Cuando Eurípides presenta en las Grandes Dionisias del 415 su tragedia Las Troyanas, la guerra del Peloponeso había entrado en una nueva fase tras la ruptura de la Paz de Nicias, una paz anhelada por los atenienses. Las Troyanas de Eurípides probablemente sea una de las primeras obras antibelicistas de la literatura, en la que la heroica y cantada guerra de Troya se convierte en un símbolo de la barbarie, violencia e injusticias de los vencedores sobre los vencidos, encarnadas en las mujeres de la casa de Príamo, quizá porque la misma guerra de Troya, que Homero cantó en su Ilíada, tampoco fue la idílica guerra que la tradición literaria ha tratado de mostrarnos. Y ello es lo que el autor sueco de origen griego Theodor Kallifatides retoma como trasfondo en su novela en El asedio de Troya (Galaxia Gutenberg, 2020, traducción de Neila García): la guerra troyana.
Uno de los aciertos de la narración es el haber eliminado el elemento divino: los dioses no intervienen ni deciden los destinos, son los humanos con sus elecciones quienes determinan el devenir de sus vidas. El otro, la humanización de los héroes al dudar de sí mismos, al temer se desmitifican sus motivaciones:
También se podrá uno imaginar la desesperación que se abatió sobre ella cuando su padre la colocó, con sus propias manos, sobre el altar sacrificial mientras derramaba grandes lágrimas amargas. “¿Por qué he de morir, padre?”, preguntó Ifigenia. Agamenón carecía de respuesta más allá de que a veces uno ha de sacrificarse por su patria, su honor o el honor de otros, y él mismo oyó lo hueco que sonaba. No eran meras mentiras, eran falacias repulsivas.
Son humanos comportándose como humanos. Sin duda, es esta la razón por la tantos siglos después podemos seguir leyendo la Ilíada como una obra vigente, ya que en el fondo nos encontramos con simples mortales en cuyas emociones y sentimientos nos reconocemos aún hoy en día. No obstante, la Señorita no se limita a contar una historia, ella ahonda en las razones que impulsan las acciones de los personajes intentando que los adolescentes reflexionen sobre su presente:
—Señorita, ¿por qué eran tan atroces los griegos? ¿Por qué abusaban de las esposas e hijas de los troyanos?
La señorita gesticuló con las manos.
—No para disfrutar en el regazo de las mujeres sino para humillar a sus hombres. Así se hacía y así se sigue haciendo. El cuerpo de la mujer es el campo sobre el que los hombres se pisan, unos a otros, el honor y la gloria.
—Tengo catorce años y mi cuerpo no es ningún campo. Yo soy mi cuerpo.
De este modo, la guerra de la antigua Troya se hermana con la violencia que en los estertores de la II Guerra Mundial vive la aldea. A pesar de ello, los adolescentes encuentran en esta moderna rapsoda un escape a la tensión que va cercando a la aldea y buscan en el relato épico un refugio ante la ausencia de un padre, las torturas, las ejecuciones, las bombas… Ellos viven la crueldad de una guerra que no les pertenece donde el mito se expande como una resistencia simbólica ante la violencia:
¡Qué horror de persona es Aquiles! Es como los alemanes. ¿Cómo demonios se puede sacrificar a gente inocente por venganza? (…) Me puse a pensar en todos los jóvenes inocentes a los que Aquiles había asesinado sin piedad. Más de tres mil años habían pasado desde entonces no se había vuelto más leve.
Kallifatides dialoga con Homero a través de la experiencia bélica contemporánea, siendo dueño de una prosa poética y sobria, pero profundamente humana. De alguna manera, el mito ha sido despojado de su heroísmo para ofrendar descarnado nuestra naturaleza, oscilante entre la crueldad y la sensibilidad en ella se intuyen las imprecisas magnitudes de la verdad. Teje con soltura y de modo magistral una firme elegía antibelicista donde vencedores y vencidos se reflejan en comunión en las esquinas de las aguas de la laguna Estigia. Nos invita a releer desde nuestra cotidianeidad la Ilíada. La palabra arma una resistencia frente al olvido que nos impulsa a intentar no repetir los errores de la historia:
Todo esto a Homero le daba igual. Él quería hablar de una sola cosa: de que la guerra es fuente de lágrimas y de que en ella no hay vencedores. La guerra de Troya había terminado. La guerra en la que vivíamos continuaba. (…) La guerra de Troya no había hecho más que cambiar de nombre.
Muchas Troyas quedan aún hoy, sólo basta mirar hacia Gaza.
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Autor: Theodor Kallifatides. Título: El asedio de Troya. Traducción: Neila García. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todos tus libros.


Buenos días:
El ejemplo de Gaza es bueno. Da igual el punto de la frontera desde donde se mire. Dos contendientes que se copian en el examen aunque las preguntas y las respuestas vienen siendo las mismas desde, como se ve, hace mucho.