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La gente antigua

Portada: Molinos en La Mancha, de Jacques Villares.

Al comienzo de Feria, Ana Iris Simón afirma envidiar la vida que llevaban sus padres a su edad. Ambos eran carteros, se habían casado, tenían hijos y hasta un adosado en propiedad, en un lugar de cuyo nombre la autora sí quiere acordarse: Ontigola, pequeña localidad en el páramo toledano, uno de tantos enclaves de La Mancha en los que la autora vivió su infancia y adolescencia antes de migrar a Madrid, donde se convirtió en mileurista y comenzó a vivir en pisos compartidos, sin hijos ni hipotecas; aguardando una estabilidad laboral que nunca llega para la denominada “clase media aspiracional”.

Quizá lo que más ha llamado mi atención de este libro es la existencia de dos mundos, los dos muy reales y ninguno obra de encantamiento. Conforme la autora relata su infancia y adolescencia en La Mancha, en el medio rural, nos encontramos con unas vidas centradas en la familia, en la lucha por la supervivencia, en la solidaridad para combatir contra un medio hostil. Unos se apoyan en los otros, se intercambian favores y las controversias se resuelven en el seno del clan como parte de su funcionamiento. El linaje, como lo llama Ana Iris Simón, impera ante todo lo demás.

Frente a este mundo de La Mancha, se encuentra la ciudad, sinónimo de libertad, de autonomía, de soledad, de independencia frente a la familia. Se trata de un universo, este último apenas relatado en Feria, que se presenta ante todo como una obra realista y nostálgica, una memoria de la infancia y la adolescencia de la autora.

"Feria es una obra donde la autora se autobiografía y, al mismo tiempo, desaparece, se funde entre los actores de la tragicomedia que representa su familia"

Volviendo a lo que me resultaba más curioso, se refería al nombre que le da a ese universo de La Mancha la autora, quien lo designa en un capítulo del libro como “la gente antigua”. Entonces pienso en la palabra «antigüedad» y advierto que Ana Iris Simón nació en 1991 y también que los hechos relatados ocurrieron, como quien dice, antes de ayer; cuando yo mismo pensaba en ellos como algo propio de otra época.

La casualidad ha querido que mi lectura de Feria haya coincidido con la relectura del Quijote —por cuestiones ajenas a la crítica literaria—, y he advertido hasta qué punto el relato del presente de Ana Iris Simón coincide con la narración del pasado de Cervantes. Los parroquianos que habitan las ventas y los caminos del Siglo de Oro, al igual que los moradores de los páramos infinitos, recuerdan poderosamente a los actuales. Y me acuerdo del que quizá sea el mejor párrafo del libro de Simón, cuando dirigiéndose al hijo que aun no ha tenido afirma:

Tendré que llevarte al Cerro de la Virgen y tendré que decirte que eso es La Mancha (…). Bajaremos a donde los exvotos y te explicaré lo que es un exvoto y te quedarás un rato en silencio pensando que hay que ver la gente antigua qué cosas tenía, qué cosas tiene, porque sigue habiendo, sigue existiendo la gente antigua, y menos mal. Después tendré que contarte que es de esa tierra naranja de donde venimos y tendré que explicarte lo que es un pueblo y te diré como si aquello fuera una teoría irrefutable que el nuestro está atravesado por tres realidades: la ausencia total de relieve, el Quijote y el viento.

Feria es una obra donde la autora se autobiografía y, al mismo tiempo, desaparece, se funde entre los actores de la tragicomedia que representa su familia. Desfila por las páginas de la obra como un personaje secundario más, en consonancia con ese mundo basado en la familia, el linaje, el clan; un mundo en verdad antiguo donde prima la solidaridad.

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