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La elocuencia y otras nuevas, por Álvaro Cunqueiro

La elocuencia y otras nuevas, por Álvaro Cunqueiro

Destacado autor de literatura fantástica, Álvaro Cunqueiro también dejó una muy notable obra periodística. Solía dedicar sus artículos a asuntos de la vida cotidiana, como éste tan actual, en el que se asombra del pobre lenguaje de los políticos y sus dificultades para expresarse de forma correcta. Sección coordinada por Juan Carlos Laviana.

Estos días pasados he permanecido ante el televisor mucho más tiempo de lo acostumbrado, y he visto y escuchado en lo que llaman la pequeña pantalla a casi una docena de dirigentes políticos, de gente del cotarro, cabecillas de éste, en fin, los príncipes que nos gobiernan, o aspiran a gobernarnos. Y me ha sorprendido, para decirlo en corto y derecho, lo mal que hablan. Dejo aparte esas frases que se han ido imponiendo en los últimos años —«a lo largo y ancho de la geografía española», «la edición de tal feria o congreso», etc.—, y los malos usos de determinadas palabras, y verbos, como “contactar”, que el profesor Lázaro Carreter ha suficientemente explicado y condenado, sin que le hayan hecho maldito el caso. Me refiero a lo difícilmente que encuentran la palabra justa, sus redundancias, el titubeo, lo que hace temer que esa gente, que se pasa la vida pensando la política, las definiciones y los modos, la teoría y la acción, piense las cosas tan mal como las dice. Uno de los príncipes parlantes citó unas frases de Ortega, que fueron lo único claro de su confusa e incoherente exposición. Por otra parte, de vez en cuando aparecen en esas bocas un par de versos —de Antonio Machado los hemos oído en los últimos meses, muchas veces obligándoles a decir versos en donde Antonio decía lo que éste nunca quiso decir—, y entonces hay que decir esos versos, u otros del mismo poeta, caiga quien caiga, en un intento de estar à la page. Versos con los que se quiere crear una patética que el orador no es capaz de extraer de su chencha, por decirlo así. Hace años, en estas mismas páginas de Faro de Vigo, comentaba lo que se había hecho con una frase de Goethe, que fue pronunciada en una ocasión dada, y referida a un suceso muy concreto, y a la que se cita mucho, y citándola se le obliga a decir mucho más de lo que Goethe quiso decir. Me refiero a aquello de «prefiero la injusticia al desorden». Goethe había intervenido ante el palacete que ocupaba en Maguncia el duque de Brunswick, para que un jefe del ejército de la República francesa saliese libre de la ciudad con su equipaje —en el que iba su parte del botín—. El agente inglés cerca de los imperiales le hizo ver a Goethe que se había jugado la vida tontamente, enfrentándose a los maguntinos que ardían en deseos de venganza, a lo que el señor consejero privado le intentó hacer comprender que sería una ofensa para el duque encontrar ante su casa cajas rotas, baúles desventrados, y todos los restos dispersos del pillaje popular en el equipaje del francés. Era un acto de injusticia, sin duda, el dejar escapar al saqueador, pero Goethe explicó que era de su natural el preferir una injusticia al desorden. Aquella injusticia concreta a aquel desorden concreto. Pero «preferir la injusticia al desorden» fue frase transformada más tarde en uno de los grandes argumentos de los conservadores.

"Con todo el respeto para los señores del cotarro, hay que decir que uno encuentra más imaginación, seguridad y eficacia en la elocución de los vendedores de feria"

Y volviendo a la elocuencia de nuestra elite política, hay que hacer notar que los más apenas hablan sin chuleta, y que pasan años sin que aparezca en el aire alguna idea aún no usada, o entre en el giro una palabra nueva y significativa. Inmediatamente, la tal palabra es usada a troche y moche, y a tontas y a locas, y ya cuando pasa de la boca de uno de los príncipes que nos gobiernan o se disponen a gobernarnos a la de un aspirante o asistente, ya nadie sabe lo que la tal palabra significa. La peripecia de la palabra «semántica» en el lenguaje político español de estos últimos tiempos, es, a este respecto, bien ilustradora. Cualquier vocablo de estos se incorpora enseguida a aquellos «garbanzos revenidos» que Unamuno encontraba en las ideas de algunos escritores de antaño. Y con todo el respeto para los señores del cotarro, hay que decir que uno encuentra más imaginación, seguridad y eficacia en la elocución de los vendedores de feria que en sus discursos, a los que hay que cachear fatigosamente para encontrarles un granito de mostaza, supuesto germinador. Sus oyentes somos como aquellos estudiantes de dialéctica de quienes hablaba Aristón de Chios: «Los estudiantes de dialéctica, de lógica, se parecen a los comedores de cangrejos, que para llevarse un poco de carne a la boca tienen que hacer un enorme montón de cáscaras.» ¡Y si aún el cangrejo del dicho de Aristón fuese una nécora gallega de marzo!

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Artículo publicado en El Faro de Vigo el 23 de julio de 1976

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Mario Raimundo Caimacán
Mario Raimundo Caimacán
1 mes hace

No solo es limitada la capacidad de los políticos para expresarse, es lamentable el maltrato del idioma por parte de muchos redactores de noticias y figuras públicas que usan “chance” por “oportunidad”, “llamamiento” por “llamado”, “aperturar” por “abrir”, “postura” por “posición”, y “épico” por sinónimo de “grandioso”, “espectacular” o “memorable” como lo usan erradamente los anglosajones, porque “épico” es “narrativo” en lengua española. La Ilíada y La Odisea son poemas épicos, narrativos, porque eso es la poesía épica, la narración mediante poemas, que fue anterior a la narración en prosa en la Historia de la Literatura. Y esto explica que el Monólogo Interior fue creado por Homero en el siglo VIII antes de Cristo, de allí saltó al Teatro y después a la Narrativa en Prosa. Quienes no entienden que la narrativa puede ser en prosa o en verso (poesía épica) son quienes se asombran ante el hecho histórico que existen ejemplos de Monólogo Interior en La Ilíada y en La Odisea, porque el error de atribuírsele la invención de este recurso narrativo a un francés a finales del siglo XIX persiste sin importar que el Monólogo Interior lo usó Cervantes en El Quijote, Fray Juan de Ortega en El Lazarillo de Tormes, Joanot Martorell en Tirante El Blanco, León Tolstói en Anna Karenina, Alejandro Dumas, Fiódor Dostoyevski y otros grandes escritores de los siglos XVII, XVIII y XIX.

Los antiguos griegos le dieron gran importancia a la Oratoria, también los antiguos griegos y en el Imperio Mexica (Azteca) el Emperador tenía el título oficial de “Huey Tlatoani”, en náhuatl “El Gran Orador”. Esta simple observación permite concluir que en la actualidad la Oratoria está casi olvidada, ya no se exige como requisito la capacidad oratoria en los políticos y gobernantes, la mediocridad es la regla.

Mario Raimundo Caimacán
Mario Raimundo Caimacán
1 mes hace

Repetí griegos y lo correcto es los antiguos griegos y antiguos romanos. Disculpen la tautología, fue mi error.