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La buena letra: memoria y olvido

La buena letra, de Rafael Chirbes (1992), es una novela con significación dual, al mismo tiempo recapitulativa y premonitoria. Recapitulativa, porque su estructura narrativa, que parte del presente, mira hacia atrás, al contar una historia que comienza con la Guerra Civil, y discurre con el relato de la evolución de la familia en la inmediata posguerra y posteriormente el comienzo del desarrollo económico. Pero he dicho dual porque Chirbes ha querido darle a los cambios de sintaxis narrativa un valor premonitorio, ya que se vuelca hacia la que sería luego la evolución histórica y moral de los españoles hijos de quienes vivieron la posguerra, que sustentan ya otros valores, contradictorios con aquéllos. El momento cumbre de ese enfrentamiento se da cuando al final de la novela, su protagonista, Ana, descubre que su propio hijo comparte el interés de su tía Isabel y de su prima por liquidar la casa, contemplada ya por todos como solar, como un espacio económico, cuando se ha dado el hermanamiento de vencedores y de vencidos en un mismo interés de ganancia. Tal hermanamiento del hijo de Ana con la línea de Isabel y sus hijos, que a su vez colaboran con el fascista Mullor, supondría la liquidación del sentido que ella habría dado a una vida de sufrimiento y de pérdida, sostenidas en la dignidad de la derrota. Ahora ese sentido ha dejado de tener vigencia, y utilidad.

"Rafael Chirbes ordena de un modo muy preciso el suceder de los acontecimientos, que la novela desarrolla"

Para la interpretación cabal de La buena letra, son muy importantes dos elementos de su configuración literaria. El primero es su condición genérica, de nouvelle. El segundo es precisamente el que Chirbes ha denominado su sintaxis narrativa. Ambos están relacionados, porque precisamente la nouvelle viene definida como género por el peculiar uso al que obliga su sintaxis narrativa. En el género de novela corta la sintaxis de los sucesos no permite distracciones, tiene que estar concentrada, se comporta como un mecanismo en tensión que proporciona carácter unitario a cuanto acontece. El sintagma sintaxis narrativa reúne un concepto que puso de moda la semiótica narratológica, que entiende sintaxis al modo como Charles Morris la había definido: lo sintáctico es la ordenación de las acciones, de las relaciones de los personajes, podríamos decir que algo parecido a lo que Aristóteles había entendido como muthos o fabula. La sintaxis ordena el contenido, al situar en un lugar preciso de relación interdependiente las acciones que han sucedido con las que han de suceder.

Rafael Chirbes ordena de un modo muy preciso el suceder de los acontecimientos, que la novela desarrolla. Lo hace en tiempos que acompasan la evolución psicológica y moral de los personajes del núcleo familiar con la evolución del país en su conjunto. Quizá la característica estilística más relevante de esta novela sea que no podemos entender por separado la historia familiar y la social. La economía que gobierna la escasez, y el paso de la miseria a la menor miseria y relativa abundancia posterior, se viven en esta novela a través de lo que esas condiciones influyen en las relaciones de los personajes. Éste es quizá el rasgo más representativo del estilo de Chirbes: su realismo, la descripción de lo acontece de modo preciso, se eleva en una esfera de significación hasta dotar de fuerza simbólica a lo que describe o cuenta. La historia de la familia de Ana es la historia de España y las traiciones o fidelidades de cada miembro de la familia explicaría las de diferentes actitudes colectivas vividas por las gentes desde la posguerra hasta el día de hoy.

"Toda la dureza de la posguerra está enunciada pero concentradamente a través de estas pequeñas escenas"

La primera opción narrativa es la concentración de todo el sentido en la narración de una historia familiar. Aunque esto es solidario con el enfoque dado a la perspectiva. Para la novela es muy importante que se haya sustituido la focalización múltiple a la que podría haber llevado una historia familiar por la focalización única de Ana, en singular. El pacto narrativo implica la suposición de que la novela es un supuesto diálogo en que Ana, en presente, explica a su hijo, en modo confesional, todo lo que aconteció desde que se inició la guerra, y la familia, como republicana, sufrió la derrota en diferentes formas. En esa narración, como corresponde al pacto narrativo elegido, lo que tiene relevancia es lo familiar, principalmente lo ocurrido a la propia Ana, a su marido, Tomás Císcar, padre del narratario, y también a Antonio Císcar, el cuñado de Ana, quien es condenado a muerte al final de la guerra. El triángulo que forman Tomás, Ana y Antonio y la solidaridad de los dos primeros para con el último, llevándole a la cárcel alimentos que ellos ni siquiera tenían, es el eje de la trama inicial. Esa opción elegida de historia familiar no impide sin embargo que aparezcan, a modo de fondo, retazos de lo que era la convivencia con los vencedores y las humillaciones y atrocidades vividas por los vencidos. La buena letra es en cierto sentido parca en la enumeración de atrocidades, que están como contenidas en muy pocos signos, pero es esa contención la que los hace mucho más elocuentes. En la retina del lector permanecen escenas tremendas: los fusilamientos en las tapias de los cementerios, la incertidumbre en la visita de Ana a Antonio sobre si, como se rumoreaba, este habría sido uno de los fusilados, el hambre pertinaz, que no impide el gesto de solidaridad. Los trenes llenos de gente deambulando en búsqueda de sus familiares, en huidas o reencuentros. Toda la dureza de la posguerra está enunciada pero concentradamente a través de estas pequeñas escenas, o en lapidarias anotaciones de una singular fuerza como cuando Ana dice: “Aprendimos la suciedad del miedo” (p. 35).

"Con esta nouvelle familiar, que considero una de sus mejores obras, Chirbes ha escrito una fábula de la Transición española, pesimista respecto a la justicia debida para con los vencidos"

Junto a la miseria y el hambre, estaba la humillación. La novela contiene escenas tremendas como la resistencia de Ana a ir al cine por no tener que levantarse cantando el Cara al sol al final de la película. Incluso hay quien estaba dispuesto a hacerlo, pero pronto seria denunciado por Raimundo Mullor, el falangista más relevante de Misent, el pequeño pueblo valenciano en que transcurre la acción. Ese personaje, que concentra la soberbia e impiedad de los vencedores, es importante porque es a quien se acerca Isabel, la cuñada que casa con Antonio, y es con quien el propio Antonio acaba haciendo negocios, traicionando así su propia historia. El nudo del conflicto, que como adelanté antes se desarrolla a partir de la aparición de Isabel, había sido ya planteado a partir de la inestabilidad emocional del propio Antonio, que no parece vivir con naturalidad la ayuda que su hermano y cuñada le prestaron tanto en la cárcel como al salir de ella. Incluso queda enunciada una atracción evidente y mutua de Antonio y de su cuñada, que ambos reprimen. Es como si Antonio quisiera salir del aura de perdedor, de vencido. Ese instinto de salvación egoísta es el que le echa en brazos de Isabel, una mujer que se ha educado en el extranjero y habla inglés, pero sobre todo que viste y se peina diferente. La manera como la novela va urdiendo este espacio de separación la desarrolla la antítesis de Ana e Isabel en todo cuanto tocan. Es una antítesis de valores, pero también de posición estética, de sentido de la vida, de la resignación o rebeldía hacia una realidad de supervivencia egoísta, que Isabel está dispuesta a abrazar y que Ana rechaza. En este orden de desarrollo antitético es muy significativo el lugar que ocupa la cuestión de la escritura. Ana enseñaría a Isabel a coser, si ésta le daba clase de saber escribir. Hasta que la cuestión de saber escribir, de adornar las palabras, se torna una metonimia de la mentira:

“Me faltaba esa capacidad para hablar con palabras dulces que ella tenía. Me faltaba saber escribir en un cuaderno pequeño con letra segura y bes y eles como velas de barco empujadas por el viento. Ahora no era suficiente la compasión, la entrega. La vida nos exigía algo más: otra cosa que no habíamos imaginado que iba a hacernos falta y que intuíamos que tenía que estar en algún lugar de nosotros mismos, pero que no sabíamos cuál era. Nos faltaba el plano que nos llevase a ese lugar secreto. Y vagábamos perdidos sin encontrarlo” (p.111).

Ana finalmente queda al otro lado, arrumbada por un sentido de la Historia que no permite perdedores, que para avanzar necesita de la desmemoria, del olvido de aquello que se ha ido. Un sentido o clave de progreso desmemoriado que termina asimilando su propio hijo, hermanado con Isabel en la valoración del hogar de la madre como un solar susceptible de muchas casas, de una riqueza que precisa dejar atrás toda la Historia, como si únicamente quienes escriben con letra bonita tuvieran futuro.

Con esta nouvelle familiar, que considero una de sus mejores obras, Chirbes ha escrito una fábula de la Transición española, pesimista respecto a la justicia debida para con los vencidos. Esta justicia no ha sido posible porque se prefirió la desmemoria al ignorar quiénes fueron unos y otros. El olvido de unos valores y su sustitución por otros, contrarios, ha sido quizá la forma más cruel de injusticia histórica. Y esta novela parece haber sido escrita para advertirlo.

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Autor: Rafael Chirbes. Título: La buena letra. Editorial: Anagrama. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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