorio.

—El sexo es fundamental en este libro y en toda su obra. También lo es —quizá en menor escala— en otros escritores cubanos del exilio. ¿Otra arma de libertad frente a dictadura?

—En mi caso, no. El sexo siempre me ha interesado, allá y aquí, hasta tal punto que se ha convertido en uno de los temas de mi escritura. Creo que mientras más libres somos sexualmente, más nobles. También más sanos, más tolerantes. El sexo es una actividad completamente ajena a la moral y a ese animalito siniestro llamado culpa, o pecado.

—La libertad es, precisamente, otra de sus características al escribir. ¿Alguna vez ha tenido problemas por esto? Me refiero ya en los países libres donde ha vivido después de salir de Cuba. ¿Estamos en Occidente perdiendo libertad?

"Por no hablar de la censura que hemos padecido los escritores cubanos anticastristas en España, donde la izquierda controla las instituciones culturales"

—Los he tenido. Mi Rebelión en Catanya lo censuró un grupo de distribuidores catalanes. Una educación sexual lo censuró Amazon. Por no hablar de la censura que hemos padecido los escritores cubanos anticastristas en España, donde la izquierda controla las instituciones culturales y casi todos los medios de difusión. Aunque, por suerte, esa situación ha ido remitiendo con los años. Pero la mayor pérdida de libertad que sufre Occidente hoy es la causada por la religión de lo políticamente correcto, el delirante wokismo, y la intromisión del Estado en la vida de los ciudadanos. Falta poco para que regulen también la hora en que defecamos o follamos. Todo por nuestro bien, claro. En eso aspiran a lo mismo que el comunismo, que nos esclaviza o nos mata para salvarnos. Las regulaciones regionales y estatales son el más refinado método de censura y control individual que padecemos. Si las cosas no cambian, pronto viviremos en el paraíso totalitario del Gran Hermano.

—¿Sigue escribiendo por venganza, como ha dicho en ocasiones?

—Supongo que sí, en cierta medida. Creo que uno de los momentos más bellos de la literatura es ese en que Ulises tensa el arco y comienza a matar pretendientes.

—¿Cuál es su rutina para escribir? ¿Lo hace siempre a la misma hora, es de los que las musas lo encuentran trabajando?

—No tengo rutinas para escribir. Lo hago a cualquier hora. Y en cuanto a las musas, nunca las he visto, aunque debo confesar que en raras ocasiones escucho una voz que me dicta lo que escribo; tal vez sean ellas.

—Se cumplen ahora 45 años de su salida de Cuba. ¿Cree que podrá volver algún día?

—No, lo más probable es que la muerte me alcance antes de que la isla vuelva a ser un lugar al que regresar sin traicionarse. Para mí regresar es dar la razón a los asesinos. Un emigrante podría regresar, tal vez, pero yo no soy un emigrante, soy un exiliado político.

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