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La batalla del acantilado rojo, de Luo Guanzhong

La batalla del acantilado rojo, de Luo Guanzhong

Guerras interminables, acción a raudales, intrigas palaciegas y numerosos personajes que van desde un simple carnicero hasta la aristocracia más refinada. Si hay una obra épica en la rica literatura china es sin duda El romance de los tres reinos. La Esfera de los Libros publica, con la selección y edición de Ricardo Cebrián Salé, una nueva versión de este «clásico poco conocido y muy difundido».

El Acantilado Rojo es la batalla central de la novela El romance de los tres reinos, una de las cuatro novelas clásicas chinas, que a su vez está basada en la época histórica de los Tres Reinos (220-280 d.C.). «Hablamos de una novela con más de un millar de personajes en la que la vida, la muerte, la lealtad, la piedad filial, la amistad y el buen gobierno son tratados desde múltiples puntos de vista. Tal es la potencia de esta historia que ha dado pie a numerosos derivados: novelas, videojuegos, películas, juguetes y hasta varias series en las que sus protagonistas se reencarnan en estudiantes de instituto», dice Cebrián.

Zenda ofrece las primeras páginas de esta obra. 

Capítulo 1

Cao Cao hace planes para invadir el Sur. Liu Bei se encuentra con un ermitaño en Nanzhang

Todo lo que está bajo el Cielo, tras un largo período de división tiende a unirse; tras un período de unión, tiende a dividirse. Así ha sido desde la antigüedad. Cuando el mandato de la dinastía Zhou se debilitó, siete reinos lucharon entre sí hasta que Qin obtuvo el imperio. Tras el fin de Qin, surgieron dos reinos rivales: Chu y Han, que combatieron por la soberanía. Y Han fue el vencedor.

La buena fortuna de Han comenzó cuando Liu Bang, el Supremo Ancestro, mató una serpiente blanca para alzar las banderas de la rebelión, que no terminó hasta que todo el imperio perteneció a Han. Este magnífico patrimonio pasó de generación en generación a los sucesivos emperadores Han durante doscientos años, hasta que fue interrumpido por la rebelión de Wang Mang. Mas pronto Liu Xiu, fundador de los Han Posteriores, restauró el imperio, y los emperadores Han continuaron su mandato por otros doscientos años hasta los días del emperador Xian, condenados a ver el principio de la división del imperio en tres partes, conocidas como los tres reinos.

Sin embargo, la caída del imperio en el caos comenzó con dos predecesores del emperador Xian que retiraron de sus cargos a la gente de talento, pero otorgaron su confianza a los eunucos de palacio. El pueblo pasaba hambre y los virtuosos no recibían cargos oficiales. La corrupción lo dominaba todo. Tal era la situación del imperio, que los campesinos de siete provincias se rebelaron, poniéndose turbantes amarillos para distinguirse de los ejércitos imperiales. Poco faltó para que la dinastía Han cayera, y de no ser por los diversos héroes que surgieron por todo el imperio para defenderlo, sin duda ese habría sido su destino. Pero ni siquiera eso detuvo a los eunucos. Los generales virtuosos perdían sus cargos y acababan en prisión, mientras aquellos que cubrían de oro a los eunucos recibían grandes honores. Hasta que un día los miembros de la corte, desesperados, llamaron al comandante Dong Zhuo para limpiar la corte y restaurar la dinastía.

Ah, fue como invitar a un lobo a un festín. Murieron los eunucos, pero Dong Zhuo se adueñó de la capital, del emperador y de todo el poder. Devoró al pueblo, mancilló a las concubinas imperiales y se autoproclamó Primer Ministro. Desde entonces el emperador no conoció descanso ni paz. Una y otra vez trataba de recuperar el poder perdido; una y otra vez fracasaba. Dong Zhuo pasó al reino de las Nueve Primaveras, pero otros ocuparon su lugar. Y los años pasaban sin que el emperador Xian pudiera realmente gobernar.

En el decimotercer año de la era de la Paz restablecida, el Primer Ministro se llamaba Cao Cao y la capital se encontraba en sus dominios en la ciudad de Xuchang. Ese mismo año Cao Cao reunió a toda la corte para presentar un decreto para su aprobación con el objetivo de invadir las tierras del Sur.

Cao Cao tenía cincuenta y un años y provenía del condado de Qiao. Su padre era Cao Song, pero no era realmente un Cao. Cao Song había nacido como parte de la familia Xiahou, pero fue adoptado por Cao Teng, un eunuco, del que tomó el nombre familiar.

De joven, Cao Cao había dedicado su tiempo a la caza, el canto y el baile. Aun así era tenaz y astuto. Uno de sus tíos, disgustado por tan inútiles ocupaciones, trató de hacer ver a su padre, Cao Song, lo inapropiado de la actitud de su hijo. Pero Cao Cao nunca fue fácil de abatir y enseguida urdió un plan. Un día, según se acercaba su tío, cayó al suelo en un fingido desmayo. Su tío alarmado corrió a avisar a su padre Cao Song, que se apresuró hasta el lugar en el que, supuestamente, yacía su hijo para encontrar a Cao Cao en perfecto estado de salud.

—Tu tío aseguraba que te habías desmayado. ¿Te encuentras mejor? —preguntó su padre.

—No me he desmayado —aseguró Cao Cao—. Si mi tío ha dicho tal cosa, es porque he perdido su afecto. Desde entonces dijese lo que dijese su tío, su padre no creyó ni una palabra. Y así creció el joven Cao Cao sin rendir cuentas a nadie.

Por aquel entonces, un hombre llamado Qiao Xuan le dijo a Cao Cao:

—El desorden reina en el mundo y solo un hombre de grandes cualidades puede devolverle la paz. ¿Eres tú ese hombre? Cao Cao decidió preguntar a un sabio de Runan, conocido por saber ver en el corazón de las personas.

—¿Qué clase de hombre soy? —preguntó Cao Cao.

El sabio no contestó. Cao Cao volvió a preguntar.

—En tiempos de paz —contestó finalmente—, serás un hábil ministro, pero cuando reine el caos, serás un gran héroe.

Cao Cao estaba complacido.

A los veinte, Cao Cao había ganado una reputación y era conocido por su piedad filial e integridad; y fue apoyado por el gobierno local. Su cargo era de poca importancia, pero pronto fue promovido a Capitán del Norte en la propia capital, Luoyang. En cuanto asumió el cargo, llenó las puertas de la ciudad con palos de colores con los que castigaba las infracciones sin importarle rango o parentesco. Una noche, un tío de un eunuco apareció con una espada y fue arrestado y azotado. Nadie volvió a atreverse a quebrantar la ley en su presencia. Así ganó fama y pronto se convirtió en gobernador de Dunqiu.

Cao Cao hizo honor a la profecía del sabio, y cuando los rebeldes vinieron de todas partes para adueñarse del imperio, Cao Cao les hizo frente. Primero combatió a los Turbantes Amarillos como comandante de caballería; después trató de matar al tirano Dong Zhuo en su propia cama con la daga de las siete estrellas. Tras fracasar en su intento de asesinato, consiguió un pequeño dominio en la provincia de Yanzhou. Desde allí convocó a los notables del imperio para derrocar al tirano. Sus métodos eran los de un genio, pero jamás se refrenaba por cuestiones morales si se interferían con una oportunidad o con su propia seguridad.

—Prefiero traicionar al mundo, que permitir que el mundo me traicione —sentenció Cao Cao una vez.

No bastaba la genialidad de Cao Cao para vencer a Dong Zhuo y, a pesar de derrotarlo en el campo de batalla, el tirano quemó la capital y huyó con el Emperador a Changan. Incapaces de saber qué hacer, los notables del reino comenzaron a enfrentarse los unos con los otros, hasta que las cuatro esquinas se llenaron de señores de la guerra. Cao Cao se enfrentó a muchos de ellos desde su pequeño dominio en la provincia de Yanzhou y no pocos señores de la guerra cayeron ante su habilidad táctica: el poderoso Lu Bu, el señor del norte Yuan Shao, incluso el temible kan de los wuhuan fue víctima de sus ataques en el lejano desierto del Gobi. De tal forma que para cuando Cao Cao presentó al emperador Xian su decreto para acabar con los rebeldes del Sur, Cao Cao controlaba las provincias de Youzhou, Jizhou, Qingzhou, Xuzhou, Yanzhou, Bingzhou y Sili y aspiraba a unificar Todo lo que está Bajo el Cielo.

Tales fueron sus hazañas. Sin embargo, su mayor éxito fue sin duda salvar al Emperador de las garras de los rebeldes. Diez años atrás, el emperador Xian se cansó de ser la marioneta de los herederos del difunto Dong Zhuo, que en su degeneración enviaban a Palacio carne podrida y arroz rancio como alimentos. Así que los enfrentó entre ellos mediante una estratagema y escapó de la ciudad de Changan donde estaba prisionero. Más de mil li y numerosas batallas tuvo que combatir el Emperador hasta llegar a la vieja y arrasada capital de los Han, Luoyang, donde el Emperador esperó en vano la ayuda de los señores feudales. Yuan Shao se encontraba a un paso de su Majestad, pero no acudió a su llamada. Solo Cao Cao, a pesar de su lejanía, se atrevió a ir al rescate del Hijo del Cielo.

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Autor: Luo Guanzhong. Título: La batalla del acantilado rojo. Editorial: La Esfera de los Libros. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro

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