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Juan Manuel Gil: «La literatura nos ofrece la oportunidad de cuestionarnos a nosotros mismos»

Juan Manuel Gil: «La literatura nos ofrece la oportunidad de cuestionarnos a nosotros mismos»

Fotografía de portada: Iván Giménez.

Juan Manuel Gil (Almería, 1979) ha obtenido este año el Premio Biblioteca Breve con Trigo limpio (Seix Barral, 2021), una novela en la que un protagonista sin nombre persigue el rastro de un lejano amigo que despareció en la infancia; aunque lo que plantea en realidad es una indagación sobre la memoria, la identidad y las fronteras entre verdad y verosimilitud. «Lo interesante y genuino es alcanzar la realidad a través de la ficción», dice en un momento dado. Por supuesto, ese protagonista es también un escritor. ¿Con quién hablamos al hablar con Juan Manuel Gil?

 

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—Empecemos por el principio, como aconsejaban los clásicos. Cela decía que novela era todo aquel libro que aceptase, bajo su título y entre paréntesis, la palabra «novela». ¿Qué es, pues, para ti una novela?

"Siempre digo que soy la prueba palpable de que de la poesía se puede salir; o mejor dicho, del mundo poético. Hay en esto evidentemente una carga de humor, aunque también de realidad"

—La novela es para mí el género con el que me encuentro más cómodo y me siento más genuinamente escritor, con independencia de que haya practicado otros. En otro sentido es quizá un cobijo contra el dolor, el sufrimiento y el desorden. Y creo que a través de ella es posible ordenar ese caos, evitar el dolor, sentirse menos solo. No obstante, también me acerco a la novela con el propósito de divertirme, de salir de mi entorno inmediato y dejar transitar la imaginación. Si hay que ir a los principios, mi amor por la literatura viene de cuando era pequeño y escuchaba las historias que contaban algunas personas de mi barrio, gentes que eran casi juglares, que nos embelesaban con sus relatos y hacían que lo dejáramos todo para ver cómo acababa eso que estaban contando. Yo los envidiaba y aspiraba a poder transmitir una emoción parecida. Cada vez que me siento a escribir intento lograr lo que ellos lograban.

Foto: Iván Giménez.

—Tu primer libro, Guía inútil de un naufragio (2004), lo escribiste durante tu estancia en la Fundación Antonio Gala y mereció en 2004 el premio Andalucía Joven de Poesía. Pero a partir de ahí tu dedicación derivó hacia la prosa. ¿Qué queda de aquel poeta?

—Siempre digo que soy la prueba palpable de que de la poesía se puede salir; o mejor dicho, del mundo poético. Hay en esto evidentemente una carga de humor, aunque también de realidad. Lo cierto es que siempre he sido un lector habitual de poesía; tomo muchas notas que luego intento introducir en mis novelas, porque me encanta ese «menos es más» de la poesía. Creo que en mí conviven ambos géneros, a veces de manera incluso un tanto conflictiva. Tengo que mantener a raya al poeta muchas veces, pero al mismo tiempo sé que me es muy útil. Ciertas metáforas e imágenes que empleo en las novelas vienen directamente de la poesía. A veces cuando leo a algunos narradores pienso que o bien no son lectores de poesía, o bien lo hacen mejor que yo, porque han sido capaces de sujetar más eficazmente al poeta. Esto tampoco quiere decir que un novelista que no use un lenguaje lírico tenga que ser peor. Al final lo que tú quieres es contar una historia, y la historia tiene que fluir, el movimiento tiene que ser lo más natural posible. De nada te sirve un lenguaje brillante y lleno de figuras si el resto de elementos falla: la línea argumental, el punto de vista, la voz narrativa, el tono, etc.

—Antes de empezar a manejar esos elementos que señalas supongo que partirás siempre de una idea, de una intuición, de algo que ponga en marcha todo el mecanismo de tu escritura.

"En primer lugar somos lo que contamos sobre nosotros mismos, pero también lo que el resto cuenta de nosotros. De esa colisión entre nuestro relato y el de los demás surge una zona de intersección llena de acuerdos tácitos en la que quizá esté la respuesta"

—El punto de partida es siempre contar algo que me obsesiona, y esto en mi caso se concreta generalmente en dos planos: por un lado una imagen que me acompaña durante un determinado período; por ejemplo, en mi anterior novela, Las islas vertebradas, era la idea de un hombre tumbado boca abajo en un jardín y que no sabía qué le había ocurrido; y en Trigo limpio era la imagen de un niño corriendo por la pista de un aeropuerto mientras un avión está a punto de aterrizar. Por otro lado hay una pregunta que siempre me he hecho: ¿por qué la literatura se ha convertido en una compañía fundamental en mi vida, de dónde nace ese encantamiento, esa fascinación? Recuerdo que en un momento dado decidí que tenía que escribir un pequeño ensayo, no con la intención de publicarlo, sino con la de contestar a esas preguntas que siempre me planteaba. Pero no acababa de ponerme a ello. Y al final me di cuenta de que haciendo confluir una cosa y otra lo que tenía era una historia. Porque ambas nacían de una fascinación: esa imagen de un niño corriendo por en medio de la pista de un aeropuerto y siendo mirado por sus compañeros casi como un héroe, y al mismo tiempo mi fascinación, también de niño, sintiéndome atrapado por aquellas historias que leía en los libros, sin comprender muy bien cómo funcionaba todo aquello.

Foto: Iván Giménez.

—Uno de los temas que subyacen en Trigo limpio es la dualidad entre memoria e imaginación, y también entre la infancia y la edad adulta; es decir, la pregunta sobre si somos los mismos ahora que entonces.

—Así es. Y a partir de ahí estaba clara la reflexión sobre la propia identidad. En primer lugar somos lo que contamos sobre nosotros mismos, pero también lo que el resto cuenta de nosotros. De esa colisión entre nuestro relato y el de los demás surge una zona de intersección llena de acuerdos tácitos en la que quizá esté la respuesta. Por otra parte la memoria tiene para mí muchísimo de imaginación, y lo digo como algo positivo. Porque entran en juego emociones, sensaciones, el paso del tiempo, etc. Incluso somos capaces de ir modificando nuestros recuerdos sin apenas darnos cuenta, hasta el punto de que creemos que son así a ciencia cierta. Y la literatura nos ofrece esa oportunidad de cuestionarnos a nosotros mismos. Si aceptamos que somos una certeza inamovible estamos perdidos.

—A pesar de que en Trigo limpio se advierte contra la inconveniencia de confundir autor con narrador, personas con personajes y biografía con autobiografía, me cuesta trabajo no pensar que la voz narrativa que va contando la historia no tenga aspectos de tu propia personalidad; es más, que sus opiniones sobre la literatura no sean también las tuyas.  

"Pretendía hablar también en Trigo limpio sobre el proceso de escritura, hacer un homenaje a la literatura que a mí me había fascinado, y quería hacerlo sin pomposidad. Entonces tuve claro que el humor tenía que estar muy presente en toda la historia"

—Yo me siento muy cercano al narrador que habla en Trigo limpio cuando confiesa el tipo de literatura que le interesa: esa literatura que te sorprende, que no depura los materiales hasta el punto de ofrecer una emoción inmaculada, limpia, perfectamente reconocible. Cuando digo estas cosas puede dar la sensación de que haya escrito una novela especialmente compleja, y no creo que sea así. He procurado que contenga los ingredientes de la literatura que a mí me gusta; es decir, cierto fragmentarismo, el juego con el espacio y el tiempo, un tipo de escritura que no ofrece elementos puros y transparentes, pero que sea capaz de ensanchar la mirada del lector y hacerla más fecunda. Me gustaría que ese lector se asome a mi novela como el que se asoma a un caleidoscopio provisto de facetas que deformen la imagen, que lo lleven incluso a un acto de alucinación o de encantamiento. Que arriesgue, que esté dispuesto a asomarse al vacío y salir de la lectura siendo otro distinto del que era. Valoro muchísimo a los autores que son capaces de caminar en las costuras de la literatura, aunque sepan que eso no les reporte muchos lectores.

Foto: Iván Giménez.

—En la novela me ha llamado la atención la minuciosidad con la que parece construida. Y me refiero sobre todo a los elementos formales. Por ejemplo, esa especie de «narrador falible» que no controla ningún aspecto de lo que está sucediendo; o la estructura a base de capítulos breves, muchos de ellos dialogados, así como la puesta en cuestión de ciertos cánones narrativos que aparecen diseminados a lo largo de las páginas.

—Una de las cosas que más preocupaba cuando escribía esta novela era encontrar el tono. Me pasó también con Un hombre bajo el agua. Buscaba un tono muy pegado a la oralidad y alejado de toda solemnidad. Creo que los diálogos en Trigo limpio son fundamentales y me ha llevado muchísimo tiempo trabajarlos. Quería que fuesen muy ágiles, que tuviesen altas dosis de ironía, y a menudo consisten en una sola palabra o en un silencio. Hice desaparecer al narrador por completo, no hay ninguna acotación por parte de una voz en tercera persona. Eso puede resultar complicado a veces porque el lector se puede perder, tiene que volver atrás, etc. Entonces los leía, los releía, volvía a corregirlos, los modificaba, etc. Pero estoy muy contento con el resultado. Y al mismo tiempo pretendía hablar también en Trigo limpio sobre el proceso de escritura, hacer un homenaje a la literatura que a mí me había fascinado, y quería hacerlo sin pomposidad. Entonces tuve claro que el humor tenía que estar muy presente en toda la historia, incluso cuando abordase temas como los que acabo de mencionar. De ahí también que algunos lectores que no conocían bien cómo era ese proceso se hayan sentido atraídos por las indicaciones en torno a cómo son las vísceras de la novela, cuáles son las decisiones a las que se tiene que enfrentar un escritor, cómo funciona el taller del narrador, en suma.

—Otro ingrediente fundamental en Trigo limpio son los pasadizos: los que conectan esta novela con la anterior, o el tiempo pasado con el presente, etc. Pero aparecen sobre todo galerías, cuevas, conducciones oscuras… Son elementos presentes desde siempre en las narraciones de misterio o aventuras, y ese doble movimiento de descenso y posterior ascensión ayuda a los personajes a realizar algún tipo de descubrimiento a la vez que otorga un impulso de progresión al relato.

"Durante un tramo de la escritura fui como avanzando entre la niebla, pero de repente me vinieron unos cuantos capítulos seguidos y a partir de ellos ya supe cómo iba a ser el resto"

—Desde que iba tomando notas en mi cuaderno ya tenía claro ese concepto de «pasadizo». En nuestra infancia teníamos fascinación por todo lo que fuera un agujero, una puerta cerrada, un candado echado, una tapia en la que pusiera «no entrar». Lo que hice fue fundir estos pasadizos reales con los pasadizos metafóricos que conectan con cierta tradición literaria. Pienso que ambos comparten de algún modo materia genética. Una vez que tuve esto claro lo más complicado era cómo articularlo. Durante un tramo de la escritura fui como avanzando entre la niebla, pero de repente me vinieron unos cuantos capítulos seguidos y a partir de ellos ya supe cómo iba a ser el resto, aunque luego esos capítulos los iría distribuyendo en el orden que más me conviniera. Pero supe que la novela estaba ahí y que podría llegar hasta la otra orilla.

—Creo que alguna vez has escrito relatos, aunque nunca has llegado a publicarlos.

—No me atrevo a publicarlos porque cada vez que escucho a los autores de ese género siento un poco de temor: no puede sobrar nada, pero tampoco debe faltar, hay que cuidar muchísimo la tensión, etc. Y la verdad es que no me siento capaz. Ahora bien, mis novelas parten a veces de algunos relatos que escribo sólo para mí. Porque sucede lo siguiente: estoy ocupado en una novela y de repente me doy cuenta de que hay algo que creo que puede funcionar dentro de ella, aunque no sé por qué ni dónde ni cómo ni en qué momento. Pero la idea está ahí y no la quiero dejar marchar. Entonces intento construir un relato que no tiene por qué tener los mismos personajes de la novela que estoy escribiendo: simplemente es una especie de puerta hacia un pasadizo que quiero ver a dónde me lleva. Eso lo utilizo también como una especie de técnica que me sirve para ahuyentar el bloqueo. Me da miedo quedarme parado, no tener nada que decir o no saber cómo decirlo. Entonces sigo escribiendo, sólo que en otra dirección, abriendo un camino que en un futuro puede que conecte con la novela. Durante la escritura de Trigo limpio he visitado sitios rarísimos para salir de un bloqueo y ver si lo que veía ahí me servía para escapar de él: lavanderías, cementerios, hospitales, gimnasios… Lugares que luego a lo mejor no han aparecido en la novela pero que han estado ahí, en la recámara del escritor, listos para saltar a escena si hubiesen hecho falta.

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Autor: Juan Manuel Gil. Título: Trigo limpio. Editorial: Seix Barral. Venta: Todos tus librosAmazon, Fnac y Casa del Libro.

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