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La escritura en movimiento

La escritura en movimiento

[14 – 27 de julio]

El lunes por la mañana te despierta un temblor, un leve tambaleo que no sabes de dónde viene. Entras a internet y rápidamente compruebas que se trataba de un terremoto. Algunos incluso han recibido una alarma. No sabes si despertar a Raquel o dejarla que siga durmiendo. No parece grave. Así que no le dices nada y te levantas a escribir.

En los periódicos, otra sacudida no cesa: los disturbios de Torre Pacheco. La violencia y la confrontación. Las imágenes te dejan sin palabras. Los grupos llegados de toda España para iniciar una «cacería». La palabra es pavorosa. Te recuerda a la película La purga. El estado de excepción en el que aflora la rabia y todo lo peor.

"Lo que ha estallado ahora —piensas— no es tanto una cuestión de raza como de clase"

La situación es fácil de explicar. Y desde luego no se debe a un solo factor. Está el racismo, por supuesto. Eso es estructural. Pero Torre Pacheco no es más racista que cualquier otro lugar de España. Lo que ha estallado ahora —piensas— no es tanto una cuestión de raza como de clase. No es la diferencia cultural, ni el color de piel, lo que enciende la chispa, sino la precariedad. Eso es lo que subyace a todo: la miseria compartida, el abandono crónico, la vida en los márgenes. Quienes se enfrentan no son distintos, sino semejantes. Y luego están, por supuesto, los que se aprovechan de la rabia. A través de mentiras, pero sobre todo de discursos culpabilizantes que sitúan a los inmigrantes como chivos expiatorios, los causantes de todo lo malo. Nada nuevo en la historia, piensas. Lo terrible es que el mecanismo sigue funcionando.

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Trabajas en la novela de siete a diez. Y en el guion de once a dos. Te está costando compaginar las dos cosas. Sobre todo, llevarte por la noche las historias a la cama —que es donde acaban creciendo y expandiéndose—. De momento, dirías que en ese terreno va ganando la novela. Tal vez porque la historia todavía no está asentada del todo y necesita más tiempo de reflexión.

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Por la tarde, grabas varios fragmentos de tus libros para el Archivo de la Palabra de la Biblioteca del Congreso. Tendrías que haberlo hecho en Washington, en la misma biblioteca. Pero ese día te atropelló una bicicleta. Todavía te duele la herida en la pierna.

La grabación online tiene mucho menos glamour. Pero, aun así, te resulta un privilegio que tu voz se guarde junto a la de escritores que admiras.

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Terminas de preparar la conferencia que el jueves impartes en el Thyssen. «Narrativas de museo»: cómo los escritores describen su experiencia frente a las obras de arte. Te centras en la colección Ma nuit au musée, de la editorial francesa Stock. En especial, en el libro que sucede en el Thyssen: Las musas no duermen, de Zoé Valdés. No es el mejor de la serie —te fascinan sobre todo El perfume de las flores de la noche, de Leila Slimani, y Como un cielo en nosotros, de Jakuta Alikavazovik—, pero el de Valdés te sirve de ejemplo para lo que quieres contar. Escribir sobre arte desde un lugar diferente al de la disciplina. Hacerlo desde la ficción y la memoria.

Te encantaría que te invitaran a participar en esa serie de libros. Tendrías que elegir un museo. A veces lo has pensado. ¿Cuál elegirías? ¿El Reina Sofía? Tal vez uno más alejado de tus intereses —precisamente para no escribir como experto, sino como espectador—. No estaría mal una noche en el Museo del Romanticismo.

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Lees Audición, de Katie Kitamura. Es el tercer libro de ella que lees en un mes (junto a Una separación e Intimidades). Te vuelve a llevar a su terreno enseguida. Y te gusta la sensación —que uno tiene a mitad del libro— de no saber qué ha ocurrido, qué demonios estás leyendo y adónde te está llevando la autora. Una sensación que continúa mucho después de terminar la lectura. ¿Qué ha sucedido ahí? ¿Quiénes son los personajes? ¿Dónde empieza la representación y acaba la realidad? Te vas con esas preguntas a la cama y se te meten en el sueño. Esa es para ti la medida de un buen libro, o al menos un libro que te ha impactado: que acabes soñando con él.

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Terminas de ver Después de la fiesta, la serie neozelandesa que emiten en Filmin y que todo el mundo pone bien en las redes. Alaban la sutileza con la que están tratados los abusos en la infancia. Eso te interesa, pero conforme avanza se va haciendo cada vez más inverosímil. Y tiene un deus ex machina en el final (la protagonista se fija por casualidad en unas cajas que siempre han estado ahí) que lo tira todo por tierra. ¡Qué difícil es acabar las cosas bien!

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En el tren hacia Madrid lees prácticamente del tirón Queridos miembros de la junta, la novela de Julie Schumacher. Hacía tiempo que no te reías tanto con un libro. La estructura te parece un hallazgo: una serie de cartas de recomendación enviadas por un profesor de escritura creativa en las que, poco a poco, se va colando una crítica irónica a la burocracia universitaria y, sobre todo, toda una sucesión de detalles de su vida personal de los que uno se entera fuera de campo. Se coloca en tu lista de lo mejor del año sin duda alguna.

"Te cuesta mucho escribir en hoteles. Tendrías que haberte acostumbrado ya, pero al final está la tentación de la cama, del descanso, o incluso de la lectura"

Llegas a Madrid con el tiempo justo de dejar la maleta en el hotel y salir para un pódcast. Es curioso, vas a hablar sobre la siesta y hoy no tienes tiempo de dormirla. En el pódcast, compartes espacio con un filósofo que ha escrito sobre la pereza. Desde el principio, te notas lento. No tienes el discurso tan elaborado como él. Y enseguida adquieres el rol del que sabe menos, el gracioso que hace los comentarios a las ideas inteligentes. Te cuesta hoy situarte en eso que Lacan llamaba «el sujeto del supuesto saber».

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El jueves por la mañana, conferencia en el Thyssen. Hoy sí que estás en el rol del «supuesto saber». Y lo adviertes desde el principio. Tus palabras resuenan en el público. Los libros que recomiendas, las ideas, el planteamiento. Te sientes cómodo desde el principio.

Al salir, te das cuenta de que no has pedido un certificado por tu conferencia. Es una de las grandes conquistas de la cátedra, no tener que andar detrás del certificado de cada cosa que haces. Por primera vez sientes la liberación burocrática.

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Por la tarde te quedas en el hotel y escribes. Cierras un capítulo de la novela. Elaboras un párrafo bueno y te sientes satisfecho. Sobre todo, por haberlo hecho en la habitación. Te cuesta mucho escribir en hoteles. Tendrías que haberte acostumbrado ya, pero al final está la tentación de la cama, del descanso, o incluso de la lectura. Y siempre piensas: “Ya escribiré en casa, tranquilo, cómodo, con todo a mi disposición”.

"Es un amigo querido y admirado. El lazo se renueva cada vez que os veis. También las risas. Y la resaca del día siguiente"

Al terminar, le escribes un mensaje a Sergio y le preguntas si por casualidad no estará hoy en Madrid. Te responde que sí y te alegra la tarde. Hacía mucho tiempo que no lo veías y te apetece quedar con él. En la cena, habláis de vuestros proyectos y os ponéis al día. Te encantan las conversaciones, la sintonía. Es un amigo querido y admirado. El lazo se renueva cada vez que os veis. También las risas. Y la resaca del día siguiente.

Esta vez no bebéis demasiado, pero al despertar te duele la cabeza. Continúa doliéndote en el tren, mientras la gente habla a gritos como si estuviera en el mercado. Solo te salva la pequeña siesta que, a pesar del bullicio, consigues dormir.

*

Al llegar a casa, casi sin dejar las maletas, comienzas a ver Superestar y casi la acabas esa misma noche. Sergio te habló maravillas, pero se queda corto. Lo que ha hecho Nacho Vigalondo con la historia de Tamara es una obra de arte. Te fascina. También a Raquel. Te metes enseguida en aquella época extraña de la televisión. Te conquista el surrealismo, el esperpento. Un David Lynch cañí. Pero sobre todo la dignidad que otorga a algunos personajes. El episodio segundo, dedicado a Leonardo Dantés, es, sin duda, el más redondo y emocionante. Por el personaje, por la interpretación, pero también por la manera de narrar, dando cuerpo a las metáforas, personificando los traumas y llevando el concepto a la imagen. Tomas notas para tu guion. Sobre todo, de esto último: cómo transformar ideas y emociones en elementos visuales. Cómo hacer cine, en definitiva.

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Devoras Papel Negro: Escribir en tiempos de oscuridad, de Teju Cole. Mientras lo lees, no cesas de asentir prácticamente en cada párrafo. Compartes con este escritor un mundo y una visión del arte y la fotografía. Algunas cuestiones dialogan con lo que escribiste en Yo estoy en la imagen. Son, piensas, libros gemelos. Te encantaría que Cole pudiera leer lo que escribes. Sería un magnífico interlocutor. La conversación perfecta. Una pena que no lea español.

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El domingo visitas el centro penitenciario de Sangonera. Los internos han leído Anoxia y vas a charlar con ellos en el club de lectura. Es tu segunda visita a la cárcel. La ocasión anterior, Campos del Rio, visitaste una prisión moderna. Pero la de Sangonera ya tiene sus años. Y ahí es más evidente la sensación de encierro. Te enseñan las celdas, los locutorios, los lugares de encuentro, el economato… todos los espacios de la prisión. Mientras los visitas, no puedes evitar la punzada en el estómago. No es la cárcel de las películas americanas. Pero tampoco es ese espacio romántico que muchos han imaginado. ¡Qué bien —dicen algunos— estar en una celda, con todo pagado y con tus comidas diarias! Nada que ver. Es un lugar duro, difícil, del que nadie sale como entra. Es lo que te cuenta Antonio, quien te ha invitado, que lleva trabajando allí media vida. «Todo el mundo puede tener una mala racha y caer por aquí». Esa sensación la tienes durante el encuentro con los internos. Algunos han tenido una racha mala. Otros más de una. Pero allí, ante el libro, son para ti lectores como los demás. Y en algún caso, lectores muy avezados que han trabajado el libro a conciencia e incluso han memorizado algunos pasajes.

"Hoy, mientras la disfrutas, regresan todos los recuerdos. La mesa camilla, la mecedora, el televisor Radiola, la luz tenue del salón… y la emoción de tu padre al final de la película"

Te quedas conversando un rato con ellos, con total normalidad. Uno te dice que le encanta Papillon, la película de Franklin Schaffner y el libro de Henri Charrière, que ha leído varias veces. Charrière es su héroe. Otro habla de García Márquez y Juan Rulfo. El otro leyó El dolor de los demás y varios libros tuyos. Por un momento, no sientes que estés en una prisión. La realidad regresa, eso sí, cuando sales por la puerta y ellos tienen que quedarse allí.

Por la noche, con Raquel, ves Papillon, la versión de 1973, protagonizada por Steve McQueen. Era la película favorita de tu padre. La viste con él de pequeño, pero no recordabas nada. Hoy, mientras la disfrutas, regresan todos los recuerdos. La mesa camilla, la mecedora, el televisor Radiola, la luz tenue del salón… y la emoción de tu padre al final de la película. Una historia real. Y también una aventura como las de antes.

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Hay un capítulo de tu novela que se te atraganta. Llevas varios días ahí. no tienes claro cómo modularlo. Te preocupa sobre todo la prosa transparente que utilizas. Es la escena de una visita a una comisaría de policía. De repente se parece demasiado a cosas que has leído.

Solo a finales de la semana logras salir de ahí, sin estar muy convencido de lo que has escrito. Ya volverás más adelante. O directamente tendrás que reescribirlo entero porque hay algo que no acaba de funcionar. Pero ahora no puedes hacerlo. No es el momento. Dejas una nota al pie: «revisar y comprobar tono y sentido».

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Acompañas a Raquel a realizarse unas pruebas al hospital. Entrar a ese espacio te pone nervioso. No puedes evitarlo. Afortunadamente, todo sale bien. Mientras esperas, comienzas a leer Los ilusionistas, el regreso de Marcos Giralt Torrente a la novela familiar. Te apasionó Tiempo de vida. La tuviste muy presente cuando escribiste El dolor de los demás. Y lo que lees ahora también te gusta. La historia que cuenta —una familia particular—, pero sobre todo cómo la cuenta, la prosa, el punto de vista, la naturalidad y belleza con la que narra las peripecias de sus abuelos maternos y sus tíos. Es el «cómo» y no tanto el «qué» lo que un libro en literatura y lo aleja del mero testimonio.

*

Programa de Sala de Catas con el grupo Maestro Espada. Leonardo los entrevista y los notas algo tímidos. Después te dirán que no es lo mismo cantar que tener que hablar. La música los protege. Una música de la que estás enamorado. Han hecho lo que parecía imposible: traer el folclore al presente y convertirlo en algo moderno y atractivo. Una mezcla extraña entre los Auroros del Rincón del Seca y Sigur Rós. No hay que ser muy avezado para vislumbrar que van a llegar muy lejos.

La tarde es bonita y sirve, además, para saludar a amigos y pasar un rato agradable. Después, un chaparrón te cala hasta la ropa interior y tienes que volver a casa antes de lo previsto para evitar pillar un resfriado.

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El viernes por la noche, termináis de ver Tierra de mafiosos. Os ha gustado al final. Fácil, pero efectiva. Después del último episodio, sales a caminar con Raquel por la ciudad. Todos los años os lo proponéis, pero el calor no siempre lo permite. Esta noche, por fin, tras la lluvia de ayer, se puede respirar. La caminata te conduce inmediatamente a los días de la pandemia. Fue en aquel momento cuando adquiristeis la costumbre. No hacía mucho que os habíais mudado a la ciudad y los paseos os sirvieron para conocer todos los rincones del barrio. Unos rincones que, de algún modo, han quedado para siempre asociados a aquel tiempo extraño que cada día parece más lejano y confuso en la memoria. 

*

El sábado te levantas temprano y avanzas bastante con la novela. Quieres dejar terminado un capítulo antes de salir para Argentina al festival literario de Cuadernos Hispanoamericanos. Te vas a llevar trabajo, aunque eres consciente de lo difícil que va a ser dedicarle horas allí. Pero no puedes desconectar del todo. Con poner dos palabras, releer un párrafo y cambiar una coma, seguirás dentro de la novela. Eso es lo que te anima a llevarte contigo varios capítulos impresos para tratar de trabajarlos.

*

El domingo terminas la maleta y sales en tren para Madrid, donde tomarás el avión a Buenos Aires. Tienes muchas ganas de ir. Por la ciudad, por el evento, pero también por escapar unos días del calor. Aunque las doce horas y media de vuelo se van a hacer cuesta arriba. No has podido elegir salida de emergencia y ya anticipas la incomodidad.

En el aeropuerto escribes estas últimas líneas. Apuras hasta el final. Quieres irte con el trabajo terminado. También este diario.

A pesar de la ilusión, el viaje ahora te pilla a contrapié. Te corta el flujo de trabajo y la velocidad de crucero que estabas a punto de alcanzar con la novela. Pero no puedes reprimir la ilusión. Las veces que has imaginado viajar a esa ciudad. También la compañía. Los escritores que asistirán al evento. Toda la literatura que sabes que vas a encontrar allí. No te puedes quejar. Es una suerte este viaje. Y con esa actitud subes en el avión.

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Pablo75
Pablo75
3 meses hace

Extraño que los “Diarios” de Iñaki Uriarte, de vida tan monótona, sean infinitamente más interesantes que los de Miguel Ángel Hernández, de vida tan trepidante.

SABRINA ANALIA CABRERA
SABRINA ANALIA CABRERA
3 meses hace

“Llegas a Madrid con el tiempo justo de dejar la maleta en el hotel y
salir para un pódcast. Es curioso, vas a hablar sobre la siesta y hoy no tienes tiempo de dormirla”.
“Pero ahora no puedes hacerlo.
No es el momento”.
Miguel Ángel Hernández
Muchas veces nos creemos capaces de cambiar el mundo, tener ese poderío. Poco a poco no vamos destiñendo. El ritmo de la cotidianeidad continúa exactamente igual: con nuestro consejo o sin el.
En otras palabras: Ganar todo y perderse uno. Del Texto Sagrado como Fuente.

SABRINA ANALIA CABRERA
SABRINA ANALIA CABRERA
3 meses hace

Las sensaciones que afloran en el texto de Hernández.
Si los sentidos lo perciben, la información de ese agente exterior viaja hasta la inteligencia y el cuerpo reacciona en forma de sensación. Platón y su “Timeo”.
Para mí, TODO deja su impresión y depende nosotros de estar conscientes, en la medida de lo posible, para experimentarlo y que nuestro organismo responda.
El narrador de Hernández no se
permitió el resfriado. Comprendo como vivimos para andar filosofando.
Desde un Modelo Pedagógico
Sensual Empirista Intuitivo , los Sentidos y la Experiencia son los
elementos primordiales para que se produzca el aprendizaje.
Mi Carpeta !
No nos estamos permitiendo vivir en la vida.