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La bestia del este

Kent, Inglaterra.
A 3 de marzo del 2018. Sábado.

The Beast from the East. La Bestia del Este. Así llaman al temporal que ha azotado a Europa esta semana; pero menos lobos, que no es para tanto. Quizás el nombre le venga un poco grande, demasiado teatral y dramático —muy acorde a estos tiempos—, ciertamente exagerado; yo habría firmado todo un invierno así los años que navegaba el sector norte del Mar del Norte. 

Pero bueno, sí es bien cierto que viene de Siberia un frío que pela. La ola de nieve y frío llegó hace casi diez días. Yo estaba a bordo y precisamente aquella noche, por una de esas mezquinas casualidades cósmicas, se escaralló la climatización en mi camarote. Y pasé esa noche, la del 24 de febrero, hecho un ovillo en mi litera debajo de mi manta y de mi chaquetón de mar a poco más de 3 grados centígrados. Tentado de irme a descansar sentado encima del motor principal, en la sala de máquinas.

"La aproximación fue… excitante. El buque portacontenedores, de más de trescientos metros de eslora, era invisible a los ojos por la inmensa cantidad de nieve que caía aquella noche sobre nosotros"

Hubo aquella noche, también, un trabajo difícil. Mi remolcador recibió en las aguas aún abiertas del Estuario del Támesis a uno de esos portacontenedores enormes, y nos tocó hacer firme la estacha de remolque a proa del buque, en la maniobra conocida en inglés como Bow to bow —proa con proa—. En esta delicada maniobra el buque entrante continúa su marcha a unos ocho nudos; y el remolcador navega marcha atrás delante de él, maniobrando para acercar ambas proas lo más posible a fin de poder hacer firme el remolque. Ambos navegan con cierta rapidez; el inmenso mercante marcha adelante, y el (comparativamente) diminuto remolcador marcha atrás pero justo delante de él, a tiro de escupitajo. Aunque ningún escupitajo habría alcanzado al bulbo del portacontenedores con el vendaval helado del Nordeste que soplaba aquella noche.

 En este vídeo puede observarse la maniobra Bow to bow en un día despejado, calmo y muy tranquilo.

Estas dos fotografías muestran también la operación descrita.

(Crédito: @portzoom y Damen.)

La aproximación fue… excitante. El buque portacontenedores, de más de trescientos metros de eslora, era invisible a los ojos por la inmensa cantidad de nieve que caía aquella noche sobre nosotros y nos envolvía, arrastrada por el vendaval del Nordeste. La aproximación se hizo cuidadosamente con ayuda de los radares, todo a nuestro alrededor era una especie de blanco torbellino de nieve, viento y olas; la visibilidad era tan reducida que sólo se comenzó a adivinar la difusa sombra del portacontenedores cuando su mole se cernía sobre nosotros a unos cincuenta metros. Fue una maniobra, como decía, arriesgada, tensa y delicada; pero impecablemente ejecutada en un silencio sólo roto para dar y recibir órdenes breves. Fue el último barco que entró aquella noche. Poco después la estación de prácticos anunció su cierre por el mal tiempo.

Cuando entré en mi camarote tras la maniobra me vi fugazmente reflejado en un pequeño espejo, y di un respingo. Pensé que había encanecido dramáticamente durante el temporal y la maniobra, como aquel tipo de la novela de Conrad. Pero no, en mi caso traía las barbas llenas de nieve y escarcha.

A la mañana siguiente, bien temprano, hubo que salir a cubierta a deshacerse de parte de la nieve y el hielo acumulado. Había tanta nieve que no se veían las cubiertas, ni siquiera las gruesas estachas adujadas a la española o a la guacaresca. No había tanta, ni tan alta, como para comprometer la estabilidad del buque; pero sí más que suficiente como para que resultara imposible trabajar en las cubiertas. Uno de mis hombres se pegó un batacazo fenómeno y creo que se lastimó, aunque aseguró que estaba perfectamente. Es un tipo duro, veterano del Mar del Norte. De los que no se quejan por menos de un miembro amputado.

"A pesar de la inusual cantidad de nieve a mí me parecía que este temporal no dejaba de ser como otro cualquiera de los que vienen de vez en cuando en algún invierno, algo más duros que los demás."

La nieve es preciosa. Sin duda. En fotografías. De lejos. Estoy seguro de que toda esa gente que dice que la nieve es lindísima y maravillosa no tiene ni que vivir ni que trabajar en ella. Está fría, moja, resbala, entorpece, se convierte en un hielo traicionerísimo y, encima, da mucho más trabajo del que ya de por sí tiene uno.

Sin embargo, si uno está ocioso y convenientemente ataviado, sí que resulta muy bonita de ver. Cambia totalmente el paisaje, trae sensación de quietud y calma. Crea efectos visuales muy interesantes, hermosos. La nieve, además, suele impregnar todo de silencio, un silencio tranquilo. Como me decía una buena amiga, hay algo mágico en la nieve y en cómo transforma todo a su caída.

A pesar de la inusual cantidad de nieve a mí me parecía que este temporal no dejaba de ser como otro cualquiera de los que vienen de vez en cuando en algún invierno, algo más duros que los demás. Sin embargo, leyendo las noticias una buena mañana me encontré con una afirmación sorprendente: por lo visto dicen algunos expertos y supuestos expertos que hace un frío de carallo porque el planeta está recalentado. Cosa que en principio suena rara, pero todo podría ser. Me pareció que muy sería interesante profundizar en el asunto y analizarlo; pero en seguida perdió todo interés para mí al ver que rápidamente se habían adueñado de él los calentólogos, los verdes que os quiero verdes, los animalistas, todo tipo de alarmistas y demás entusiastas de sus cosas. Los fanáticos de lo suyo, dicho en corto. ¡Ojo!, no los ecologistas lúcidos y serenos, respetables, atemperados por la sensatez; sino los fanáticos exaltados. Y tras adueñarse del hecho y su origen para reafirmar a gritos sus principios y teorías, lo usan como argumento para seguir machacando con sus cantinelas y letanías de las cuales estoy, dicho sea de paso, hasta la punta del nardo.

Quienes bien me conocen saben que amo mucho más a los animales que a los humanos (con algunas señaladas excepciones); que prefiero la naturaleza al hormigón; que me encanta el mundo en el que vivo. Pero una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa. Y los fanatismos cerriles y exacerbados me irritan sobremanera, aunque sean relativos a causas con las que comulgo o cosas que, en principio, me gustan o parecen bien. Y me irrita que se tergiversen y manipulen hechos objetivos para adecuarlos a la causa que interese. 

"¿A qué tanto drama y alboroto por parte de los alarmistas? Supongo que para medrar, embolsarse subvenciones para estudios, para publicar informes y libros."

A estas alturas, con tanta discusión entre unos y otros, no tengo ni idea de si el planeta se está recalentando o no. Y la verdad es que me importa un pimiento. Porque lo que sí sé es que a lo largo de la Historia, Prehistoria e incluso mucho antes, o sea, desde que el mundo es mundo, éste se ha recalentado, enfriado, recalentado, congelado, deshelado y calentado un montón de veces. Y que seguirá pasando, nos guste o no. Algunas cosas conviene aceptarlas con ecuanimidad y lucidez.

¿A qué tanto drama y alboroto por parte de los alarmistas? Supongo que para medrar, embolsarse subvenciones para estudios, para publicar informes y libros (y habría que ver quién financia ciertos estudios, informes y libros); para hacerse un nombre, ganar un poco de audiencia y popularidad, tener sus 30 segundos sobre Tokio y, en definitiva, alimentar su Ego y vivir del cuento. El mismo patrón se encuentra en exacerbados ecologistas, sindicalistas, políticos, religiosos, de oenegés, nacionalistas —o antinacionalistas— o cualquier otro grupo de exaltados o entusiastas de lo que sea. Cada uno viviendo de su respectivo cuento. Y yo sé bien de qué cuento me hablo que, quitando la política, al resto de grupos los he vivido, observado y estudiado desde dentro. 

Creo y sostengo que se debe cuidar el planeta y el entorno, y respetar la naturaleza; no sólo porque me guste, sino por sentido común. Y sólo tengo buenas palabras, respeto y simpatía para todas esas personas -los respetables ecologistas serenos, lúcidos e inteligentes- que de corazón dedican su vida, esfuerzos y afanes a intentar cuidar y proteger la naturaleza y el mundo de esas otras personas, mayoría, más desaprensivas y menos sensatas.
Para quienes no tengo tan buenas palabras ni simpatía es para los sinvergüenzas que se adueñan o abanderan en causas justas y nobles para corromperlas con sus tejemanejes, manipulaciones y exacerbaciones, acabando por delegitimar las buenas causas e incluso consiguiendo a veces hacérmelas antipáticas.

Me pregunto qué se creen esos exaltados. ¿Que la fiesta del Gran Gatsby va a durar para siempre y perpetuarse en la eternidad? El planeta se seguirá recalentando y enfriando, si no es por causa de los humanos será por las causas naturales de toda la vida. Y tarde o temprano, nos guste o no, desaparecerán los osos polares, las ballenas, desapareceremos los humanos y todo lo habido y por haber; y a cambio aparecerán nuevas especies, hasta que dejen de aparecer, todo se vaya al diablo y acabemos convertidos de nuevo en el polvo de estrellas del que provenimos. Que tampoco es mal final, visto de un modo romántico.

"Sé que la irritación volverá, cuando los fanáticos vuelvan a alzar la voz; del mismo modo que volverán las nieves y el frío con el próximo temporal."

Y eso no es necesariamente una cosa mala; es, sencillamente, como funcionan la vida y el Universo. A lo largo de las eras las especies —humanos incluidos— aparecen, proliferan, viven su tiempo y acaban por desaparecer. Y el planeta se calienta y enfría, mientras vive su tiempo. La vida es así. Siempre ha sido así y seguirá siendo así, por mucho que idealistas y fanáticos se empeñen en salvar ballenas u osos polares, enfriar un planeta que se recalienta, calentar uno que se enfría, o lo que se les ocurra. Al final la naturaleza y la vida y la Historia pasarán puntual factura, seguirán su curso e impondrán, como siempre, su inapelable Ley de principio y final. De hasta aquí hemos llegado. Sanseacabó.

Me he perdido en mi propia digresión. No era, en realidad, de alarmistas, fanáticos y vivedelcuentos que iba a escribir. Ni de osos polares y ballenas. Ni del fin del mundo. Sino de uno de esos temporales invernales duros que vienen de vez en cuando, de los días de nieves, hielos y vientos, de la magia silenciosa con que la nieve impregna el ambiente con su caída, de los largos paseos a través de su blancura, de las largas noches de libros y literatura frente a la chimenea, mientras la nieve cae más allá de los ventanales. Pero ya ven, se me ha calentado la mano y he acabado escribiendo sobre algo menos bonito y más irritante.

Tras haberme descargado un poco con estos párrafos la irritación se comienza a desvanecer… al igual que la nieve que, más allá de los ventanales, se va derritiendo y deja por fin ver claros de hierba aquí y allá por primera vez en varias semanas.

Sé que la irritación volverá, cuando los fanáticos vuelvan a alzar la voz; del mismo modo que volverán las nieves y el frío con el próximo temporal. Tales son los inevitables ciclos de la vida, nos gusten o no. 

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